Sarance 46 (2021), publicacin bianual, perodo junio - noviembre, pp 103 - 128. ISSN: 1390-9207 ISSNE: e-2661-6718. Fecha de recepcin 26/04/2021; fecha de aceptacin: 24/05/2021 DOI: 10.51306/ioasarance.046.05 (In)decencia: la encrucijada entre la esclavitud y la libertad en el ejercicio de los trabajos sexuales Pinkayllak nishka kawsaykuna: imasha yukuna llamkay saruy kawsaywanpash shinallata kishpiyaywanpash watarishkamanta. (In)decency: the crossroads between slavery and liberty in sexual work. Seyedeh Sougand Hessamzadeh Villamagua shessamzadeh@uotavalo.edu.ec ORCID: 0000-0002-3186-240X Universidad de Otavalo, (Otavalo-Ecuador). Universidad Pablo de Olavide, (Sevilla-Espaa). Gustavo Marcelo Silva Cajas gsilva@uotavalo.edu.ec ORCID: 0000-0001-7510-4515 Universidad de Otavalo, (Otavalo-Ecuador). Universidad de Sevilla, (Sevilla-Espaa). Resumen La indecencia es la falta de observacin de las normas morales socialmente establecidas, siendo los trabajos sexuales considerados transgresores de la moral pblica. Ante esto, desde el feminismo se polarizaron dos posturas respecto de los trabajos sexuales: las radicales opuestas abiertamente al mercado sexual y al ejercicio de la prostitucin en especial por considerarla una prctica que cosica a las mujeres y perpeta el patriarcado; mientras que las antimoralistas argumentaban que el ejercicio de la prostitucin y la inmersin en el mercado del sexo reivindican la liberacin sexual femenina bajo el principio de la libertad y la autonoma de decisin. De lo mencionado, el presente articulo aborda las particularidades del mercado del sexo por dentro y fuera de las polarizaciones feministas, pues aparte de las dicotomas polticas existen realidades humanas que merecen un reconocimiento y reexin ms all del divn. Palabras clave: mercado sexual, prostitucin, feminismo, radical, antimoralista, libertad, patriarcado. Tukuyshuk Pinkayllatak nishka kawsaykunaka maykan allinkawsay kamachinakuykunata mana riksishpa kawsakkunapami nishpa riksishka kan. Shinami, yukuna llamkayka runakunapa allinkawsayta waklichinmi nin. Chaymantami, feminismomantaka yukuna llamkayta hamutashpa ishkay hatun yuyaykunata riksichin. Radical nishka yuyaykunamantaka kay yukuna llamkaykunapash yukuna hatunapampakunapash mana tiyanachu nihspami shayarin. Kay llamkaykunaka warmikunatallami yapata imayachin shinallta patriarcadotapash hatunyachin nin. Shukkunaka kutin, allinkawsayta mana allikachikkuna kan, chaymantami, yukuna llamkaypash, yukunapa hatunapampakunapash warmikunapa pakachishka sexualidadtami kishpiyachita yanapan nin. Chay yuyaymi warmikunapak kishpiyaytapash autonomiatapash sinchiyachin nin. Shinami, kay killkaypika feministakuna imatalla yukuna llamkaymanta yuyaykunata nishkata tantachin, kutinallirikun. Shinallata kay yuyaykunataka warmikunapa kawsaypi yuyarishpa rikuna nin, mana shuk tiyarinamantallaka rimanachu nin. Sinchilla shimikuna: yukuna hatunpampa; yukuna llamkay; feminismo; radical; allinkawsayta mana allikachikkuna, kishpiyay; patriarcado. Abstract Indecency is the lack of observance of socially established moral norms, with sexual work considered a transgressor of public morality. Given this, within feminism two positions regarding sex work became polarized: radicals openly opposed to the sex market and the exercise of prostitution, especially because it is considered a practice that objecties women and perpetuates patriarchy; while, the anti-moralists argued that the exercise of prostitution and the immersion in the sex market claim female sexual liberation under the principle of freedom and autonomy of decision. Of the aforementioned, this article addresses the particularities of the sex market inside and outside of feminist polarizations, since apart from political dichotomies there are human realities that deserve a recognition and reection beyond the couch. Keywords: sexual market; prostitution; feminism; radical; anti-moralist; liberty; patriarchy. Escribo desde la fealdad y para las feas, las viejas, las camioneras, las frgidas () todas las excluidas del gran mercado de la buena chica () porque el ideal de la mujer blanca, seductora, que nos ponen delante de los ojos es posible incluso que no exista. Teora King Kong. Virginie Despentes (Vv. 11) 1. Guerras del Sexo1 Toda guerra enfrenta, generalmente, a dos bandos opuestos. Eso es lo comn en trminos blicos, as como tambin es frecuente la adhesin de otros actores a las disputas que han provocado la guerra. Lo curioso es pensar en aquellas guerras propias, esas que las personas libramos contra nosotras mismas (en una dimensin ontolgica) o en aquellas que enfrentan a personas con pensamientos, al menos mayoritariamente comunes. Las Guerras del Sexo han sido particularmente diferentes en lo material a las guerras medievales por los territorios, las que enfrentan a las milicias, a las nucleares, o a las colonizadoras, por mencionar a las ms tradicionales e histricas formas de disputa armada. Y es necesario decir esto porque denitivamente en las Guerras del Sexo se confrontaron exclusivamente principios loscos y morales entre, principalmente, dos posturas feministas opuestas: (i) las radicales y (ii) las antimoralistas. Por una parte, y en trminos generales, las feministas radicales postulaban que la sexualidad en una sociedad patriarcal signica mantener y perpetuar la violencia en contra de las mujeres, pues sostenan que el sexo heterosexual ha sido dominado por los varones, caracterizando sus prcticas a travs de una ideologa de cosicacin en el sentido: varn/sujeto mujer/ objeto, lo que provoca el dominio y la violencia en contra de las mujeres (Linden 1982: 54-57). De otra mano, las antimoralistas mantenan que una caracterstica importante de la sexualidad es el viso liberador del intercambio de placer entre personas con capacidad de consentimiento, libre e informado, lo que involucra y no excluye, por ejemplo: la prctica de roles sexuales, trabajo sexual, sadomasoquismo, pornografa o sexo casual (Calia 1981: 30-34, Rubin 1981: 43-62). Como breve referencia, en esto consistieron las Guerras del Sexo, pero para entrar en detalles merece la pena tomar en cuenta y precisar que estos debates feministas se suscitaron en la dcada de 1960 e inicios de 1970 del siglo XX, durante la Segunda Ola feminista, con fuerte impacto en Estados Sex Wars es la forma ms comn de llamar a los debates del feminismo estadounidense respecto de la sexualidad durante la Segunda Ola; sin embargo, la traduccin al espaol sera Guerras del Sexo siendo su terminologa incompatible con las teoras feministas contemporneas que diferencian entre sexo, sexu.alidad y gnero, por ello se considera apropiado hablar de Guerras de la Sexualidad. Unidos de Amrica. La relevancia de la acotacin en cuestin conduce al desarrollo contextual del debate para identicar la polaridad de cada postura, como las reexiones de ambientes distintos al estadounidense. 1.1 Feminismo radical y sexualidad Segn las feministas radicales, (i) las relaciones sexuales heterosexuales cosican a las mujeres, y en consecuencia sustentan la dominacin y violencia sexual como se explic anteriormente, (ii) esta dinmica provoca la normalizacin de la violencia, la cual debera ser rechazada por el feminismo -de Segunda Ola-; (iii) para ello, decan, se deba tomar el control de la sexualidad femenina revalorizando los intereses propios de las mujeres -una sexualidad que propugne como ncleo a la intimidad y no al desempeo-, (iv) entonces, consecuentemente, una relacin sexual deba darse entre personas con pleno consentimiento, involucradas entre s, que no reproduzcan roles y que se encuentren en igualdad. Adems, planteaban el ejercicio de la sexualidad en torno a dos teoras, a) la de la primaca de la intimidad, y b) la del poder social. La primera plantea una posicin expresiva entre personas, que construye lazos y transmite emociones, y la segunda seala que la dominacin y cosicacin sexual sobre las mujeres institucionaliza roles masculinos (violencia) y femeninos (sumisin). Finalmente, sealaban que la libertad sexual demanda la eliminacin de las instituciones y prcticas sexuales patriarcales como la prostitucin, la pornografa, el sadomasoquismo, la heterosexualidad obligada, el sexo casual. Inclusive condenaban las relaciones lsbicas butch/femme (Ferguson 2019: 312). 1.2 Feminismo antimoralista y sexualidad Segn las feministas antimoralistas, (i) la opresin (patriarcal burguesa) caracteriza a la heterosexualidad, lo que conlleva la represin de los deseos sexuales mediante la estigmatizacin de las minoras sexuales para mantener el purismo y control de las mayoras, (ii) por tanto las feministas deberan rechazar cualquier juicio moral o restriccin que estigmatice a las minoras, (iii) demandar el control de la sexualidad exigiendo el derecho a ejercer cualquier prctica sexual que otorgue placer, (iv) consentimiento mutuo como condicionante previo. Al igual que las feministas radicales, planteaban el ejercicio de la sexualidad en torno a dos teoras: a) la de la primaca del placer, y b) la del poder social. La primera sostiene que la sexualidad es un intercambio ertico, genital y fsico de placer; y, la segunda plantea que la diferenciacin entre lo normal, legtimo y saludable y lo anormal, ilegtimo y enfermo privilegian ciertas prcticas sexuales sobre otras e institucionalizan la opresin, generando jerarquas e identidades construidas a partir de lo polticamente correcto; por ello, segn las antimoralistas el ejercicio de la sexualidad demanda la prctica liberal de la sexualidad que desobedezca a las categoras socialmente y comnmente aceptadas (Ferguson 2019: 314). Ahora bien, de lo descrito no se puede perder de vista el contexto en espacio y tiempo cuando se abordaron las precisiones sobre las Guerras del Sexo, considerando que: () en el movimiento feminista estadounidense, su inuencia terica y poltica ha enmarcado la disputa feminista en todo el mundo. Esto responde a lo que Bolvar Echeverra (2008) calic como la americanizacin de la modernidad, o sea que la tendencia principal de desarrollo en el conjunto de la vida econmica, social y poltica es la americana. Por eso no es rara la americanizacin del debate feminista mundial, por el papel determinante que han tenido las publicaciones y el activismo de las feministas estadounidenses. (Lamas 2016: 20) Por ello, las Guerras del Sexo entre feministas radicales y antimoralistas son las referencias de las tensiones que se dieron (se siguen dando) en el feminismo, principalmente estadounidense. Dichas tensiones gracan las disputas lgidas en torno a la sexualidad de las mujeres y sus efectos como elementos constructores de la sociedad, lo cual se constituye como un antecedente idneo y permite contextualizar lo concerniente a las implicancias relativas al mercado del sexo. 2. El mercado del sexo Adam Smith utiliz una metfora interesante para describir a aquella autorregulacin liberal para contener a las leyes del mercado; a dicha metfora se la conoce como la mano invisible2 (Cardona, en Smith 2018: 5). Segn Smith, el Estado no poda entrometerse en el mercado (el cual, para el lsofo y economista deba ser libre), sino nicamente ocuparse de la defensa o la justicia. La metfora de la mano invisible de Adam Smith aparece originalmente en su publicacin de 1759 titulada Teora de los sentimientos morales, inuenciada por David Hume. Sin perjuicio de aquello, la metfora se populariz en la obra denominada La riqueza de las naciones 1776, que se conoce como la biblia del liberalismo econmico. En ese sentido, el pensamiento de Smith se sintetiza en plantear que no est mal buscar el inters individual, porque aquello en un mercado libre benecia a la generalidad. Pero esta misma base losca de la economa es la que diversica el comercio acrecentando la oferta y tambin la demanda. El sexo no es la excepcin a la regla, y como en su gnesis el mercado es liberal debe sealarse que el mismo abarca todo intercambio de un bien o servicio, esto incluye a: la pornografa, el sexo virtual, los bailes erticos, los masajes erticos, el turismo sexual, el BSDM, la prostitucin, entre otras. Adems, debe sumarse el avance tecnolgico que facilita el consumo y diversica las vas de intercambio ms all de la idea de economa de mercado3. Por ello, este planteamiento mercantilista-liberal no es extrao a las dinmicas econmicas de negociar con los cuerpos, el sexo y la sexualidad, pero de cierta manera trata de sintetizar un equilibrio deseado entre la libertad personal y la justicia. Una conjugacin propia del contractualismo del siglo XVIII, que propugnaba un estado de cosas aparentemente estabilizadas entre los asuntos particulares y colectivos de las personas4. Pero no siempre los principios de libertad y justicia se relacionan armnicamente, y respecto de la sexualidad tenemos un claro ejemplo de tensin que queda bastante expuesta en la discrepancia entre las feministas radicales y las antimoralistas sobre el ejercicio de la sexualidad en general, y de la prostitucin en particular. El Estado, pese a que intente regular o controlar al mercado como a la sociedad, es al mismo tiempo cmplice de los opuestos de sus nes. 3 A este mercado se integran como consumidores u ofertantes: varones, mujeres, transexuales y transgneros. 4 La losofa poltica proveniente del contractualismo planteaba la idea del paso del estado de naturaleza al estado civil, momento en el cual la soberana que antes radicaba en los reyes pasa a radicar en el pueblo. Este movimiento de la soberana como contenedora del poder ilustra o diferencia dos cosas: (i) en el Antiguo Rgimen las personas no tenan derechos ni proteccin institucionalizada que fuera independiente del poder de las regencias por lo cual los monarcas y nobles estaban legitimados para intervenir a discrecin en el mbito de lo privado como para regular la convivencia social en el mbito de lo pblico; pero (ii) con la creacin de los Estados de corte moderno y las repblicas, entonces sera el mtodo democrtico el que viabilice los designios del soberano (el pueblo) a travs de la representacin, con la nalidad de poder cumplir, en principio, con los nes de la revolucin francesa preponderantemente (igualdad, libertad y fraternidad), lo que consecuentemente confrontara a las mayoras con las minoras, a lo comn con lo disidente conforme los y las representantes obedezcan el inters general respecto de las regulaciones de la vida privada y la convivencia en sociedad. Finalmente qu tan legitimado est una Repblica o un Estado para intervenir en las decisiones ms privadas de una persona? Esa pregunta complejiza justamente cuestiones como el ejercicio de la prostitucin o el aborto. 2.1 Justicia? Pero el dilema no queda ah, se complejiza cuando el comercio de los cuerpos y su libertad no son el nico punto de tensin, sino las programaciones sociales que reproducen y fortalecen el sistema patriarcal, en el cual generalmente, los roles de gnero se estructuran a partir de la dinmica sexual: el varn como dominante y la mujer como sumisa en torno a una poltica del rendimiento. El pacto originario es tanto un pacto sexual como un contrato social, es sexual en el sentido de que es patriarcal -es decir, el contrato establece el derecho poltico de los varones sobre las mujeres- y tambin es sexual en el sentido de que establece un orden de acceso de los varones al cuerpo de las mujeres (Pateman 1995: 11). En ese orden de ideas, las feministas radicales aluden a la legitimidad del contrato sexual, porque sealan que la libertad y el consentimiento de las mujeres esta condicionada por falta de recursos econmicos, culturales, por ser vctimas de distintas clases de violencia de gnero, o porque no es inocente pensar que en los sistemas opresores, como el patriarcal, la libertad y la voluntad difcilmente empaten, ya que la libertad no es negociar lo que es inevitable en una situacin dada, sino la capacidad de transformar radicalmente la situacin y/o determinarla (Jeffreys 2011: 39). Adems, desde el radicalismo se mantienen las interrogantes freudianas: el masoquismo femenino es un factor casi natural de la sexualidad femenina? la penetracin sera en s misma sufrimiento y pasividad de la mujer? (Auffret 2019: 575), preguntas que se responden armativamente al asegurar que denitivamente la mujer ocupa una condicin de vulnerabilidad y sumisin en la relacin sexual. La perspectiva de gnero visibiliza cmo la explotacin sexual, afecta de manera diferenciada a mujeres y hombres, profundizando en las relaciones de poder y desigualdad que se producen y que posicionan a las mujeres en un lado (oferta), y a los hombres en otro (demanda). Permitindonos plantearnos cuestiones como las siguientes: Por qu la mayor parte de las personas destinadas al mercado de prostitucin son mujeres y no son hombres? Por qu tantos hombres aceptan con normalidad que haya cuerpos de mujeres que se observan, se calibran y nalmente se paga para disponer de ellos? Cmo es posible que los hombres obtengan placer de personas que se encuentran en una situacin de clara inferioridad (...)? (De Miguel 2012: 52). Pero esta visin que expone la vulnerabilidad y cosicacin de las mujeres no es todo; por ejemplo, para Nancy Fraser, la transformacin de la prostitucin en un negocio global se da porque existen los llamados mercados desarraigados los cuales carecen de regulacin estatal y tampoco cuentan con control social, cabe indicar que mantienen una lgica econmica devastadora que ha mercantilizado no solo a la naturaleza, el dinero y el trabajo, sino tambin los cuerpos de las mujeres (Fraser 2012: 20). Por tanto, sera justo transformar radicalmente al sistema patriarcal, aboliendo prcticas comercializadas como la prostitucin, lo cual atendera, en trminos radicales, a la construccin de una sociedad igualitaria. 2.2 Libertad? Lamentablemente, sostener lo anterior nicamente desde el maniquesmo reduce las prcticas sexuales a un reclamo poltico que limita la satisfaccin de los cuerpos, e incluso se estara limitando la autonoma de la voluntad de las personas. Acaso la inmersin de las personas oferentes dentro del mercado sexual no obedece a cuestiones tan diversas como asumir cada responsabilidad particular o privada y cada responsabilidad pblica? No existen razones unvocas para ingresar en el mercado del sexo pese a la denuncia del feminismo radical en contra de la mercantilizacin sexual de los cuerpos de las mujeres como elemento importante en el mantenimiento de las estructuras patriarcales. El mercado del sexo es lo que Deborah Satz (2010) calica de mercado nocivo, pero ella misma dice que, aunque los mercados nocivos tienen efectos importantes en quines somos y en el tipo de sociedad que desarrollamos,prohibirlos no es siempre la mejor respuesta. Al contrario, si no se resuelven las circunstancias socioeconmicas que llevan al comercio sexual, prohibirlo o intentar erradicarlo hundira o marginara an ms a quienes se dedican a vender servicios sexuales. (Lamas 2019: 26). En esa tnica, tenemos como caractersticas del mercado del sexo: 1. precarizacin laboral, 2. liberacin sexual femenina y su irreverencia al deber ser mujer (castidad, cuidado y ejemplo de devocin familiar, 3. (in) decencia, y 4. doble moral. No es extrao ser consumidor o consumidora del mercado del sexo en lo privado, pero opuesto a su existencia en lo pblico. Eso es la doble moral. En esa misma lnea de ideas, se hace necesario entonces pensar tambin en qu medida el consumo convierte en objeto a los cuerpos, cuando en realidad todos los mercados (laboral, duciario, agropecuario, mdico, por mencionar algunos) mecanizan y requieren de cuerpos disciplinados para lograr nes productivos. La cuestin moral entre discutir sobre el capitalismo y la liberalizacin sexual de las mujeres no puede ser negacionista de la realidad, sin que por ello se busque perpetrar la condicin de medio de las personas o se legitime su opresin. El ejercicio de una actividad comercial demanda la proteccin de derechos, razn suciente para no perder de vista a quienes participan de manera voluntaria en el mercado sexual asumiendo su actividad como un trabajo consentido y elegido, lo cual no exime de riesgos a la ocupacin, como ser vctima de explotacin, coercin, tratos crueles, entre otras que tambin se presentan en la mayor parte de trabajos pagados; de tal manera que tanto el mercado del sexo, como cualquier otro, reeja jerarquas, desigualdades, sexismo y se encuentra traspasado por las marcas de gnero, clase, etnia y edad, las mismas que activan las relaciones de poder. De lo anterior, bien podra parecer que el trabajo de destapacaos y alcantarillas como el de una trabajadora sexual son denigrantes, pero comnmente el primero se ver beneciado por el consentimiento moral de la sociedad (se le reconocen al obrero sus condiciones socioeconmicas adversas y se legitima la dignidad de su ocio), mientras que el segundo es de plano rechazado por transgredir la costumbre generalizada e inuenciada, por dogmas conservadores (con frecuencia se cree que las mujeres se ven obligadas a entrar en el mercado sexual por pobreza pero tambin por ser la manera ms fcil de conseguir dinero, desacreditando tambin su capacidad de eleccin y difcilmente es reconocida como una trabajadora. Hay una ambivalencia: se le considera vctima de la pobreza, pero victimaria y verduga de la moral). A este sistema generalizado de pensamiento se le reconoce como falacia ad populum. Quin debe definir la conducta sexual de los ciudadanos? El Estado, los grupos religiosos, las feministas? Ah el tema del consentimiento cobra relevancia. Y no es nada fcil de resolver. Anne Phillips dice: El borramiento de los lmites entre la prostitucin y la trata, y el deseo aparente de considerar a todas las trabajadoras sexuales como vctimas, resta importancia a la agencia de aquellas que deciden trabajar en el mercado sexual y hace de la coercin la preocupacin central, incluso la nica (Phillips, 2013, p. 6). Qu es consentir? Qu es coercin? Consienten a su explotacin las obreras o son tambin coercionadas econmicamente? Ahora bien, si una mujer vende servicios sexuales por necesidad econmica o por cualquier otra razn, debe el Estado rescatarla? Por qu el Estado no se propone rescatar a otras mujeres, obreras o empleadas, tambin forzadas a trabajar en cosas que no les gustan o que incluso son peligrosas? (Lamas 2019: 26). Las preguntas que plantea Lamas presentan una tendencia liberal que reclama proteccin estatal (el equilibrio entre libertad y justicia), a travs de garantas que tienen la mayora de los trabajadores: derechos laborales y seguridad social. En todo caso, en este punto es oportuno acotar que: Elizabeth Bernstein (2014), seala que el discurso feminista que conceptualiza el comercio sexual como una forma de violencia hacia las mujeres ha sido funcional para el neoliberalismo y su poltica carcelaria. Segn ella, un elemento clave de este proceso es el uso creciente del discurso de la vctima para designar a sujetos que en realidad son producto de la violencia estructural y de prcticas de exclusin inherentes al capitalismo neo-liberal... Ese vnculo es justamente el que Nancy Fraser (2013) calica de una amistad peligrosa del movimiento feminista con el Estado neoliberal, con ideas muy lejanas a lo que alguna vez fue una visin radical del mundo (Lamas 2019: 27). Qu similitud existe entre el conservadurismo y una lite feminista radical? La respuesta es una tica aparentemente superior a travs de la cual creen estar legitimados para decidir qu es bueno y qu es malo. Si Fraser piensa que entre el feminismo y el Estado neoliberal pudiese gestarse una peligrosa amistad entonces cabra decirse lo mismo de aquel pacto eventual o circunstancial que podra darse con el conservadurismo- que ideolgicamente propugna perpetuar los roles de gnero y mantener el sistema patriarcal- visto que la extincin del trabajo sexual es un n comn compartido con distintos mtodos pero que nalmente siguen decidiendo sobre los cuerpos de las mujeres. 3. Cuerpos productivos libres o condicionados? Sin perjuicio de lo expuesto, queda claro que la moralidad estatal y social inciden profundamente en este dilema, pues para quienes el liberalismo es el fundamento existencial de las personas, no habra incorreccin en mercantilizar la sexualidad dentro del marco estricto de libertad; pero para quienes se decantan por la justicia (principio ms subjetivado que el de libertad) sobre la libertad, aparentemente el mercado del sexo fomenta el consumo y cosicacin de las mujeres, y en general de los cuerpos feminizados, bajo el modelo de un deber ser que oprime y que adems coadyuva a un sistema neoliberal que convierte a las personas en medios y no en nes. Nuevamente, la dialctica del debate vuelve a enfrentar a la libertad con la justicia, a la justicia con el consumismo, al consumismo con el comunismo, y a la moral con la indecencia; crculo del cual parece no existir mayor punto de encuentro que los derechos, que gusten o no a las diversas posturas, obligan al Estado a la proteccin de las personas por fuera o dentro del mercado sexual, atendiendo a sus necesidades personalsimas. En tal razn, no existe nada ms personal que el cuerpo y el modo en que se ejercen los derechos. La historia de la sexualidad en torno al cuerpo signica tambin la historia de la productividad: Ha habido, en el curso de toda la edad clsica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder. Podran encontrarse fcilmente signos de esa gran atencin dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hbil o cuyas fuerzas se multiplican(Foucault 2015: 158). Por ello, en los procesos histricos del disciplinamiento de los cuerpos y las mentes, parece no existir algo ms indisciplinado que comerciar con el sexo por ser polticamente incorrecto como medio de produccin ante la moral pblica, pero no son todos los cuerpos comercializados? La biopoltica tiene que ver con el control de los aspectos comunes de la vida como la natalidad, la mortalidad, la longevidad, etc. (Foucault, 2010: 3). Es por ello que el trabajo sexual corresponde a un tema de agenda para los estados actuales, ya que estas nuevas polticas de la era moderna de la que nos habla Foucault se sustentan en dos lneas fundamentales. Por un lado, la disciplina, vigilancia y castigo al cuerpo individual a travs de las instituciones y, por otro lado, el control y la regulacin de la poblacin y los procesos biolgicos a travs de mecanismos reguladores del Estado (Foucault, 2010: 7). Segn las matrices de pensamiento foucaultianas, una lgica losca nos llevara a concluir que tan cotizado en el mercado puede estar un mdico como un abogado, o una actriz porno como una astronauta, o una prostituta como una profesora, independientemente de los nes morales de su ejercicio profesional o su deontologa, al nal el capitalismo y el consumo obliga a las personas a incorporarse en el mercado. Tanto es as, que quienes no cuentan con cuerpos mecanizados para la produccin altamente competitiva, tienen complicaciones para llevar a cabo actividades de supervivencia econmica, por ejemplo, el mercado laboral se cierra para personas mayores de 50 aos, a personas con determinadas discapacidades, por decir lo menos, y por otro lado existe un rechazo hacia los cuerpos jvenes y feminizados para ocupar cargos de poder. Simplemente, la ley de la oferta y la demanda decide y selecciona, en funcin de la capacidad de los cuerpos para producir y de su utilidad para el consumo o el desecho. No obstante, desde un punto de vista jurdico e inclusive democrtico (en occidente) nicamente se legitima y positiviza la prohibicin de determinada conducta cuando sta pone en riesgo o transgrede un bien jurdico protegido, por ejemplo: la vida, la libertad, la propiedad, entre otros. Debido a aquello, el comercio sexual, como toda actividad mercantil, tiene que limitarse a desarrollar su comercio con el respeto estricto de los bienes jurdicos protegidos; en particular, y por mencionar algunos asuntos en cuestin, no puede ofertar prostitucin forzada, pornografa y prostitucin infantil, trata de personas con nes sexuales, esclavitud sexual, privacin de libertad e incomunicacin. Acciones que esencialmente destruyen la libertad, y con ello el fundamento de la vida y la dignidad en s mismas, y como consecuencia al libre mercado del sexo. Por ello, es imprescindible notar que al igual que cualquier actividad lcita y legtima, tambin existe un mercado negro del sexo, en donde los cuerpos pasan de ser dciles a esclavos. De cualquier modo, la opresin producida por el capitalismo y el consumismo sobre los cuerpos (dciles y productivos) por una parte, y la esperanza de vida de cada persona por otra, no le es suciente a la disidencia para desarmar los sistemas de opresin, sin quedar ms opciones que (i) resistir en la medida de lo posible y (ii) entrar en el mercado para alcanzar los medios econmicos que le permitan la subsistencia de acuerdo con sus aspiraciones personales. De ningn modo esto signica rendirse al culto de la opresin, pero s legitimar una tica de la productividad en la que no se creen valores superiores por ejercer una actividad u otra bajo el rgimen de la moralidad conservadora, pues al n y al cabo la venta de los cuerpos sucede en todo ocio. Por ello, resulta demaggico pensar que limitar la autonoma de la voluntad, el consentimiento y penalizar o condenar las conductas que forman parte del comercio sexual seran la va adecuada para desarmar las estructuras capitalistas y patriarcales. El intercambio sexual no siempre implica una retribucin econmica e histricamente acompaa a la especie humana desde su existencia, ya que no resulta adecuado satanizar la liberacin sexual, cuyo peso ms fuerte recae sobre las mujeres. Por ese motivo, se hace imprescindible considerar la centralidad de la posicin de las trabajadoras sexuales en el debate. 4. Sex work En 1978, Carol Leigh acu el trmino sex work5 en una reunin organizada por Women Against Violence in Pornography and Media (Organizacin feminista que form parte del movimiento anti-pornografa estadounidense), como respuesta al trmino industria del uso sexual que estaba siendo usado en dicha reunin. Segn Leigh, su pretensin era presentarse como prostituta, pero se dio cuenta que esa palabra y quien ejerce tal actividad estn fuertemente estigmatizadas a nivel social, por ello, para revalorizar su actividad y exaltar que la prostitucin es un trabajo dijo ser una sex worker. Bajo esta consideracin, Leigh buscaba hacer notar, desde su condicin laboral que las prostitutas son quienes venden sexo, y los hombres quienes lo compran, de tal manera que dicha relacin comercial depende sobre todo de las vendedoras, antes que de los compradores para establecer la relacin de intercambio. As, segn Leigh, la prostitucin existe no por mandatos de orden masculino, sino por propias decisiones de las mujeres. Esta postura plantea que las trabajadoras no se sienten vctimas, pero podra esto ser cierto? Cuando dicen que son libres para hacer sus opciones, o cuando dicen 5 La traduccin al espaol es trabajo sexual. 116 que no se sienten vctimas, transgrediendo la moral que niega la sexualidad del cuerpo prostituido, ni se dan cuenta de que reproducen la dinmica cruel de la dominacin, comportando como un objeto/ mercadora (sic), escondida por una supuesta libertad de opcin (Barbosa, 2008). El discurso de la prostituta evidencia, en ltimo anlisis, un condicionamiento a las exigencias de mercado de una sociedad pos moderna capitalista con sus especicidades (Ferreira 2019: 76). El radicalismo feminista se mantiene en la crtica de la cosicacin de las mujeres, pero no atiende a las dimensiones fcticas y relacionales de quienes ejercen el trabajo sexual, por ello: Estas producciones suelen diferir, adems, en funcin de si se trata de aproximaciones con base emprica o si son fundamentalmente tericas. Por lo general, lo que se ha escrito desde la losofa, por ejemplo, tiende a reproducir discursos generalizados que suelen nutrirse de las conceptualizaciones propuestas por el campo anti-porno. (Piscitelli 2005: 25) Por lo cual, es importante considerar aquellas situaciones y ambientes en los que efectivamente una trabajadora sexual pueda ejercer su autonoma y consentimiento de forma libre (sin atender el carcter terico de la inuencia del sistema patriarcal y capital, en el consciente y subconsciente de las personas) o crea hacerlo, y en los que dicha libertad se coarta, ya sea por acumular dinero, la necesidad o ambas. Pese a todo, la relacin comercial en denitiva tiene un propsito mutuo, pero sus consecuencias sociales presentan valores y desvalores que recaen sobre los cuerpos de las mujeres. As es que recibir dinero por sexo tanto valoriza cuanto desvaloriza, pues as, por su pago estos servicios son deseados y reconocidos como necesarios. En el mbito de esta relacin profesional del sexo/ cliente, recibir el dinero no es lo que desvaloriza a la mujer, mas el estupro, el acto del hombre que por fuerza rompe el contrato, lesionando fsica, emocional y econmicamente a la mujer que se siente reducida a total desvalor, intil. El no pago es traducido como romper el contrato () Recibiendo el dinero rearma su feminidad, sugiere competencia, implica capacidad, indica que son necesarias, tiles, importantes. Sin embargo, paradojamente (sic), el mismo dinero que la valoriza personalmente la desvaloriza socialmente (Ferrerira 2019: 82). La cuestin entonces cambia de tono cuando se incorpora el elemento dinero como valor de medicin moral de un ocio en una sociedad burguesa y capitalista, adems de clasista, racista y segregadora. En ese sentido, para Ferreira el valor que tiene el dinero que es lo que introduce las personas en la sociedad, en el caso de ellas es lo que las alejan (Ferreira 2019: 82). Todava, cualquiera que sea su valor simblico, el dinero es representacin de poder y de libertad y cada persona presta un signicado proprio, independencia para unos, supervivencia para otros, conforto (sic), lujo, dignidad personal, haciendo le sujeto de su propia historia. (Bernstein, 2008: 337). Cuestionar o pretender situarse en un escalafn moral superior al de una trabajadora sexual es un error, pues pocas personas en el mundo se dedican al ocio que quieren o creen querer o escogen libremente (en trminos absolutos) la actividad a la que se van a dedicar, en tal razn cabe preguntarse: cuntas personas aman su trabajo? quines trabajan solo por dinero? Es as que, enfrentando las vicisitudes del capitalismo, la precarizacin laboral, la transgresin de derechos, la exclusin y discriminacin, las trabajadoras sexuales empezaron por organizarse para demandar la reivindicacin de su labor, y exigir la garanta de sus derechos como trabajadoras (sex workers). El trabajo sexual, como trmino, empez a ganar campo en el reconocimiento de sus actividades como actos laborales y comerciales como cualquier otro; abriendo camino a una serie de demandas de quienes ejercan la diversidad del trabajo sexual, que se materializan en dos remarcables hitos: (i) la conformacin de COYOTE (Call Off Your Old Tired Ethics), y (ii) la toma de la iglesia de Saint Nizier por parte de las prostitutas de nacionalidad francesa pertenecientes a la localidad de Lyon en 1975 , por mencionar algunas. Esta creciente organizacin de trabajadoras sexuales a nivel nacional como internacional demandaba bsicamente: (i) tomar la palabra, representarse a s mismas y exponer sus argumentos sobre el trabajo sexual, en palabras sencillas, que no hablen por ellas; (ii) derechos laborales semejantes a los de cualquier otro trabajador o trabajadora, a n de evitar la marginalizacin y precarizacin del entorno y las actividades propias del trabajo sexual; y, (iii) lucha contra las enfermedades de transmisin sexual en general, y contra el VIH en particular, puesto que buscaban la proteccin de las prostitutas que se encontraban en condiciones de extrema precariedad y no contaban con los recursos necesarios (ni educacin sexual) para afrontar los riesgos sanitarios del ejercicio del trabajo sexual. 4.1 Virtual Sex Work Ahora bien, si el problema desde lo moral es mercantilizar al cuerpo y perpetuar la cosicacin de las mujeres en relacin al sistema patriarcal y capital, se debe sumar a la reexin tanto la autonoma de la voluntad (como ya se ha mencionado antes) como el avance tecnolgico y la velocidad en el crecimiento de la sociedad de la informacin. El trabajo sexual y el ejercicio de la sexualidad como categoras sociales no estn excentas de incorporarse a la virtualidad, dominada por corporaciones, incluso servicios de inteligencia estatales o multinacionales. De ello, se debe poner especial atencin al internet, en general, y a las plataformas de interaccin social, comercio e imagen en particular: (i) Facebook, (ii) Twitter, (iii) Instagram, (iv) Snapchat, (v) Tik Tok, y (vi) WhatsApp, como principales y populares redes que transmiten informacin de manera tan acelerada que las tendencias comunicativas (sobre todo de imagen) pueden tardar menos de un da en viralizarse a nivel global. Estas redes son plataformas de publicidad y comercio, que adems alimentan sus bases de datos de manera tan prolija y especca que tienen la capacidad de predecir comportamientos humanos en redes. De acuerdo con las estadsticas de las actividades que la persona lleva a cabo en internet, entre las opciones para transmitir informacin tenemos: me gusta, me encanta, me importa, me divierte, me asombra, me entristece, me enoja, comentar, compartir, retwitt, historia o tik tok. Se asemeja a lo que ocurri en la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos de Amrica: Playboy haba logrado inventar lo que Hugh Hefner denominaba un Disneyland para adultos. El propio Hefner era el arquitecto-pop de esta follie ertica multimedia. De algun modo, haba entendido que para cultivar un alma haba que disear un hbitat: crear un espacio, proponer un conjunto de prcticas capaces de funcionar como hbitos del cuerpo (Preciado 2010: 17) Esto es internet, esto son los smartphones: un hbitat lleno de un conjunto de prcticas que funcionan como hbitos del cuerpo, tan ntimos como aparentemente secretos, a disposicin permanente. Para ello era necesario atravesar los muros de la casa suburbana, penetrar en los domicilios privados, inocular en cada casa americana, primero por medio de la revista y luego a travs de la televisin, a un espacio virtual que se desplegaba nicamente a travs del texto y la imagen (Preciado 2010: 17). Estos mtodos de apropiacin o hbitat del espacio ntimo se replican actualmente a travs de los dispositivos tecnolgicos que incluso se han tomado las zonas ms pblicas del domicilio6. En este hbitat del internet y los smartphones, a partir de las bsquedas que las personas realizan y de las mltiples opciones puestas a disposicin (que cada vez son ms) para expresar, se permite identicar el patrn de comportamiento, una vez decifrado el modelo o tipo de consumidor van a llegar las ofertas y la seleccin de imgenes a consumir. Como consumidores, el mercado del sexo esta a disposicin, es por ello que actualmente hay plataformas como Only Fans, Tinder, Lovoo, Ashley Madison, Happn, Grinder, Dattch, 3nder. Estas plataformas han sido creadas con nes sexuales, y amorosos, en donde se conocen personas con intenciones sexuales que estn abiertas a mantener determinada actividad, que puede ser sexual o ertica. Las relaciones y dinmicas tecnolgicas de stas redes estn diseadas para consumidores del mercado sexual, sea que exista una intercambio monetario por ello o no. En el caso de Only Fans, s se debe pagar por el acceso a los contenidos privados (que son siempre sexuales) de las personas, se debe pagar una suscripcin que puede ser semanal, mensual, trimestral o anual para obtener las imgenes all contenidas. Uno de los casos ms actuales de conmocin en Only Fans fue el ingreso de la actriz Bella Thorne y una controversial venta de sus fotos que le llevaron a cobrar dos millones de dlares en apenas dos semanas, despertando el reclamo de varias trabajadoras del mercado sexual que ofertan sus imgenes en dicha plataforma, por dos cuestiones puntuales: 1. Las fotos subidas por Thorne no la exponan desnuda y ello merm en la conanza Segn Beatrz Preciado: Es posible leer los editoriales de los primeros nmeros de Playboy como un autentico maniesto por la liberacin masculina de la ideologa domstica. Sin embargo, esta liberacin no consistir, como en el caso del feminismo, en el abandono de la domesticidad, sino mas bien, y de manera paradjica, en la construccin de un espacio domstico especcamente masculino (Preciado 2010: 41). Lo relevante al anlisis que se presenta en este texto gura en la condicin de construccin de un espacio domestico para el ingreso del mercado sexual, que extrapolado a la realidad actual es comparable con el ingreso de la tecnologa y el internet a los espacios fsicos de intimidad. de los consumidores que inclusive le pidieron el reembolso del dinero a la plataforma, poniendo en tela de duda el contenido que ofertaban otras personas; y, 2. El nmero de clientes que una sola persona se llev en apenas dos semanas. La oferta en Only Fans es variada y existen algunos modelos de negocios que se llevan a cabo ah, as como diversos tipos de consumidores, pues se podra decir que la oferta es innita. Ahora bien, cul es la diferencia entre comerciar con el cuerpo va imagen o va carnal? La prostitucin tambin vende una imagen y el acceso carnal, nalmente ambas formas de mercado: real y virtual, desaan la moral de la sexualidad y perpetan la cosicacin de las mujeres como objetos a los cuales se le puede poner un precio. Respondiendo a la pregunta que antecede, la diferencia radica en la libertad y seguridad que tienen las personas en las redes sociales, frente a los peligros que afrontan las prostitutas en las calles. En cuanto libertad, en la virtualidad es ms sencillo ejercerla pues las plataformas han introducido ciertos parmetros de seguridad para ingresar en ellas, adems de ser mucho ms cercanas a la persona para acceder o renunciar a la red; mientras que respecto de la realidad, hay un alarmante nmero de casos de trata, violencia fsica, psicolgica, econmica, sexual, reproductiva, esclavitud, e inclusive privacin de libertad, que enfrentan las trabajadoras sexuales en los centros de tolerancia, burdeles, cabarets o lugares clandestinos, lo cual torna imposible ejercer la libertad en ninguna medida. Respecto de la seguridad, en la virtualidad el riesgo ms elevado se direcciona al derecho a la intimidad y su relacin con la viralidad en la reproduccin de determinado contenido, lo cual afecta el derecho al buen nombre de las personas, por las obvias implicancias sociales y morales que rechazan las disidencias sexuales o los comportamientos polticamente incorrectos. El trabajo sexual no solo se est transformando, sino que cada vez est ms al alcance de la oferta y la demanda. 5. Derecho y trabajo sexual. Qu hacer jurdicamente con la prostitucin? El trabajo sexual, como cualquier otra actividad milenaria de carcter personalsimo (el placer sexual -pagado o no pagado-), no va a desaparecer, por lo cual requiere de ciertas regulaciones para limitar o incluso erradicar prcticas transgresoras de derechos humanos. La funcin del Derecho y los sistemas jurdicos es dual: 1. mantener la delidad de los mandatos soberanos del pueblo (procesos democrticos de formacin de la ley); y 2. proteger los derechos de las personas. Para ello se sirve de la produccin normativa del Estado a n de regular las relaciones y condiciones para el desarrollo de la vida en comunidad. En ese sentido, a nivel internacional se observan 4 modelos tpicos de regulacin de la prostitucin: (i) prohibicionista, (ii) reglamentarista, (iii) abolicionista, y (iv) legalizacin o laboral. 5.1 Modelo prohibicionista Aparece a nales del siglo XIX y plantea que las principales responsables del fenmeno son las prostitutas, de tal forma que prohibe y sanciona tanto la oferta de los servicios sexuales como su demanda. Este modelo persigue a las prostitutas criminalizndolas; es decir, las considera delincuentes. As, el propsito del prohibicionismo es eliminar la prostitucin, pero no se han observado avances importantes en sus objetivos. Por ejemplo, en Estados Unidos de Amrica, una parte considerable de los Estados han adoptado este modelo; lo mismo ocurre en Europa, en el caso de Irlanda, pero llama la atencin que la penalizacin de la prostitucin y la criminalizacin de quienes forman parte del mercado del sexo ha incrementado la estigmatizacin y vulnerabilidad de estas personas. Este sobre control policial y judicial del prohibicionismo ha contribuido a que el 50% de las mujeres en prisin en Estados Unidos hayan sido privadas de su libertad por cargos relacionados con la prostitucin (Villacampa 2012: 97). 5.2 Modelo reglamentarista El reglamentarismo parte de tres objetivos: 1. La proteccin de los clientes (varones), 2. La regulacin del espacio pblico y la proteccin social de las enfermedades venreas (ve a las prostitutas y trabajadoras sexuales como agentes de peligro), y 3. la salud, la moral y decencia pblica. Como modelo normativo, desde el punto de vista sociolgico, el reglamentarismo acepta que la eliminacin de la prostitucin es una utopa, y que en razn de la seguridad ciudadana y el orden pblico hay que reglamentar la actividad. Para ello, establece una serie de medidas que buscan de algn modo mimetizar o reducir la actividad del mercado sexual, por ejemplo se dispone: 1. La inscripcin o registro de las trabajadoras sexuales (lo que obliga a su exposicin social e invade su intimidad); 2. Se determina de manera estricta los sectores donde se pueden ejercer estas actividades y se regula el uso del suelo; 3. Se exige el sometimiento periodico de examenes mdicos; 4. El pago de impuestos; 5. Someter a las prostitutas a normas de conducta tales como la obligacin de no aparecer en el espacio pblico, acatar horarios, o permanecer en los burdeles. El problema con el reglamentarismo es que parte de una estigmatizacin negativa del trabajo sexual, que de algn modo releva de responsbailidad social al consumidor haciendo que sta recaiga en la individualidad de quienes ofertan los servicios sexuales. 5.3 Modelo abolicionista Por su parte, este modelo de regulacin jurdica se presenta remarcablemente a partir del abolicionismo ingls, que se opuso frontalmente a las leyes inglesas de control de enfermedades venreas que perseguan a mujeres otorgndole a la polica la facultad de detener a las presuntas infractoras simplemente con su testimonio. Debido a esto, el desarrollo jurdico del abolicionismo se diferencia del prohibicionismo en que (pese a tener el mismo n) invierte la responsabilidad de las trabajadoras sexuales hacia los consumidores, as: MODELO DE REGULACIN RESPONSABILIDAD Prohibicionista Trabajadoras sexuales Abolicionista Proxenetas / Consumidores / Terceras partes Bajo esta consideracin, la Federacin Abolicionista fundada en 1875, cuya lideresa era Josephine Butler inici: Una cruzada internacional en contra de la reglamentacin de la prostitucin, considerada como doblemente peligrosa en tanto que implicaba, de una parte, la esclavitud de las mujeres y, de otra, el libertinaje masculino. (Maqueda 2009: 6) Con lo cual, el abolicionismo situaba a las prostitutas como victimas, a quienes se deba proteger, pero criminalizaba a su entorno; lo que ms adelante sera aprovechado por el conservadurismo para proteger la castidad masculina, femenina y asegurar la prctica del sexo por dentro del vnculo matrimonial; cuestiones que fueron presentando al abolicionismo y al reglamentarismo como modelos de regulacin jurdica con nes moralizadores. Sin embargo, iniciado el siglo XX, el abolicionismo se apoyara en un fenmeno polticamente sensible para buscar la abolicin de la prostitucin: la trata de mujeres con nes sexuales. Este modelo de regulacin terminara unicando a la trata de mujeres con la prostitucin, a tal punto que en 1949 quedara de maniesto la postura abolicionista en el Convenio para la represin de la trata de personas y de la explotacin de la prostitucin ajena (ONU, 1949), texto que establece a la prostitucin y a la trata como incompatibles con la dignidad y el valor de la persona. 5.4 Modelo de legalizacin o laboral. A diferencia de los otros tres modelos de regulacin, ste nace desde las demandas de las trabajadoras sexuales, se legitima en sus exigencias y reclamos como gremios nacionales e internacionales. Al respecto, postula la prestacin negociada y voluntaria de servicios sexuales, y el reconocimiento de derechos en general y laborales en particular. Lo dicho, se hace visible en el Maniesto de L@s Trabajador@s Sexuales en Europa7: Vivimos en una sociedad en la que se compran y venden servicios. El trabajo sexual es uno de esos servicios. La oferta de servicios sexuales no se debe criminalizar. Es inaceptable que se sacrique a l@s trabajador@s del sexo debido a la moral religiosa o sexual. Todo el mundo tiene derecho a vivir sus propios principios morales o religiosos pero esos principios no se deben imponer a terceros ni inuir en las decisiones polticas. Deseamos una sociedad en la que a l@s trabajador@s del sexo no se les deniegue la participacin social. () Adems, el Maniesto reclama los derechos a no sufrir discriminacin, a ser escuchadas, de asociacin y reunin, a la movilidad, a la privacidad y familia, a la rplica en medios, a la salud y el bienestar, a la migracin y asilo, al trabajo, a la seguridad; y denuncia la victimizacin, los abusos en el trabajo sexual, entre otros. 7 Formulado en el marco del Congreso de Bruselas de 2005 con la participacin de 120 trabajadoras sexuales de 26 pases. 124 Con lo que queda claro que el modelo de regulacin que pretende la legalizacin del trabajo sexual busca que las dinmicas del trabajo sexual se adecuen a una normativa que permita el ejercicio de los derechos laborales como cualquier otro trabajador o trabajadora. Sobre esto, Marjan Wijers seala que: el reconocimiento del trabajo del sexo como una actividad legtima y la despenalizacin de los negocios relacionados con la prostitucin, de manera que quede regulada bajo preceptos civiles y laborales en vez de penales. As, el debate dejara de centrarse en cuestiones morales, siendo las condiciones y los derechos laborales su foco prioritario. (Wijers 2004: 217) Si bien se conoce que en el mercado sexual concurre la comisin de varios delitos que sobre todo violentan los derechos de las mujeres, esto se debera tambin a la indiferencia de los Estados para reconocer, sin posiciones morales, que el trabajo sexual puede ser ejercido libremente, bajo regulaciones que se enmarquen dentro de la dimensin de lo civil, lo laboral y administrativo, pero no de lo penal. En este punto, cabe hacer referencia a que las abolicionistas plantean que el ejercicio del trabajo sexual no activa los deseos y placeres de las mujeres, cayendo en un error losco pues no toman en cuenta que, en realidad, la libertad y el placer, el miedo o el dolor no siempre son elementos indefectiblemente asociados entre s o complementarios. En ocasiones las actividades de comercio no encuentran el placer en la corporeidad sino en la recepcin de una ganancia que puede ser monetaria o reputacional; pero estas reexiones con frecuencia aplicadas a la comprensin de las actividades laborales de otros mercados no se aplica al trabajo sexual. La pregunta que plantea la insuciencia de la postura abolicionista frente a la legalizadora se sintetiza en acaso las trabajadoras domsticas o las agricultoras, quienes se dedican a la albailera o a la minera, buscan placer corporal en su actividad? La respuesta es no, misma que se derivara de dejar de sacralizar al sexo de manera absoluta y considerarlo designado nicamente para ser practicado por quienes cumplen con los mandatos sociales y morales del conservadurismo o del esencialismo feminista radical. Finalmente, otro planteamiento que presenta el modelo de regulacin del trabajo sexual desde la legalizacin, es la posibilidad de escoger a los clientes y negociar, que a diferencia de otros trabajos, ya sea en relacin de dependencia o no, faculta a las trabajadoras sexuales a ductilizar su situacin laboral en su benecio econmico e inclusive psicolgico. Una cosa es escoger a los clientes, y otra ser escogido. 6. Conclusiones Las guerras del sexo enfrentan dos posiciones polticas desde el feminismo, a las radicales por una parte y a las antimoralistas por otra. Las razones de la guerra surgen de las tensiones entre la libertad sexual de las mujeres versus su mercantilizacin como forma de cosicacin que perpeta el sistema patriarcal. Si bien ambas posturas plantean razonamientos lgicos, las actividades del mercado sexual son una realidad que no puede ser estigmatizada ni excluida de la comprensin poltica y losca del ser y su capacidad de discernimiento como de decisin. Por lo cual, quienes estn dentro del mercado sexual comercian bajo regmenes que permiten o impiden su actividad por cuestiones puramente moralistas, que de ser obiadas por el Estado, permitiran la dignicacin del ejercicio de sus actividades a travs del reconocimiento de derechos laborales, la regulacin con nes sanitarios ms efectivos, la recaudacin de impuestos, y el control de delitos como la trata, la esclavitud sexual, y otras formas de violencia extrema. Esto, siempre y cuando las personas en ejercicio de la autonoma de su voluntad, libre e informada decidan practicar cualquier trabajo del mercado sexual, caso contrario las prcticas clandestinas conllevan la comisin de delitos que atentan contra la dignidad humana y se constituyen como tratos crueles, inhumanos y degradantes. De lo dicho, nadie tendra porque decidir sobre el cuerpo de las mujeres, ni radicales, ni antimoralistas, conservadores o el Estado; o, al menos, no existe argumento lgico y vlido para no reconocer determinada actividad que parte de una decisin personalsima y no transgrede derechos de otras personas. Corresponde dejar de mirar al trabajo sexual desde los escalafones de la superioridad tica y desde la ventriloqua, toda vez que considerar que es una actividad carente de desicin libre como lo sostienen las radicales o manifestar que no es una actividad digna o decente segn conservadores, implicitamente anula e inferioriza a las personas que ejercen trabajo sexual. Vender imgenes o el cuerpo puede contravenir la moral pblica pero no derechos de nadie. De otra mano, reconocer derechos a una actividad no implica necesariamente perpetuar el patriarcado si las condiciones sociales permiten la libertad; porque en el mercado del sexo todas las posibilidades son legtimas (siempre que no atenten con derechos) para permitir las satisfaccin de los cuerpos y aquello implica a todas las personas. La relacin compra.venta / dominante-sumisin pueden crear relaciones verticales, pero, en la medida en la que cada persona se abstrae al ejecutar determinada prctica sexual, aquello sera apenas un medio temporal para alcanzar la satisfaccin, lo cual se diluira en lo posterior, pues la libertad siempre va a reconducir a la persona emancipada a la senda de su autonoma de la voluntad. No se puede olvidar que el acerleramiento de las comunicaciones, la informacin, y el crecimiento de las redes sociales estn forjando sociedades de la informacin en las que el mercado del sexo tiene su lugar, y se dinamizar de tal forma que nuevos mtodos de interaccin mercantil aparecern, siendo que la desmiticacin de los estndares morales de exclusin deben ser afrontados con la nalidad de dignicar un trabajo que puede ser tan hostil, riesgoso o benecioso como cualquier otro. Referencias bibliogrcas Bernstein, E. (2008). O signicado da compra: Desejo, demanda e o comrcio do sexo. Busquier, L. (2016). Biopolticas y trabajo sexual. Disponible en: http://journal. eticaycine.org/IMG/pdf/jeyc_julio_2016_07_busquier_elles.pdf Calia, P. (1981). Feminism and Sadomasochism Despentes, V. (2018). Teora King Kong. Ferguson, A. (2019). Sex War: The debate between Radical and Libertarian Feminists. Disponible en: https://zonafranca.unr.edu.ar/index.php/ZonaFranca%7C Ferreira, C. (2019). 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