Editorial “Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen” (Judt, 2016, p.23) En el año 64 de nuestra era, Pompeya sufrió un fuerte terremoto que destruyó la ciudad por completo. La reconstrucción no buscaba únicamente el restablecimiento de la infraestructura, sino que se planificó un proceso de renovación que buscaba hacer del espacio algo distinto y mejorar lo que se había destruido, “pues nunca los hombres han reconstruido una ciudad destruida tal como antes había sido; siempre quieren sacar algún partido de la desgracia y tratan de reconstruir lo antiguo de forma que sea más seguro, mejor y más hermoso que antes (Benjamin, 2015 [1931], p. 180). Luego de 16 años y en medio de esa renovación, el volcán Vesubio sepultó por varios siglos a la ciudad de Pompeya y congeló ese momento con un fenómeno natural único en la historia: la nube incandescente expulsada por el volcán contenía piedra pómez y grandes cantidades de ceniza que, mezcladas con la lluvia, petrificaron a los pompeyanos de hace 2000 años. Los detalles de ese evento fueron contados y preservados en la historia por testimonios como las cartas de Plinio y por testimonios de viajeros que hablaban del antiguo pueblo que se encontraba a los pies del Vesubio. Varios siglos después, los científicos que indagaban en esos relatos encontraron la ciudad, interpretaron procesos culturales y establecieron las condiciones particulares para que haya ocurrido ese accidente que preservó un fragmento de memoria de la humanidad. Yoko Ogawa (2021), en La Policía de la Memoria, narra la historia de una isla en la cual desaparece la memoria personal y colectiva, “objetos, conceptos e incluso seres vivos de lo más variado” y “sucede sin que apenas te enteres. No sentirás dolor ni fatiga. Una mañana de un día cualquiera, al despertar, algo se habrá esfumado de tu vida, dejando intacto lo demás” (p. 8). Esta pérdida altera momentáneamente a los habitantes de la isla, llevándolos a añorar y comentar en grupo antes de que el recuerdo desaparezca totalmente, pero al final, todos terminan enterrando o arrojando al río lo que pueda conservar algo de recuerdos. La isla está regida por unos poderes totalitarios que, mediante una policía, regulan y controlan que no se retengan vestigios de la memoria, sancionando y persiguiendo a cualquiera que quiera “poseer” recuerdos. El filósofo norcoreano Byung-Chul Han, sugiere que este relato puede ser una analogía de nuestro tiempo en el cual perdemos la memoria particular y común, pero que, a diferencia del texto de Ogawa, el dispositivo regulador “es la información o las no-cosas” (2021, p. 10) que reemplaza y “falsea los acontecimientos” que nos pertenecen a merced de una excesiva estimulación de información que tienen una nimia duración. La portada de este número es una imagen que conserva fragmentos de una ciudad, de culturas y de seres humanos que durante el tiempo han construido su memoria personal y colectiva en este espacio. La fotografía fue tomada en el año de 1990 y se pueden observar algunos detalles que, en la actualidad, ya no existen como: la infraestructura arquitectónica, el uso de ciertos materiales de construcción, los caminos, los terrenos vacíos, los bosques y las personas que caminaban por ese camino, luego de terminar oficios y compromisos en Otavalo. ¿Podríamos preguntarnos si nuestros pueblos y ciudades podrán ser desenterrados del ideal de modernización que los políticos y burócratas de turno han condenado a nuestros espacios? ¿Podrá ser que, al igual que Pompeya, la ceniza y la piedra pómez no sean más que las visiones que prefieren tapar a conveniencia la historia, vestir con ropajes de superación al negocio de la construcción y a la especulación inmobiliaria como urbanismo? Lamentablemente, en nuestros territorios, se ha petrificado la manera de hacer política, el saber y la memoria porque ha “perdido la atribución de hacernos mejores como personas y sociedad” (Garcés, 2017, p.8) y, sobretodo, renunciaron a apuntar y construir un futuro mejor: un mundo diverso, múltiple y común. En este número de la revista Sarance se presentan artículos que, desde perspectivas diversas, abordan cuestiones referentes a: la relación de la imagen y la memoria, la compleja trama social y económica que se disputa en el espacio público y el hiperespacio, el desarrollo del pensamiento, la filosofía y la historia de las ideas en el Ecuador, los derechos y las leyes que en la realidad encuentran contradicciones en la aplicación territorial, la organización comunitaria en la pandemia y la ausencia del Estado, el acoso sexual en la cotidianidad y en el espacio público a las mujeres en Otavalo, la iconografía en la construcción de la nación y la reflexión sobre las ciencias sociales en la actualidad. Finalmente, no queremos dejar de resaltar que este número de la Revista Sarance del Instituto Otavaleño de Antropología se publica, por primera vez, bajo indexación en directorios y catálogos académicos digitales internacionales. Este primer paso no hubiera sido posible sin el apoyo grupal, el trabajo en conjunto y el profesionalismo de todos los que hacemos el IOA. Entendemos que más allá de ser un logro institucional es un paso que garantiza en nuestra revista los dos principios que mueven nuestra labor: ética y rigurosidad y que, además, nos compromete con el legado de más de 55 años del IOA y de 47 años de la publicación de una revista que en sus primeras décadas, fue un referente de las ciencias sociales hechas en el país y un interlocutor serio con la práctica científica de varios lugares del mundo. Diego Rodríguez Estrada Director y editor general Referencias bibliográficas Benjamin, W. (2015). Radio Benjamin. Akal. Garcés, M. (2017). Nueva ilustración radical. Nuevos cuadernos Anagrama. Han, B.-C. (2021). No-cosas. Taurus. Judt, T. (2016). Algo va mal. Taurus. Ogawa, Y. (2021). La Policía de la Memoria. Colección Andanzas