La vulnerabilidad en el devenir hombre: la construcción de la masculinidad desde cuatro historias de vida Vulnerability in Becoming a Man: The Construction of Masculinity through Four Life Stories Karikunapa llakichiriykuna tikrarinamanta: chushku kawsaykunapi rikurin imasha kari kana yuyay awarikta Andy Cadena Burbano acadena@uotavalo.edu.ec ORCID: 0000-0002-1670-9757 Instituto Otavaleño de Antropología. (Otavalo. Ecuador) Revista Sarance ISSN: 1390-9207 ISSNE: e-2661-6718 Fecha de recepción: 28/04/2025 Fecha de aceptación: 21/05/2025 .................................................................................................................. Resumen Este artículo analiza la construcción de las masculinidades desde la perspectiva de la vulnerabilidad, dentro del campo de los estudios de género. Se parte de la premisa de que las sociedades operan bajo una estructura falogocéntrica que exige a los hombres validar constantemente su masculinidad, invisibilizando su capacidad de disenso y alejándolos de su individualidad. A través de un enfoque cualitativo, se exploran las experiencias de cuatro hombres en relación con sus procesos de construcción identitaria y sus percepciones sobre la masculinidad. La metodología se basó en entrevistas etnográficas, sistematizadas mediante el software Atlas.ti, para la elaboración de representaciones gráficas de las percepciones individuales. Los resultados evidencian que la construcción de la masculinidad está atravesada por procesos de validación, precariedad afectiva y contradicciones internas, revelando la ambivalencia del rol masculino, quien es simultáneamente opresor y oprimido. Se concluye que reconocer la vulnerabilidad como un componente inherente a nuestra naturaleza humana es esencial para cuestionar los modelos hegemónicos y promover formas diversas de ser hombre. Palabras clave: masculinidades; vulnerabilidad; estudios de género; representación .................................................................................................................. Abstract This article analyzes the construction of masculinities from the perspective of vulnerability, within the field of gender studies. It is based on the premise that societies operate under a phallogocentric structure that compels men to continually validate their masculinity, thereby obscuring their capacity for dissent and distancing them from their individuality. Through a qualitative approach, the study explores the experiences of four men in relation to their identity formation processes and their perceptions of masculinity. The methodology relied on ethnographic interviews, systematized using Atlas.ti software to generate visual representations of individual perceptions. The results reveal that the construction of masculinity is shaped by processes of validation, affective precariousness, and internal contradictions—highlighting the ambivalence of the male role, simultaneously positioned as both oppressor and oppressed. The article concludes that recognizing vulnerability as an inherent component of human nature is essential to challenge hegemonic models and promote diverse ways of being a man. Keywords: masculinities; vulnerability; gender studies; representation .................................................................................................................................. Tukuyshuk Kari warmi pakta aparina yachaymanta katichishpami kay killkaypi rikurin llakichirina yuyaykunapashimashakarikanayuyaytawiñachin. Chayyachaywankatinkapakkaninmiimasha llaktakunapaka kari nishka yuyayllami ashtawan alli kan nishpa sinchiyachin, chaymanta kay yuyayka karikunanataka kutin kutin paykunapa imashalla kari kayta rikuchina nishpa mañan, chaymantaka mana rikunkapak munan shuk shuk laya kari tiyaktaka shinashpa tukuyllami shuklla laya kari kana nishpa nin. Chaymi kay killkaypika chusku karikuna imasha paykunapa kari kayta wiñachishkata rikukrinchik, imashallatak paykunapaka kari kayka kan. Tukuy maskayta tantachinkapakka etnografíamanta tapuykunatami rurarkanchik, chaymanta Atlas. ti softwarepi tantachishpa hipamanka paykunapa yuyaykunata shuyukunashnalla rikurichun rurarkanchik. Chaypimi tarirkanchik imashalla paykunapa kari kana yuyayka maymanta wiñarishka shukkuna chashnami alli, chashnami kana kanki nikpilla, shinallatak mana huyayta charishkankachu, ishkay shunku kashpapash kanchamanka na atinashpantin shinami karika kana yashpa katin kashka, ashtawan hatunyarishpa, shukkunataka uchiyallachishpapash. Shinami yacharin imasha kay llakichiriyka maymanta runa kakpika kimirishka kanka chayka imalla shuklla yuyaymi kana nishkakpika allikutapacha yuyay kallarina, chaymanta shuk shuk kari kana yuyaykunapash tiyay ushanmi nishpapash sinchiyachina. Sapi shimikuna: karikuna kanamanta; llakichirishka; kari warmi pakta aparina yachay; rikurishka Introducción Si bien para los varones ser hombre tiene su origen en una característica biológica -tener pene- las pautas internalizadas les dicen que nacen incompletos, que la plenitud se logra en la adultez, luego de un conjunto de experiencias iniciáticas o «pruebas». Así, los hombres tienen que enfrentarse a la paradoja de hacerse tales frente a ellos mismos y a los otros y otras. Olavarría, 2017 Es indubitable que nuestra sociedad posee una estructura falogocéntrica1 que somete a los hombres a prácticas de validación de su masculinidad, asumiendo que somos incapaces de disentir del pacto patriarcal y —mucho menos— renunciar a sus privilegios. No obstante, la construcción de la masculinidad es un proceso complejo. Desde un enfoque filosófico, Taylor (1996) considera que las identidades se configuran en una relación dialéctica entre elementos endógenos —auto interpretación— y exógenos —entorno sociocultural—. En esta línea, Skinner (1989) sostiene que las identidades son resultado de una interacción transactiva de variables. Las identidades masculinas han sido marcadas por la tensión entre su individualidad y los dogmas impuestos por las instituciones sociales, cuya finalidad es homogeneizar la masculinidad. En efecto, Butler (2007) advierte que las identidades de género son interpeladas por estructuras de poder, para evitar “errores” que atenten a las estructuras sociales. De modo que, en la infancia, es la familia quien inicialmente refuerza los roles de género, bajo las normas de un cis-tema2 heteronormativo3 que se percibe como innato y natural. Si bien la presencia de cromosomas XY constituye una distinción biologicista del sexo, merecer la categoría hombre implica que nuestra masculinidad responda a un modelo performático que, según Azamar (2015), “regula y reproduce la jerarquización y el ejercicio de un poder masculino y heterosexual” (p. 60). Esta forma dominante y socialmente legitimada de 1 Jacques Derrida introduce el término falogocentrismo para describir la convergencia del falocentrismo (privilegio a la autoridad masculina) y el logocentrismo (la razón y el lenguaje como estructuras dominantes) que fundamentan el saber patriarcal. 2 La Corte Interamericana de Derechos Humanos propuso este concepto para explicar que el imaginario colectivo asume a todas las personas como cisgénero; es decir, que el género debe corresponder al sexo: hombre/masculino, mujer/femenino. 3 Michael Warner sugiere la terminología heteronormatividad en 1991 para definir a la legitimación de la heterosexualidad no solo como una orientación sexual sino como sistema sociopolítico dominante. masculinidad es conceptualizada por Connell (1997) como “masculinidad hegemónica”, una idealización de lo que implica ser hombre. Beauvoir (2015) cuestiona la relación sexo-género al afirmar que no se nace mujer sino que se llega a serlo. Premisa que nos invita a reconocer que el género, lejos de ser un atributo innato o inamovible, es una construcción social. En relación con la masculinidad, Lomas (2008) sostiene que los hombres estamos inmersos en un proceso de validación constante, marcado por dinámicas de complicidad y competencia entre nosotros mismos, para demostrar que merecemos ser considerados hombres. La idea de que existe una única forma de masculinidad proviene de un sistema que, mediante discursos —verbales, simbólicos y visuales— impone marcos de referencia sobre lo que significa ser hombre. Aunque la adaptación de nuestra subjetividad al modelo hegemónico de masculinidad puede significar la obtención de ciertos privilegios frente a las mujeres y las disidencias sexogenéricas, es necesario reconocer que estas estructuras dominantes deshumanizan a quienes —aparentemente— representan. Bajo esta perspectiva, es necesario reconocer que los hombres somos vulnerables ante el sistema sexo-género, entendiendo que “la vulnerabilidad es afectabilidad, afectamos y nos afectan” (Seguró, 2021, p.9). Es decir, no somos meros reproductores de opresión, sino que nuestra existencia está determinada por un sistema que promete poder a expensas de nuestro bienestar. Así, el proceso de llegar a ser hombre se encuentra intrínsecamente ligado a la precariedad afectiva, la violencia y la negación de otras formas de vivir la masculinidad. Esta investigación, dentro del campo de los estudios de las masculinidades, presenta un debate respecto a la vulnerabilidad en la construcción de lo masculino. Una discusión necesaria para comprender que los hombres, de manera consciente o no, desempeñamos un rol ambivalente, siendo simultáneamente opresores y oprimidos. Por lo tanto, resulta fundamental cuestionarnos ¿en qué medida los hombres experimentan la vulnerabilidad como un componente inherente en la construcción de su masculinidad? Bajo un enfoque cualitativo, en este artículo se exploran las experiencias de cuatro hombres para entender cómo se ha construido su masculinidad, considerando tres elementos: las representaciones sociodiscursivas, las representaciones mediáticas y la autorepresentación. La propuesta metodológica parte de entrevistas etnográficas que se sistematizaron en el software Atlas.ti, permitiendo graficar el proceso de construcción de la masculinidad a partir de las historias de vida de los participantes. Asimismo, en un ejercicio introspectivo y reflexivo, se generaron representaciones gráficas que evidencian las percepciones de la masculinidad. Fundamentación Teórica El género y la construcción social de la masculinidad El género, como categoría de análisis, ha sido parte de diversos debates y propuestas epistemológicas. Teóricas feministas (Beauvoir, 1987; Butler, 1993, 2007; Scott, 1981)han cuestionado con firmeza el rol de las mujeres en una estructura de opresiones y violencias sistemáticas, denominada patriarcado. Este término alude al orden social que históricamente ha privilegiado a los hombres, situándolos en espacios de poder y toma de decisiones. En este sentido, Núñez Noriega (2016) considera al feminismo como una revolución epistémico-política, que propone repensar las categorías hombre y mujer, más allá del reduccionismo biológico. En efecto, dichas categorías parten de una división sexual —que en el reino animal sería macho y hembra— para prescribir en nuestros cuerpos y subjetividades un conjunto de normas que condicionan nuestra performatividad. Dicho en palabras de Schongut (2012) “nos hemos encargado de sexualizar nuestros cuerpos, nuestro espacio y nuestra historia en sistemas dicotómicos, como una forma específica de ordenar la sociedad” (p. 30). Por lo tanto, el género constituye una herramienta que, según Bourdieu (2000), legitima una forma de masculinidad dominante “inscribiéndola en una naturaleza biológica que es en sí misma una construcción naturalizada” (p. 37). A lo anterior se suma la heteronormatvidad, como un régimen disciplinario que —en base al discurso biomédico— ha naturalizado la heterosexualidad como la forma legítima de deseo erótico/afectivo. Esta prescripción arbitraria es, según Connell (1997), una forma de exclusión o marginalización hacia aquellas personas cuya sexualidad disiente de lo aparentemente natural. Asimismo, la dicotomía en las dinámicas de poder entre hombres y mujeres, que sitúa a los primeros en una posición de supremacía, se proyecta en la diada heterosexual/ homosexual. Sin embargo, la pretensión de naturalizar una preferencia erótica/ afectiva como expresión inherente a la condición humana no constituye una verdad absoluta. Guasch (2006) advierte que “la heterosexualidad (como toda acción humana) es antinatural porque está tamizada por la cultura” (p. 92). En consecuencia, la masculinidad hegemónica se vale de un sistema de corrección mutua que, según Azamar (2015), se caracteriza por repudiar en los varones las expresiones que se consideran femeninas —cuidado, afectividad, vulnerabilidad, entre otras—. En efecto, la identidad masculina tiende a construirse en oposición a la feminidad, y asumirse heterosexual reafirma la dominación y protagonismo del hombre en la esfera social. Además, como lo advierte Foster (2009), lo que no se considera masculino es repudiado y trasladado a la otredad. En este sentido, comprender cómo se construyen las masculinidades requiere no solo de la identificación de las dinámicas de poder adscritas al género, sino también reconocer a los hombres como sujetos con género; dado que esta categoría se ha empleado en gran parte para referirse a lo femenino o género disidente4. Considerando lo expuesto, coincido con Guevara Ruiseñor (2008) al cuestionar el privilegio de la masculinidad. Aunque esta se asocia a una posición social de poder y prestigio, no todos los sujetos varones ocupan el mismo nivel dentro de esta jerarquía. Es necesario, entonces, reconocer a los hombres como sujetos de género, quienes “aparecen como víctimas de su biología o presos de una experiencia social” (Núñez Noriega, 2007, p. 51). No obstante, discrepo de la idea de que todos los hombres aceptamos de manera unívoca los mandatos de la masculinidad hegemónica5. Es crucial reconocer que los hombres, al igual que cualquier sujeto social, somos capaces de disentir del género, desafiando los roles prescritos e 4 Se entiende como género disidente a todas aquellas expresiones que no pueden categorizarse dentro de lo binario o normativo. Dicho en palabras de Zavala Mundo, “el género es una experiencia holística que resulta inaprensible, difícilmente registrable en conceptos y categorías” (2020, p. 183). 5 Connell (1997) propone la categoría de masculinidad hegemónica para referirse a las formas socialmente aceptadas de expresar la masculinidad, es decir la idealización de cómo debe ser y actuar un hombre. incluso de adoptar posturas de resistencia o despatriarcalización. Así, estudiar la construcción de las masculinidades desde un enfoque de género implica cuestionar aquellos fenómenos sociales, culturales e ideológicos que, con el tiempo, se han legitimado como verdades incuestionables, un ejemplo de esto es pensar que somos cortados por la misma tijera6. Conciencia contradictoria y masculinidades Antonio Gramsci propone el concepto de conciencia contradictoria como parte de su reflexión respecto a la forma en que una persona piensa, actúa y asume un rol dentro de una sociedad trasversalizada por relaciones de poder. Para Gramsci, la conciencia humana no es homogénea ni coherente, ya que se forma entre lo que nos enseñan a pensar y lo que podemos llegar a comprender por fuera de estos límites: El hombre activo de masas actúa prácticamente, pero no tiene una clara conciencia teórica de este su actuar que, sin embargo, es un conocer el mundo en cuanto que lo transforma. Su conciencia teórica incluso puede estar históricamente en contraste con su actuar. Casi puede decirse que tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria) […] esta concepción “verbal” no carece de consecuencias: ata a un grupo social determinado, influye en la conducta moral, en la orientación de la voluntad, de modo más o menos enérgico, que puede llegar hasta un punto en el que la contradictoriedad de la conciencia no permite ninguna acción, ninguna decisión, ninguna elección y produce un estado de pasividad moral y política. (Gramsci, 1986, p. 253) Gutmann (1998) retoma el concepto de conciencia contradictoria para explicar cómo los hombres asimilan e internalizan las normas de género impuestas por la masculinidad hegemónica. Aunque Gramsci formula esta hipótesis para explicar dinámicas de opresión en otros contextos, su incorporación al estudio de las masculinidades permite reconocer que estas identidades no siempre se construyen desde espacios cómodos, sino dentro de un sistema de opresiones, violencias y exigencias sociales que moldean su performatividad e incluso emotividad. De este modo, la construcción de las masculinidades puede comprenderse como una dialéctica entre la subjetividad y los mandatos sociales, en la que ambos elementos se confrontan, dialogan y afectan. En esta línea, Ocampo Bernasconi (2019) sostiene que las referencias sobre lo masculino emergen de 6 Esta es una frase popular que se ha empleado para reforzar el imaginario de que las identidades masculinas responden únicamente a un modelo hegemónico marcado por las dinámicas de poder, machismo y virilidad. una compleja tensión entre experiencias personales y aprendizajes, entre lo que sentimos y lo que se nos permite sentir. Esta dinámica nos sitúa en prácticas que resultan contradictorias. En la construcción de nuestra masculinidad, tendemos a interiorizar los mandatos heteropatriarcales como parte de nuestra personalidad (Kaufman, 1994). Desde la infancia se nos ha enseñado que la virilidad, dominación y poder son carácterísticas inherentes a nuestro sexo/género (Kimmel 1997). No obstante, este proceso, lejos de ser una elección cómoda, responde a una lógica instrumental que moldea nuestra subjetividad, adaptándola a las exigencias de determinadas estructuras de poder. Por lo tanto, es imprescindible reconocer y cuestionar la idea de que los hombres siempre habitan el —y desde el— privilegio. Si bien adoptar el modelo hegemónico de masculinidad confiere ventajas dentro del orden social, también los convierte en sujetos vulnerables, afectados por una estructura que restringe sus emociones, expresiones y condiciona sus vínculos. Esto permite entender que los hombres no solo reproducen lógicas de poder, sino que también son moldeados por ellas. Visibilizar estas tensiones posibilita una lectura más compleja de las masculinidades. Representaciónes de la masculinidad en América Latina Las representaciones pueden entenderse, en un primer acercamiento, como los símbolos, imágenes y significados que sustentan nuestra percepción del entorno, aquello que comúnmente denominamos realidad. No obstante, Moscovici (1979) señala que las representaciones no solo configuran esta percepción, sino que también preservan las estructuras mediante las cuales se piensa, se siente y se construye dicha realidad. En este sentido, las representaciones, más allá de su dimensión performática, se componen de un entramado construido y compartido socialmente. Como lo sostiene Jodelet (1986), la representación “se constituye a partir de nuestras experiencias, pero también de las informaciones, conocimientos, y modelos de pensamiento que recibimos y transmitimos a través de la tradición, la educación y la comunicación social” (p. 473). Siguiendo esta perspecitva, Volpi (2024) sugiere que todos los fenómenos sociales y lo que llamamos realidad son finalmente un conjunto de ficciones, que responden a narrativas mediadas por su contexto. La masculinidad no es una excepción, Azamar (2015) afirma que los hombres no asumimos nuestra masculinidad, sino que la representamos. En efecto, es relevante reconocer que la construcción de las identidades masculinas —aunque se pretende moldearlas en un patrón— es un proceso marcado por la tensión entre el universo simbólico y la subjetividad individual. En esta misma línea, el análisis de los sistemas de representación se vuelve imprescindible, pues a través de ellos se configuran, legitiman y naturalizan las ficciones que estructuran, entre otras cosas, la masculinidad. Desde una perspectiva semiótica, Hall (1997) afirma que la representación no se limita al lenguaje verbal o visual, sino que también incorpora objetos, prácticas y manifestaciones culturales como significantes en los procesos de producción de sentido. Así, los sistemas de representación permiten comprender la forma en que los significados asociados a la masculinidad se producen, difunden y normalizan en determinados marcos culturales. En este contexto, las industrias culturales han desempeñado un rol central en la configuración de los imaginarios sociales en torno a la masculinidad. A través de dispositivos como el cine, la televisión, la publicidad, entre otros, no solo se reproducen estereotipos, sino que se naturalizan atributos simbólicos, cognitivos y performativos que esbozan las formas de ser hombre. En consecuencia, este estudio dirige su atención a los procesos socioculturales que estructuran y sostienen la construcción de las identidades masculinas (Castro y Carmona, 2021) Con relación a lo mencionado anteriormente, Zurian (2015) plantea que “ningún hombre se puede definir por su propia especificidad particular sino, únicamente, por su ser universal” (p. 17). No obstante, considero que las conductas atribuidas a la masculinidad hegemónica —como la restricción afectiva, virilidad y dominación (Connell, 1997)— pueden ser cuestionadas, en tanto que, antes que responder a una elección individual, los mandatos del género operan como exigencias sociales, reforzadas por dinámicas punitivas propias del dispositivo del vigilar y castigar. Metodología Esta investigación adopta un enfoque cualitativo, utilizando entrevistas a profundidad en formato de historias de vida para explorar cómo los sujetos de estudio han construido su masculinidad. La elección metodológica para este trabajo se basó en un análisis situado de las representaciones de la masculinidad, en línea con lo propuesto por Fairclough (1998), quien destaca la relevancia del discurso y las posiciones subjetivas en la configuración de la identidad. Repensar estas representaciones a partir de las historias de vida permite identificar los factores performáticos, cognitivos y psicosociales que, en los contextos cotidianos, han consolidado un modelo de masculinidad que posiciona a los hombres en un estado de vulnerabilidad. Tabla 1. Descripción de los participantes del estudio Fuente: Elaboración propia La selección de los cuatro participantes de este estudio se realizó mediante un muestreo aleatorio, y el criterio de exclusión fue identificarse como hombre. En este sentido, como se observa en la tabla 1, los sujetos de estudio provienen de contextos diversos. Este enfoque metodológico permitió enriquecer la investigación, integrando dimensiones de género, orientación sexual y diversidad étnica, lo que contribuyó a proporcionar un análisis más amplio y matizado de las representaciones de la masculinidad en distintos contextos socioculturales. Se llevaron a cabo varias entrevistas a profundidad con los participantes, las cuales fueron transcritas de manera detallada. Posteriormente, estas transcripciones fueron sistematizadas y codificadas utilizando el software Atlas.ti. A través de este proceso, se generaron redes gráficas que posibilitan las percepciones individuales de la masculinidad, permitiendo explorar cómo cada sujeto de estudio la experimenta en su contexto particular y cómo estas experiencias se manifiestan en sus propias corporalidades. Narrativas de la construcción de la masculinidad La primera historia de vida que se aborará es la del participante 1, quien se identifica como una persona disidente y ha adoptado una performatividad que trasgrede al modelo tradicional de masculinidad. Según su testimonio, esta elección ha generado diversos conflictos. Este fenómeno se vincula con la afirmación de Wigdor (2016), quien señala que la masculinidad hegemónica “aísla otras formas de ejercer la masculinidad que se consideran disidentes (no heterocentradas)” (p. 105). Una de las primeras percepciones que se capta en el relato del participante 1 es que la construcción social —llámese también tradicional— de la masculinidad en su entorno, se caracteriza por replicar relaciones de dominación heteropatriarcal sujetas a estructuras de poder y orden social. Esta dinámica abarca “los cuatro ámbitos básicos de la existencia humana: sexo, trabajo, autoridad colectiva y subjetividad/intersubjetividad” (Lugones, 2014, p. 58). Figura 1 Percepción de la masculinidad en un entorno mestizo/rural Fuente: Elaboración propia a partir del relato del participante 1. Como se puede visualizar en la figura 1, en este testimonio se destaca que, a través de la figura de su abuelo, la masculinidad se construía en función de los roles sociales vinculados al género. En este caso, los hombres debían dedicarse al trabajo de fuerza en las haciendas —haciendo referencia al ingenio azucarero— para cumplir con la expectativa de ser proveedores. En contraste, las mujeres eran relegadas al escenario reproductivo (Connell, 1997), donde se les asignaban tareas relacionadas con la maternidad y quehaceres domésticos. Esta forma de organización social caracterizada por la división de los espacios, trabajos y ritos, fundamentada en el género, es conceptualizada por Segato (2014) como un hiato jerárquico abisal, una dinámica en la que los sujetos varones, desde su infancia, son educados para ser hombres, internalizando en sus subjetividades una serie de conductas asociadas a la masculinidad hegemónica. Este proceso de socialización refuerza la naturalización de roles rígidos y diferenciados que posicionan a los hombres y las mujeres en esferas de poder y subordinación, respectivamente. Un aspecto central de la masculinidad que se profundiza en los diálogos con el participante 1 es la represión emocional. Al haber crecido en un entorno rural, experimentado de manera intensa la forma en que se prescriben como características inherentes a los hombres ciertas cualidades como la fuerza, racionalidad, valentía y limitada emocionalidad. Esta perspectiva coincide con el postulado de diversos autores que señalan que la masculinidad hegemónica impone un modelo de hombre caracterizado por la precariedad afectiva y la supresión de sus vulnerabilidades (Azamar, 2015; Castro y Carmona, 2021; Connell, 1997; Fuller, 2020; Kimmel, 2008; Núñez Noriega, 2016; Sánchez, 2017; Vásquez del Águila, 2013). El participante 1 afirma que su proceso de construcción como hombre ha sido conflictivo, ya que nunca se sintió cómodo con las formas tradicionales de vivir la masculinidad. Explica que, para él, ser hombre implicaba ser violento y no poder expresar emociones, lo cual generaba una disonancia con su autoconcepto, dado que no encajaba con estos modelos idealizados. De hecho, considera que estas dinámicas de socialización masculina le han causado varios traumas: Y no… ha sido, ha sido fatal para mí. Que me ha impedido hoy en día que ya estoy grande. Vivir mis relaciones de una manera sana […]Entonces toda esa represión sí me afectó de una manera muy drástica, porque terminé odiándoles a los hombres. (Participante 1, comunicación personal) La represión emocional está estrechamente relacionada con la validación de la masculinidad en oposición a lo femenino. Dado que la emocionalidad y debilidad se han asignado como características de lo femenino, lo masculino excluye lo emotivo para consolidar su fortaleza. Para ser considerado hombre, además, es necesario participar en rituales de masculinización, entre los cuales, según Vázquez del Águila (2013), se incluye el consumo de alcohol, la naturalización de violencia y el heterosexismo. Estos elementos, según el testimonio del participante 1 —véase figura 1—, comúnmente asociadas a la masculinidad en su entorno. Al respecto, él enfatiza: “Por ejemplo, no, algo que la familia admira de mí, como de masculinidad, es que yo sé beber, como que aguanto bebiendo” (Participante 1, comunicación personal). Este comentario refleja cómo la capacidad para consumir alcohol —en realidad el alcoholismo— se presenta como una prueba de virilidad en su contexto social. En este proceso de masculinización también juega un papel crucial la performatividad de género (Butler, 2007). A través de los itinerarios corporales, Esteban (2013) explica cómo los elementos socioculturales del género se inscriben en los cuerpos, sugiriendo que toda identidad de género es también una identidad corporal. Es decir, la masculinidad no solo se manifiesta en conductas y actitudes, sino que también se materializan en la corporalidad de los individuos, quienes internalizan y representan los modelos de masculinidad que les fueron impuestos por el entorno. Al respecto, el participante 1 señala lo siguiente: A mí se me llegó como a restringir mucho dentro de mi performatividad física de cómo yo me movía. Y creo que soy una persona muy kinestésica. Entonces el movimiento es algo muy importante en mí. Se me llegó a restringir un montón. (Participante 1, comunicación personal) A pesar de las restricciones impuestas por la sociedad, el testimonio del participante 1 reafirma que, aunque ha sido un proceso complejo, adoptar una performatividad disidente representa para él una forma de protesta contra el modelo hegemónico de masculinidad. Un modelo que no solo reprimió aspectos inherentes a su condición humana —como sus emociones— sino que además intentó moldear sus pasiones, anhelos y deseos. Desde otra óptica, el participante 2 ofrece un acercamiento a una masculinidad heterosexual, mestiza y urbana. El punto de partida de su historia de vida se basa en la disonancia que ha experimentado en relación con su masculinidad, ya que las expectativas sociales, particularmente aquellas vinculadas a la división sexual del trabajo y los roles de género, no se aplicaban en su hogar. Esto propició que su percepción sobre el ser hombre difiera de la óptica tradicional: Algo que me hizo cambiar de perspectiva y es que mi entorno familiar es diferente. En casa mi mamá es la que se puso a la cabeza y entonces ella es la fuerte y creó como un choque en mi cabeza, no, entre lo socialmente aceptable y lo que me pasaba en la realidad. (Participante 2, comunicación personal) Figura 2 Percepción de la masculinidad en un entorno mestizo/urbano Fuente: Uribe Roncallo (2020) sostiene que las dinámicas familiares constituyen experiencias disruptivas que inciden en la transformación de las identidades masculinas. En este sentido, la configuración del espacio familiar puede contribuir a la construcción de masculinidades que se distancien del modelo hegemónico. En el contexto ecuatoriano, Guzmán Paredes (2016) señala que los parámetros de masculinidad son trasmitidos principalmente en el ámbito doméstico, donde la madre es el actor más importante. No obstante, no resulta posible afirmar que los hogares encabezados por mujeres generen necesariamente masculinidades alternativas, dado que el machismo opera como una estructura social arraigada que puede ser reproducida tanto por hombres como por mujeres. Continuando con el relato de su historia de vida, se observa que, al igual que en el caso anterior, el participante 2 identifica entre los elementos constitutivos de la masculinidad la restricción emocional. Asimismo, resulta ineludible la influencia del entorno, ya que en la construcción de su masculinidad reconoce la presencia de las opiniones de familia y amigos: Empecé como que a decir, no, el hecho de que sea hombre no quiere decir que no voy a sentir dolor, no voy a llorar, no voy a… no me voy a quejar, voy a callarme todo eso, pero eso si en la sociedad todavía está mal visto, incluso amigos cuando te ven mal y te ven llorar te dicen ¿por qué lloras, no eres hombre acaso? […]Pero cuando eres niño no sabes eso y tú dejas, te dejas guiar por lo que te dice la familia, por lo que te dicen tus papás, por lo que dicen tus amigos. (Participante 2, entrevista personal) En este extracto se puede entender cómo operan los ritos de masculinización, procesos en los que según el participante 2, se construye hombre. Incluso menciona que los juguetes fungen como dispositivos de reafirmación de los roles de género —balones de futbol para los niños y muñecas y cocinas para las niñas—, así se moldea la subjetividad de los infantes en un proceso pedagógico que los sujeta al sistema sexo/género. Desde esta perspectiva, Jablonka (2020) sostiene que: Un niño es particularmente vulnerable a la cultura machista. Los ritos de paso, la violencia ‘educativa’, la tiranía del padre de familia tiene por objetivo hacer que en el varón coincidan el sexo y el género: esconder su debilidad, negar sus emociones, comportarse ‘como un hombre’. (p. 240) Asimismo, en relación con la represión emocional —véase figura 2—, más allá de lo expuesto por el participante 1, esta historia de vida destaca cómo esta conducta provoca estrés, sufrimiento y soledad, factores que en conjunto pueden conllevar a un acto suicida. Partiendo de esta idea, Mendieta-Izquierdo, Tinjaca-Prada y Cuevas-Silva (2021) señalan que construirse hombre exige mostrarse como alguien invulnerable y fuerte, lo que deriva en una precarización afectiva (Azamar, 2015). Además, conductas como el liderazgo y la valentía llevan a la imposición de enfrentar los problemas en solitario, incluso las emociones se mantienen en privado debido a la censura social hacia la emotividad masculina. Muñoa Fernández (2017) describe esto como una autosuficiencia prestigiosa, que implica que los hombres no deben depender de nadie. De acuerdo con Abarca (2022), el suicidio masculino está relacionado con la frustración que surge al no poder cumplir adecuadamente con su rol de proveedores. El participante 2 agrega que la represión emocional conduce a violencia, ya que la sociedad reafirma la idea de que el hombre es el agresor, el fuerte y el violento. En este sentido, Ramírez Rodríguez (2020) subraya la importancia de fomentar la comunicación en los hombres para exteriorizar sus emociones, ya que, de lo contrario, estas tienden a expresarse de manera abrupta y violenta. Siguiendo con las historias de vida, debido al evidente borrado sistemático de las personas negras7, considero importante incluir la narrativa de un hombre negro/ afro, con la finalidad de explorar junto a él la construcción de su masculinidad y comprender con mayor profundidad las dinámicas de su entorno sociocultural. Figura 3 Percepción de la masculinidad en un entorno afro/rural Fuente: Elaboración propia a partir del relato del participante 3 7 Me apego al término personas negras y negritud con base a los postulados del texto Racismos en Ecuador, que proponen a lo negro como la oposición a lo blanco o blanqueado que se ha legitimado como lo superior y lo deseable en las dinámicas sociales. En la figura 3 se puede observar que una variable en común entre los participantes de este estudio es la identificación de la represión emocional como una de las principales características de la masculinidad en sus contextos. Así, aunque las masculinidades se construyen de manera particular según la experiencia de cada individuo, también existen dinámicas socioculturales compartidas. En cuanto a las consecuencias de la represión emocional, el participante 3 considera que esta podría ser incluso la causa de suicidios en su localidad. La percepción del participante 3 no es lejana a la realidad, según las cifras del Ministerio de Salud Pública del Ecuador (2021), la tasa de suicidios en hombres es más alta que en mujeres, brecha que se intensifica a partir de los 30 años. En esta misma línea, Abarca advierte que la incapacidad de cumplir con el rol de proveedores, así como la soledad y depresión, son consecuencias de la dificultad que experimentan los hombres para pedir ayuda y expresar sus emociones (2022, p. 150). Así, se establece una relación entre algunas causas del suicidio y las expectativas sociales impuestas sobre los hombres. Asimismo, la presión social en el contexto afro no se limita a la represión emocional, fortaleza, liderazgo, entre otras conductas masculinas previamente mencionadas, sino que también incorpora el componente fálico, una construcción que el participante 3 califica como horrenda, debido a que la hombría se evalúa en función del tamaño del pene. Es decir, el entorno exige que los hombres afro posean un tamaño de pene específico. Fanon (2009) señala que el hombre negro está vinculado al falo, advirtiendo que “ya no se percibe al negro, sino un miembro: el negro se ha eclipsado. Se ha hecho miembro. Es un pene” (p. 249). En relación con la hipersexualización y la obsesión por el pene afro, el participante 3 comenta que existe un mito en torno al falo afro, esperando que sea de gran tamaño. Incluso menciona un ritual denominado leche en pinsha o leche en tinga, que consiste en aplicar un ungüento en el pene para promover su crecimiento, aunque esto provocaba heridas y dolor. Al respecto, agrega: “me puse algunas veces y eso dolía. Dolía horrible. Sí, la primera vez me puso alguien. Y después las siguientes veces, ya me puse yo mismo” (Participante 3, comunicación personal). En este sentido, los ritos de masculinización se convierten en espacios de homosocialidad. Aunque se llevó a cabo una búsqueda de información para profundizar en esta práctica, no se obtuvieron resultados, lo que sugiere que podría tratarse de un fenómeno cultural reservado y compartido únicamente entre la comunidad. Por otro lado, en la figura 3 se puede observar que, en este contexto, los roles sociales están muy marcados por la división sexual del trabajo, empleando como mecanismo de control la etiqueta de maricón. Cualquier hombre que realice actividades consideradas femeninas será calificado como tal. Según Badinter (1993), esto responde a la triple negación que fundamenta la masculinidad: no ser mujer, no ser niño y no ser homosexual. En esta línea, Fuller (2020) sostiene que “la forma aceptada de ser de un varón adulto, se define fundamentalmente en términos negativos” (p.30), lo que se resume en el rechazo hacia la feminidad. El último relato corresponde al participante 4, un adolescente transmasculino que accedió a formar parte de esta investigación porque considera fundamental sensibilizar e informar a las personas sobre las identidades trans. Su testimonio se sitúa en el momento en que se identificó como lesbiana, un proceso que, como señala Halberstam (2008), es frecuente en las personas transmasculinas (FTM8). No obstante, con el transcurso del tiempo, la intensificación de su disforia le permitió reconocer que era una persona transgénero. En relación con la disforia, en la figura 4 se aprecia que uno de los elementos que el participante 4 destaca en la construcción de su masculinidad es la performatividad, entendida como aspecto corporal. En este sentido, se enfatiza la relevancia de los procesos quirúrgicos no solo para mitigar la disforia, sino también para representar la masculinidad de la manera que la sociedad considera adecuada. 8 FTM (female to male) es el acrónimo para referirse a las transiciones de mujer a hombre, transmasculinidad. Figura 4 Percepción de la masculinidad desde una experiencia transmasculina Fuente: Elaboración propia a partir del relato del participante d Según Mas Grau (2015), en un esfuerzo por alcanzar una representación masculina cómoda, algunos hombres trans “no solo recurren a las hormonas y a las cirugías, ya que ponen en práctica una amplia gama de estrategias corporales […] vigilan su lenguaje corporal y su expresividad” (p. 491). En el diálogo sobre las intervenciones quirúrgicas, el participante 4 menciona que podrá reafirmar su masculinidad mediante el vello facial, el engrosamiento de su voz y la remoción de sus senos. En este sentido, Missé y Coll-Planas (2010) señalan que “se ha pasado de querer modificar la identidad de género de las personas trans a aceptarla siempre y cuando reproduzcan el género normativo al máximo” (p. 50). Esto implica que la legitimación de las identidades trans no solo se basa en las modificaciones quirúrgico-estéticas, sino también en la adopción de los estereotipos de género socialmente impuestos. Por otra parte, en el proceso de masculinización, no solo se despliegan estrategias corpóreo-performativas orientadas a alcanzar el reconocimiento social y ser insertado en la categoría hombre; también surge la necesidad de la legitimación institucional a través del reconocimiento de la identidad de género por parte del Estado. Así, la construcción de la masculinidad trans también depende de procesos biopolíticos (Foucault, 1979) que controlan, autorizan y validan las identidades. Finalmente, un aspecto que difiere de las otras historias de vida es que, si bien el participante 4 reconoce que la represión emocional, así como la figura del macho, mujeriego y violento, son características socialmente atribuidas a los hombres, estos son elementos que le resultan ajenos, incluso cuestiona estos marcos normativos. Este distanciamiento al modelo hegemónico powdría explicarse, en mi opinión, por el hecho de que su primera socialización en el sistema sexo/género ocurrió desde el ámbito femenino, por lo que su percepción de las dinámicas masculinas es distinta. Conclusiones Con base en los diálogos con los participantes de este estudio y la relectura de sus experiencias en discusión con el corpus teórico, es ineludible que ser reconocido como hombre en la esfera social no puede entenderse solo desde privilegio masculino, debido a que los modelos hegemónicos —al forzar que los sujetos varones se asuman desde la fuerza y virilidad— los alejan de su naturaleza humana, en especial por restringir sus emociones a un nivel en el que se conduce a la naturalización de la violencia. Es fundamental reconocer la vulnerabilidad inherente a nuestra condición como sujetos en el proceso de construcción de la masculinidad. Esta categoría no es necesariamente un sinónimo de debildad, al contrario, constituye una dimensión relacional que evidencia nuestra inderdependencia como seres humanos. Desde esta perspectiva, al ser vulnerables no solo somos afectados por la violencia de un modelo de masculinidad machista, sino que también generamos un impacto en el entorno y nosotros mismos al reproducir estas formas de violencia (Butler, 2017). En el debate contemporáneo se habla de las nuevas masculinidades (García, 2015; Huberman, 2012; Jablonka, 2020; Sánchez López, 2020; Uribe Roncallo, 2020) para intentar referirse a modelos que se alejan de la violencia. No obstante, considero que estas dinámicas han existido de manera constante, aunque en muchos casos permanecen invisibilizadas. Por lo tanto, propongo reconocer a las masculinidades no como nuevas, sino como emergentes, dado que el proceso de construcción de la masculinidad no es estático. Por el contrario, se configura a partir de dinámicas socioculturales en constante transformación. Asimismo, resulta fundamental considerar las dinámicas de la conciencia contradictoria aplicadas a la masculinidad (Gutmann, 1998). Para cuestionar el mito que sostiene que todos los hombres se encuentran en una misma posición de privilegio, ya que este discurso tiende a invisibilizar prácticas compartidas, como la represión emocional. Los participantes del estudio señalan que dicha represión ha generado en ellos sentimientos de impotencia, agobio, soledad e incluso ha derivado en pensamientos autolíticos. En este sentido, reitero que no es posible generalizar ni asumir que todos los hombres se rigen por las mismas lógicas, ya que cada individuo asume su masculinidad desde un espacio muy personal. Así, este estudio constituye un acercamiento a experiencias particulares vinculadas a la construcción de las masculinidades. Historias que visibilizan un gran desafío por delante, dado que el entramado cultural y simbólico empleado por el sistema para regular las masculinidades es basto y complejo. Referencias bibliográficas Abarca, H. (2022). Masculinidad y suicidio, una cuestión de sentido. 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