Acoso sexual callejero verbal y no verbal: fen—meno social naturalizado. Kancha –ankunapi acoso sexualka rimaywanpash, rikuywanpash ruranalla yacharishka llakimi kawsay ukupika kan. Verbal and non-verbal street sexual harassment: a naturalized social phenomenon. Tatiana Saavedra Rom‡n tatiana.saavedra.1999@gmail.com ORCID: 0000-0001-5370-0455 Universidad de Otavalo (Otavalo-Ecuador) Resumen El art’culo presenta los hallazgos relevantes con respecto a la naturalizaci—n del acoso sexual callejero, producto de la investigaci—n de grado titulada Mecanismos de sensibilizaci—n sobre la naturalizaci—n e invisibilizaci—n del acoso sexual callejero verbal y no verbal en estudiantes universitarios de Otavalo. Se emple— una metodolog’a cualitativa, para poder comprender las experiencias, actitudes y opiniones sobre la tem‡tica de estudio. El acoso sexual callejero es un problema social que repercute en la integridad del ser humano. Ata–e toda manifestaci—n f’sica, verbal y no verbal no consentida, llevando consigo una connotaci—n sexual reproducida en el espacio pœblico. Dichas expresiones se encaminan a las microviolencias cotidianas, donde la sociedad las vincula como actos normalizados. Se constat— que, por sus acciones ÒnaturalizadasÓ se ha favorecido su Òinvisibilizaci—nÓ como problema, desconociŽndose a su vez la magnitud por la permisividad de estas pr‡cticas dentro de la ciudadan’a. Revista Sarance, ISSN: 1390-9207; ISSNE: e-2661-6718 Fecha de recepci—n: 16/05/2022; fecha de aceptaci—n: 07/06/2022 95 Palabras clave: acoso sexual callejero; invisibilizaci—n; naturalizaci—n; microviolencias; Otavalo. Tukuyshuk Kay killkaypika rimanchikmi imasha kancha –ankunapika yacharishka kan acoso sexual tiyachun. Kaypi yuyaykunaka titulacionta tarinkapakmi kallaripika rurarishka kan. Paypa shutika kanmi; Otavalo Sumak yachana wasimanta yachahukkunapa yacharishka, mana rimashka yuyaykuna imasha acoso sexualpipash rikurin, kay llakitaka rimaywanpash, rikuywanpash llakichinallami kashka. Kayta llaki imashalla rurarikta rikunkapakka cualitativo nishka yuyay –anwanmi maskarishka kan. Chaymanta all’ hamutankapak imashalla chay yachahukkunapa umapi wi–arishka kay yachaykuna, chaymanta shimikuna, yuyaykunapash. „ampi rikurik acoso sexual llakika hatun llakimi kan, shinallatak runakunata ashtakatami waklichita ushan. Kay llakitaka waktaypipash, rimaypipash, rikuywanpash ruranallami kashka. Shuk runapa sexualidadta llakichinkapak ruraykunami kan, pay na munakpipashmi shukkunaka llakichita ushan. Kayka, microvilencias nishpapashmi riksirin, tukuy punchakunami kaytaka kawsarinalla kan, yacharishka mana rikurinllachu –apash kay llakitaka. Shina yacharishka llaki kakpimi kanchaman runakunaka mana alli rikuy, riksi ushan, shinallatak mana hatunpacha llaki kaktaka rikuy ushan. Sinchilla shimikuna: acoso sexual kancha –ankunapi; mana rikurishka; yacharishka; microviolencias; Otavalo. Abstract The article presents relevant Þndings on the naturalization of street sexual harassment, based on an undergraduate thesis entitled ÒMechanisms of awareness on the naturalization and invisibility of verbal and non-verbal street sexual harassment in university students from Otavalo.Ó A qualitative methodology was used to understand the experiences, actions and opinions regarding the subject of the study. Street sexual harassment is a social problem that affects the integrity of the human being. It encompasses any non-consensual physical, verbal and non-verbal manifestation with a sexual connotation expressed in the public space towards a non-consenting person. These expressions can be understood as everyday microaggresions that, nevertheless, have been normalized by society. The naturalization of this phenomenon and its street expression has made it ÒinvisibleÓ and the permissiveness of these practices amongst the general public has led to a lack of recognition of the magnitude of the issue. Keywords: street sexual harassment; invisibilization; naturalization, microviolences; Otavalo. . 1. Introducci—n A partir del siglo XIX se han emprendido luchas por la igualdad de gŽnero, en las que se plantea que hombres y mujeres deben beneÞciarse de los mismos derechos y oportunidades. Sin embargo, persisten desigualdades en muchos aspectos: los espacios pœblicos, las calles y ‡reas por donde las personas transitan son lugares que obstruyen el igual goce de los derechos humanos, pues, con frecuencia, se presentan miradas lascivas, piropos, silbidos, besos, bocinazos, gestos obscenos o comentarios sexuales, comœnmente emitidos de hombres a mujeres. A este tipo de acciones se le denomina acoso sexual callejero (en adelante, ASC). Segœn el informe presentado por la Fundaci—n Plan Internacional (2018) el acoso sexual callejero es un problema diario y normalizado en ciudades de los cinco continentes. Este documento se–ala que: en ciudades de todo el mundo, a las ni–as y mujeres se le niega su derecho al espacio pœblico y a moverse libremente debido a las actitudes violentas y sexistas de los hombres que las acosan. Muchas veces, los chicos ni siquiera son conscientes del miedo que generan en ellas, porque est‡n m‡s pendientes de reaÞrmar su masculinidad ante los amigos que en desarrollar alguna empat’a con la chica a la que est‡n acosando. (p. 14) En AmŽrica latina, la calle y el transporte pœblico son territorios donde la circulaci—n para hombres y mujeres es distinta. De acuerdo con una investigaci—n realizada por Rozas y Salazar (2015), aunque el acoso callejero afecta a una diversidad de personas, la mayor’a de las afectadas resultan ser las mujeres. As’ mismo, la investigaci—n efectuada por Luna, Mart’nez y L—pez (2017) deja al descubierto que ante tal problem‡tica Òlas mujeres son valoradas como objetos, no como sujetos. Esta idea engendra violencia, porque al ser cosiÞcadas, pueden pertenecer a un hombre y Žste puede hacer lo que le plazca con su pertenenciaÓ (p. 86). De esta forma, las mujeres viven sus vidas diarias con la inseguridad y no libertad de desenvolverse en el espacio pœblico. En el contexto ecuatoriano, el acoso sexual en espacios pœblicos forma parte de la cotidianidad de los ciudadanos, con efectos diferenciados para hombres y mujeres. Son ellas quienes mayoritariamente perciben el hostigamiento, que resulta ser una variable de la violencia de gŽnero. Un estudio realizado por la Escuela PolitŽcnica Nacional (2020) analiz— la violencia de gŽnero en el pa’s, mostrando que el 65% de la poblaci—n femenina a lo largo de su vida ha sufrido algœn tipo de agresi—n, ya sea f’sica, sexual, patrimonial o psicol—gica. El grupo etario m‡s afectado es aquel que incluye a las j—venes de entre 18 y 29. Con respecto al ASC, el trabajo de la EPN lo deÞne como Òcontacto f’sico no deseado, comentarios verbales, pedir favores sexualesÓ (p. 1). El presente art’culo surge de la necesidad de estudiar el acoso sexual en espacios pœblicos a travŽs de medios verbales y no verbales en el marco de los estratos sociales j—venes. Esto, con el prop—sito de conocer las percepciones de chicos y chicas de educaci—n superior ante tal problem‡tica. Este estudio se plantea como objetivo principal contribuir a la sensibilizaci—n y prevenci—n del acoso sexual callejero verbal y no verbal dentro del casco urbano de la ciudad de Otavalo en j—venes universitarios. 2. Metodolog’a Para este trabajo se utiliz— una metodolog’a cualitativa, utilizando dos herramientas de investigaci—n: historias de vida y entrevistas semiestructuradas. La poblaci—n de estudio se limit— a los j—venes universitarios del casco urbano de Otavalo. Al ser un trabajo donde se analizaron las percepciones, result— pertinente tomar una muestra con un proceso de muestreo no probabil’stico, escogiendo a los informantes de acuerdo con los propios intereses. En total se seleccionaron 10 participantes, incluyendo hombres y mujeres. Con los datos obtenidos se procedi— a triangular la informaci—n, es decir, a establecer comparaciones, tomar las opiniones de diversos grupos, en distintos contextos y temporalidades, con el prop—sitio de abarcar la complejidad del fen—meno. Para el an‡lisis de la informaci—n obtenida, se procedi— a la transcripci—n de las entrevistas que fueron codiÞcadas gracias al Software Nvivo. 3. Fundamentaci—n te—rica 3. 1. Naturalizaci—n del Acoso Sexual Callejero El ASC es un fen—meno sociocultural que afecta directamente a los individuos y esto repercute en el desarrollo humano y social del entorno. Las formas a travŽs de las cuales se despliega implican que la sociedad lo perciba como parte de la convivencia diaria. ÒLo alarmante es que este fen—meno es, as’ mismo, comœn en la vida de las mujeres y esa experiencia cotidiana hace que estas acciones se naturalicen, se invisibilicen y pierdan de vista su origen mis—ginoÓ (Espinoza, 2016, p. 51). El contexto en el que toma forma esta pr‡ctica es patriarcal, por lo cual, su manifestaci—n est‡ naturalizada, no provoca rechazo social sino connivencia. Aunque afecta la integridad de las personas acosadas, resulta ser problema por no concebirse como tal dentro de la sociedad. Es decir, aunque los efectos que el ASC deja son negativos, los individuos preÞeren creer en su normalidad. Esto se debe a las concepciones que invisibilizan este hecho social coloc‡ndolo como acciones habituales en la sociedad. De esta forma, segœn Bourdieu: (É) el habitus origina pr‡cticas, individuales y colectivas, y por ende historia, de acuerdo con los esquemas engendrados por la historia; es el habitus el que asegura la presencia activa de las experiencias pasadas que, registradas en cada organismo bajo la forma de esquemas de percepci—n, de pensamientos y de acci—n, tienden, con m‡s seguridad que todas las reglas formales y todas las normas expl’citas, a garantizar la conformidad de las pr‡cticas y su constancia a travŽs del tiempo (2008, pp. 88-89). As’, lo acogido hist—ricamente tiene su valor en el presente debido a su acci—n concurrente. Es decir, los piropos, silbidos, miradas, bocinazos se han convertido en un h‡bito que cada individuo adquiri— en el pasado y que continœa ejecutando (reproduciendo) en el presente. Por consecuente, la poblaci—n entiende al ASC como algo natural. 3.2. El poder sobre el gŽnero Se podr’a pensar al poder como la facultad o capacidad que tiene una persona para llevar a cabo ciertas acciones o beneÞciarse del acceso a ciertos recursos. Desde la teor’a del acceso de Ribot y Peluso, se considera que un agente tiene poder cuando Òun individuo puede tener un paquete de poderes cuyos hilos incluyen varios medios para controlar y mantener el acceso. Esta persona estar‡ en una posici—n dominante con respecto a unos actores y en una posici—n subordinada a otrosÓ (2003, p. 159). El poder no lo ejerce simplemente una clase dominante sobre otra, sino que est‡ presente en todos los niveles sociales. No es algo que se posee, sino que se ejerce mediante actos y relaciones. Los piropos, los silbidos, las miradas son algunos ejemplos de relaciones inherentes de poder, pues en el momento que un individuo los emite, este hace que otro se sienta controlado y/o dominado. As’, el poder se encuentra en todo lugar, no como un objeto o cosa, sino como una forma de relacionarse entre los componentes de una sociedad. Desde la teor’a foucaultiana el poder suele referirse a la capacidad de dominar, controlar y vigilar a las sociedades. Foucault, en su texto El sujeto y el poder, asegura que Òel tŽrmino ÒpoderÓ designa los relacionamientos entre compa–erosÓ (1996, p.10). Esto quiere decir que, en el momento que los individuos se relacionan mediante el di‡logo, ya existe una gradaci—n de poder. Ese diferencial de poder genera la consciencia de individualidad, lo cual permite las resistencias. A partir de esto, el ASC es un acto donde el poder se ve perpetrado a travŽs de la interacci—n no deseada entre el acosador y la acosada. El poder en este contexto, se entiendo como una pr‡ctica jer‡rquica de gŽnero en la que lo masculino est‡ por encima de lo femenino. En efecto, el hombre se reÞere a la mujer o la interpela con manifestaciones verbales ofensivas. . 3. 3. Microviolencias normalizadas Cuando dos o m‡s individuos se relacionan, indiferentemente del tipo de relaci—n, suelen producirse manifestaciones de superioridad. Y, con ello, aparecen expresiones menores de violencia, las que son legitimadas e incorporadas en su d’a a d’a. La violencia no es natural ni genŽtica, es cultural, se encuentra arraigada en toda comunidad donde hay interacci—n social. Suele pensarse a la violencia de gŽnero como un constructo social donde: los estereotipos sobre c—mo unos y otras deben comportarse, las experiencias que refuerzan la conducta estereot’pica y la estructura social que apoya la desigualdad de poder entre gŽneros ha contribuido a que se originen patrones de violencia a lo largo de nuestro ciclo vital. (Exp—sito, 2011, p. 20) De esta forma el estudio se propone detectar las dimensiones bajo las cuales la violencia de gŽnero y el ASC son invisibilizados. Johan Galtung mapea la violencia a partir de una triangulaci—n, esto con la intenci—n de mostrar las formas donde el fen—meno emergente de violencia es visible como invisible ante la percepci—n de las personas. Figura 1 Violencia directa Esquema de triangulaci—n de la violencia Fuente: Galtung, J. (1998).Tras la violencia, 3R: reconstrucci—n, reconciliaci—n, resoluci—n. Bakeas. Como se puede apreciar en la Þgura, la variable de violencia directa es visible. Aqu’ se encuentran todas las pr‡cticas, conductas verbales y f’sicas que f‡cilmente son nombradas como actos violentos. Por otro lado, est‡n las variables culturales y estructurales que se encajonan en la categor’a de violencia invisible. La suma de los actos percibidos en la segunda categor’a llegan a ser visibles con el tiempo pues resultan ser peque–os disfraces donde la violencia permanece oculta. Existen circunstancias bajo las cuales la violencia es reconocida al instante, sin embargo, existen otros contextos donde el problema es preferiblemente ocultado o normalizado. As’ es que aparecen las microviolencias que corresponden a actos discriminatorios considerados leves y de baja intensidad. Iglesias (2020) utiliza el tŽrmino microviolencias para referirse a: aquellas actitudes y comportamientos, normalizados o naturalizados, que se dan en el ‡mbito econ—mico, pol’tico, cultural y social, los medios de comunicaci—n y las propias instituciones pœblicas, que constituyen formas solapadas, cotidianas e invisibilizadas, de violencia contra las mujeres. Tales (micro) violencias expresan, reproducen y refuerzan la profunda misoginia que sigue arraigada en la sociedad y constituyen el sustrato para el desarrollo de formas m‡s expl’citas de violencia f’sica, psicol—gica, econ—mica y sexual. (p. 487) El acoso sexual callejero, por medios verbales y no verbales, se entiende como microviolencia. Un piropo o un silbido expresan varios signiÞcados que pueden ser percibidos como violencia ya que obstaculizan e incomodan la libertad de quien los recibe. A partir de esto, se enfatizar‡ sobre las razones bajo las cuales la poblaci—n tanto masculina como femenina naturaliza el fen—meno social, lo cual obstaculiza la comprensi—n y, eventualmente, la confrontaci—n y posible resoluci—n de los problemas que este acarrea. 4. Resultados 4. 1. Reacciones frente al acoso sexual callejero. Ante la pr‡ctica del ASC, son las mujeres quienes presentan un grado de acoso mayor con respecto a los hombres. Esto se explica fundamentalmente por la cultura machista imperante la que coloca a uno, el hombre, como Òlo fuerteÓ y a la otra, la mujer, como Òlo dŽbilÓ destacando la incapacidad de defensa que tiene una mujer frente a un hombre, dejando en evidencia la escasez del valor ÒrespetoÓ (Billi et al, 2014). Aunque la balanza se inclina m‡s sobre la poblaci—n femenina como v’ctima, tambiŽn existen casos d—nde los varones se consideran como tales. Cuando los papeles cambian y las mujeres son quienes proÞeren expresiones de ASC a un hombre, el problema no se percibe con la misma gravedad. A continuaci—n, se presentar‡n tres par‡metros bajo los cuales los entrevistados reaccionan frente a una manifestaci—n hostigadora. a. Cuando el hombre es v’ctima. Determinar roles para la mujer y para el hombre obedece a un sesgo cultural sexista s—lidamente arraigado. Por ello, las conductas que desaf’an los roles tradicional y socialmente establecidos son objeto de sorpresa y mayor o menor rechazo social. Este es el caso del ASC de mujeres hacia hombres, pues la sociedad considera que la emisi—n de piropos, silbidos, chißidos, o miradas son una conducta propia Ð y exclusiva- del var—n. Gaytan maniÞesta que las: interacciones en espacios pœblicos, donde no existen reglas tan claras como los que se presentan en el mundo laboral, en la escuela o en la familia, los desequilibrios obedecen a marcos de referencia (culturales y simb—licos) que institucionalizan y pautan las modalidades que adquieren las interacciones entre hombres y mujeres. Desde esta perspectiva, el acoso sexual es una forma de interacci—n institucionalizada y socialmente tolerada en la que se expresan las asimetr’as de poder entre hombres y mujeres como constructo cultural e hist—rico. (2009, p.16) Segœn testimonios de los informantes, la reacci—n de los hombres que experimentan un ASC es considerarlo ÒnormalÓ y sin importancia. Es decir, no sienten molestia sino que, al contrario, se sienten halagados y su masculinidad, puesta en valor. Resulta necesario mencionar que esta visi—n no solo est‡ presente en la poblaci—n masculina pues la poblaci—n femenina piensa de la misma forma. As’, uno de los entrevistados, Daniel (Comunicaci—n personal, 2021) menciona: depende bastante de la cultura; como somos machistas, por parte de una mujer un hombre no va a sentir nada o mucho, no se va a sentir acosado; siempre va a depender bastante del hombre, noÉ, de c—mo se siente. Como aqu’ se cambiaron los papeles creo que por parte o acciones del hombre jam‡s va a pasar algo. El entrevistado asocia estos pensamientos a la cultura machista, pues las actitudes de un hombre, al ser objeto de piropos, miradas o silbidos por una mujer, indican satisfacci—n y ellos revelan sentirse m‡s ÒhombresÓ. Aclara que la situaci—n no ser’a percibida como de acoso, aunque es prudente se–alar que esta visi—n no se puede generalizar. Otra entrevistada, Carolina (Comunicaci—n personal, 2021) coincide con esa visi—n pues considera que, al cambiar los papeles, los hombres: Se reir’an, la verdad, porque van a decir Òle gusto a la manÓ y se van a emocionar porque esa es la reacci—n de un hombre siempreÉ Los hombres reaccionan m‡s de una forma m‡s emocionada o sea se emocionan m‡s porque, como dije, piensan que les gustan y as’ lo van a tomar en chiste que una mujer estŽ ech‡ndole un piropo a un hombre. De acuerdo con los informantes, la reacci—n de la sociedad masculina al recibir un acto de acoso sexual callejero es de comodidad. El ASC reconforta al var—n en su postura jer‡rquicamente superior a la mujer, y alimenta una valoraci—n positiva por parte de sus pares masculinos. Constantemente, los hombres buscan la Òvalidaci—n homosocial, es decir la aceptaci—n de los hombres frente a otros hombres ante quienes prueban de forma permanente su virilidad y recalcan sus logros, es un juego de competencia y aprobaci—n mutua y constanteÓ (Luengo, 2010, p. 7). b. Cuando la mujer es v’ctima. Ahora bien, cuando hablamos sobre la reacci—n de las mujeres ante el ASC perpetrado por hombres, la diferencia es importante, en comparaci—n. Elizabeth es una joven universitaria de la carrera de psicopedagog’a. Ella creci— en un ambiente donde los roles de gŽnero estaban r’gidamente establecidos. Elizabeth adquiri— ciertos conocimientos y h‡bitos (habitus, en las palabras de Bourdieu) que a veces coincidieron y otras, contrastaron con los que se encontr— al momento de migrar hacia una zona urbana. En lo que respecta al ASC, Elizabeth lo experiment— tanto en la zona urbana como rural. Por ejemplo, en Intag1 cuando sal’a a la calle, ella pod’a ver c—mo los varones chißaban, miraban con morbo o emit’an piropos a las mujeres, m‡s aœn si eran personas que no frecuentaban esas zonas habitualmente. As’ mismo sucedi— cuando circul— en las calles y espacios pœblicos de Otavalo, acompa–ando a su madre. Elizabeth sent’a c—mo los hombres miraban, chißaban e incluso emit’an bocinazos a su madre. En sus palabras: Òme daba muchas iras porque estaban, porque a veces mi mam‡ se sent’a incomoda, porque hab’a personas, as’ como que personas mayores y eso es inc—modo, ver que una persona mayor una persona morbosa est‡ silbando, chißando a tu madreÓ. Son acciones que ella considera inc—modas, pero que con el pasar de los d’as llegaron a ser normales. Este caso constituye un ejemplo de ASC de los tantos que las mujeres viven a diario en la calle y, de forma general, en el espacio pœblico. Los piropos, chißidos, miradas pueden ser acciones consideradas inofensivas por quienes los emiten, sin embargo, para quienes los reciben la experiencia es otra. Cuando dichas manifestaciones sobrepasan la l’nea de la tolerancia (individual y, en gran medida tambiŽn, cultural), las reacciones pueden variar. c. Dependiendo del grado de familiaridad de quien emite el ASC. Como se describi— en las secciones anteriores, las reacciones de los hombres y mujeres ante un ASC no son iguales. Es importante mencionar que, a los factores antes mencionados, se suma una variable importante que inßuyen en el tipo y el grado de intensidad de la reacci—n: se trata de la cercan’a o familiaridad que quien proÞere el ASC tiene con la persona objeto de sus expresiones acosadoras. El ser humano, por mera supervivencia, es indispensablemente sociable. Los v’nculos afectuosos y los apegos sociables son producto de ello. Cuando un fen—meno social ocurre de forma recurrente, las personas tienden a tolerarlo y, con el tiempo, a normalizar su expresi—n. En el caso de un ASC, cuando es emitido por una persona desconocida o que no pertenece al grupo social de la v’ctima, esta enseguida desarrolla comportamientos de rechazo, temor, inseguridad e incomodidad. Mientras que si una persona allegada o conocida por la v’ctima 1 La zona de Intag, es una regi—n boscosa y campesina al occidente de la provincia de Imbabura, pr—xima a las ciudades de Cotacachi y Otavalo. 104 emitiera un piropo, chißido, bocinazo o mirada, la reacci—n no ser’a la misma. Otra variable que afecta la recepci—n de los piropos, silbidos, miradas y bocinazos y la reacci—n de las mujeres tiene que ver con la percepci—n que la persona objeto del ASC percibe al individuo acosador como ÒatractivoÓ. Alejandra (Comunicaci—n personal, 2021), por ejemplo, maniÞesta lo siguiente: yo, si tengo un amigo y me silba o algo, o sea yo le veo algo normal porque en s’ tal vez tenemos de ese tipo de conÞanza de tratarnos de esa manera, pero si ese tipo de cosas nos hacen personas que no conocemos, yo por parte (É) no me parece bien, me parece muy inc—modo y entonces no podr’a aceptarloÉ. Es nuestro problema tambiŽn porque dir’a que, si una persona atractiva me realiza este tipo de, no sŽ, de actividades, de acciones (É) entonces yo no lo tomar’a como bueno; o sea, por mi parte, tal vez no lo tomar’a como algo malo as’, si no, es m‡s, me sentir’a bien. Pero en cambio si no es una persona de mi agrado o de que no, no comparto algo entonces o sea no, no lo tomo bien entonces es como que no lo acepto. Ella aclara la aceptaci—n de una acci—n que podr’amos relacionar con el ASC cuando personas cercanas o incluso amistades lo hacen. Mientras que la no aceptaci—n se expresa cuando el coqueteo, miradas, silbidos o chißidos son ejecutados por individuos extra–os a ella. Finalmente, si se presenta el caso que un individuo ajeno a ella emite un piropo o silbido y es, a su criterio, ÒatractivoÓ, la reacci—n no ser‡ de incomodidad, sino de atracci—n. El que una persona o varias legitimen ciertas acciones que implican violencia o ponen en riesgo su integridad se explica por el grado de aÞnidad que Žl o ella mantenga con el individuo que lo realiza. Estas actitudes est‡n relacionadas con la teor’a de Bourdieu sobre el capital simb—lico, aunque, para entenderlo, se debe considerar que el soci—logo desarroll— cuatro capitales que se interrelacionan: capital econ—mico, capital cultural, capital social y capital simb—lico. Bourdieu lo deÞne como: (É) cualquier propiedad (cualquier tipo de capital, f’sico, econ—mico, cultural, social) cuando es percibido por agentes sociales cuyas categor’as de percepci—n son tales que son capaces de conocerlo (verlo) y reconocerlo, dar lo valora. (Bourdieu, 1994d: 116 citado en Fern‡ndez, 2012, p.35) En otras palabras, cualquier acto que sea identiÞcado y valorado socialmente, es decir, cualquier acto que es parte del capital social, ser‡ reproducido socialmente. As’, un acto de otra manera considerado violento, como lo son las manifestaciones de ASC, dejar‡ de ser percibido como tal en la medida que dicho acto es legitimado por las Þguras reconocidas colectivamente. Mediada por la relaci—n de poder que legitima el acto, la microviolencia callejera deviene en h‡bito. 5. Conclusiones La literatura deÞne al Acoso Sexual Callejero como una serie de acciones con connotaci—n sexual que llegan a afectar a las personas que lo reciben. Se exterioriza a travŽs de diferentes manifestaciones, sin embargo, su tipolog’a b‡sica es de car‡cter f’sico, verbal y no verbal. Mientras que la primera es f‡cilmente reconocible (y condenable), las dos œltimas suelen ser invisibilizadas y naturalizadas, lo cual implica una minimizaci—n de la gravedad intr’nseca a tales manifestaciones de violencia contra Ð sobre todo- la mujer. Con Michel Foucault se pudo constatar que las expresiones de ASC representan poder, es decir que el que los individuos se relacionen mediante la manifestaci—n de piropos, miradas o silbidos, implica un grado de dominio de un sujeto a otro. El acoso sexual callejero traduce una relaci—n de poder en clave de violencia de gŽnero. El acoso sexual callejero aparece como un problema sociocultural donde hombres y mujeres se ven afectados, aunque estas, en mayor medida. Los roles de gŽnero y el grado de proximidad entre los individuos suponen que, cuando un hombre recibe una manifestaci—n hostigadora, este actœa de forma positiva pues no representa ofensa, al contrario, eleva su ego masculino. Por el contrario, cuando el ASC es dirigido a las mujeres, ellas reaccionan de forma defensiva. Sin embargo, cuando el emisor del ASC es parte del entorno social de la mujer, hay una importante permisividad. De cualquier forma, la invisibilizaci—n y naturalizaci—n del ASC no so claramente disputadas sino, m‡s bien, reproducidas. 6. Referencias bibliogr‡Þcas Billi, M., Guerrero, M. J., Meniconi, L., Molina, M., y Torrealba, F. (2014). Masculinidades y legitimaciones del acoso sexual callejero en Chile. En Lamadrid, S.(Coord. Principal), Relaciones de gŽnero en el siglo XXI: Cambio y continuidades. Grupo de trabajo llevado a cabo en el 8¼ Congreso Chileno de Sociolog’a. Bourdieu, P. (2008). Estructuras, habitus, pr‡cticas. En P. Bourdieu, El sentido pr‡ctico. 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