Editorial “El autómata reproduce argumentos. El soldado los ejecuta. Las humanidades, una vez liberadas de la mera arqueología, son celebración y duda.” (Lladó, 2018, p. 109) A menudo se habla del saber y del conocimiento en grandes discursos públicos. En esas arengas, la universidad es el eje de disertaciones elocuentes a las que deberíamos escuchar con extrañeza y sospecha. Diversos grupos humanos se adueñan y se autorizan a pontificar su significado, funcionamiento y misión. Lo hacen algunos autodenominados intelectuales que colocan el adjetivo de académico a cualquier trabajo, sea riguroso o no, bajo la ambición de enaltecer agendas personales. Lo hacen los burócratas culturales de turno o los estrategas de la gestión política local para justificar con tecnicismos las barbaries de su gestión. Lo hacen cada vez más los especialistas del marketing y de las ventas, para pensar en la educación con índices de eficiencia y de rentabilidad para predecir posibles clientes y generar estrategias de ventas. Tratar con extrañeza estos usos o esferas apoderadas de la universidad nos invita a reflexionar sobre el papel de las instituciones porque, como dice Ortega y Gasset, una institución es una máquina y toda su estructura ha de ir prefijada por el servicio [compromiso]1 que de ella se espera (1930, p.409). Por otra parte, en estos momentos esta revisión es más que necesaria, porque la crisis sanitaria global ha obligado a cambiar las maneras de aprender y de enseñar, y ha replanteado la espacialidad del saber que se debate entre: la presencia virtual (presenciaausencia) y la presencia ante otro como agente del saber compartido. Pero ¿cuál es la misión de la universidad como espacio que interpela los modos de relación con el saber? ¿No resulta acaso necesario repensar más allá del análisis de este proyecto, en cómo o qué promueve la universidad en la construcción de nuevas maneras de vivir a nivel individual y colectivo? La universidad, más allá de ser un gestor de información específica para desarrollar destrezas específicas para una carrera o disciplina, es un espacio de construcción de vínculos. Un vínculo es bidireccional, es complejo, es dinámico, necesita de un otro reconocido como tal para accionar y obliga a mutar contantemente nuestros límites de la identidad. Es por esto que surge la pregunta: ¿hasta qué punto, la “rentable virtualidad” de la actual educación es un promotor de vínculos y de pensamiento compartido? Para Lladó “pensar es acercarse al territorio en el que los prejuicios caen, necesariamente, por el abismo que abre cada vínculo no dibujado” (2018, p.101). Es decir, en el encuentro con el otro, se redibujan y se rompen continuamente las fronteras del saber subjetivo y colectivo producto de la intracción2 en los espacios más allá del aula. Finalmente, queremos añadir que, en este número, algunos autores presentan trabajos en los cuales nuevamente se coloca sobre el debate el problema de la identidad, y el de la interculturalidad como proyecto problemático. Este último concepto se ha presentado desde varias perspectivas, pero resulta interesante resaltar que tanto en los artículos que se presentan en este número, como en los presentados en números anteriores, se pretende analizar críticamente la polisemia de este concepto que genera profundas problemáticas en su conceptualización y, sobre todo, pretenden analizar las consecuencias reales que tienen su apropiación funcional y su ejecución en prácticas fallidas de carácter político, cultural, educativo y social en nuestras sociedades. Diego Rodríguez Estrada Editor General ________ 1. Prefiero reemplazar en la cita la palabra servicio por compromiso, porque justamente, la educación y la construcción de conocimiento es un pacto, una apuesta y un acto político ante la realidad. 2. La intracción es un concepto tomado por Josep Martí (2015) de Karen Barad (2007) y se refiere a la bidireccionalidad de una relación humana (e inter-especies) y de la mutua constitución de agencias que emergen de esa relación. (Barad 2007: 33) Ese vínculo o intercambio no solo es material sino que está atravesado por un cuerpo y por una subjetividad (INTRA) que continuamente cambia, se altera y se resignifica con el otro. Ver: Martí, J. (2015). No sense la meva música: la música com a fet social. Perifèria. Revista d’investigació i Formació En Antropologia, 20(2); Barad, Karen (2007). Meeting the Universe Halfway: Quantum Physics and the Entanglement of Matter and Meaning. Durham & London: Duke University Press. _________