Realidad y fantasías en la toponimia pre-kichwa ecuatoriana Reality and fantasy in the pre-Kichwa toponomy of Ecuador Alli yuyaykunapash pantaykunapash Ecuadormanda kichwapa ñawpa llakta shutikunapi Simeon Floydsfloyd1@usfq.edu.ec ORCID: 0000-0002-9739-2914 Universidad San Francisco de Quito (Quito. Ecuador) Revista Sarance ISSN: 1390-9207 ISSNE: e-2661-6718 Fecha de recepción: 07/10/2025 Fecha de aceptación: 15/10/2025 Cita recomendada: Floyd, S. (2025). Realidad y fantasías en la toponimia pre-kichwa ecuatoriana. Revista Sarance, (55), 42 - 99. DOI: 10.51306/ioasarance.055.03 ................................................................................................................................... Resumen En la región andina del Ecuador existen miles de nombres de lugares, o “topónimos”, que no pueden ser interpretados a través del kichwa, la lengua indígena más hablada actualmente en la sierra, introducida por los incas y difundida durante la colonia española. Estos nombres se interpretan mejor a través de las lenguas barbacoas, habladas hoy en la costa, lo que sugiere que las lenguas históricas perdidas como el pasto, caranqui, panzaleo, puruhá y cañari pertenecían a la misma familia que las lenguas modernas tsáfiki, cha’palaa, awapit, y namtrik (en Colombia). La toponimia pre-kichwa constituye un tópico fascinante que se conecta con las raíces culturales más profundas del territorio, aunque también ha atraído especulación fantasiosa sin el rigor de métodos científicos. En este artículo se analizan dos publicaciones recientes de C. Andrade, Lenguas Pretéritas (2024) y Voces Sumergidas (2025) para afirmar que estas intentan interpretar los topónimos pre-kichwas sin los estándares metodológicos de la lingüística histórica y producen, así, cientos de etimologías falsas. Para evitar cometer este tipo de errores, se propone una reflexión metodológica con una cuidadosa atención en: (1) estándares de formación de hipótesis científicas como la parsimonia, (2) rígida aplicación del método comparativo clásico en base de cambios regulares de sonidos, (3) significados comunes en la toponimia de los Andes, incluyendo elementos como la flora, la fauna y la geología andina, y (4) conocimiento de la gramática de las lenguas barbacoas. Proponemos que estas normas pueden ayudar a evitar la especulación y permitirán llegar a etimologías hipotéticas más sólidas y científicamente fundamentadas. Palabras clave: topónimos; Andes ecuatorianos; lenguas barbacoas; lingüística histórica; métodos científicos .................................................................................................................................. AbstractIn the Andean region of Ecuador there are thousands of placenames, or “toponyms”, that cannot be interpreted through Kichwa, currently the most spoken indigenous language in the highlands, introduced by the Incas y and spread during the Spanish colonial period. These terms are best interpreted through the Barbacoan languages, today spoken on the coast, suggesting that the historical lost languages such as Pasto, Caranqui, Panzaleo, Puruhá and Cañari belonged to the same family as the modern languages Tsafiki, Cha’palaa, Awapit and Namtrik (in Colombia). The pre-Kichwa toponymy is a fascinating topic that is connected to the deepest cultural roots in the region, although it has also attracted fantastical speculation without the rigor of scientific methods. This study presents a critique of two recent publications by C. Andrade, Lenguas Pretéritas (2024) and Voces Sumerigidas (2025), that attempt to interpret pre-Kichwa toponyms without the methodological standards of historical linguistics, producing hundreds of false etymologies. To avoid committing these types of errors, it proposes a methodological reflection with careful attention to: (1) standards for forming scientific hypotheses such as parsimony, (2) rigid application of the classic comparative method based on regular sound changes, (3) common meanings in Andean toponymy, including elements like Andean flora, fauna and geology, and (4) knowledge about the grammar of Barbacoan languages. Following these norms, it is possible to avoid speculation and to arrive at more solid and scientifically grounded hypothetical etymologies. Keywords: Toponyms; Ecuadorian Andes; Barbacoan languages; Historical linguistics; Scientific methods .................................................................................................................................. TukuyshukEcuadorpaj Andes urkukunapi achka llakta shutikuna, “topónimos” nishka, mana kichwapichu kan; kichwata ingakuna apamukpi, españolkuna ashtawan purichikpi, kunan chaypi kichwallata rimanakun. Shinapash, chay llakta shutikuna “barbacoa” costamanda shimikunapi ashtawan intindinchij. Shina kashpa, ñawpa tiempu chingarishka shimikunaka, pasto, caranqui, panzaleo, puruhá y cañari, barbacoa shimi ayllupi kana kan, kay kawsak shimikunawanpash: tsáfiki, cha’palaa, awapit, namtrik (Colombiapi). Kaypika ishkay mushuk libruta rikushun, ishkantin C. Andrademanda: Lenguas Pretéritas (2024), Voces Sumergidas (2025). Ñawpa llakta shutikunata yachajungapaj kay librukuna mana científico yuyaykunata katinchu, chaymandaka tukuypi pandarinmi. Ama shina kachun, kay métadologíata katina kanchij: (1) “hipótesis científica” nishkakunata rurana kanchij, “parsimonia” nishkata katishpa. (2) “Método comparativo” nishkata katina kanchij, tukuy mushuk uyariykunata shuj laya tarishpaka. (3) Andesmanda “significado” nishkakunata mashkana kanchij, kaymanda yurakunapaj wiwakunapaj rumikunapajpash shutikunata mashkashpa. (4) Barbacoa shimikunapaj “gramática” katina kanchij. Shina rurashpaka, ñawpa llakta shutikunapaj sumak mushuj “significado” nishkakunata tarinata ushanchijmi. Sapi shimikuna: llaktakunapaj shutikuna, Ecuadormanda Andes urkukuna, Barbacoa shimikuna, ñawpa tiempu shimikuna, ciencia ruraykuna ................................................................................................................................... 1. Introducción: interpretando topónimos pre-kichwas En la parada de buses, se anuncian los destinos: Tumbaco, Puembo, Pifo, Tababela, Yaruquí, Cumbayá, Guápulo y Lumbisí. Escenas como esta se repiten en paradas de todo el Ecuador, cada región con sus nombres locales particulares. Aunque a veces se asume que estos nombres son kichwas, la lengua indígena principal de la sierra en la actualidad, mi experiencia personal sugiere lo contrario. Al aprender kichwa en el 2001, descubrí que cuando yo preguntaba a kichwa hablantes los significados de estos nombres, no los conocían. Más tarde, mientras aprendía la lengua cha’palaa, en Esmeraldas, en 2006, empecé a notar que muchos de estos “topónimos” (término técnico para “nombres de lugares”) podían traducirse desde esa lengua, y no desde el kichwa. Esto sugiere que, antes de los incas, en la sierra ecuatoriana se hablaban lenguas relacionadas con el cha’palaa. Así comencé a investigar la herencia de las lenguas pre-kichwas de los Andes ecuatorianos, conocidas en las crónicas coloniales como pasto, caranqui, panzaleo, puruhá y cañari, comparándolas con las lenguas de la costa: tsafiki, cha’palaa y awapit. Junto con el namtrik (o guambiano) de Colombia, estas constituyen cuatro lenguas vivas de la familia barbacoa (Beuchat & Rivet, 1907; Constenla Umaña, 1991, pp. 71–81; Curnow & Liddicoat, 1998; Gonzales Castaño et al., 2023; Moore, 1962). En una publicación (Floyd, 2022) utilicé evidencia toponímica estadística para confirmar lo que propuso originalmente Jijón y Caamaño (1940, p. 388), es decir, que pasto, caranqui y panzaleo pertenecían a la familia de lenguas barbacoas, y además demostré por primera vez que el puruhá y cañari también formaban parte de esta misma familia. Por ello, es posible proponer traducciones hipotéticas como: “Tierra Plana” o “Meseta” para Quito, “Montaña Brillante” para Cotopaxi, “Llano de Cactus” para Pomasqui, “Montaña de los Foráneos” para Oyacoto, “Tierra del Sol” para Pacto, “Lugar de Agua Caliente” para Lumbisí, “Loma Erosionada” para Ilaló, “Lugar de Aguacates” para Alangasí, “Río de Abejas” para Tandapi, “Montaña Grande” para Guápulo, “(Río de la) Cascada” para Río Pita, “Río Arenoso” para Chalpi o El Chaupi, “Filo de Mariposas” o “de Puercoespines” para Bombolí, entre muchos otros. En las secciones siguientes se explicará la metodología necesaria para formular estas propuestas, y se enfatizará que se trata únicamente de algunas de las posibles interpretaciones entre muchas otras alternativas. Este reconocimiento resulta fundamental al abordar significados que se han perdido en un tiempo remoto. Existe una diferencia importante entre las propuestas científicas para las etimologías de topónimos y aquellas que pretenden ofrecer los significados definitivos. Las interpretaciones presentadas en el párrafo anterior se sustentan en hipótesis sólidas basadas en evidencia existente, sin embargo, siguen siendo hipótesis y, en algunos casos podrían ser incorrectas. Algunas seguramente lo son. La realidad es que nunca será posible tener certezas en cuanto a los significados de palabras en lenguas perdidas que no cuentan con documentación histórica. Aceptar esta incertidumbre es precisamente lo que permite aplicar el método científico y aprender algo, aunque sea parcial o hipotético, sobre nuestra herencia toponímica y las lenguas pre-kichwas de los Andes ecuatorianos. Podemos aplicar una regla sencilla para diferenciar las propuestas científicas de la especulación: si alguien afirma conocer con certeza un significado definitivo de un topónimo pre-kichwa, sin reconocer margen de error, esa propuesta no constituye una hipótesis científica, sino una postura ideología personal y, por lo tanto, puede ser descartada. 1.1 El problema de las traducciones anticientíficas Cuando presento los posibles significados de topónimos pre-kichwas al público, estos siempre generan un gran interés, ya que se conectan con nuestras experiencias personales en estos lugares, sitios donde podríamos haber vivido toda la vida sin nunca saber lo que podría significar sus nombres. Sin embargo, este tópico también tiende a atraer a personas fantasiosas, excéntricas o charlatanes, que se autoproclaman “expertos” e insisten en sus propuestas erróneas, sin demostrar metodología científica ni evidencia lingüística. Desafortunadamente, la historia lingüística andina ha sido objeto de especulación fantástica durante mucho tiempo, y muchas de estas ideas equivocadas llegan a circular en el discurso público. Tras escuchar numerosas malas etimologías, provenientes de guías de museos y sitios arqueológicos, de guías de montaña, en las redes sociales, o de “expertos” sin la preparación adecuada que se presentan como grandes autoridades, me encuentro en la obligación de escribir el presente texto, con el objetivo de contribuir a frenar estas distorsiones y promover una aproximación científica al estudio de los topónimos pre-kichwas. Estas tendencias de especulación fantástica sobre la historia lingüística andina se remontan a la época colonial. Un buen ejemplo es la propuesta de Juan de Velasco, quien sostuvo que en Quito se hablaba un kichwa pre-inca vinculado a la supuesta dinastía de los Schyris (Velasco, 1789/1981). En los años 60, Costales y Peñaherrera postularon una relación infundada entre Schyri y la palabra shilli (“recto” o “correcto”) del cha’palaa y del tsafiki, con el fin de proponer que el mítico “Reino de Quito” en verdad ya era, con base en anacronismos nacionalistas, el “país de Ecuador” por el significado “línea recta”. Además, combinaron esta palabra con el verbo panu “hablar” para inventar el idioma ficticio “shillipanu” (Peñaherrera de Costales & Samaniego, 1968, p. 9), un término artificial que, desafortunadamente, ha sido adoptado en algunos sectores comunitarios como el supuesto nombre de su lengua originaria. Si bien estas comunidades efectivamente hablaban lenguas pre-kichwas, estas tenían sus propias denominaciones y no respondían a esa construcción imaginaria. De manera similar, encontramos otras ideas de que las lenguas del Ecuador son “similares” a lenguas distantes del mundo. Por ejemplo, algunos proponen que el shuar chicham se relaciona con el japonés. Uno de los clásicos mitos es la aserción del húngaro Juan Morizc que indica que el tsáfiki es inteligible con lengua húngara (Moricz, 1968). Tales planteamientos, sin embargo, se derrumban frente a preguntas básicas como “¿Cuáles serían tres palabras que el tsáfiki y el húngaro comparten?” Sin embargo, por alguna razón, estas ideas persisten en seguir circulando, alimentadas por el nacionalismo, el romanticismo y el esoterismo11 ________________ 11.- No existen muchos estudios académicos sobre la toponimia ecuatoriana, y los que hay son de calidad variable. Para mencionar algunos: las obras de Jijón y Caamaño, que buscaban relaciones improbables con lenguas distantes (1940); las compilaciones de topónimos en trabajos de Paz y Miño (por ejemplo, 1961); los escritos muy especulativos de Pérez (por ejemplo, 1969); algunas contribuciones más cuidadosos como Grijalva sobre la zona Pasto (1947), Encalada sobre la zona cañari (2021), Reino Garcés y Díaz sobre la zona panzaleo (2024), o Acosta Solís con su enfoque geográfico-nacional (1986), trabajos que tienen el valor de admitir que, en la mayoría de casos, no tenemos suficientes datos para proponer etimologías claras; y los importantes estudios etnohistóricos de Caillavet (2000), bien fundamentados en fuentes históricos. _________________ Es en este contexto, recientemente se han publicado dos libros que pretenden ofrecer una “nueva toponimia”: Lenguas Pretéritas: Hacia una nueva toponimia de los Andes del Ecuador ( 2024) y Voces Sumergidas: El enigma de la onomástica paleoandina del Ecuador (2025), ambos de Camilo Andrade Escola. Aunque se presentan como propuestas innovadoras, solamente resultan ser nuevos ejemplos de la falta de seriedad con que se ha tratado a la historia lingüística andina. Estas obras se presentan como “trabajos académicos”, mencionando en sus introducciones métodos científicos, pero en la práctica, no se ven aplicados. El autor asegura haber revisado las fuentes principales (2024, pp. 35-36), pero rara vez se citan, y la mayor parte de las fuentes relevantes sobre las lenguas barbacoas está ausente de la bibliografía (ver sección 2). Estas publicaciones afirman aplicar el método comparativo clásico, pero no incluyen las tablas comparativas de palabras requeridas por ese método (2024, p. 35; ver sección 3). Dicen haber realizado un “análisis fonológico sistemático” (2004, p. 36) pero los cambios de sonidos que proponen son oportunistas, irregulares, sin motivación, y en algunos casos considerados imposibles en la ciencia lingüística (ver sección 3). De igual manera, se sostiene haber prestado atención a la ortografía histórica del español (2004, p. 36), pero el autor no parece capaz de conceptualizar sonidos que no existen en el español, incurriendo en constantes confusiones con su propia ortografía (ver sección 3.2). Del mismo modo, se mencionan criterios de “viabilidad lingüística” y “viabilidad semántica” pero sus propuestas ignoran por completo los sistemas semánticos y gramaticales de las lenguas barbacoas (2024, p. 35; ver secciones 4 y 5). Andrade sugiere haber confirmado sus propuestas mediante visitas a los lugares y a través de la observación personal (2024, p. 36), pero ¿cómo sabemos que él autor puede ver la geografía con los ojos de los pueblos pre-incas, y no desde sus propios sesgos? (ver secciones 2, 4). Finalmente, estos libros dicen confrontar etimologías falsas (2024, p. 36) pero en realidad terminan batiendo el récord en la cantidad más grande de etimologías falsas jamás publicadas. Cada uno de estos problemas metodológicos, y muchos otros que no alcanzan a mencionarse aquí, bastarían por sí solos para fundamentar una crítica detallada. Existe un riesgo de que se tome en serio estas obras de ficción presentadas bajo la apariencia de ciencia, y el público merece saber la verdad. Por ello, es necesario advertir que ningún lingüista profesional aceptaría estas propuestas, y menos aún si tiene alguna experiencia con la lingüística histórica andina. Resulta evidente que estas obras no pasaron por un proceso adecuado de revisión por pares, pues cualquier investigador que conoce sobre el tema las habría rechazado. Es decepcionante que editoriales de trayectoria como la Casa de la Cultura y Abya Yala hayan publicado estos textos sin el debido proceso de revisión. Andrade dice haber confirmado sus propuestas mediante trabajo de campo con hablantes de lenguas barbacoas, sin embargo, en ninguna parte de su obra aparece su contribución. Por el contrario, suplanta datos de las lenguas modernas con sus propias teorías, mal formadas y equivocadas. Le habría resultado provechoso escuchar a los hablantes de estas lenguas. En la realidad, somos pocas las personas con trayectorias de investigación con estas lenguas, y entre nosotros hemos producido varios estudios relevantes sobre esta familia lingüística. Resulta particularmente notable que Andrade cite a varios autores “prestigiosos” pero irrelevantes en el tema de lenguas pre-kichwas como Wittgenstein, mientras que ignora casi completamente la literatura descriptiva existente sobre las lenguas barbacoas, en las cuales pretende ser experto (Curnow, 1997, 2002; Dickinson, 2000, 2002; Floyd, 2009, 2014a, 2014b, 2015, 2016, 2018, 2020; Floyd & Norcliffe, 2016; Gonzales Castaño, 2019, 2020; Lindskoog & Lindskoog, 1964; Moore, 1966; Norcliffe, 2018; Rojas Curieux et al., 2009). Algunos colegas y yo estamos colaborando en un trabajo lento y cuidadoso de reconstrucción histórica de la familia lingüística barbacoa, un trabajo extremadamente complejo que ha requerido ya muchos años, incluso para un equipo de expertos con preparación académica. En contraste, Andrade, quien no cuenta con ninguna credencial en lingüística histórica y no posee un historial de publicaciones científicas donde hubiera tenido que defender sus propuestas contra un proceso riguroso editorial, afirma haber resuelto en solitario todas las preguntas que la comunidad de expertos no ha podido responder después de años de investigación. Sin nunca haber dialogado con la comunidad académica, edita de manera repentina su primera publicación masiva, que él caracteriza en su nota biográfica como una “obra de setecientas páginas” (2025, p. 335). Sin embargo, aquí se confunde la cantidad con la calidad, porque setecientas páginas incoherentes que ignoran los métodos científicos no representan una contribución al conocimiento, sino que, al contrario, resultan perjudiciales al difundir ideas erróneas. Así mismo, en su biografía enfatiza haber alcanzado “un dominio lingüístico en nueve lenguas” (2024, portada; 2025, p. 335) sin darse cuenta de que la lingüística no consiste en aprender muchas lenguas, sino en desarrollar la capacidad de poder analizarlas (Stollznow, 2018). Nada en su obra evidencia que está capacitado para eso. Aunque no es una prioridad el debate con propuestas no fundamentadas, este tópico es justamente mi área de especialización, y se trata de un tema que he desarrollado cuidadosamente durante varios años en colaboración con colegas, con el propósito de difundir resultados científicos sólidos. Cuando aparece alguien sin preparación, que insiste en que sus opiniones son las únicas válidas, resulta un insulto no solo a los lingüistas que trabajamos esto tópicos, sino también —y más grave aún— a las comunidades indígenas y su herencia lingüística milenaria. Después de toda la opresión histórica que han sufrido desde los sectores del poder socioeconómico, ¿podríamos, por lo menos, pedir que se deje de inventar y tergiversar su historia? Cuando Andrade caracteriza despectivamente estudios previos como “pseudoeruditos” (2024, p. 477), y así nos proporciona, sin querer, la mejor palabra para caracterizar sus propios libros. A pesar de que la palabra no conste en el diccionario de la Real Academia, si combinamos el prefijo “pseudo-”, que significa “falso”, con “erudito”, que significa “sabio” o “experto”, resulta el término perfecto para describir a alguien que utiliza un vocabulario aparentemente complejo, con palabras técnicas como “morfo-fonémica” y “esquemas fono- semánticas” (2025, portada), sin demostrar, en la práctica, una comprensión real de su significado. Esta situación nos recuerda el conocido “efecto Dunning- Kruger”, que muestra una correlación entre cuanto menos se sabe sobre un tema, más se cree experto (Dunning, 2011; Kruger & Dunning, 1999). Por lo dicho, he atravesado esos cientos de páginas para evitar que otras personas tengan que hacerlo; y a continuación, señalaré algunos de los aspectos específicos más problemáticos de estos textos. A pesar de la extensión de este trabajo, este análisis resulta insuficiente para explicar todos los problemas que presentan las mencionadas publicaciones. Pero con esta crítica busco también mostrar lo fascinante que es el estudio de la toponimia pre-kichwa del Ecuador, siempre y cuando se lo realice con cuidado y respeto. Aunque he procurado usar lenguaje sencillo cuando ha sido posible, para un trato serio de este tópico es necesario aplicar ciertos términos técnicos lingüísticos. Por ello, si en algún momento la terminología resulta fatigante, recomiendo pasar hasta la conclusión, en la sección 6, donde el argumento está resumido de forma concisa. 1.2. Cómo investigar topónimos sin caer en errores comunes Con tantas propuestas “pseudoeruditas” sobre la toponimia andina y la evidente escasez de estudios científicos, surge una pregunta fundamental: ¿cómo avanzar en nuestro conocimiento sobre este tópico? La clave está en trabajar con datos confiables, en particular, con datos descriptivos sobre las lenguas barbacoas modernas cruzados con bases de datos toponímicos22 y con una metodología sistemática. Solo así es posible comprender mucho más sobre los significados probables de topónimos en las lenguas perdidas. En ese sentido, además de ofrecer una crítica y advertir sobre las prácticas que deben evitarse, me interesa tomar esta oportunidad para hacer una contribución positiva y ofrecer herramientas claras para investigar topónimos andinos pre-kichwas. ____________________ 22.- Véase Floyd, S. (2022). Ecuadorian highland Quichua and the lost languages of the northern Andes. International Journal of American Linguistics, 88(1), 1–52. https://doi.org/10.1086/717056 ____________________ En la sección 2 se mencionará normas generales para la formulación y evaluación de hipótesis según el método científico, recordando que toda interpretación toponímica es hipotética, nunca una verdad definitiva. En la sección 3 se explicará la importancia del método comparativo clásico de la lingüística histórica fundamental para la reconstrucción fonológica, en la que se establecen cambios regulares de sonido. Este proceder contrasta con los cambios de sonido propuestos por Andrade, donde no se observa ninguna regularidad, sino únicamente los caprichos del autor. La sección 4 propondrá parámetros para elaborar hipótesis semánticas más realistas. Por ejemplo, los topónimos suelen estar construidos a partir de una gran variedad de términos comunes vinculados a rasgos diversos del medioambiente, y no a los cientos de términos que Andrade interpreta con significados extraños como “hondonada” y “frondosa”, repetitivamente. El léxico de la toponimia no funciona así, y muestra mucha más diversidad de significados en la realidad. Por último, la sección 5 se centrará en la gramática de las lenguas barbacoas para poder llegar a propuestas adecuadas para núcleos y modificadores, así como el uso de prefijos, sufijos, clasificadores y locativos, considerando sus propiedades morfosintácticas reales. Esto difiere de las propuestas de Andrade donde ignora la gramática y confunde estas categorías fundamentales. Siguiendo el método científico y prestando atención a la fonología, la semántica y la morfosintaxis, se podrá dar ejemplos de propuestas sólidas y factibles, distinguiéndolas de las especulaciones o fantasías que con frecuencia vemos alrededor de los topónimos. Evidentemente, aplicar estos métodos resulta mucho más difícil que inventar significados imaginarios, pero constituye la única forma de llegar a propuestas válidas y no hay forma de cortar el camino. Se espera que, con base en estos principios científicos, en el futuro surjan más trabajos serios y rigurosos y menos propuestas pseudo-eruditas. 2. Normas para hipótesis científicas Antes de abordar aspectos específicos de la lingüística histórica, es importante enfatizar en un aspecto central del método científico: en realidad nada es “comprobado” por la ciencia, sino que evalúa cuál hipótesis corresponde mejor a la evidencia disponible. Toda hipótesis puede ser modificada o descartada si se presenta nueva evidencia. Por ejemplo, una interpretación de un topónimo pre-kichwa podría considerarse probable con base en evidencia fragmentaria; sin embargo, si apareciera nueva documentación como los catequismos ordenados en 1593 de pasto, puruhá y cañari mencionados por Jijón y Caamaño (1941 v2, p. 385), esta evidencia que podría cambiar por completo un resultado anterior. Resulta preocupante que los dos libros de Andrade propongan numerosas supuestas traducciones de topónimos como “transparentes”, presentándolas como definitivas en lugar de como hipótesis frente a otras posibilidades viables. En sus textos se utilizan expresiones como “sin lugar a dudas” (Andrade, 2024, p. 487), incluso en propuestas que resultan extremadamente dudosas. Por ejemplo, se sugiere que el topónimo amazónico Pumayacu, que muy claramente significa “Río del Puma” en kichwa, en verdad tiene, según el autor, el significado raro de “Río de la Hondonada Boscosa”. Como se discutirá más adelante, estos supuestos significados, cargados de palabras extrañas como “hondonada” y “boscosa”, no corresponden a los significados típicos de lenguas barbacoas ni de otras lenguas andinas. En lugar de formular y probar hipótesis posibles en base de la evidencia, Andrade propone estos supuestos significados como definitivos, sin someterlos a verificación. Esta forma de generar propuestas no cumple con los estándares científicos básicos. 2.1. El problema de la falsificación de datos En la presentación del libro Voces Sumergidas, realizada el 23 de julio de 2025 en el editorial Abya Yala3 , Fernando Garcés señaló un aspecto especialmente problemático de los significados propuestos por Andrade. Se trata del uso de formas cortas de una sola consonante y una vocal (CV). Estas formas son tan comunes que resulta muy fácil equivocarse, razón por la cual no suelen ser las formas preferidas para el estudio histórico (Ringe, 1992), ya que se prestan a especulaciones y equivocaciones. Al igual que señaló Garcés en su discurso (2025, 19:15), mis colegas y yo hemos argumentado que, en el caso de las lenguas barbacoas, no hay como evitar las formas CV, porque la mayoría de las raíces reconstruidas son de este tipo (Gonzales Castaño et al., 2023). Por ello, enfatizamos en que hay que ser muy cuidadosos. A diferencia de Andrade, Garcés es un investigador serio, con una serie de publicaciones de gran calidad sobre la historia lingüística andina (Garcés, 1997, 1999, 2018). Gracias a su experiencia, pudo ubicar fácilmente la literatura relevante sobre las lenguas barbacoas que Andrade parece ignorar. ____________________ 3 Véase: Editorial Abya-Yala. (2025, julio 24). Presentación del libro Voces sumergidas. El enigma de la onomástica paleoandina del Ecuador [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=pJWmYvbYqlw ____________________ En nuestro artículo argumentamos que la única forma de superar el problema de la alta probabilidad de equivocarse con palabras CV es mediante una atención cuidadosa a los significados de las cuatro lenguas barbacoas modernas. En cambio, Andrade, insiste repetidamente en que no busca formas ni significados en las lenguas actuales, sino en una supuesta reconstrucción de la proto-lengua anterior. Esto no tiene sentido, ya que —como se mostrará en la sección 3— no hay otra forma de llegar a propuestas históricas para proto- lenguas más que aplicar métodos de reconstrucción con base en los significados de las lenguas modernas, algo que Andrade nunca hace. Así, aunque afirma haber seguido el método comparativo para asignar significados, esa afirmación es, en realidad, falsa. Si Andrade no toma en cuenta seriamente los significados de las lenguas modernas, ¿de dónde provienen entonces sus propuestas? La respuesta es completamente opaca en sus libros. Pese a su insistencia en que los significados que presenta son “transparentes”, esto resulta todo menos transparente. Apenas se incluyen citaciones de fuentes primarias, se ignoran fuentes de buena calidad y, en cambio, se citan publicaciones sin procesos editoriales académicos, como blogs, Wikipedia, u otros de carácter semejante. Las pocas referencias que sí ofrecen están llenas de errores. Por ejemplo, cita la palabra /pɨn-asa/, del awapit, con el significado de “valle”, y lo hace desde Contreras (2009); sin embargo, al revisar dicha fuente, no aparece ninguna palabra awapit para “valle” en todo el texto. Andrade dice que su método consiste en visitar personalmente los sitios (2024, p. 36) y, al parecer, decidir de forma unilateral si le parecen ser “hondonadas” o “centinelas”, y así asignar esos significados improbables. Este enfoque es sumamente problemático. Como señalan en la geografía cultural Smith & Mark (2003), así como en la antropología lingüística Burenhult & Levinson (2008), los términos geográficos son culturalmente variables y con frecuencia imposibles de traducir de manera directa. Incluso una palabra aparentemente sencilla como “montaña” puede resultar intraducible, ya que cada lengua y cultura tiene sus propios conceptos sobre cuántos tipos de montañas existen y que características tienen. Resulta, por lo tanto, dudoso que la perspectiva de Andrade pueda replicar las de las culturas andinas de hace muchos siglos. Las obras de Andrade intentan dar la apariencia de una investigación seria, afirmando, por ejemplo, que “se ha identificado el étimo, contrastando con fuentes diacrónicas y sincrónicas, a la par que se ha buscado una viabilidad lingüística” (2024, p. 619). Sin embargo, cualquier lingüista, después de leer un par de páginas, notará que no se ha seguido ninguno de estos pasos. En consecuencia, los datos que presenta no serían para nada viables en términos lingüísticos. El problema no solo radica en no haber citado las fuentes relevantes —porque la gran mayoría de los términos que propone Andrade ni siquiera aparecen en literatura relevante—, sino que, además, no son palabras reales. En este sentido, podemos asumir que él está inventando sus “resultados”. Eso se llama fabricación de datos, una práctica considerada antiética en la ciencia (Fanelli 2009; Nurunnabi y Hossain, 2019). 2.2. El problema de las hipótesis infalsificables Otro aspecto gravemente confuso en los libros de Andrade es su insistencia en que no solo los topónimos andinos del Ecuador son barbacoanos, sino que nombres pertenecientes a esta familia lingüística se extenderían por casi todo Sudamérica occidental, desde el norte de Colombia hasta Argentina y Chile (2025, pp. 61-65). Además, argumenta que sus supuestas palabras barbacoas constituirían la base de las grandes familias andinas quechua y aymara (2025, pp. 73-75). Sin embargo, cualquier lingüista americanista serio sabe que las propuestas de unificación de las familias lingüísticas americanas en macro- familias, como el “Amerind” de Greenberg (1960), han sido descartadas. Esto se debe a la falta de evidencia o por representar profundidades de tiempo que no son accesibles con métodos de lingüística histórica. En su discurso, Garcés advirtió sobre el sesgo nacionalista atrás de la propuesta de que todas las lenguas de los Andes se basarían en un sustrato “ecuatoriano” (2025, 17:38). El argumento de Andrade, en ese sentido, se parece a la propuesta nacionalista de Costales y Peñaherrera según la cual las lenguas barbacoas serían la base de todas las lenguas de América (1968). Tal idea, por razones evidentes, nunca ha sido tomado en serio dentro del campo académico. El autor parece desconocer que Cerrón-Palomino —cuya asesoría personal menciona reiteradamente en un aparente intento de dar prestigio a sus conclusiones mediante la asociación con un lingüista reconocido— sostiene una posición muy fuerte en contra de la unificación de las familias quechua y aymara que Andrade propone (Cerrón-Palomino, 1994; 1987/2003). Con ello, Andrade deja en evidencia que no conoce la literatura básica sobre la lingüística histórica andina, donde la gran mayoría de autores rechazarían la relación que propone (Emlen, 2025). Personalmente, concuerdo con Campbell (1995) en que todavía vale la pena investigar una posible relación, pero para eso se necesitan métodos científicos sólidos, y no es nada seguro el resultado. La propuesta de Andrade, por el contrario, carece de aspecto científico y se inscribe más bien dentro de una tradición de sesgo nacionalista, similar a la de sus antecesores Juan de Velasco, Costales y Peñaherrera, y otros etnohistoriadores regionalistas. Consideremos un ejemplo en el que Andrade pretende encontrar una etimología barbacoa para el nombre claramente quechua de la ciudad de Huancavilca, situada a miles de kilómetros de territorio barbacoa, en el sur de Perú. Esta palabra tiene dos elementos obviamente quechuas, wanka, que significa “Piedra Grande” o también designa al grupo étnico Huanca, y willka, cuyo significando se acerca a “santuario”. El propio Cerrón-Palomino sostiene que se trata de un nombre quechua para “Santuario de los Huancas” (Cerrón Palomino, 2008, pp. 357–358). Sin embargo, una vez más, Andrade no parece apoyar a su supuesto mentor, ya que rechaza este significado quechua evidente para desmantelar la palabra en monosílabas supuestamente barbacoas: Los esquemas imagen fonosemánticos /wan/ /ka/ /bi/ /ili/ /ka/, develan con total transparencia que no se trata de homonimias casuales ni formales, sino un sustrato barbacoano por antonomasia. (2025, p. 303) El problema con este análisis es que prácticamente cualquier palabra, en casi cualquier lengua, puede ser dividida en monosílabos como /ka/, compuestos por algunas de las consonantes y vocales más comunes en el mundo. Así como Andrade intenta hacer para otras lenguas fuera de la zona barbacoa, nada nos limitaría para ir al resto del mundo y encontrar un “sustrato” barbacoa en lenguas distantes. Siguiendo ese razonamiento, podríamos concluir que pueblos barbacoas fundaron el imperio romano, dividiendo “Roma” en /ro/ /ma/, o que viajaban a Japón, dividiendo Tokio en /to/ /ki/ /yo/, o que vivían en Estados Unidos, dividiendo Chicago en /či/ /ka/ /go/. Si bien es cierto que en estos topónimos pueden aparecer sílabas CV que también podrían existir en lenguas barbacoas, estas formas son tan comunes que básicamente se podría proponer, equivocadamente, que cualquier lengua esté relacionada con cualquier otra con base en estos métodos. En este sentido, si se puede forzar un resultado positivo, entonces el estudio no se basa en probar hipótesis falsificables, porque solo se termina encontrando un resultado predeterminado por el sesgo inicial. Si siempre se encuentra el resultado deseado, sin darle importancia a la evidencia, no podemos hablar de una hipótesis científica, sino de una ideología. Admitir que toda hipótesis puede ser cuestionada no constituye una debilidad, sino el principio básico de la ciencia. Toda hipótesis, hasta la más aceptada, en principio puede ser refutada. Claro que algunas hipótesis son mucho mejores que otras; por ejemplo, la hipótesis de que las líneas de Nazca fueron hechas por seres humanos es claramente más plausible que la que atribuye su origen a seres extraterrestres. Sin embargo, si existiera evidencia sólida que apoyara esta última, lo tendríamos que considerar. El problema con Andrade es que, sin ninguna evidencia, opta sistemáticamente por la explicación más improbable, ignorando las opciones más evidentes e inclinándose, en cambio, a favor de la más excéntrica. 2.3 Aplicando la navaja de Ockham La “navaja de Ockham” es un principio científico básico cuyo origen se atribuye a un fraile y filósofo inglés del siglo XIV; tradicionalmente, se entiende así: “en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable”. Aunque existe cierta discusión sobre la aplicación adecuada de esta norma en lingüística histórica (Janda & Joseph, 2017, p. 25), es generalmente aceptado como un principio básico de la ciencia, a veces conocido bajo el nombre de “parsimonia”. En otras palabras, cuando existen explicaciones sencillas, obvias, claras y plausibles frente a otras explicaciones improbables y complicadas, salvo que haya una razón muy fuerte, es mejor optar por la explicación sencilla. En sus textos, Andrade parece aplicar la navaja de Ockham al revés: opta por las explicaciones más complejas, improbables e incluso cómicas. Una de sus posturas más problemáticas es su tendencia a proponer repetitivamente en sus textos una supuesta interpretación pre-kichwa, incluso en casos donde el término es obviamente kichwa. Su argumento es que los kichwa- hablantes habrían heredado nombres existentes pre-kichwas pero que los habrían adaptado a palabras kichwas. Este razonamiento lo lleva a forzar explicaciones innecesarias, como cuando propone que “Ingapirca”, el sitio arqueológico inca más conocido del Ecuador, en verdad no sería un término kichwa, sino un término barbacoa con el supuesto significado de “Loma del Encañonado” (2025, pp. 247-248). ¿Por qué, cuando existe una explicación sencilla y clara, forzar una explicación complicada e improbable? Además, el autor parece no saber que este sitio no se llamaba “Ingapirca” hasta la colonia tardía, cuando ya no se hablaban lenguas barbacoas en la sierra, por lo que de ninguna manera podría ser barbacoa. Las primeras menciones del sitio usan el nombre Hatuncañari (Cieza de León, 1553/2005, p. 127) o Hatun Cañar (Gallegos en Ministerio de Fomento, 1897, p. 171), o “Cañar Grande”. En el siglo XVIII, Juan y Ulloa todavía utilizaba Atun Cañar (1748, p. 629), y describieron el término “inga pirca” así: “A todas eſtas Ruinas, y Señales de las antiguas Fabricas, que ſe conſervan, les dan el nombre general de Inga Pirca que lignifica Paredes del Inga” (Juan & Ulloa, 1748, p. 632). Los autores mencionan también que dicho término se aplicaba a otros sitios incas como Callo. Así vemos que “paredes del Inca” fue un significado aplicado a muchos vestigios incas por kichwa-hablantes coloniales y republicanos, en algún momento reemplazando el nombre antiguo inca Hatun Cañar con este término. Hacia fines del siglo XIX, González Suárez ya utiliza el nombre actual, pero señalando que era un término relativamente nuevo con la frase “llamado ahora Ingapirca” (1890, p. 71). No obstante, pese a toda esta evidencia que sustenta un origen en el kichwa tardío, apoyando una hipótesis sencilla y bien respaldada, Andrade opta por una hipótesis mucho menos probable y carente de evidencia. Aunque sí es posible interpretar erróneamente un topónimo barbacoa en kichwa, estos casos no son muy comunes. Por ejemplo, algunos podrían preguntarse por qué Tandapi parece significar “en el pan”, en kichwa, combinando tanda “pan” y -pi, el sufijo locativo “en”; ¿había panaderías ahí? Todo tiene más sentido si se interpreta desde cha’palaa, en que tanda significa “abeja” y pi es “agua” o “río”. Como se verá en detalle en la sección 4, Andrade parece ignorar, en sus traducciones improbables una tendencia común en los topónimos andinos de combinar dos elementos: una especie de animal, planta o tipo de suelo -“piedra”, “arena”, etc.- en el papel de modificador, y un término geográfico -“río”, “laguna”, “montaña”, “llanura”, “quebraba”, etc.- en el papel de núcleo, como en “Río (núcleo) de las Abejas (modificador)”. Otro ejemplo es el pueblo de El Chaupi, que algunos interpretan como kichwa chawpi “centro/mitad”. Sin embargo, el artículo masculino de español revela que lo más probable es que se trata de “el” río, y de hecho el nombre Río Chaupi ocurre desde el noroccidente de Pichincha hasta Chimborazo y Loja. Esto parece reflejar un cambio fonético /l/ > /u/ o /w/ antes de consonantes de panzaleo-puruhá-cañari, comparable a Chalpi visto en algunas partes de la frontera Caranqui-Quixos. La interpretación sería /ʦala-pi/ (arena-río) > /ʦawpi/, “Río Arenoso”, en base a /ʦala/ “arena/playa” en cha’palaa y tsáfiki. En la mayoría de estos casos, resulta sencillo descartar la interpretación kichwa por su baja probabilidad, como ocurre con la versión popular de Manabí en que mana sería kichwa “no”, con pi/bi, barbacoa “agua/río”, para dar el significado de “no hay agua”. Es mucho más probable que sea barbacoa /mana-pi/ “Río de los Venados”. En contraste, respecto a la gran mayoría de topónimos que parecen ser evidentemente kichwas, esto se da porque, nada sorpresivamente, sí son kichwas. En general hay cuatro veces más topónimos pre-kichwas que kichwas en la sierra ecuatoriana (Floyd, 2022, p. 8), y es muy fácil distinguir la minoría de nombres kichwas de la mayoría de los topónimos pre-kichwas. En contraste con las formas monosilábicas barbacoas mencionadas en sección 2.2., hay pocas formas monosilábicas kichwas (como kuy “cuy”), la mayoría de las palabras son bisilábicas (como pamba “llanura”), y en algunos casos trisílabas (pucurá “fortaleza”) o más largas (otorongo “tigrillo”). Estadísticamente es mucho más probable equivocarse comparando monosílabas —como ocurre en las numerosas propuestas equívocas de Andrade— que comparando palabras multi-silábicas, para las cuales resulta altamente improbable que una palabra no kichwa coincida tan directamente con un término tan complejo en kichwa. Veamos algunos ejemplos. Para El Tingo, Andrade intenta forzar una etimología pre-kichwa de “montaña centinela” (2024, pp. 137-398) cuando es evidente que viene de kichwa /tingu/ o “unión de dos ríos”; tanto en El Tingo en el Valle de los Chillos como en otros lugares llamados con el mismo nombre hay uniones de ríos. Ninguna palabra, ni las más clásicas andinas referentes a historia y cosmovisión inca, está a salvo de este tratamiento en el texto de Andrade: palabras bisilábicas como inti, “sol/dios” (2025, pp. 240-243), apu “señor/dios” (2025, pp. 235-236) e inga “rey/emperador” (2024, pp. 247-248); palabras trisilábicas como pucará “fortaleza” (2024, p. 591), términos compuestos de cuatro sílabas como Yahuarcocha “Lago de Sangre” (2025, pp. 263-273), y hasta términos complejos de cinco sílabas como Tahuantinsuyo “Unión de Cuatro Territorios” (2025, pp. 236-240). Ni siquiera el nombre de Atahualpa se libera de estas interpretaciones extravagantes; Andrade lo convierte en “Cerro Altivo de la Hondonada” (2025, p. 191). Aunque el significado de “Atahualpa” es debatido, podemos estar seguros de una cosa: no significa de ninguna manera “Cerro Altivo de la Hondonada”. Según Andrade, todos estos términos, cada uno ampliamente documentado en la literatura histórica en el contexto inca y de las lenguas quechuas, serían en realidad palabras pre-incas perteneciente a la familia barbacoa, y no palabras quechuas. Para llegar a esas propuestas tan extrañas, somete las palabras a extensos cambios de sonidos inventados por él mismo, sin ninguna motivación lingüística; cambios que parecen diseñados con el propósito de transformar palabras reales en palabras inexistentes, productos de su imaginación. Por ejemplo, para el término kichwa Ninahuilca, “Santuario de Fuego”, en vez de analizar el evidente término kichwa nina “fuego”, muy adecuado para un volcán, Andrade dice que viene de dos palabras pseudo-barbacoas ili y ana (ambos supuestamente “bosque” por alguna razón) que se convierten en nina por unos cambios sin sentido (/ili-ana/ > /ini-ana/ > /nina/). Según su análisis, estas se unen con más palabras inventadas aún (/bi-ili-ka/) resultando en el supuesto significado “Cerro de la Hondonada Boscosa” (2024, p. 246). Esto hace pensar en una máquina “Rube Goldberg” que busca la forma más complicada de hacer algo sencillo. Como se mostrará en la sección 3, estos tipos de cambios irregulares de sonidos no se justifican con métodos de lingüística histórica, por lo que su aplicación constituye, en esencia, otra forma de fabricación de datos, convirtiendo una palabra en cualquier otra, sin restricción alguna. En estos textos hay una gran cantidad de palabras kichwas para las cuales Andrade intenta forzar una interpretación barbacoa, demasiadas como para enumerarlas todas. Afirma, por ejemplo, que wasi no significa “casa” sino “cerro” (Andrade, 2024, p. 28), y wasipungo, universalmente interpretado como “puerta de la casa” en referencia a los lotes de terreno históricamente asignados a trabajadores indígenas, para Andrade significa “zona de desfiladeros” (2025, pp. 137-138). Asimismo, propone que una palabra larga de cuatro sílabas como otorongo no es quechua, sino barbacoa, con el supuesto significado de “Cerro Centinela de la Hondonada” (2025, p. 298) a pesar de que significa claramente “tigrillo” en varias lenguas quechuas a lo largo los Andes. Topónimos totalmente claros en kichwa como Pilisurco “Montaña de los Piojos” (2024, p. 472-473), Achipungo “Paso de Luz” (2024, p. 224), y Angamarca “Territorio de las Águilas” (2024, pp. 397-398) reciben interpretaciones barbacoas extravagantes y sin fundamento alguno. Incluso rechaza el significado obvio del kichwa de Cuicocha, “Laguna de los Cuyes” para un lugar que es literalmente una laguna enorme habitada por cuyes silvestres, a favor de un supuesto significado barbacoa “Montaña Frondosa de la Caldera” (2024, p. 300). En todos estos casos resulta incomprensible el por qué se rechazaría un significado obvio y conocido en kichwa a favor de un significado raro, supuestamente “prístino barbacoano” (2024, p. 38), pero sin la más mínima evidencia de esa familia lingüística. Andrade aplica esta misma perspectiva a los nombres étnicos de la colonia temprana, sin darse cuenta de que muchos de ellos no son nombres propios, sino nombres quechuas usados por los incas para referirse a pueblos extranjeros. Así, los paltas de la zona baja de Loja probablemente fueron llamados “(cabezas de) aguacates” por su práctica de deformar la cabezas (Garcilaso de la Vega, 1609/1985, pp. 406-407); los cañares probablemente tomaron su nombre de la palabra quechua del árbol cañaro (erythrina edulis, sacha poroto); y los quillacinga probablemente se llamaban “naríz de luna” en quechua por sus narigueras de media luna. Sin embargo, Andrade vuelve a inventar para todos estos términos quechuas interpretaciones supuestamente “barbacoas” (2025, pp. 209, 219, 220, 228)4, una vez más sin recurrir a datos reales de las lenguas barbacoas. Para él, no parece haber ningún término quechua que pueda escapar este tratamiento. Podría ser ligeramente posible que uno o dos de estas decenas de términos obviamente kichwas hayan sido mal identificados, pero ¿todos? ___________________ 4 Un claro ejemplo de la falta de responsabilidad científica y editorial de estas obras es cuando se menciona el término Quillacinga, la referencia es simplemente “Wikipedia”, ni siquiera con la dirección específica, ignorando muchas obras etnohistóricas que mencionan a los Quillasinga (y no, no significa “Cerro Empinado del Barranco”). ___________________ Las cosas se ponen aún más tragicómicas cuando extiende su imaginación a elementos del español, para los cuales también encuentra la manera de interpretarlos como palabras pre-kichwas. Su propuesta barbacoa- imaginaria para el topónimo netamente quechua Pambamarca –“Territorios de Planicies”- como “Montaña Centinela de la Hondonada Ancestral” (2024, p. 586) ya resulta ridículo, pero esto es superado cuando propone “Valle Hondo Ancestral” para Pambamarquito (2024, p. 588), aparentemente sin darse cuenta de que esta forma se deriva de Pambamarca más el diminutivo de español -ito. De modo similar, para el topónimo híbrido español-kichwa Abraspungo, inventa una etimología supuestamente barbacoa, “Cerro Mirador de la Hondonada Frondosa” (2024, p. 218), descartando los significados similares de abra(s) en español y pungu en kichwa: “paso de montaña”. En algunos casos, su interpretación roza lo absurdo, y ofrece interpretaciones supuestamente barbacoas para palabras que claramente están en español; por ejemplo, traduce “Puerto” en Puerto Quito como “Loma Boscosa” (2025, p. 83). Sin embargo, es documentado que Pedro Vicente Maldonado visitó un sitio cercano llamado Embarcadero de Caone cuando buscaba una nueva ruta entre Quito y Esmeraldas en los años de 1740 (1948, p. 97) y que la primera mención de “Puerto de Quito” aparece en su mapa de la Provincia de Quito (1948, pp. 222-223). Nada sorpresivamente, era un “puerto” en el camino a Quito. Parece que, para Andrade, la conquista española nunca pasó, ya que evita reconocer elementos obvios del español en topónimos. Por ejemplo, no pudo identificar la fusión del artículo “el” y la palabra Azuay en documentos donde aparece como Lasuay (Andrade, 2025, pp. 113-115). Aunque es muy común fusionar artículos de esta forma, no reconoce la procedencia del español de esta consonante e inventa todo tipo de etimologías pseudo-barbacoas. En Colombia, por ejemplo, el kichwa era conocido en el siglo XVIII como la lengua linga, término fusionado de “la lengua del inga” (Santa Gertrudis, 1758/1956, p. 140), un término también visto en Perú para referirse a las lenguas quechuas (Ciudad, 1999, pp. 407-408). Hoy en día, en algunas variantes de kichwa, “el Oriente” es conocido como loriente. Este proceso, llamado “liaison”, en francés, es común en lenguas que poseen artículos. Sin embargo, para Andrade, todo tiene que ser un sonido pre-inca, que, además, como un mago, puede hacer aparecer y desaparecer a su conveniencia5. _______________ 5 Véase Sección 3, sobre cambios regulares fonológicos. _______________ Andrade no logra seguir el principio de parsimonia, ni siquiera cuando se trata de etimologías totalmente barbacoas. Por ejemplo, ante el término Aloburo, no busca en las lenguas barbacoas modernas, donde encontraría el cha’palaa alu para “aguacate”, comparado con tsáfiki alan (con clasificador -ka: alanká, como en Alangasí, “Lugar de Aguacates”) para deducir por el método comparativo que la forma original de barbacoa sureño era *alu o *alo (tsáfiki armonizando las vocales /alu/ o /alu/ > /ala/), lo que permitiría sugerir el significado evidente de “Monte de Aguacate”. Al observar el Aloburo, el nombre podría ser tanto por la forma de la montaña como por su clima, adecuado para la producción de aguacates. Frente toda esta evidencia, en cambio, Andrade propone “Montaña de la Hondonada” (2024, p. 225), en su obsesión inexplicable con la palabra “hondonada”, forzando una serie de cambios de sonido improbables6 para ajustar los datos a su preferencia. En resumen, no es posible tomar en serio las propuestas de Andrade, porque no son el resultado del método científico, sino especulaciones y delusiones disfrazadas de resultados científicos reales. Primero, son presentadas erróneamente como significados supuestamente “transparentes” y definitivos, cuando en realidad toda propuesta de significados de lenguas perdidas sin documentación histórica debe entenderse como una hipótesis cuya probabilidad depende de cuánto cuadra con los datos empíricos; cualquier hipótesis puede cambiar si aparecen nuevos datos. Segundo, sus análisis no pasan por un proceso riguroso de evaluación de hipótesis que permita distinguir entre correspondencias reales y simples coincidencias, aún más extremadamente problemático cuando se trata de sílabas cortas. La mayoría de las lenguas del mundo van a tener sílabas con /ka/, e incluso numerosos homófonos con esta forma, así que pretender saber con precisión a qué palabra original pertenecía /ka/ y hasta de qué lengua viene es casi imposible. Finalmente, al considerar diferentes etimologías hipotéticas, no sigue el principio de parsimonia, optando no por las explicaciones más sencillas y evidentes (“palabras que parecen kichwa y español tienden a ser kichwa y español”), y en cambio hace explicaciones extremadamente improbables (“lo que parece claramente kichwa y español realmente no es”). A esto se suma el problema de la fabricación de datos, cambiando sonidos, significados y gramática para sostener conclusiones predeterminadas . Más allá de la falta de validez científica general de estos estudios, las siguientes secciones profundizan los errores metodológicos en las áreas específicas de la fonología, la semántica y la morfosintaxis. ____________________ 6 Véase la sección 3. 7 Véase las secciones 3, 4 y 5. ____________________ 3. Asuntos fonológicos El principal problema metodológico en las supuestas formas barbacoas propuestas por Andrade es que, aunque afirma reiteradamente que son derivados del clásico método comparativo de la lingüística histórica, en ninguna parte de estos dos libros se observa una aplicación de este método. Sostiene haber utilizado métodos de “reconstrucción diacrónica, el comparativo, y de reconstrucción interna” (Andrade2025, p. 22), pero estos métodos implican componentes muy específicos, principalmente listas comparativas de formas relacionadas entre distintos idiomas y, con base en eso, postulaciones de cambios regulares de sonidos para proponer las formas originales o “protoformas”. Sin embargo, en ninguna parte de los cientos de páginas de estos dos libros vemos esos componentes. A pesar de afirmar que “(e)l análisis fonológico de las lenguas barbacoanas extintas ha sido fundamental para reconstruir los cambios fonéticos en diacronía” (2024, p. 24), deja a los lectores con la pregunta: ¿dónde se encuentra este análisis de sonidos? Si en verdad hizo una reconstrucción siguiendo el método comparativo, esperaríamos como mínimo ver propuestas de cambios regulares de sonidos. Sin embargo, las formas propuestas por Andrade no demuestran ninguna regularidad, propone todo tipo de transformaciones inconsistentes, incluso cambios imposibles. ¿Quiere que una /p/ sea una /m/ de repente? Convierte / pu/ en /mu/ (2024, p. 123-124) o /pi/ en /mi/ (2024, p. 435), cuando le resulta conveniente. ¿Pero no quiere convertir todas las /p/ en /m/? Solo escoge las palabras que quiere modificar, sin aplicar una regla general a todo el vocabulario. Cuando los primeros lingüistas históricos del siglo XIX desarrollaron el método comparativo para la reconstrucción del proto-indoeuropeo, uno de los descubrimientos más grandes en la historia de la ciencia, uniendo casi todas las lenguas de Europa con las de Irán y del norte de la India, establecieron normas metodológicas que se aplican hasta la actualidad8. Por ejemplo, con base en el método comparativo se puede establecer que palabras tan distintas como “head” de inglés, “cabeza” de español y “chef” de francés vienen de la proto-forma reconstruida indoeuropea *kap (y también otras palabras españolas como “capitán”, “capa”, “capital”, “jefe”, e palabras inglesas como “captain”, “cape” “capital” “chief”, etc., a veces prestadas de otras lenguas como el latín)9. Se llega a una propuesta para una proto forma comparando todas las formas cognadas posteriores y postulando cambios regulares de sonido que podrían haberlas producido desde una forma hipotética anterior. Parece que Andrade es consciente de estas normas, según lo que dice: __________________ 8 Véase Mallory & Adams, 2006; Clackson, 2007; Fortson IV, 2011, etc. __________________ Cuando trabajamos con el clásico método de lingüística comparada, generalmente necesitamos leyes fonéticas y series compatibles, pues no sirve de nada que una palabra se parezca a otra, puede ser aleatorio y no presentar ningún parentesco o relación filogenética. (2025, p. 22) Es totalmente cierto lo que expresa Andrade en esta cita: sin demostrar el trabajo de reconstrucción, no tiene valor científico señalar formas que solo parecen superficialmente similares. No obstante, a pesar de su insistencia en que su trabajo es “riguroso” (Andrade, 2025, p. 315) y procede “de manera empírica” (2025, p. 13), no sigue sus propios criterios, porque presenta páginas tras páginas de listas de formas superficialmente recurrentes sin nunca demostrar que se reconstruyen a formas históricas comunes. Tampoco sigue sistemáticamente leyes fonéticas, como veremos más adelante, y simplemente convierte cualquier sonido en cualquier otro de forma arbitraria. Así que concordamos con él en que, sin seguir el método comparativo, sus observaciones no sirven de nada. Consideremos un ejemplo. Para llegar a su interpretación dudosa de Otavalo como “Cerro Altivo de la Hondonada”, Andrade propone los elementos /kota-ba-lo/, y explica que la consonante inicial /k/ se borra por “aféresis” (2025, p. 187). Pero, a pesar del uso de este término técnico para referir a la erosión de sonidos al inicio de una palabra, no parece entender que, si postula este cambio para una palabra, tendría que aplicarse regularmente a todas (o por lo menos a todas en la lengua local; por ejemplo, podrían aplicar unos cambios regulares en lengua caranqui, pero otros en pasto y panzaleo). No obstante, como el propio Andrade menciona, en Imbabura existen varios topónimos que empiezan con /ko/, donde sí hay /k/, como Cotama ubicado justo en frente de Otavalo. Si el supuesto cambio de sonido fuera válido, entonces también deberíamos tener “Otama” no Cotama. Otro ejemplo similar sería la propuesta de la pérdida de /s/ inicial, que dice que aplicaría en Araque, un pueblo de Imbabura, pero por alguna razón no en Sarance, el nombre original de Otavalo (Andrade, 2024, p. 109), que tendría que ser “Arance” si el cambio fuera regular. _________________ 9 https://iecor.clld.org/cognatesets/6432#4/53.08/1.83; acceso 25 septiembre 2025 __________________ En estos dos libros se repite cientos de veces el mismo error de postular cambios fonológicos irregulares y, en muchos casos, lingüísticamente imposibles. Por ejemplo, dice que “(l)exemas como /ala/, /alla, /aya/, /ata/, /atsa/, /asa/, /ana/, / aña/, entre otros, evolucionaron de una misma raíz” (Andrade, 2024, p. 87) pero no explica por qué esta raíz cambió de tantas formas irregularmente si el método comparativo depende de una aplicación de cambios totalmente regulares. Un contexto fonológico específico, como en este caso, la posición intervocálica entre dos vocales /a/, debería generar un solo cambio en cada variante lingüística, permitiéndonos proponer la proto-forma original que existía antes de los cambios. Aquí, Andrade intenta explicar su proceso, pero vemos que postula las consonantes originales no con base en la reconstrucción sino porque “son muy comunes”, cuando “ser común” no es un criterio para la reconstrucción: Postulamos una probable evolución homorgánica del morfema /ala/. Asumimos hipotéticamente, que la evolución partiría de los segmentos laterales /l/ y /ll/ puesto que son muy comunes en muchas lenguas barbacoanas extintas y vivas, lo podría ser un rasgo arcaizante de estas: /ala/ > /alla/ > /aya/. Otra variante sería: /ala/ > /ata/ > /atsa/ > /asa/ > /sa/, otra lectura cambiaría de lateral a rótica /l/ > /r/: /ala/ > /ara/ > /ra/, una cuarta lectura diacrónica terminaría nasalizando al fonema lateral /l/ > /n/: /ala/ > /ana/ > /aña/, es decir, estos lexemas evolucionaron en el eje diacrónico de una misma raíz en un abanico de variantes geolectales y adquirieron independencia en el sistema… (Andrade, 2025, p. 30) Es muy raro que exista palatalización (/1/ > /ʎ/, /n/>/ñ/) entre dos vocales bajas, y solo se esperaría este proceso con vocales altas como /i/. Más problemático aún, el cambio postulado entre lateral /l/ y oclusiva alveolar /t/, nunca ha sido documentado para ninguna lengua, y se considera imposible10. Todos los cambios propuestos por Andrade sufren de estos problemas: no son regulares, no son lingüísticamente probables y no toman en cuenta la motivación de contextos fonológicos específicos. Empieza con una forma y lo va transformando según sus caprichos; por ejemplo, propone un “sustantivo y sus alomorfos , , = ‘bosque, chaparro, maleza’” (2024, p. 517), pero no especifica bajo cuales condiciones ocurre cada alomorfo, revelando que las condiciones son básicamente “cuando me da la gana”. ____________________ 10 https://chridd.nfshost.com/diachronica/search?q=l; acceso 25 septiembre 2025 ____________________ Para aplicar el método comparativo, hay que reconstruir cuidadosamente el inventario fonémico (las vocales y consonantes originales) de la proto-lengua, ejemplificado en las proto-formas de palabras específicas. En sus comentarios, Andrade demuestra que tiene un entendimiento muy bajo sobre los sonidos históricos de las familias lingüísticas andinas porque hace comentarios como “variación fonética de la oclusiva /p/ > /f/ (fricativa bilabial sorda) ocurre por influencia del idioma quichua” (2025, p. 308), cuando debería saber que la /f/ -o más bien la /ɸ/, aunque Andrade no parece manejar el alfabeto fonético que enseñan a estudiantes de lingüística de primer año- no se reconstruye a proto- quechua (Cerrón, 2003, p. 127), pero sí a proto-barbacoa (Curnow & Liddicoat, 1998). Esto indica que la influencia lingüística probablemente fue al revés: la presencia de /ɸ/ en kichwa se debe a influencia pre-kichwa. La confusión de Andrade se hace evidente al postular que una forma como Fuya Fuya tiene que ser originalmente una plosiva /p/ (2024, p. 367) cuando /f/ o /ɸ/ podrían ser sonidos nativos en la lengua pre-kichwa; además parece ser totalmente ignorante de la serie de consonantes aspiradas /pʰ/ /kʰ/ /tʰ/ /čʰ/ de kichwa central-sur que en Imbabura se realizan muchas veces como fricativas, así que /ɸ/ no suele venir de /p/ sino a veces de /pʰ/ (Floyd, 2024). Estos errores evidencian que Andrade tiene varios problemas en analizar sonidos que no existen en español11. En otro caso, argumenta que la palabra shimbu, “mujer” en cha’palaa, es la misma que chimbo en Chimborazo, e inventa toda una historia sobre el “aspecto matriarcal” de ciertos topónimos (2024, p. 354). Sin embargo, no toma en cuenta que la africada /č/ () no corresponde a la sibilante /š/ () en la reconstrucción proto-barbacoa (Curnow & Liddicoat, 1998; Moore, 1962), lo que implica que se trata de palabras distintas con sonidos distintos. No importa si para él parecen palabras similares, tiene que demonstrar por qué se cambiaría históricamente un sonido en otro de forma sistemática. Incluso si los cambios estuvieran bien planteados –que no es el caso– igualmente cuando se trata de palabras cortas CV o VCV, como fue mencionado en Sección 1, existe una posibilidad grande de equivocarse entre múltiples formas homófonas, y peor cuando se cambia uno de los sonidos de forma irregular, ya que así se pierde gran parte de la señal histórica. Por ello, hay que prestar atención a cada sonido y justificar cada cambio sistemáticamente, y no cambiarlos de forma oportunista. Cuando vemos propuestas de cambios irregulares, improbables, aleatorios, de conveniencia, o hasta lingüísticamente imposibles, como casi todos los cambios de sonido propuestos en estos libros, surge una fuerte sospecha sobre la validez de sus reconstrucciones. __________________ 11 Véase la sección 3.2 __________________ 3.1 La reconstrucción proto-barbacoa El trabajo de reconstrucción lingüística es sumamente complejo y laborioso. Resulta casi imposible para una sola persona, y aun trabajando entre varios colegas, la reconstrucción del proto-barbacoa ha resultado ser un proyecto de múltiples años que aún no se ha podido terminar. Dado que las cuatro lenguas vivas solo representan un porcentaje pequeño de las lenguas que históricamente existían en la familia barbacoa, hay grandes vacíos en los datos. Aunque contamos con una cantidad grande de topónimos y antropónimos (apellidos), con la excepción de unas pocas traducciones en documentos históricos, la única forma de proponer significados para estos nombres es con base en las lenguas vivas, para las cuales podemos confirmar una interpretación con hablantes. En contraste, Andrade ignora las lenguas modernas, y termina fabricando sus propios significados imaginarios, subestimando gravemente la dificultad de este problema. La realidad es que, en la mayoría de los casos, nunca vamos a poder llegar a una interpretación adecuada por la falta de datos. No obstante, con un compromiso de seguir el método comparativo fielmente, sí es posible generar hipótesis viables y así avanzar en nuestro conocimiento a pesar de esta incertidumbre. A continuación, daré un ejemplo breve de cómo se ve una reconstrucción según el método comparativo, informada por estudios previos de Moore (1962), Curnow y Liddicoat (1998) y Gonzales, Floyd y Bruil (2023). La mayoría de las formas relevantes ya fueron mencionadas en Floyd (2022) como unos de los más comunes y analizables en la toponimia pre-kichwa; algunos significados hipotéticos basados en estas formas se mencionarán en Sección 4. En ciertos casos, formas históricamente relacionadas ocurren en las cuatro lenguas modernas, pero en muchos otros casos, la reconstrucción solo aplica al ancestro común de cha’palaa y tsafiki, siendo las lenguas más cercanamente emparentadas y geográficamente próximas a la mayoría de las lenguas perdidas de la sierra ecuatoriana. Tabla 1: Reconstrucción de proto-formas barbacoas relevantes para topónimos Fuente: elaboración propia. La Tabla 1 contiene algunos ejemplos de cómo se realiza la reconstrucción histórica con base en el método comparativo, donde las formas reconstruidas tradicionalmente se marcan con asteriscos. Como se puede observar, para la mayoría de las palabras no hay formas “cognadas” (es decir, sus sonidos y significados probablemente tienen un origen común) entre las cuatro lenguas, resultando en celdas vacías en muchos casos. Cuando aparece una forma similar en todas las lenguas, como en los casos de “agua”, “casa” y “fuego”, es posible hacer una reconstrucción más completa, pero cuando solo hay formas similares en dos o tres lenguas, es más difícil. Por eso, muchas veces no se puede reconstruir una palabra para barbacoa en general, sino para barbacoa sureño, incluyendo solo cha’palaa y tsáfiki, que tienen mucho vocabulario en común. En otros casos, los paréntesis y símbolos de interrogación indican que no existe un resultado sobresaliente y que todavía hay inseguridad para las propuestas de reconstrucción. Para tratar los sonidos de manera sistemática, es mejor utilizar una adaptación del alfabeto fonético internacional, para evitar confusión, y utilizar un carácter por sonido. En la Tabla 1 y en la escritura fonética en este artículo generalmente, la fricativa velar se escribe /x/, /š/ y /ŝ/ para sibilantes palatales y retroflejas , /č/ y /ĉ/ para africadas palatales y retroflejas , y /ʎ/ para lateral palatal . Para dar un ejemplo de un caso de reconstrucción, podemos considerar las formas para “espina”, que aparecen en tres de las cuatro lenguas. En cha’palaa y awapit la forma es /pu/, pero en tsáfiki, que preserva la /o/ original, la forma es /po/. Como /o/ es una vocal original que se perdió en cha’palaa y awapit, postularíamos la proto-forma *po. En base de eso, podemos considerar que topónimos con las formas /pu/ y /po/ podrían tener algo que ver con “espina” o “cactus”; de hecho, vemos formas como Pomasqui y Pujilí en lugares semi- áridos donde hay cactus. Además, podría tener una relación con *bu “montaña” y formas como pulu y buru, tal vez por una conexión entre lo puntiagudo de una espina y de algunos cerros; vale la pena investigar esta relación más. En otro caso, hay formas aparentemente cognadas para “tierra” entre tsáfiki, chápalaa y awapit, y no en namtrik, pero una correspondencia entre cha’palaa/tsáfiki /t/ y awapit /s/, por comparación con otros casos, podría significar un sonido original retroflejo /ĉ/, resultando en posibles proto-formas *ĉo o *to, según diferentes análisis para la forma “tierra” vista en Quito y otros topónimos prominentes. Otros casos relevantes son las diferentes reconstrucciones para “árbol” frente a “bosque”, dos significados que Andrade mezcla totalmente en sus traducciones, pero que en las lenguas barbacoas, como en muchas lenguas, son distintas. El resto de las formas incluidas en la Tabla 1 se mencionan en las otras secciones de este estudio, por lo que se pude consultar las secciones relevantes para más explicaciones. Sin embargo, el punto general es el siguiente: para realizar una reconstrucción histórica según el método comparativo clásico, utilizado en la lingüística desde el siglo XIX, es necesario presentar este tipo de tabla para todas las formas propuestas. Por ello, no es posible tomar con seriedad el trabajo de Andrade cuando afirma que sigue en método comparativo, porque en los cientos de páginas de estas obras no vemos estos tipos de conjuntos de correspondencias en ninguna parte. 3.2 Problemas ortográficos Otro problema fonológico en los textos de Andrade que merece ser señalado brevemente es una confusión entre sonidos reales y representaciones ortográficas. En vez de representar los sonidos con una ortografía basada en el alfabeto fonético internacional como haría un lingüista entrenado, Andrade utiliza una mezcla de letras más cercanas a la ortografía del español, lo que genera una serie de errores. La literatura sobre las lenguas andinas ha sufrido de problemas similares desde su inicio, cuando curas españoles no lograron escribir con precisión sonidos que no existían en español12. Andrade continua esta larga tradición eurocéntrica, ya que sus textos, en gran parte, ignoran estos sonidos y confunden repetitivamente las letras de ortografía española y los sonidos reales. Un ejemplo de este tipo de error es la confusión entre la oclusiva velar sorda /k/ con la uvular /q/, señalado en el discurso de Garcés (2025, 18:20), quién conoce tanto el kichwa ecuatoriano —que ya no tiene /q/— y el quechua boliviano —que todavía la tiene—. Cuando Andrade menciona formas quechuas como /qiru/ o /qero/ (“tronco”) en comparación con formas barbacoas con /ki/ (2025, p. 35) revela que desconoce que /k/ y /q/ son sonidos diferentes. Cuando menciona la africada alveolar sorda /ʦ/ (2024, p. 83) no parece entender que en la pronunciación de hablantes de español frecuentemente se interpreta como /s/, por ejemplo “Santo Domingo de los Sáchilas”, o como /č/, como el nombre de un pueblo chachi donde realizo trabajo de campo, Tsejpi, nombre que los hablantes de español tienden a pronuncian “Chespi”. Estas pronunciaciones de segunda lengua muchas veces son las que se registran en documentación escrita; solo en las últimas décadas se han registrado topónimos con /ʦ/ (a veces ; por ejemplo, “Tiwintza,” en shuar chicham). Así, no reconoce que palabras como Chalpatan, según él “Cerro de la Hondonada Boscosa” (Andrade, 2024, p. 339), y Saraguro, según él “Montaña Cuarteada” (2025, p. 227), podría ambos relacionarse con la forma *ʦala de proto-cha’palaa/tsáfiki, contribuyendo un significado de “arena” o “arenal” a la traducción. Es muy revelador que las formas propuestas por Andrade casi no incluyen sonidos que no existen en español. Para comparar, la reconstrucción en Tabla 1 incluye la sibilante retrofleja *ŝ, la africada retrofleja *ĉ, la africada alveolar *ʦ, y la vocal alta tensa /ɨ/, sonidos que el análisis etnocéntrico de Andrade no reconoce. Además, no parece reconocer sonidos del español antiguo porque confunde el término /tazin/ “nido” con un préstamo barbacoa al kichwa (2024, p. 231) sin darse cuenta de que la sibilante palatal sonora /z/ es un sonido de español antiguo, y que se trata de derivaciones de la palabra “taza”, prestado tanto al kichwa como a tsáfiki en la colonia (Floyd 2022, pp. 6-7). _____________________ 12 Véase Floyd, S. (2021). Oclusivas complejas en el quechua de Domingo de Santo Tomás. Letras, 92(135), 115–140. _____________________ En un caso, Andrade presenta la siguiente argumentación sobre el topónimo Güingopana, un sitio de piedras gigantes en Cotopaxi, intentando reconstruir una constante velar /k/, pero aparentemente sin saber que en la convención ortográfica en español la no representa una plosiva velar /g/ sino que una aproximante labial /w/: La voz es la forma sonorizada de /kui/, /ku/ = ‘montaña’, /ili/ ‘bosque, chaparro’, /ku-ili/ > /kui/ > /wi/ = ‘hondonada frondosa’. En el ámbito fónico- segmental, se puede observar una variación del sintagma /ku-ili/, en donde el fonema /k/ oclusiva velar sorda se deriva en semiconsonante bilabial por lenición consonántica /lenis/ = debilitamiento, es decir, se trata de una regla fonológica que transforma una consonante /fortis/ en /lenis/ o débil; además, ocurre la asimilación homorgánica bilabial entre el segmento /küi/ y / wi/. (Andrade, 2024, p. 549) Así, vemos como Andrade utiliza terminología técnica para procesos como “lenición” y “asimilación homorgánica” de forma pseudo-erudita para aparentar un argumento científico. Sin embargo, en los casos que analiza, nunca hubo un sonido /k/, por lo que estas ideas no tienen sentido. Nuevamente, menciona “una regla fonológica”, pero si fuera regular, entonces tendría que siempre postular una /k/ original a toda /w/ inicial, algo que no vemos en ningún otro caso. Al final, estas propuestas no vienen de la lingüística sino de la confusión del autor con la ortografía y los sonidos del español. Para poder formular hipótesis sobre sonidos, Andrade tendría que buscar una capacitación básica en diversidad fonológica, pero hasta que aplique esa perspectiva, casi la totalidad de sus propuestas fonológicas tienen que ser descartadas por falta de una metodología adecuada. 4. Asuntos semánticos Los dos problemas principales con los significados de topónimos pre- kichwas propuestos por Andrade son los siguientes: (1) no tienen ninguna base en significados reales de las lenguas barbacoas, sino que parecen ser invenciones personales del autor , y (2) no representan los patrones semánticos de lenguas reales, sino que proponen una lengua imaginaria con cientos de palabras con significados abstractos y raros como “hondonada”, “frondosa” o “centinela” en lugar de los tipos de significados más concretos que vemos en los topónimos de lenguas andinas. Además, intenta justificar su repetición obsesiva de unos pocos supuestos significados, aparentemente sin darse cuenta de que estas formas supuestamente sinónimas son las palabras y significados que él mismo ha inventado (así como inventó la palabra “diasinónimo” que no consta en la RAE ni en ningún otro texto de la lengua castellana): El lector notará que existe un patrón de comportamiento de los topónimos muy peculiar en la oronimia andina, como la redundancia conceptual en el uso de diasinónimos y construcciones tautológicas, es decir, se encontrará una gran cantidad de topónimos con formas evidentemente diferenciadas, pero con glosas similares, redundantes e idénticas, tales como montaña arbustiva, loma mirador frondosa, montaña frondosa del valle, cerro guardián arbustivo, entre otras, las que se repiten una y otra vez. Este fenómeno ocurre porque existe un enorme elemento de diasinónimos, especialmente en lenguas barbacoanas, las cuales tienen un sistema morfológico muy prolífico, en el que se añaden una sucesión de diferentes lexemas a la raíz. Por consiguiente, se encuentran más que 160 variantes diatópicas para designar montañas, cerros, lomas, colinas, más de 150 lexemas y sintagmas relativos a hondonadas, más de 70 variantes para designar la dicotomía montaña-hondonada, más de 40 variantes para designar valles, más de 80 variantes para nombrar quebradas y más de 50 nombres para nominar bosque, selva o chaparro, por lo que la poiesis del lenguaje de los pueblos precolombinos resulta extremadamente creativa, es multiplicadas construcciones toponímicas, innovativas y privativas a determinados sustratos etnolingüísticos. (Andrade, 2024, pp. 41-42) Es muy revelador lo que Andrade nos informa sobre su proceso de llegar a 150 palabras para “hondonada” o similar, porque él mismo admite que no basa sus traducciones en significados conocidos en las lenguas barbacoas modernas (2025, p. 31). Entonces, ¿de dónde provienen tales significados? Cómo se mencioné en la sección 2, el método de Andrade parece consistir en observar un lugar y decir “me parece una hondonada”. El problema es que partir de la perspectiva de un hablante de español moderno no constituye una forma de entrar en la lógica semántica de una lengua indígena del pasado. Como ya fue señalado anteriormente, no podemos asumir que palabras geográficas como “montaña” tengan el mismo significado en todas las lenguas (Smith & Mark, 2003). Aunque Andrade llama, a veces correctamente, a algunas etimologías populares “fantasiosas, espurias y apodícticas”, sus propias etimologías propuestas no resultan menos “fantasiosas, espurias y apodícticas”. Descarta, por ejemplo, “Garganta de Fuego” para Tungurahua, y vamos bien, pero luego propone “Montaña Boscosa de la Hondonada” (Andrade, 2024, p. 61) para la misma palabra, expresión que parece surgir de su obsesión con las “hondonadas” y no de alguna evidencia real de las lenguas barbacoas. La caracterización que nos ofrece Andrade es la de una lengua —o de varias, pues eso nunca queda claro— que contendría decenas de palabras con supuestamente el “mismo” significado. A continuación, las 152 formas que nos dice que significan “hondonada”: TUN - TON - TAN - TACO - ALTA - ATA - CHALA - CHIBU - CHULA - CHUPA - TANI - TABA - ABA - ABRA - AMA - ALPA - ALTA - LABA - RABA - TANGUA - TABU - TILI - TELIN - DEL - TABLA - TALA - TAL - TUMA - TUMBA - TUBA - TULU - TUPAN - TANDA - TUSA - TUS - TUNGA - TUNGUI - TUCU - TITU - TISHI - TUPI - RINGU - TASAN - TSA - PULO - CUMBA - CUMBI - CUBA - CUBI - CARA - CAMBI - CAÑA - CAÑI - CANI - CAMU - CAROA - CATA - CATUN - COYA - OYA - CUYA - CUY - GÜI - CUEL > GÜEL - CAPA - COTA - CUSO - CUS - CUSA - CUSI - CUTSA - ARCOS - CUASA - CUNI - CURA - CUMA - CUMU - GUARAN - GUARGUA - GUASI - GUASA - GUATA - GUALI - GUANI - GUACHA - GUACHO - GUALO - GUALLU - PAPA - BABA - BARA - BACHO - PACHAN - PAGUA > AGUA - PAGUI > AGUI - PANGA - ANGA - PANGUA - PALA - BALA - PUMA - PATA - PUI - PUCHA - PUTU - PUSI - PUTSA - PUSA - PULLIN - PARI - PALI - RAYA - RAYO - SAPA - SITA - SUMBA - SUMA - SUMI - SUNA - SUNO - MAR - MU - MO - MON - MA - MAU - MACU - MACHA - MASHA - MANGA - MAPA - MAGO - MOCO - MOGO - MOTE - MAGUA - MATA - MAL - MALCHIN - MALIN - MILIN - MORO - MURA - MUNGA - MUCA - MUG - MONJA - NAGUA - NATA - NAMI - CHILTA - LITA - LIGUA - LITO - LATA - LUMI - LLUMI - TAYO – YANSA. (Andrade, 2024, pp. 114-115) Una revisión de las fuentes sobre el vocabulario de las lenguas barbacoas revela que no hay ni un solo caso documentado de una palabra con la traducción “hondonada” en ninguna de ellas. Es cierto que se podría explicar el concepto con otras palabras más generales, por ejemplo “abajo”, pero no mediante una palabra específica. En kichwa sí existe una palabra más o menos con ese significado, pukru, pero solamente ocurre en unos pocos topónimos, así que la propuesta de que existan cientos de topónimos con el significado “hondonada” no tiene apoyo en lo que conocemos de las lenguas andinas. Él sostiene que las lenguas indígenas americanas tienen más palabras para “montaña” y “hondonada” que las lenguas (indo)europeas (2025, p. 26), pero esto solamente parece otro caso de estereotipar las lenguas indígenas, similar al mito de que las lenguas esquimales tienen cientos de palabras para “nieve” (Pullum, 1991). Las lenguas quechuas tienden a tener unas cuatro o cinco palabras principales para “montaña”, “cerro” o “loma”, a pesar de ser de los Andes. Resulta, por tanto, una sugerencia extraña decir que lenguas habladas en los Alpes o los Himalayas no dispongan también de un vocabulario amplio para hablar de montañas. Garcés observa que esto parece ser más una preocupación de Andrade como montañista que un rasgo real de los topónimos en sí, señalando, además, la llamativa ausencia de otros significados toponímicos comunes, como palabras acuáticas como “río” o “lago”, prácticamente inexistentes en sus textos (2025, 21:40). 4.1 Diversidad de significados geográficos Andrade sostiene que los significados de los topónimos andinos tienen una “conceptualización descriptiva” (2025, p. 26), es decir, que no tienden a poner elementos culturales o simbólicos, como ocurre en ciertos casos del español, por ejemplo Bolívar, en referencia a personajes históricos13. Aunque es cierto que muchos topónimos andinos tienen elementos descriptivos, si prestamos atención nos daremos cuenta de que no tienden a solo describir formas geográficas sino también la flora, la fauna y la geología, todos elementos importantes para las culturas antiguas. Una de las formas más comunes en topónimos kichwas es rumi “piedra”, como en Rumipamba o Rumicucho, probablemente representado por la forma o (*ŝu, ver Tabla 1) en topónimos pre-kichwas como Zhumbahua (panzaleo) o Zhud (cañari). Sin embargo, a lo largo de cientos de páginas de las obras de Andrade no vemos ni un topónimo con la traducción “piedra”, ni en palabras con o (por ejemplo, Shumiguir, supuestamente “Hondonada Frondosa”; 2024, p. 602). Del mismo modo, también podemos ver términos kichwas para el suelo como “arena” en Tiyupamba “Llano de Arenal” o “tierra” en Yanashpa “Tierra Negra”, pero Andrade tampoco incluye alguna traducción similar a estas. Ignora por completo los abundantes topónimos pre-kichwas con formas relacionadas con *ʦala “arena” (tsala, sala, sara, chara, char, chal; ver Tabla 1). Podemos encontrar posibles variantes de “arena” en toda la sierra: Sarance, Chalpi, Salasaca, Charcay, Saraguro; y hasta en la costa: Salango, Charapotó. _____________________ 13 En la sesión de preguntas del lanzamiento de Voces Sumergidas un miembro del público hizo una pregunta sobre la posibilidad de que algunos topónimos fueran más históricos o mitológicos que descriptivos, y aunque Andrade minimizó la importancia de la pregunta en su respuesta, esto es un área muy interesante que vale la pena investigar más. En español, hay topónimos de santos (San Pablo, Santa María, etc.), de personas históricas (Atahualpa, Pedro Vicente Maldonado, etc.), de lugares en España (Cuenca, Archidona, etc.), y varios otros tipos que no son puramente descriptivos. En kichwa también podemos ver ejemplos como Aucapamba (ver Sección 5.2) que tienen que ver con poblaciones humanas históricas específicas, y ejemplos como Francésurco en honor a la misión geodésica de La Condamine. En cha’palaa un topónimo Antsununu tiene que ver con un ser supernatural que se dice que antes vivía ahí. Aunque no sean los ejemplos más comunes, también vale la pena considerar si algunos topónimos barbacoas podrían ser más históricos o mitológicos. _____________________ En toda la obra de Andrade, tampoco vemos ninguna traducción de un topónimo que incluya términos de flora o fauna, significados muy comunes en lenguas barbacoas modernas: unos ejemplos de cha’palaa son Upi, “Río Zapallo”, Tyaipi “Río de Sal” (o localmente “Agua Salada), Guaña Payu “Cascada de Bagre”, etc. En algunas lenguas perdidas pre-kichwas es posible identificar este tipo de significados gracias a que ciertos términos se han preservado en kichwa o español rural. Un buen ejemplo es la palabra gullán que se usa en el Austro para referirse al “taxo”, y que ocurre en nombres como Gullanzhapa, con una terminación zhapa que hipotéticamente podría significar “llanura” (/pa/ siendo una forma relacionada con cosas planas en cha’palaa); Gullanzhapa sería básicamente la forma cañari del kichwa Taxopamba, “Llanura de Taxo”, un lugar en Imbabura. Otro ejemplo sería Pingulmí, donde podemos distinguir el término pingul que se usa para el árbol lechero en el kichwa del norte. En kichwa, son ampliamente abundantes los términos de este tipo que mencionan plantas, como Sigsipamba “Llano de Sigses”, Tsinihuaicu “Quebrada de Ortiga” o Papallacta “Pueblo de Papas”, y también de animales como Condorhuasi “Casa de Condor”, Angamarca “Territorio de Águilas” o Cuicocha “Laguna de Cuyes”. En vez de investigar posibles significados vinculados con plantas y animales específicos como los que vemos comúnmente en topónimos andinos, Andrade muestra una obsesión con términos abstractos como “frondoso” y “boscoso”. Afirma que “el lector se sorprenderá” (2024, p, 87) ante su propuesta de más que cincuenta términos para “bosque” (¿tal vez porque esta propuesta resulta sorprendentemente improbable?) pero nunca considera que algunos de ellos podrían ser para especies concretas, si tomamos en cuenta el profundo conocimiento botánico y zoológico de las culturas andinas. Por ejemplo, las formas alo y ala(n) parecen referirse claramente al “aguacate”14, pero aquí las incluye dentro en una lista ecléctica de formas que, en su mayoría, no tienen nada que ver una con la otra, y que todas se interpretan supuestamente como “bosque”: Más de cincuenta variantes se han registrado entre lexemas, sintagmas y formas abreviadas. Los lexemas y sintagmas /chi/ /cha/ /chu/ /ala/ /alo/ /aro/ / ali/ /ata/ /ta/ /atsa/ /asa/ /ati/ /atsi/ /asi/ /tail/ /ila/ /ili/ /ilin/ /illa/ /alla/ /allo/ /aya/ /ayo/ /aña/ /ana/ /ano/ /ri/ /rin/ /ria/ /ntag/ /anta/ /antag/ /tanda/ /panda/ /panta/ /pan/ /banda/ /endo/ /ando/ /inga/ /ngal/ /jelen/ /jele/ /pele/ /elan/ /enan/ /eran/ /ran/ /ra/ /minda/ /min/ /mi/ /mia/ /nin/ /ni/ , /buela/ /muela/ /fuel/, /juelan/, / cuelan/, están relacionados con: selva, bosque nublado, quebrada, chaparro, entre otras. Muchas palabras son polisémicas y su estructura en cada lengua es muy original. Nótese la deslaterización de algunos lexemas como /ala/ > / ata/ > /ta/, /alo/ > /aro/, /elan/ > /eran/, /ili/ > /iri/ > /ri/ > /rin/ > /ria/, así como la nasalización de /ilin/ > /inin/ > nin, /ala/ > /ana/ > /aña/ y /alo/ > /ano/. (Andrade, 2024, p. 94) Cabe mencionar que el supuesto análisis fonológico aquí presentado constituye otro ejemplo de usos “pseudo-eruditos” de terminología técnica como “deslaterización” y “nasalización”, pero la mayoría de los cambios propuestos no son buenos ejemplos de estos fenómenos, ninguno cuenta con motivación fonológica, y algunos son totalmente imposibles (/l/ > /t/)14. La mayor parte de esta lista consiste en invenciones basadas en una segmentación arbitraria y sesgada de topónimos, así como en propuestas mal formuladas de cambios de sonidos. Algunas pocas de estas formas podrían ser palabras reales de lenguas barbacoas, pero aquí Andrade se confunde también con los significados y la gramática, demostrando otra vez su ignorancia casi total de la semántica y la morfosintaxis de las lenguas barbacoas. ______________ 14 Véase Sección 2.3 y Tabla 1. 15 Véase Sección 3. ______________ Andrade no parece entender que la forma *xele (jele) significa “monte” en barbacoa sureño mientras *či (chi) significa “árbol” o “palo”, dos significados totalmente distintos, y ninguno igual a “boscoso” (¿un caso literal de no ver el bosque por los árboles?). Y peor aún, intenta derivar la forma de / xele/ cuando sus sonidos son totalmente incompatibles según los cambios de sonido posibles, solo para inventar otra palabra más para “bosque”. No entiende que la labialización vista en la consonante /b/ > /bʷ/ indica que la vocal original probablemente fue /ɨ/, porque esta vocal causa labialización después de la bilabial /p/ en awapit (Curnow, 1997, p. 25). También parece no darse cuenta de que los topónimos con /buela/ o /puela/ refieren a centros poblados (Natabuela, Carabuela, Apuela, etc.), sugiriendo una posible relación con la forma pala para “lugar (de)” en cha’palaa (de posible proto forma *pɨla, como señalamos en la Tabla 1). Otros elementos comunes de la toponimia andina que no vemos en las traducciones de Andrade son las estructuras humanas, como los ejemplos kichwas de tambo “recinto/caserío”, pirca “pared”16, kincha “corral”, llakta “pueblo” o huasi “casa”. Considerando topónimos comunes como Huasipamba (“Llanura de Casas”, Azuay), es muy posible que algunos topónimos como Yaruquí o Yavirac o Cumbayá tengan el elemento “casa” que se reconstruye en todas las lenguas barbacoas modernas como *ya. Andrade nunca considera esta posibilidad (por ejemplo, en Yavirac; 2024, p. 609), y rechaza la buena posibilidad de que Guayaquil venga de wa-ya-ki-le (grande-casa-llano-largo), “Llanura de Casa(s) Grande(s)” (2025, pp. 98-101); en este caso, la etimología popular “Nuestra Casa Grande” podría ser parcialmente correcta porque se basa en la evidencia de wa-ya “casa grande” en tsafiki. En cambio, la sugerencia de Andrade de “Cerro del Peñón” no se basa en evidencia clara relacionada a lenguas barbacoas, y por eso podemos descartarla17 _______________ 16 Véase Ingapirca en sección 3.1. 17 En su propuesta para Puntiachil, “Valle de la Montaña” (2025, 282-283), Andrade no parece conocer la etimología posible de Puendo-yatsil o yacel, incorporando un término colonial para “recinto” (Ramón Valarezo, 1987, p. 74) aparentemente basado en ya de “casa” en las lenguas barbacoas. Podría haber otras buenas hipótesis pero este análisis es una de las posibles opciones. _______________ En nombres complejos tanto de las lenguas quechuas como las lenguas barbacoas, el sustantivo núcleo ocurre a la derecha, y a la izquierda va el modificador, que puede ser otro sustantivo —como en ejemplos anteriores de plantas y animales— o también puede ser un adjetivo. En topónimos kichwas se observan adjetivos de color como Yanahurco “Cerro Negro”, Yuracrumi “Piedra Blanca” o Pucallpa “Tierra Roja”. También vemos adjetivos de tamaño como Jatumpamba “Llanura Grande” y Jatun Cañar “Gran Cañar” o posiblemente “Gran Tierra del Árbol Cañaro”)18. Adicionalmente, aparecen adjetivos de temperatura: Cunuyacu (“Agua Caliente”), Chirimachay “Cueva Fría”, etc. Y en las lenguas barbacoas podemos encontrar adjetivos similares, como cha’palaa: Tsejpi “Río Claro”, Aapi “Río Grande”, Ishtu “Tierra Fría” (la Sierra). Sin embargo, en las propuestas de Andrade no vemos ningún adjetivo de color, tamaño, temperatura o similar, sino únicamente adjetivos extraños como “frondoso” repetidos una y otra vez. Considerando el núcleo de la frase nominal, casi todas las propuestas de Andrade se dividen entre supuestos términos para “hondonada”, “montaña” y “valle” como si estos fueran las únicas clases de topónimos. En realidad, los nombres de lugares suelen ser mucho más diversos. Una clase de topónimo que es ignorado en estos textos son las palabras para elementos acuáticos. Aunque bien reconoce pi o bi como la forma para “río” o “agua”, porque es extremadamente obvio en todas las lenguas barbacoas (ver Tabla 1) y ha sido mencionado en la literatura desde Jijón y Caamaño, casi no reconoce ningún otro término acuático (como vimos en Sección 2.2., incluso hasta cambia las formas con kichwa kucha “laguna” a otra cosa). Esta forma ocurre en muchos nombres de ríos en el norte, como Telembí, Mashpi, Pantaví, Isinliví o Calpi y Andrade parece captar, más o menos, que estas son palabras acuáticas. Sin embargo, no comenta por qué no aparece pi al final de la palabra en la zona cañari, y su poco adiestramiento en asuntos fonológicos no le permite considerar que la -y al final de muchos topónimos cañaris podría ser un cognado con pi, perdiendo la consonante bilabial (/pi/>/i/>/y/), similar a un proceso visto en el kichwa amazónico con el sufijo locativo que, coincidentemente, también es -pi.19 _________________ 18 Véase Sección 5.1 sobre el prefijo aumentativo barbacoa. 19 Para una elaboración de esta hipótesis, véase Floyd 2022, pp. 9-20. __________________ Por alguna razón, Andrade traduce la forma piro o biro como “quebrada” cuando esta es una de las pocas palabras para las cuales tenemos una traducción relativamente confiable de lengua caranqui en un documento colonial, porque se traduce Tumbabiro como “Estanque de Pájaros” (Ministerio de Fomento, 1897, p. 110). Tiene sentido que tumba sea algún tipo de pájaro y biro “estanque” o “laguna”, con base en una forma sonorizada de pi “agua” y otro elemento ro. Aunque una quebrada puede tener agua, aquí “estanque” sería claramente un elemento acuático. El autor de la relación de Imbabura parece haberse equivocado en algunas traducciones, por lo que es necesario verlas con ojo crítico, pero en este caso, “Estanque de Pájaros” cuadra mucho mejor que la improbable “Vertiente de la Hondonada” propuesta por Andrade (2024, p. 331). Esta hipótesis también permite interpretar otros términos con piro o biro, como Chachimbiro, posiblemente “Estanque de los Chachis”, ya que este sitio se encuentra en una ruta ancestral de los chachis entre Imbabura y Esmeraldas (no “Quebrada Boscosa”, Andrade, 2024, p. 330). También se puede postular “Estanque del Puente” para Pimampiro ya que piman es claramente “puente” en tsáfiki (también probablemente en base de pi “agua”). Aun así, Andrade ignora todas estas traducciones factibles y opta por sus típicos términos: “hondonada” y “boscoso”. Tampoco parece haber considerado otros elementos acuáticos como “cascada” que en Awapit es piral, un buen candidato para topónimos como Río Pita, que cuenta con cascadas grandes, y otros nombres similares como Pital y Pitayo. Las obras de Andrade tampoco aprovechan las pocas traducciones que existen para el Austro, para términos cañaris, varios de ellos relacionados con elementos acuáticos. Por ejemplo, Arias Dávila traduce Leoquina como “Culebra en Laguna” (Ministerio de Fomento, 1897, p. 177), y así podemos postular que los términos con quina, guiña y similar serían “laguna”, así como en términos como Mapaguiña, Güizhaguiña, y Nariguiña. Este último, Andrade nos dice que significa, para variar, “Montaña de la Hondonada Frondosa” (2024, pp. 452- 453), expresión que responde a su reiterada obsesión con las “hondonadas frondosas”, no a una hipótesis real. En el caso de Zhuruguiña, es posible proponer dos opciones para una traducción completa con base en términos cañaris utilizados en el kichwa de Cañar (Cordero, 1892; 1992): “Laguna Cacarañada”, si la forma es zhuru, o posiblemente “Laguna Gris” si fuera zhiru, que tiene tal vez más sentido semántico, pero habrá que explicar el cambio de la vocal /i/ > /u/. Es raro que Andrade ignore por completo tanto las palabras pre-kichwas en los dialectos kichwas modernos como las traducciones existentes en la documentación histórica. En otro caso, por ejemplo, no se da cuenta que deleg probablemente sea un término para “llanura”, basándonos en la traducción del nombre original de Cuenca, Guapdondelic, o “Llano grande como el cielo”. Andrade nos dice, en cambio, que deleg significa “loma frondosa”, sin presentar evidencia alguna (2024, pp. 206-207). Tampoco deduce la obvia traducción del prefijo gua- (wa-) como “grande”, que veremos a continuación en Sección 5.1. Cuando hay tan poca evidencia sobre las lenguas perdidas, no es buena idea ignorar la poca evidencia relevante para dedicarse a inventar más “hondonadas frondosas”. 4.2 Significados problemáticos y no verificables Finalmente, llegamos a una serie de propuestas que no solo resultan improbables y carentes de evidencia, sino que alcanzan un nivel de especulación casi cómico. Una de estas es la idea de que la forma ka (o ga), en algunos casos asociada con palabras utilizadas para “ojos”, supuestamente significaría “centinela”, aparentemente pensando que se podría derivar una palabra como “mirador” de “ojos”; por ejemplo, dice que Abuga significa “Montaña Centinela” (Andrade, 2025, p. 308). Sin embargo, en las lenguas barbacoas, “mirar” se representa con una palabra distinta a la usada para “ojos”, y además existen numerosas palabras con la sílaba ka que no tienen nada que ver con “ojos”. De nuevo, Andrade toma palabras de español e intenta forzar etimologías pre- kichwas, como en el caso de Guacamayo. Dice que la similitud exacta de término al nombre en español —originalmente en taíno del Caribe— para una especie de loro que vive en justamente la zona del topónimo es “solamente casual”, y propone en cambio “Cerro Guardián del Territorio” (2024, p. 525). En estas propuestas, vemos que Andrade no puede cumplir con su propia norma de que los topónimos sean “descriptivos”, porque comienza a sugerir significados cada vez más esotéricos. Para la terminación -ango propone “Cerro Centinela del Territorio”, explicando que “su glosa se relaciona directamente con el concepto denotativo y connotativos espiritual de la montaña y sus implicaciones semióticas” (Andrade, 2024, p. 144). Andrade se vuelve más y más chamánico con propuestas como “montaña madre fecunda” o “montaña sagrada” para la forma man (2024, p. 51), y procede a ofrecer traducciones tan fantasiosas como Gualimán “Montaña Sagrada de la Hondonada Arbustiva” (2024, pp. 553-554). En este caso, comete múltiples errores como el no darse cuenta del probable prefijo wa- “grande”20 y como aplicar cambios de sonido irregulares, comparando formas como Ilumán con Cotama(n); pero si una /n/ hubiera desaparecido en Cotama tendría que haber desaparecido también en “Ilumá”21 __________________ 20 Véase sección 5.1. Sin embargo, el error principal aquí es la invención de significados ridículos. 21 Al respecto, la sección 3.1 da más ejemplos de estas violaciones de las normas del método comparativo. _________________ El lector tal vez se preguntaría cómo llega Andrade a estos significados tan cósmicos como “Montaña Madre del Territorio” para Puruhá (2025, p. 220). A menos que disponga de una máquina de tiempo para ir a entrevistar a los pueblos pre-kichwas en el siglo XIV, la repuesta parece ser simplemente que vienen de su imaginación. Este pasaje, en el que intenta convertir arbitrariamente la palabra barbacoa para “sangre” en un término para “valle”, es un serio candidato para el texto más absurdo en la totalidad de las dos obras de Andrade, una distinción nada menor, considerando la abundancia de errores: Asan con sus alomorfas y sugieren, valle o zona ritual. La voz en las lenguas barbacoanas modernas tiene la acepción de sangre (Guevara 2016). ¿Cómo ha evolucionado de manera tan disímil del valle a sangre? La respuesta a esta interrogante es que en los valles o templos con plataformas rituales se ofrendaba sangre a las deidades, entonces, por simple metonimia, la cual opera por consecuencias de causa y efecto (la sangre es efecto de los rituales), la antigua voz = valle, se evoluciona a nuevas acepciones como “valle ritual” y por ende, “ofrenda” y “sangre”. (Andrade, 2025, p. 38) Si resulta que es posible pasar de “sangre” hasta “valle” a través de especulaciones sin evidencia sobre ficticios rituales de sangre en tiempos ancestrales, queda claro que ninguna palabra está a salvo de ser torcida por Andrade. También seguramente se comía melloco en los valles, entonces, bajo la misma lógica, ¿por qué no llamarlos mejor “melloco”? Finalmente, cuando cualquier significado puede convertirse en cualquier otro a través de divagaciones místicas de este tipo, el resultado ya no corresponde a una investigación científica sino a un cuento de hadas. 5. Asuntos morfosintácticos Ahora que hemos considerado los métodos fonológicos para reconstruir los sonidos de las formas lingüísticas barbacoas y las maneras de postular significados semánticamente factibles para ellas, podemos considerar sus propiedades gramaticales de combinación. Andrade afirma considerar “la estructura polisintética de las lenguas barbacoas” (2024, p. 17) y que “los sintagmas deben ser segmentables y demonstrables” (2024, p. 66) pero en ninguna parte de las obras vemos una aplicación de principios de morfosintaxis barbacoa. El autor parece desconocer prácticamente la totalidad de trabajos descriptivos sobre la gramática22. Divide las palabras en lugares arbitrarios e intercambia sufijos con prefijos y sustantivos con adjetivos de manera irregular. No sigue ninguna regla gramatical, y por ello fracasa totalmente en demostrar sus traducciones extrañas plagadas de “hondonadas frondosas”. Esta es, sin duda, el área más compleja de la interpretación toponímica. Las hipótesis que se pueden proponer tienen diferentes niveles de confiabilidad, pero es importante tomar en cuenta asuntos gramaticales de forma sistemática para llegar a las mejores propuestas posibles frente la escasez de documentación histórica. Aquí podemos considerar unos ejemplos de análisis morfológico, empezando con las formas más sencillas y tratando después ejemplos más complejos. Aunque hay unas pocas formas de una sílaba (sobre todo en cañari: Zhud, El Pan), por lo general las formas más básicas tienen dos sílabas, muchas veces representando dos elementos diferentes: un núcleo, a la derecha, y un modificador, a la izquierda. Un buen ejemplo es Quito que divide entre /ki/ y /to/. La terminación -to, o -do después de /n/, que significaría “tierra”, es una de las más prevalentes en la sierra ecuatoriana; ocurre en Nariño, Colombia (Pasto), Imbabura (Agato), Pichincha (Tabacundo, Pacto, Mindo), Cotopaxi (Muliambato, nombre original de Salcedo; Cieza de Leon, 2005, pp. 122-123), Tungurahua (Ambato, Mogato), Bolívar (Siligato), Chimborazo (Licto), posiblemente la misma forma con otra consonante en el sur de Chimborazo (Guasuntos) y Cañar (Coyoctor), Azuay (Guando), El Oro (Tomagato), y Loja (Purucato, Malacatos). Además, ocurre en topónimos contemporáneos en Tsáfiki: Manto para Santo Domingo, Tehto para Quito. Como terminación de la palabra, podría significar “tierra” en los dos sentidos, tanto “suelo” como “territorio”, comparado a casos cuando ocurre inicialmente, donde probablemente solo refiere al suelo literalmente (Tolontag, Tocachi). También es la misma forma vista en tola, una palabra pre-kichwa usado en kichwa y español para referir a montículos de tierra. En Quito, /to/ es el núcleo y /ki/ es el modificador: “tierra con calidad de ki”. ¿Qué significa ki? Es una pregunta difícil, pero en base de la evidencia, una hipótesis fuerte es que significa “plano”. En tsafiki y cha’palaa existen clasificadores gramaticales para sustantivos planos con /ki/, pero también parece asociarse con cosas planas cuando ocurre en posición inicial; por ejemplo, cha’palaa kika “piel”, kiika “papel”23, kijkapa “naríz”. Ahora, también vemos /ki/ en otras palabras no relacionadas, como kishi “ayer” o kiya “dolor”, pero lógicamente “plano” parece más probable en un topónimo que estos significados. La propuesta más fuerte parece ser /ki-to/ [plano-tierra], “Tierra Plana” literalmente, o “Meseta”. Esta interpretación es semánticamente plausible, considerando que la base toponímica más frecuente en kichwa en pamba o “tierra plana”, un significado también visto en topónimos españoles como Llano Grande. Podemos comparar esta propuesta a la de Andrade de “Valle Altoandino” (2024, pp. 110-112; 2025, pp. 34-40), aparentemente en base de una glosa “valle” para ki (aunque muchos lugares con ki no son valles propiamente sino llanuras en las laderas de montañas) y “altoandino” para to, que dice que “evoca el territorio andino, las montañas, el bosque” (2025, p. 40). Sin fijarnos tanto en la lógica de un término como “andino” en tiempos en que este concepto todavía no tendría su sentido moderno, podemos descartar esta propuesta solamente porque tiene el orden de núcleo y modificar al revés, demostrando otra vez el descuido con que se trata la gramática barbacoa. _____________________ 22 Véase la sección 1.1 23 Otra posibilidad es que esta palabra sea un préstamo del kichwa killka- para “escribir”. _____________________ Esta confusión se extiende a otros términos con to; el mismo error de Quito se ve en la propuesta para Pasto, inexplicablemente también “Valle Altoandino” (Andrade, 2025, p. 208), otra vez con núcleo y modificador al revés. La forma pas es difícil de interpretar, pero hay varias posibilidades, como por ejemplo *pa “negro” en proto-cha’palaa/tsafiki, o -papa, un clasificador para sustantivos redondos/planos en cha’palaa, o *paj para “luz celestial” (ver “Cotopaxi”, más abajo). “Tierra Negra”, “Tierra Plana y Redonda”, “Tierra de Luz”; todos estos son propuestas más fuertes que “Valle Altoandino”. Igualmente con Puendo, la propuesta de “Montaña Frondosa” (Andrade, 2024, p. 136) no parece tener evidencias; la forma puen, en cambio, podría relacionarse con una forma traducida en la documentación histórica como “flor amarilla” en el nombre original de Azogues, Pueleusi (Ministerio de Fomento, 1897, pp. 170–175). Cualquiera que sea el significado, por la labialización de la /p/ > /pʷ/ podemos proponer que la vocal ha sido /ɨ/, una vocal barbacoa que no existe en español y que Andrade no menciona24. Para Ambato tampoco parece factible la traducción “Territorio Cuarteado” (2025, p. 103)25 porque, aunque aquí correctamente trata to como núcleo, la propuesta de “quebrada/cuarteado” para amba no tiene ninguna evidencia en las lenguas barbacoas, y tampoco hay justificación para convertir una forma en otra “IMBA- IMBU – AMBU – AMBA – PAMBA” (Andrade, 2025, p. 104) sin reglas fonológicas uniformes26; peor aún, intenta incluir el kichwa pamba. Todas estas formas son potencialmente diferentes palabras y no hay ninguna razón para arbitrariamente convertir una en otra. _____________________ 24 Véase sección 3.2 25 Existe una etimología popular para Ambato como jambatu, una especie de sapo. Aunque por comparar con topónimos como Muliambato y Quito es más probable que sea en base de barbacoa to “tierra”, es interesante que en lugares como Salasaca han agregado un sonido /x/ al nombre de la ciudad /xambatu/, aunque al final “sapo” no parece haber sido el nombre original de la ciudad. ____________________ 5.1 Formas morfológicamente complejas De las formas de dos o tres sílabas, podemos pasar a algunos ejemplos de cuatro sílabas. En ciertos casos, podemos observar que históricamente tenían cuatro sílabas, pero ahora se han reducido. Por ejemplo, Cieza de León documenta Mulahalo para lo que es hoy Mulaló (1553/2005, pp. 118–119); podemos ver cómo el acento se mueve al final, probablemente el mismo proceso atrás del acento en términos como Pilaló o Cotaló. Andrade, sin embargo, nunca comenta sobre el acento, a pesar de ser muy importante. Los hablantes de kichwa del Valle de los Chillos todavía utilizan la pronunciación antigua de Ilaló: /ilaxalo/. El núcleo de este término es difícil de interpretar, aunque podría tener una relación con /kaʎo/ como en San Agustín de Callo, posiblemente por la forma redonda de la loma de Callo, en conexión a la forma /ʎu/ de cha’palaa para formas cilíndricas. Otra opción sería que /ka/ o /xa/ sean clasificadores independientes, y que la forma geográfica sea /lo/ solamente. Esta forma tentativa para “loma” se podría combinar con /ila/ de tsáfiki para “moler” para dar así “Loma Molida” o “Loma Erosionada”, que aplica bien a la forma erosionada del Ilaló. Se trata, de una hipótesis relativamente fuerte y mucho mejor fundamentada que “Montaña de la Caldera Arbustiva” de Andrade (2024, pp. 393-394), que tiene los mismos problemas que todas sus otras propuestas: falta total de evidencia del significado, cambios arbitrarios de sonidos, etc. Uno de los pocos aciertos de Andrade —o donde no se ha equivocado por completo— es en la observación de que las formas buro y bura tienen que ver con “montañas” en lengua caranqui, probablemente parcialmente cognados con butyu “montaña” en cha’palaa (Imbabura, Aloburo). En lengua panzaleo, vemos las variantes pulu, pulo, polo, bulu que pueden ser explicadas por correspondencias de sonidos regulares (/r/ > /l/, /p/ > /b/) y un poco de interferencia de los sistemas vocálicos de español y kichwa (Pululahua, Guápulo, Guangopolo, Chilibulo). Puede ser la misma forma puru en puruhá de Chimborazo, y bur en Cañari (Burgay). Aunque Juan de Velasco no es una fuente confiable debido a su sesgo regionalista en temas como “el Reino de Quito” y “Los Schyris”, no tenía por qué inventar nombres de animales. Por ello, su dato de que imba se refiere al pez preñadilla (Velasco, 1789/1981, p. 305) tal vez podría tener fundamento, lo que resulta en imba-bura, “Montaña de Pez Preñadilla”, con referencia a las quebradas que bajan a la Laguna San Pablo (Imba-kucha para algunas personas de la región). Por lo menos es mucho mejor que “Montaña de la Hondonada” de Andrade (2024, p. 404; ¡otra vez “hondonada”!), y sus protestas de que Juan de Velasco dice que imba es “kichwa” no tienen fundamentos, porque existen muchos términos barbacoas para flora y fauna en el kichwa ecuatoriano. Como un firme anti- Velasquista en la mayoría de mis trabajos, me resulta algo inesperado que yo de la razón a Juan de Velasco en algo, pero a pesar de sus problemas, es un escritor mucho mejor informado que Andrade. ____________________ 26 Véase sección 3 ____________________ Así podemos también proponer otras traducciones como Aloburo [alo- buro] “Montaña de Aguacate” (y no “Montaña de la Hondonada”; 2025, p. 225. ¡Ya basta con “hondonada”, por favor!). Para términos como Chilibulo, podríamos postular algo que tiene que ver con chi “árbol” [či-li-bulo, árbol-locativo/plano- montaña] y aquí entramos en en cuestiones gramaticales porque -li podría ser o un sufijo locativo (“lugar de”) o un clasificador de forma (“plano/extendido”) dando propuestas como “Montaña del Filo de Árboles” o “Montaña Lugar de Árboles”. Podría ser la misma forma que ocurre al final de términos como Bombolí, posiblemente “Lugar/filo de Mariposas” en base del punpu en tsáfiki y pumbu de cha’palaa para “mariposa”, o “Lugar/filo de puercoespín” en base de tsáfiki bombó.27 Andrade no toma en cuenta distinciones como raíz frente a sufijo en su propuesta para Chilibulo “Cerro del Valle Frondoso” (2024, p. 537), entre varios otros errores. Uno de los ejemplos más discutidos es Cotopaxi, que históricamente ha sido asociado con la etimología popular “Cuello de la Luna”, por el kichwa kutu “cuello” y el aymara phaqsi “luna”. Sin embargo, eso sería el orden gramatical equivocado (sería más bien “Luna del Cuello”), y no hay una razón para tener topónimos aymaras en el Ecuador. La propuesta de Andrade de “Gran Nevado de la Caldera” (2024, pp. 306-310) tampoco tiene sentido. En su obsesión con “hondonadas” nos dice que /koto/ es “hondonada” y por extensión “cráter”, algo que no tiene evidencia en las lenguas barbacoas, e ignorando formas evidentes como kohtó en tsáfiki y kujtu en cha’palaa para “inclinación” o “montaña”. Además, no es claro de dónde extrae los significados para “nevado” y “gran”, ya que, como veremos abajo, no parece conocer las formas de decir “grande” en lenguas barbacoas. La propuesta más factible para Cotopaxi parece ser /kohto-pak-ʦi/, proponiendo un sufijo locativo -tsi cognado con el locativo -chi de tsáfiki, donde los sonidos /ts/ y /č/ se han convertido en variantes alofónicas una a la otra. La forma /pak/ o /pax/ parece ser cognado con pajta, “sol/luna” en cha’palaa, y pahtá, “luz o calor del sol” en tsáfiki, también visto en topónimos como Pacto, que sería “Tierra del Sol”, “Tierra Caliente” o similar (no la “Montaña de la Hondonada” de Andrade, 2024 p. 523).28 Andrade intenta segmentar Cotopaxi con la terminación -ksi (2024, pp. 184-185) sin darse cuenta de que las raíces que empiezan con dos consonantes (CCV) no existen en las lenguas barbacoas. Por eso es más factible /pak-ʦi/, y así llgeamos a la propuesta de “Lugar Inclinado de Luz” o, más poéticamente, “Montaña de Luz Celestial” o “Montaña Brillosa”. ____________________ 27 Existe otra posibilidad para Bombolí en base de una etimología popular tsáchila de bom “ombligo” y bolí “calabaza para portar agua”, tal vez en referencia a forma de la Loma Bombolí. ____________________ Vemos unos posibles sufijos como el locativo -tsi, que podría ser fuente de muchas de las terminaciones de -si o -chi en topónimos andinos ecuatorianos. Esto nos lleva a subrayar la importancia de distinguir los diferentes roles morfosintácticos de los elementos en hipótesis sobre significados. Aunque Andrade hable de un “sistema morfológico muy prolífico” (2024, p. 42), en ninguna parte de sus obras demuestra un análisis que considere los papeles específicos morfológicos de elementos, y simplemente cambia el orden de elementos sin justificación alguna. Utiliza términos como “enclíticos” y “clasificadores” sin entender sus significados (2024, p. 86), menciona el “acusativo” como un “prefijo” cuando en todas las lenguas barbacoas los marcadores de acusativos son sufijos (2024, p. 84), y generalmente falla en todo intento de hacer observaciones morfológicas. Identificar los diferentes elementos gramaticales nos ayuda a formar más hipótesis, tomando en cuenta que estas formas pueden ser más morfológicamente complejas que los topónimos kichwas, los cuales tienden a incluir solo un núcleo y un modificador, cada uno generalmente de dos sílabas (Inga-pirca, Guallya- bamba, etc.). En cambio, los términos barbacoas pueden incluir tres o más elementos, y muchos de una sola sílaba. Por ejemplo, una buena hipótesis para Lumbisí propone cuatro morfemas: /lu-n-pi-ʦi/ [caliente-nominalizador-agua- locativo] para formar “Lugar de Agua Caliente”, que parece hacer referencia a las termas cercanas de Cunuyacu (“Agua Caliente” en kichwa). ____________________ 28 Existe una etimología popular para Pacto desde la palabra española “pacto”, mencionado en fuentes como la página web del GAD Pacto (https://pacto.gob.ec/historia/), que refiere a un supuesto pacto entre las tropas liberales y conservadores en las primeras décadas del siglo XX; sin embargo, no es posible confirmar esta propuesta porque no existe ninguna documentación del nombre previo a la parroquialización de Pacto en 1936. Aunque un origen barbacoa parece más probable, hay que reconocer también la posibilidad de que sea de origen español. ____________________ Aunque las lenguas barbacoas tienen principalmente sufijos, han desarrollado unos pocos prefijos que también podrían ser relevantes. En el dominio de sustantivos, estos son prefijos “aumentativos” para hablar de cosas grandes y “diminutivos” para hablar de cosas pequeñas. En cha’palaa, la palabra “grande” es awa, que tiene una forma de prefijo aa- (vocal larga, un sonido que no existe en español), para formar palabras como aapi “Río Grande” y aabishu “Camarón Grande”. En tsáfiki, la forma wa funciona como “grande” y aumentativo: Wa pipilú “pozo grande” o “lago”. En cha’palaa el diminutivo es kaa- como en kaakela “jaguar pequeño” o “tigrillo”, mientras en tsáfiki es na-, también una palabra para “niños” en ambos idiomas; por ejemplo, napi “río pequeño” o “estero”. En la zona del Pacífico colombiano existen formas similares, como un río mayor Guapi con un afluyente menor Napi. En kichwa también vemos topónimos especificados para tamaño, como Jatumpampa o Jatunyacu. Esta evidencia sugiere que podríamos considerar que topónimos pre-kichwas que inician con wa- o a- podrían incluir prefijos aumentativos, y posiblemente topónimos empezando con na- podrían incluir diminutivos. Con esta observación, podemos postular significados para términos que empiezan con wa- como Guápulo [wa-pulo] “Montaña Grande” y similar. La forma wa- ocurre en Panzaleo en lugares como Guanguiltagua, Guangopolo, Guajaló, Gualo, Guamaní en Pichincha, Guangaje y Guantopolo en Cotopaxi, Huambaló en Tungurahua, Guano y Guamote en puruhá y Guasuntos en cañari de Chimborazo, y Gualleturo y Guapán en Cañar, Gualaceo y Guapondelic en Azuay, y Gualel en Loja. Para Guapdondelic, en la traducción histórica de “Llanura Grande como el Cielo” wa- correspondería al elemento “grande”. Vemos que en las propuestas extrañas de Andrade como Guanguiltagua “Montaña del Encañonado Frondoso” (2024, p. 376) o Guangopolo “Cerro Mirador de la Hondonada” (2024, p. 399), además de ser sus típicas propuestas de “hondonadas” y “frondosas” que ya hemos visto por decenas, no se incluye ningún significado de “grande” cuando ocurre el prefijo wa-. Tampoco menciona esta posibilidad para Guayaquil, aunque no está tan claro todavía si las lenguas de la costa son de la misma familia de la sierra; hay mucha evidencia que sugiere que sí, y de ser el caso, /wa-ya- ki-le/ [grande-casa-plano-locativo/plano], “Llanura de Casas Grandes”, podría ser una buena posibilidad (o “Llanura Grande de Casas”), por lo menos mejor fundamentado que “Cerro del Peñón” de Andrade (2025, p. 98). En la zona caranqui, en cambio, tenemos la variante a-, más similar a cha’palaa: Apuela “Pueblo Grande”, Atuntaqui “Llano Grande ¿de? (¿tierra? ¿tolas?)”, Agato “Tierra ¿de? Grande”, Río Ambi “Río Grande”. 5.2 Clasificación nominal Uno de los elementos principales de la morfología de los sustantivos son los clasificadores nominales, algo característico de las lenguas barbacoas sureñas. La literatura lingüística distingue la “clasificación nominal” —por ejemplo en sistemas de género como el español—, que tiene que ver con la concordancia; y los “clasificadores nominales”, que tienen que ver con la derivación (Aikhenvald, 2003; Payne, 1987). Sin embargo, en lenguas sudamericanas, es frecuente que los sistemas tengan ambas funciones, como sufijos derivacionales en sustantivos y para concordancia en números y otros elementos como adjetivos. En breve, podemos considerar que los sistemas de clasificación nominal son algo comparable al sistema de género de español y otras lenguas europeas, pero en vez de agrupar sustantivos en base de “masculino/femenino”, los clasifica en base de otros principios, sobre todo su forma física. Podemos ver los clasificadores más comunes en tsáfiki en la tabla 2, con ejemplos que demuestran la concordancia numeral: Tabla 2 Clasificadores nominales principales de tsáfiki, Fuente: elaboración propia, basado en Dickinson (2002, p. 76) Las formas más relevantes para la toponimia son ka -que ocurre al final del primer elemento (modificador) del topónimo en palabras para objetos tridimensionales en general, incluyendo objetos redondos y seres humanos- y ki -que comúnmente ocurre como último elemento, sobre todo en las zonas caranqui y panzaleo del norte: Pinsaquí, Ambuquí, Cochasquí, Pusuquí, Sangolquí, Yaruquí-. Podemos ver las formas relacionadas de cha’palaa en la Tabla 3, puka para “redondo” (distinto de “lura” para humanos, en este caso) y paki para “plano”: Tabla 3. Clasificadores nominales principales de cha’palaa. Fuente: Elaboración propia. Aunque Andrade menciona el concepto de clasificadores, lo hace con su habitual desconocimiento de la gramática de las lenguas barbacoas. Postula numerosas formas que llama “clasificadores”, pero no comprueba si tienen las características gramaticales de clasificadores ni ofrece evidencia para sus sonidos o significados. Como en los otros ejemplos ya mencionados, en su mayoría estas formas no tienen ninguna fundamento en los clasificadores de lenguas barbacoas presentados en las Tablas 2 y 3: A continuación, los ejemplos más usuales que los hemos categorizado en las lenguas barbacoanas extintas: clasificadores de linealidad horizontal y vertical como: /ki/ /ke/ /ili/ /ala/ /alo/ /aro/ /chi/ /shi/ /si/ /ti/ /ri/ /shu/ /chu/ /lu/ /llu/ /pi/. Clasificadores de entidades orondas: /ko/ /ku/ /ka/ /ra/ /ba/ /pa/ /ta/. Clasificadores de entidades grandes: /cha/ /sha/ /ala/ /alla/ /aya/ Clasificadores de entidades hondas, profundas y protuberantes: /ma/ /mu/ /mo/ /ta/ /tu/ /tun/ /pa/ /ba/ entre otros. (Andrade, 2025, pp. 29-30) El idioma perdido esmeraldeño sí parece haber tenido prefijos clasificadores (Alemán Ortiz, 2023), pero aún no se ha comprobado todavía que perteneciera a la familia barbacoa, y sí fuera así, sería una rama muy distinta. En cambio, en las lenguas barbacoas sureñas, los clasificadores siempre son sufijos o terminaciones. A pesar de esto, Andrade busca estas formas en cualquier posición de la palabra y las llama “clasificadores”, aunque la mayoría son sílabas sencillas con alta posibilidad de homofonía. La mejor forma de distinguir una forma homófona de otra sería fijarse en sus propiedades sintácticas, pero Andrade no diferencia entre las formas que aparecen al inicio, en medio, o al final de la palabra. Esta falta de comprensión de la morfosintaxis barbacoa causa errores como postular segmentaciones como /kota-kachi/ para Cotacachi, cuando no existe forma de saber si no era de verdad /kota-ka-ʦi/, -ka posiblemente siendo un clasificador; por esto, nunca podría comprobar su traducción de “Montaña Frondosa de la Caldera” (2024, p. 292) o el significado “montaña frondosa” para /kači/29. Este formato nos permite avanzar otros posibles análisis para términos similares como Alangasí /alan-ka-tsi/ “Lugar de Aguacates”, -ka clasificando “aguacate” exactamente como hace en tsáfiki moderno “alanká”. Así también podemos descartar “Cerro Mirador Frondoso” de Andrade (2024, p. 296) para Oyacachi, porque la segmentación sería /oya-ka-ʦi/ no /oya-kachi/.30 La forma /oya/ parece ser equivalente a tsáfiki oyán y cha’palaa uya para referirse a “extranjeros” o “foráneos” y, por extensión, los enemigos “salvajes” de la historia oral31. Este término se usaría de una forma similar a awka en topónimos kichwas como Aucapamba o Aucayaku para referirse a zonas donde se encuentran con otros grupos étnicos; Oyacachi es paso al oriente (hipótesis: “Lugar de Foráneos”), Oyacoto (hipótesis: “Montaña de Foráneos”) es un paso hacia el norte y la costa, etc. Esta traducción se basa en evidencia lingüística y en la historia cultural, a diferencia de la versión de Andrade para oya, “bosque, chaparro” (Andrade, 2024, p. 173), que no se basa en nada. Un entendimiento de cómo funciona la clasificación nominal en lenguas barbacoas ayuda a llegar a propuestas más sólidas para formas que pueden ser morfológicamente muy complejas. ___________________ 29 La forma kachi es también comúnmente confundida con el kichwa “sal”, pero en la mayoría de los casos en la Sierra, esto no tiene sentido; en el Oriente, en cambio, topónimos como Lorocachi podrían referir a saladeros. 30 Además, dice equivocadamente que Oyacachi se encuentra en Pichincha; si conociera a los oyacachenses sabría que son orgullosos de ser de la Provincia de Napo. 31 En la mitología chachi, los uyalas son sus enemigos tradicionales, “indios bravos caníbales”, pero también han adoptado este término para “extranjeros”, para hablar de personas blancas de otros países, demostrando una adaptación de conceptos ancestrales a situaciones actuales (Floyd, 2014b). ___________________ 6. Conclusiones La toponimia pre-kichwa de la sierra ecuatoriana es un tópico que ha atraído mucha especulación, y una abundancia de versiones en los significados. Tan presentes en los lugares que habitamos a diario, pero tan elusivos en las profundidades del tiempo, los topónimos encierran misterios que han atraído a científicos, pseudocientíficos, pachamamistas, andinistas, nacionalistas, y folk- etimologistas. Cada uno viene con sus propias prioridades, propósitos, ideologías y sesgos, hasta el punto de que a veces no se sabe si estamos discutiendo sobre vocales y consonantes o sobre rivalidades regionalistas históricas, como la pretensión de presentar a Ecuador como la cuna de la civilización andina para ganarles a los peruanos. En este ensayo, he criticado la distorsión de la historia lingüística andina, pero también he delineado un camino mediante el cual, a través de una metodología científica sistemática, es posible lograr avances significativos y nuevos descubrimientos en esta área. Más allá de los métodos clásicos, hoy contamos con la aplicación de métodos estadísticos que vemos, por ejemplo, en Floyd (2022), y hasta métodos algorítmicos, como en Emlen y Mossel (2023), que, al combinar lo tradicional con lo innovador, puede ser posible hacer grandes avances en esta área en los próximos años, siempre y cuando mantengamos nuestros principios científicos y evitemos caer en especulaciones. He orientado esta discusión a partir de las dos recientes publicaciones de Camilo Andrade, Lenguas Pretéritas y Voces Sumergidas, que, a mi juicio, representan una nueva “hondonada” en el estudio de la toponimia histórica del Ecuador. Andrade pretende ofrecer una “nueva toponimia” que se diferencia de estudios previos por la supuesta aplicación de metodología científica, pero, irónicamente, en más de mil páginas entre ambos textos, nunca vemos la aplicación de estas metodologías. Andrade critica a otros investigadores afirmando que “la toponimia no es juego” (2024, p. 53), pero en su caso, no solo se parece un juego sino uno sin reglas consistentes. El producto de esto es cientos de propuestas etimológicas totalmente incoherentes y carentes de valor científico. Vale la pena resumir brevemente los principales argumentos de este ensayo. La sección 2 abordó principios básicos del método científico, la formulación y la evaluación de hipótesis, y la norma de parsimonia, a veces conocida como “la navaja de Ockham”, que sostiene que normalmente es mejor optar por la explicación más sencilla, y no por las argumentaciones barrocas que para Andade siempre resultan en “hondonadas boscosas”, incluso cuando los significados más probables barbacoas, kichwas o castellanos son evidentes. En muchos casos, el análisis más sencillo es aceptar que no hay suficientes datos para hacer una propuesta, y no forzar interpretaciones sin sustento. En la sección 3 se abordaron asuntos fonológicos y se destacó que para reconstruir formas antiguas es indispensable seguir rígidamente el clásico método comparativo. Tras revisar más de mil páginas buscando las tablas comparativas requisitas, nunca las encontré. ¿Tal vez se perdieron en alguna “hondonada”? Si se agregan los problemas de proponer cambios de sonidos improbables e irregulares, de inventar formas sin base en cognados de palabras conocidas barbacoas, y de confundirse con la ortografía de español, los resultados no concuerdan en lo mínimo con los métodos básicos de la lingüística histórica. La sección 4 trató sobre la semántica y cómo investigar los probables significados de los topónimos antiguos. Se observó que, entre los cientos de traducciones de Andrade, nunca menciona una especie de flora, fauna o término geológico (ni siquiera un significado tan común como “piedra”), ni un solo adjetivo común de tamaño o color. Su propuesta requiere que el lector acepte que las antiguas culturas de la sierra ecuatoriana habrían nombrado casi todos los lugares o con alguna variante de “hondonada boscosa”, postulando una lengua con cientos de términos abstractos para “hondonada” y “boscosa”, pero sin palabras para plantas o animales o cual otro rasgo distintivo. También se mencionaron una serie de traducciones “New Age” como “montaña sagrada”, con explicaciones absurdas sobre la supuesta cosmovisión de las poblaciones antiguas. De esa manera, combina propuestas semánticamente negligentes con distorsiones etnohistóricas para formar algunas de las peores ideas sobre la toponimia andina jamás publicadas. Finalmente, en la sección 5 consideramos asuntos relacionados con formas gramaticalmente complejas. Se observó que las propuestas de Andrade no toman en cuenta los diferentes papeles morfológicos de los distintos elementos de los topónimos. Un análisis adecuado de los topónimos requiere distinguir entre núcleos y modificadores, prefijos y sufijos, y marcadores gramaticales como aumentativos, diminutivos, locativos, clasificadores, entre otros, pero en las propuestas de Andrade, todas estas categorías se mezclan libremente. Cuando sumamos los problemas fonológicos, semánticos y morfosintácticos, el resultado es tan grave que no sería una exageración decir que en todas las mil páginas que suman estas dos obras, no consta ni una sola etimología barbacoa factible. Al final, Andrade cae víctima de su propio ego, su arrogancia de presumir que conoce los significados perdidos que nadie más ha podido descifrar, y su uso “pseudo-erudito” de términos técnicos que no comprende. Enfatiza cuántas páginas ha escrito, cuántas lenguas dice hablar, cuántas veces ha conversado con Cerrón- Palomino, y cuánto maneja Wittgenstein, en lugar de demostrar credenciales científicas lingüísticas reales. En vez de dialogar con especialistas en lenguas barbacoas, prefiere interaccionar con personas ajenas a este tópico, ante quienes puede presentarse como sabio debido a que desconocen de métodos lingüísticos y no pueden cuestionar sus alucinaciones disfrazadas de ciencia. Evita por completo el proceso de revisión por pares, como si temiera recibir crítica constructiva de quienes conocemos estos temas en base de largas trayectorias de investigación. Pero las y los expertos sabemos que la lingüística histórica andina es un campo extremadamente complejo, demasiado grande para ser abarcado por un solo investigador, tan profundo que múltiples lingüistas preparados y comprometidos podrían pasar sus carreras enteras sin agotar las preguntas para resolver. Es un área de investigación que pide reverencia y humildad, no arrogancia. Pero ¿qué importa que algún loco diga locuras sobre la historia lingüística andina? ¿Qué daño puede causar si quiere decir tonteras? A preguntas como estas, respondería así: cuando aparecen estas ideas equivocadas en libros de editoriales reconocidas, adquieren una legitimad que no merecen ante el público general, y esas falsedades pueden comenzar a circular en el discurso popular, sin la perspectiva crítica de la ciencia. Para quienes habitamos en el Ecuador, esta es nuestra historia, nuestro patrimonio, y nuestra herencia. Nos dice de dónde venimos y nos ayuda a situar nuestras raíces. Esto no es poca cosa. El pasado de una comunidad siempre tiene relevancia en el presente, y en estos tiempos conflictivos e inciertos, nuestra historia cultural puede ser como un timón en un mar tormentoso. Nunca se aceptarían este tipo de argumentos sobre lenguas prestigiosas e internacionales como el español, el inglés o el francés; al contrario: provocaría risa si alguien intentara argumentar así. Entonces, ¿por qué deberíamos aceptarlos cuando se trata de las lenguas andinas? ¿No son acaso igual de válidas que el francés? No es mucho pedir que nuestras lenguas y nuestra historia sean tratadas con el mismo respeto con que se trataría cualquiera de estas lenguas. Así que la próxima vez que escuchen una propuesta etimológica, no la acepten sin una perspectiva crítica. Y no teman de hacer la pregunta sencilla y a la vez más científica: “¿Cuál es la evidencia para esta propuesta?” La respuesta a esta pregunta ayudará a distinguir la realidad de la ficción. Agradecimientos Mis más profundos agradecimientos a todos los miembros de las comunidades que hicieron posible el trabajo de campo, entre ellas: las comunidades chachis de Tsejpi, Tyaipi, Jeyembi, Zapallo Grande, Santa María y otras; la comunidad tsáchila de Comuna Los Naranjos; las comunidades kichwas de Quilapungo y otros pueblos en las parroquias de Zhumbahua y Tigua; Peguche y otros pueblos en cantón Otavalo; Santa Bárbara, Turuco y otros pueblos en Cantón Cotacachi; San Clemente, Chirihuasi y otras comunidades s de la parroquia La Esperanza; Cangahua, La Chimba y otras del cantón Cayambe; la parroquia de Oyacachi; así como diversas comunidades del Austro, entre ellas Charcay, Gullanzhapa, Gera y muchas más que generosamente compartieron su tiempo y saberes. Esta historia es la herencia de ustedes. Espero haberla tratada con el respeto y la sensibilidad que merece. Agradezco igualmente a Elisabeth Norcliffe y Martine Bruil por comentarios y sugerencias por algunos de los datos de la Tabla 1, a Geny Gonzales y Nick Emlen por diálogos sobre la lingüística andina, y a Guisella Carchi por sus valiosas sugerencias editoriales y sus palabras cañaris. Apoyo para diferentes etapas de este investigación ha sido generosamente brindado por Max Planck Institute for Psycholinguistics, European Research Council, US National Science Foundation, Fulbright, Endangered Languages Documentation Programme, Senescyt, y Universidad San Franscisco de Quito. Referencias Acosta Solís, M. (1986). Toponimias Indígenas de la Geografía Ecuatoriana. Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales: publicación del Ministerio de Educación Nacional, 16(60), 99. Aikhenvald, A. (2003). Classifiers: A Typology of Noun Categorization Devices. 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