Cuerpos del delito: Criminalización racial hacia jóvenes afroecuatorianos en Quito Bodies of Crime: Racial Criminalization of Young Afro-Ecuadorians in Quito Nallikachishka ukku aychakuna: Quitumanta yana wamra kuytsakunata nallikachishpa shiyankachiy unkuykuna Luis Andrés Padilla Suárez padillaasuarez14@gmail.com ORCID: 0009-0000-7547-7709 Universidad Amawtay Wasi. (Quito. Ecuador) Revista Sarance ISSN: 1390-9207 ISSNE: e-2661-6718 Fecha de recepción: 25/04/2025 Fecha de aceptación 14/05/2025 Cita recomendada: Padilla Suárez, L. (2025). Cuerpos del delito: Criminalización racial hacia jóvenes afroecuatorianos en Quito. Revista Sarance, (55), 203 - 224. DOI: 10.51306/ioasarance.055.08 .................................................................................................................................... Resumen El presente artículo de investigación pretende aportar a la comprensión de la criminalización racial hacia jóvenes afroecuatorianos en la ciudad de Quito. Para esto, metodológicamente se apela al estudio de las experiencias de los sujetos negrosafrodescendientes en sus encuentros cotidianos con las fuerzas de seguridad estatales como policías, militares, o agentes de control, para conocer cómo se vive y siente el hecho de que sus cuerpos sean racializados e identificados como criminales. Entre las reflexiones finales, se expone que desde la época colonial se ha venido construyendo a los afrodescendientes como cuerpos del delito, y la criminalización como una política afectiva que utiliza el miedo y la violencia física como lógica de dominación. Palabras clave: criminalización racial; afroecuatorianos; violencia; trauma racial ................................................................................................................................... Abstract This article seeks to shed light on the racial criminalization of Afro-Ecuadorian youth in the City of Quito. It takes a methodological approach grounded in the lived experiences of Black and Afro-descendant individuals, particularly in their everyday encounters with state security forces —including police officers, military personnel, and municipal control agents. Through their stories, the article aims to discern how racialized bodies are perceived and experienced as criminal within public spaces. In its conclusions, the article highlights how, since colonial times, Afro-descendant people have been historically constructed as inherently criminal. It argues that criminalization acts as an affective policy that deploys fear and physical violence as instruments of control and domination. Keywords: Racial criminalization; Afro-ecuadorians; Violence; Racial trauma ......................................................................................................................................... Tukuyshuk Kay killkaywanmi riksichinkapak munan imasha Quitumanta yana wamra kuytsakunata nallikachishpa shiyankachiy unkuykuna llakichiy ushan. Chaypaka shuk yachayñantami katishka kan. Wakin yana wamra kuytsakunapa imashalla kawsashkatami tapuchishpa killkashka. Imasha paykuna chapakunawan, militarkunawan, imalla kamanchik nishpa rikurik runakunawan imashallatak tuparishkata tapuchishpa. Chaypimi rimashkanka imashalla paykuanawan tuparishpa kawsashkata, imashalla shunku yashkakunata tapuchishka, shinallatak imashalla shina millanayachiy tukushpa shuwa kakpishna rikushkata tapuchishka. Chay tapuchishka hipapika rikurinmi imasha colonia pachakunamantapacha yana runakunataka imapash nalli kakpishnalla, nallita shinashkatashnalla rikun, shinami criminalización nishkata rurankapakka manchachishpa, waktashpa ashtawan hatun kayta rikuchinkapak munay tiyan. Sapi shimikuna: yana kakpi nallikachiy; yana runakuna; Llakiy waktaykuna; yana kakpi llakichishka nanaykuna .................................................................................................................................... 1. Introducción El 25 de mayo de 2020 sucedió el asesinato del afroestadounidense George Floyd, a manos de un agente policial en la ciudad de Mineápolis. Las redes sociales hicieron viral el trágico vídeo donde Floyd agonizaba debajo de la rodilla del policía, lo que produjo que el mundo entero se conmoviera y movilizara de múltiples formas en contra de la represión policial frente a la población afrodescendiente. Tal evento ejemplificó, una vez más, la manera en la que funciona el racismo sobre la gente “de color”69 en los Estados Unidos. En Ecuador, dicho suceso no pasó inadvertido; tanto en medios de comunicación tradicionales como en redes sociales, así como en el desarrollo de paneles o conversatorios virtuales, el tema del racismo contra afroecuatorianos se puso de nuevo en el tapete de la opinión pública. Desde una parte negacionista de la problemática, se argumentaba que “no existe racismo en Ecuador”, o que no es “tan violento como en Estados Unidos”; dos interpretaciones deudoras de una comprensión de la mecánica racial que apelaría a la letalidad de la agresión como vara de medición para la “efectividad” del racismo que tiene como víctimas a afroecuatorianos. Este artículo de investigación pretende aportar en la comprensión, siempre actual, del funcionamiento del racismo en contra de la población negraafrodescendiente70 ecuatoriana, específicamente sobre una de sus manifestaciones más recurrentes en las experiencias de hombres negros en la ciudad de Quito, vinculada a lo que conceptualmente llamaremos criminalización racial. El interés está en realizar un acercamiento y una propuesta de entendimiento de este concepto y fenómeno a partir de las experiencias de los sujetos que han vivido-sentido el hecho violento de ser imaginados y materializados como criminales, delincuentes o sospechosos de un hecho delictivo, como parte del imaginario racial. Para la fecha de escritura de este texto, se está cumpliendo un año desde que se declaró el conflicto interno armado por parte del gobierno ecuatoriano, suceso que legitimó el recrudecimiento de la violencia estatal, y que parece prestar especial atención a los cuerpos negros-afrodescendientes. Precisamente, el año 2024 culminó con lo que inicialmente se conoció como un delito de desaparición forzada de cuatro menores de edad afroecuatorianos a manos de 16 militares, y que luego se transformó en una presunta ejecución extrajudicial cuando se encontraron los cuerpos calcinados de los menores; este proceso judicial aún está siendo investigado por la Fiscalía ecuatoriana. _______________ 69 Expresión que usualmente se suele utilizar en la sociedad estadounidense para referirse a la gente negra-afrodescendiente, generalmente de forma peyorativa. 70 En este texto me referiré indistintamente con las terminologías de negros, afrodescendientes, afroecuatorianos, o población descendiente de la diáspora africana en Ecuador; si bien cada terminología tiene su contexto sociohistórico, para efectos de este artículo no entraré en la explicación de cada uno. _______________ En ese contexto, el presente ejercicio analítico también se inserta en una reflexión más general respecto a revalidar la premisa de que el racismo opera de manera contextual, situada y anclada a los sucesos sociales, históricos, económicos y culturales que se manifiestan en los distintos territorios locales, regionales, nacionales y trasnacionales (Arias y Restrepo, 2010). Es decir, no cabe la comparación simplista entre las manifestaciones raciales que se dan en Brasil, con las que se dan en Estados Unidos o Ecuador, por ejemplo. Así, el problema en cuestión se interesa por estudiar cómo se vive y se siente la criminalización racial hacia jóvenes afroecuatorianos en la ciudad de Quito por parte de las fuerzas represivas estatales. De tal manera, el presente texto se distribuye de la siguiente manera: en un primer momento se manifiestan las decisiones metodológicas, sus justificaciones y fines para con el problema en cuestión; en un segundo momento se brinda un acercamiento conceptual en torno a la criminalización racial respecto a jóvenes afroecuatorianos; en un tercer momento se analiza y describen las formas en que los sujetos negros-afrodescendientes experimentan la criminalización de sus cuerpos; y, finalmente, se comparten algunas reflexiones finales respecto cómo se ha racializado a los hombres negros como criminales, y los traumas-miedos que se instauran en sus existencias. Decisiones metodológicas para el estudio de la criminalización contra jóvenes afroecuatorianos Como se dijo en la parte introductoria de este texto, la búsqueda y construcción de conocimiento respecto a esta investigación se centra en lo vivencial de los sujetos, de ahí que la puesta metodológica sea una decisión sobre la pertinencia epistemológica para comprender tal vivencia-experiencia. Es esa búsqueda de pertinencia metodológica para el tema a analizar la que apela por un abordaje cualitativo que ponga en el centro del análisis las vicisitudes, afectos y desafectos de individuos en situaciones violentas. Como explica Alfredo Santillán, “el enfoque cualitativo centrará su preocupación en las motivaciones de los actores y en los significados que éstos construyen sobre las situaciones de violencia en las que están insertos” (2009, p.76). En esa línea, se busca abordar el objeto de estudio de esta investigación desde la valorización de las subjetividades de los sujetos negros-afrodescendientes abocados a encuentros violentos con fuerzas del orden estatales. Tal interés no es casual, sino que parte de un interés intelectual y político existencial de mi parte, como autor negro-afrodescendiente, puesto que “el investigador debe reconocer su posición en la sociedad que trata de interpretar, pertenece a una clase social determinada, a un grupo étnico preciso, a un aprendizaje de valores y normas” (Santillán, 2009, p.76). De ahí que lo autoetnográfico se combine con entrevistas etnográficas semiestructuradas a otros sujetos negro-afrodescendientes con la intención de generar conocimiento colectivo sobre una cuestión común. Como detalla Eduardo Restrepo (2016), lo que se busca en la entrevista etnográfica es “comprender en detalle las percepciones de los entrevistados o profundizar el conocimiento de situaciones pasadas o presentes” (p.55), a diferencia de la entrevista periodística unidireccional reducida a preguntas que no interiorizan en la necesidad de contextualizar las vivencias de los sujetos. En esa sinergia, dialogo con Bell Hooks (2021, p. 248) y Sara Ahmed (2015, pp. 287-295) al poner al cuerpo y las emociones como elementos centrales para la reflexión y análisis de las vivencias de las personas racializadas frente a los mecanismos que el poder estatal tiene para acentuar su política de diferenciación social. Los testimonios a continuación expuestos dejan ver que lo afectivo es una cuestión medular en sus encuentros con policías, militares o agentes de control municipales: la zozobra, el miedo, la ira, se combinan con la poca confianza respecto a la retórica que exponen las fuerzas del orden como garantes de la seguridad de las personas. De modo que en este artículo propongo el abordaje de la criminalización hacia afroecuatorianos desde sus propios sentires y análisis de cómo el estado atraviesa sus cuerpos, sus vidas. Un acercamiento socio histórico a la conceptualización del negroafrodescendiente como infractor Frantz Fanon (2009), en una de sus dos obras medulares, Piel negra, máscaras blancas, analizó, a través de un relato autoetnográfico, la anécdota en la que un niño en la metrópoli parisina se asombraba y temía su presencia como hombre negro: “Mamá, mira ese negro, tengo miedo!” (p. 113). El intelectual militante martiniqués explicaba tal suceso como una de las consecuencias y mecanismos de la racialización del “significante negro”. El filósofo camerunés Achillie Mbembe (2016), en diálogo con Fanon, detalla que desde el pensamiento euroccidental que cimentó los procesos de colonización y esclavización de africanos y sus descendientes, se creó un “sustantivo negro” (pp. 100-103), es decir, se produjo la deshumanización inicial sobre sus cuerpos y existencias a través del poder discursivo y material que inventó los imaginarios que comprenderían el sujeto o sustantivo negro, sus subjetividades, capacidades y horizontes. A decir de Cedric J. Robinson (2021, pp. 210-217), este proceso de deshumanización de los cuerpos negros posibilitó la argumentación que justificaba el hecho de que fueran utilizados como la principal pieza-mercancía del naciente sistema capitalista afincado en el proceso de esclavitud y servidumbre. De modo que la esclavitud, como institución social, desarrollaría valores, normas, éticas, imaginarios y criterios para juzgar y determinar la idoneidad de los sujetos, los márgenes bajo los cuales estos podían actuar y a los que podían aspirar. Cuando revisamos las crónicas, testimonios y estudios sobre la cotidianidad de la Real Audiencia de Quito, notamos que la relevancia de la población esclavizada no era menor. Ya sea por las transacciones entre propietarios de esclavizados, por quejas de los “malos comportamientos” de los estos, o por las distintas estrategias y agencias en que se apropiaban del sistema jurídico colonial para buscar su libertad (Ayala Congo, 2024), entre otras actividades y sucesos. Lo cierto es que, dentro de la opinión pública colonial, lo de las personas esclavizadas se volvió un tema recurrente. Mucho de este protagonismo tenía que ver con las expectativas que las élites de la época tenían de la población que fue esclavizada para sus servicios, es decir, de lo que concebían que aquellos seres sometidos y deshumanizados debían cumplir sin acción de reclamo alguno. Al analizar las experiencias, vivencias y cotidianidad en general de la población africana y afrodescendiente en la institucionalidad de la esclavitud ecuatoriana, notamos que sus actuaciones individuales o colectivas, tanto en el espacio público como en el privado, en la ciudad o en zonas rurales, estaban medidas a la luz de lo que el imaginario social dictaminaba como seres humanos y salvajes, personas de primera y segunda clase, que se acentuaban en las reglamentaciones que regulaban las relaciones sociales entre amos y esclavizados (Tardieu, 2006; Chavez, 1999). Así, el mero hecho de búsqueda de libertad por parte de la población en situación de esclavitud era visto como un acto de insolencia para la moral y el derecho colonial, puesto que, según el proceso colonizador, fundamentado en lo que Eduardo Subirats ha llamado “teología de la colonización” (1994, p. 56), su condición de inferioridad social y sometimiento ante los pies de la gente creyente de los mandatos del Dios católico, debía quedarse en perpetuidad. En esa línea, el nombre que asignaron a esclavizados que emprendieron fugas de las haciendas fue el de “cimarrón”, término que refiere a cuando el ganado se sale del corral y se vuelve salvaje, reforzando los estereotipos de seres sin cultura y más cercanos a la naturaleza. Con ese marco, y en el contexto de las luchas independentistas, fueron varias las revueltas y actos de cimarronaje que buscaban, a través de unirse a los bandos que promulgaban la liberación de la corona española, la liberación de sus cuerpos del yugo del amo; y que, asimismo, eran entendidos como insolentes, o infractores de la norma social. Esto, a decir de María Eugenia Chávez, generó preocupación y alimentó el “imaginario de peligrosidad de los esclavos” (2010, p.144) frente a los grupos de poder que pretendían mantener su sumisión. En el caso del negro-afrodescendiente en la ciudad, específicamente en el Quito colonial, los malestares frente a su presencia en la urbe tenían que ver, por ejemplo, con qué podía hacer un esclavizado en las calles sin el tutelaje de su amo, o respecto a que algunas personas afrodescendientes estaban en condición de libertos, por lo que no agradaba para nada que tuvieran la misma posibilidad de “codearse” con ellos. Sobre lo anterior, resulta ilustrador el relato de Jean- Pierre Tardieu, en su trabajo sobre la presencia del negro en la Real Audiencia de Quito, respecto a uno de los tantos episodios en donde la presencia urbana de los esclavizados y negros libertos significaba una anomalía social a ser denunciada y exterminada: Valga por ejemplo la acusación que se puso en 6 de diciembre de 1688 en contra de don Miguel Antonio de Ormasa Ponce de León por la muerte de Vitorino, esclavo del licenciado don Lope Antonio de Munive, presidente de la Audiencia Real. El asesino no era un hombre del común: se trataba nada menos que de un oidor de la misma Cancillería, recién nombrado en la de Charcas. La víspera, a las diez de la noche, poco antes de la cena, salió Vitorino a dar una vuelta con un compañero asimismo siervo del presidente, deteniéndose enfrente del domicilio del oidor para cantar y tocar guitarra. Como el bullicio molestaba a su esposa enferma, el alto funcionario no vaciló en disparar desde la ventana de su despacho sobre el imprudente músico, quien murió casi en el acto. No vaciló el oidor en reconocer los hechos, aunque, a decir suyo, su intención consistía sólo en espantar a los perturbadores del reposo de su mujer. Pero dio a entender que la actitud de Vitorino lindaba con la provocación, porque no le dejó dormir en las noches anteriores al dramático suceso. (Tardieu, 2006, p. 201) Este suceso da cuenta del punto al que llegó la molestia entre las élites quiteñas ante la presencia negra que se salía de los comportamientos asignados por la ideología moral racista. Gran parte de esta exacerbación violenta que apuntalaba a negros como insolentes, criminales, sospechosos o peligrosos, surgía de los supuestos que la estratificación social reproducía a través de las interacciones del día a día: “la idea generalizada era que en los esclavizados existía una tendencia a la ‘insolencia’; una capacidad de transgredir los límites dentro de los cuales debía mantenerse la subordinación” (Chávez, 2010, p. 145). En suma, no es que los actos o comportamientos de la población esclavizada hayan sido reprochables en sí mismos, sino más bien que su sola presencia no regulada por el amo los convertía en infractores: su falta radicaba en no rendir pleitesía ni obediencia a lo que el sistema entendía como lo correcto para la dimensión humana y social que lo negro-afrodescendiente significaba. Aquí también podemos rastrear cómo se fueron creando los imaginarios de que la población descendiente de la diáspora africana es rebelde y/o beligerante, puesto que la rebeldía se asociaba con la no docilidad. Ahora bien, ante la interrupción o tensión de la norma, viene una sanción, que en el vocabulario común de la época era el castigo. Uno de los casos más conocidos y difundidos desde la memoria colectiva del pueblo afroecuatoriano es el sucedido en 1778, donde la delegación secreta de esclavizadas y esclavizados de la hacienda La Concepción, liderados por Martina Carrillo y Pedro Lucumí viajaron hacia Quito con motivo de denunciar los malos tratos por parte del administrador de dicha hacienda; a su regreso, la delegación fue castigada con azotes (Folleco, 2009, p. 42). Tal suceso representa la valoración y consecuencia de la insumisión de la población negra en situación de esclavitud, y el posterior acto punitivo que recibían sus cuerpos: el castigo corporal ante el desacato de la regla. Sobre la construcción socio-racial del negro-afrodescendiente como criminal Hace un poco más de 10 años me encontraba caminando por la mañana hacia mi universidad por una de las calles céntricas de la ciudad, se me acercaron dos agentes policiales solicitando que les mostrara mi cédula, a lo que me negué, porque noté que de todo el sinnúmero de personas que caminaban junto a mí, a nadie más se le solicitó su documento de identidad. Pasaron varios minutos de discusión y, afortunadamente, tenía saldo en mi celular para llamar a mi padre que trabajaba cerca del lugar donde me encontraba. Él llegó y, cuando los agentes vieron que vestía de terno, la situación se calmó. Los policías le explicaron que se trataba de un procedimiento de rutina, pues “últimamente pululaban muchos haitianos por la zona…”. Seguí mi camino hacia el lugar donde estudiaba con lágrimas, no como consecuencia de violencia, sino por indignación. Carlos De La Torre (2002), en su investigación sobre racismo en Quito, detalla que algunos intelectuales pioneros de las ciencias sociales en nuestro país, en las pocas veces en que se manifestaron sobre la presencia afrodescendiente en Ecuador, esbozaron un pensamiento que los relacionaba con lo poco civilizado, con lo violento, con lo criminal: “éstos son representados como seres totalmente ajenos a la civilización y por ende como un obstáculo al proyecto de construir una cultura nacional y alcanzar el progreso de la nación” (De La Torre, 2002, p. 19). Tales características antropológicas asociadas a lo negro forman parte del proceso de racialización que constituyó al sustantivo negro, esto es, que ‘lo negro’ no se entiende más allá de los imaginarios y representaciones que desde lo blanco/mestizo se han hecho de manera sistemática. Siguiendo el análisis de Howard Becker (1971) y su sociología de la desviación, encontramos que el desviado, el infractor, el criminal, no tiene una esencia en sí mismo que lo determine como tal, es decir, no se trata de que exista una dimensión patológica de criminalidad, o que se manifiesten rasgos ontológicos criminales. Por el contrario, lo que postula el sociólogo estadounidense es que la representación y comprensión de la desviación, entiéndase aquí de la infracción y/o criminalidad, es una consecuencia de la interacción, del entramado social que juzga un acto y al sujeto que lo ejecuta como disruptor de una norma culturalmente establecida. Entendemos que, en sociedades configuradas a partir de su pasado colonial, donde las interacciones y normativas tenían a la cuestión racial como uno de sus principales fundamentos, la razón criminológica también iba a ser deudora de la ideología racista. Eugenio Zaffaroni (1998) ha profundizado la reflexión sobre la lógica racista que influyó de gran manera en el pensamiento criminológico eurocentrista, aquel discurso antropológico que presuponía que las colonias establecidas en suelo americano y africano y sus habitantes- tenían una inferioridad biológica; “de allí la famosa teorización que postula la tan mentada analogía entre el criminal y el salvaje (colonizado) (p. 81)”. Tal teoría tiene una correlación discursiva y material con lo que líneas arriba exponíamos sobre la racialización del negro como rebelde y poco dado a la civilización. El proceso de racialización emprendido en torno a las poblaciones afrodiaspóricas ha utilizado varias estrategias para su composición, entre esas, categorías dicotómicas que separan unos significantes de otros, como lo explica Stuart Hall: “entre blancos, ‘cultura’ estaba opuesta a ‘naturaleza’. Entre los negros, se asumía, la ‘cultura’ coincidía con la ‘naturaleza’. Mientras los blancos desarrollaban ‘cultura’ para dominar la ‘naturaleza’, para los negros la ‘cultura y la naturaleza’ eran intercambiables” (2010, p. 427). Igualmente, estas oposiciones que remiten a diferentes constituciones existenciales moldean el criterio para valorar la presencia negra en los distintos espacios, lugares y territorios que se imaginan como aptos y no aptos, propios y ajenos para la reproducción de sus vidas. Adam Bledsoe (2015; 2019), desde las geografías negras, ha dejado ver que la valorización racial de los cuerpos también está imbricada con los espacios donde se manifiestan dichas corporalidades, dejando ver que hay espacios- lugares ‘para negros’ y otros donde su presencia es sospechosa. En esa misma dinámica de constituciones dicotómicas es que Jean Rahier Muteba (1999) ha develado lo que el mismo llamó el “orden ‘racial/espacial ecuatoriano’”(p. 83), donde las personas negras y afrodescendientes son imaginadas como seres de la ruralidad, en contraposición con la cultura y valores de progreso y orden que constituyen lo urbano. Justamente, una acción recurrente en las experiencias de las personas afrodescendientes en la ciudad de Quito es el interrogar sobre su procedencia, “¿de dónde eres?”. La anterior pregunta, por neutra que parezca, esconde el orden racial/espacial de la sociedad ecuatoriana. A tal interrogante le subyace dos afirmaciones, a saber: 1) que no existe la mínima posibilidad de que la persona negra-afrodescendiente “sea de la ciudad”, y 2) que su presencia está fuera de lugar. Retomando a Fanon, la existencia negra ha sido confinada a una “zona de no-ser” (2009,p. 42), que también se traduce en una zona de no-estar. La afirmación de dos jefes policiales respecto al incremento de la delincuencia en Quito, y la población “morena”, ilustra la presunta a-espacialidad y criminalidad de lo negro en la ciudad: Hay un tipo de raza que es proclive a la delincuencia, a cometer actos atroces... es la raza morena, que está tomándose los centros urbanos del país, formando estos cinturones de miseria muy proclives a la delincuencia por la ignorancia y a la audacia que tienen. (Diario El Hoy, 1995, citado en De La Torre, 2002, p. 33, énfasis añadido) Esta alusión de los agentes policiales viene a graficar el proceso de racialización que se ha hecho sobre los cuerpos negros-afrodescendientes, en el que estos representan la corporalidad del delito en la urbe. Como explica Eduardo Restrepo (2009), las marcaciones, elaboraciones, y representaciones mentales que se hacen de los cuerpos son lo que los constituyen, además de las relaciones sociales que se tiene con ellos. La criminalización de los cuerpos es parte de los distintos “repertorios de representación y prácticas representacionales” (Hall, 2010, p. 423) que las fuerzas del orden y control vinculan a los hombres afrodiaspóricos. En esta interacción se materializan las referencias de deshumanización, salvajismo, criminalidad y no pertenencia del ‘negro’ en la ciudad, situación que en Ecuador se traduce, entre otras cosas, en la sobrerrepresentación de la población afrodescendiente en el sistema carcelario (Carcelén y Romero, 2021). De tal manera, la razón criminológica que racializa a los cuerpos negros y los ctegoriza como criminales en la ciudad, es también una lógica que conceptualiza al crimen desde cuerpos específicos. Se entiende que la presencia del ‘negro’ en la urbe es sospechosa, pues su lugar no es lo urbano moderno, en este contexto, son comprendidos y materializados como criminales que deben ser reprendidos, corregidos, humillados y, como consecuencia última, aniquilados. En los siguientes apartados intentaremos develar tal mecanismo de codificación de las corporalidades desde la reflexión y narración de jóvenes afroecuatorianos que han sido víctimas de la criminalización racial. “No hay un momento donde yo haya visto la paz con las fuerzas de seguridad de este país” Damas y caballeros de paz, orden, seguridad, son algunas de las etiquetas y frases que se suelen utilizar desde la retórica de la institucionalidad militar, policial, o agentes de control municipales. Tanto en ruedas de prensa, como en su manejo de redes sociales, estas narrativas institucionales forman parte del aparato discursivo que pretende asociar su labor con sentimientos y emociones de confianza en la sociedad. No obstante, las vivencias y peripecias de los jóvenes afroecuatorianos71 que han colaborado con esta investigación exponen todo lo contrario. En marzo de 2024, a dos meses de la declaratoria de conflicto interno armado por parte del gobierno de Daniel Noboa, mientras me encontraba en un conversatorio en torno a la problemática afrodescendiente en Quito, un joven tomó el micrófono y relató un incidente que había sufrido por esos días en el sur de la ciudad, a manos de militares. Él es Jorge, afroquiteño de 22 años, estudiante de relaciones internacionales. Al solicitarle una entrevista explicándole que me encontraba realizando una investigación sobre violencia y acoso a jóvenes afroecuatorianos por parte de fuerzas estatales de seguridad, sonriendo, no dudó en aceptar. “Tengo mucho que contar al respecto”, dijo. Así, me relató que salió a pasear a un parque público junto con su pareja y el sobrino de su pareja cuando… …llegaron 4 militares y ni siquiera me dijeron buenas noches, simplemente me dijeron que me pusiera a un lado…uno de los militares se puso extremadamente violento -yo tengo perforaciones en mis orejas- y me dijo que con eso en las orejas parecía maricón, me comenzó a gritar que me iba a garrotear. Yo no le dije absolutamente nada. Al momento que me hicieron la requisa, yo le dije al militar que por favor no me siento seguro, porque hace un tiempo le implantaron droga a un chico, él me dijo que tranquilo, que ‘aquí no va a pasar eso, tú vas a ver todo el proceso’. El otro militar, que estaba con un garrote, estaba amenazante, hecho el sabroso, hecho el que ‘yo tengo aquí el poder’. Entonces colaboré como debería. ‘Álcese la manga, por favor, no quiero que me ponga nada’-le dije. El otro militar se alteró y gritaba que ‘los negros son así’. (Jorge, 2024) __________________ 71 .- Los nombres de los tres jóvenes afroecuatorianos que han colaborado con esta investigación han sido modificados para precautelar su seguridad e integridad, mucho más en el contexto actual ecuatoriano, donde desde el poder estatal existe una avanzada violenta para con personas racializadas y empobrecidas a través de desapariciones forzadas. Ver CDH (Reporte de desapariciones forzadas en el Ecuador 10.04.2025 https://www.cdh. org.ec/informes/653-reporte-de-desapariciones-forzadas-en-el-ecuador-31-01-2025.html ) __________________ Según los diálogos informales que he podido sostener con jóvenes y hombres afrodescendientes que pasan de los 50 años, el suceso que Jorge relata es el ‘modus operandi’ de las fuerzas del orden para con hombres afrodiaspóricos en la ciudad. Alguna vez, uno de los hombres adultos con quien conversé soltó una frase con tinte de broma, pero retratando una verdad: “es difícil que a un negro no le haya cogido la policía”. Esto también lo confirma José, otro de los jóvenes con quién dialogué para esta investigación. José, de 28 años, licenciado en psicopedagogía, explica que desde niño le acusaban de robarse cosas en la escuela por ser afrodescendiente, y que cuando, en su adolescencia, acompañaba a su padre a trabajar, este le recomendaba “siempre andar con cédula porque los policías siempre paran a los negros” (José, 2024). Esto demuestra que la criminalización en contra de hombres negros sobrepasa normativas coyunturales como pueden ser los toques de queda o estados de excepción. O, dicho de otra forma, el hombre negro vive en un estado permanente de excepción por parte del poder estatal, pues la vulneración de su cuerpo sucede incluso desde edades tempranas. El filósofo Giorgio Agamben (2005) ha detallado que en los estados contemporáneos se ve a al estado de excepción como un paradigma de gobierno “que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político” (p. 25). El estado de excepción requiere de un decreto presidencial que dictamine la suspensión de los derechos, no obstante, en cuanto a los cuerpos negros, tal suspensión no requiere de decreto para que se materialice. Desde un punto de vista sociológico, podríamos decir que la criminalización es una de las formas en que el Estado se relaciona con las personas racializadas como negras en el espacio público, como nos recuerda Jorge: No es la primera vez que me pasa. Yo vengo sufriendo esto desde mis 16 años, hasta ahora que tengo 22, no hay un momento donde yo haya visto la paz con las fuerzas de seguridad de este país, con policías o militares. El militar vino, primero me estaba agitando la correa, luego me tocó los genitales…es muy humillante ese tipo de trato. Yo me quedé muy enojado. Me gritaron que porque era toque de queda, yo no tenía derechos. Es humillante, estás tranquilo haciendo tu vida, y que vengan 4 militares, de manera extremadamente violenta, con armas, con garrote, y te amenacen de muerte, casi de muerte, eso es tenebroso, es horrible. (Jorge 2024, énfasis añadido) Estas formas de socialización instauran disposiciones mentales y emocionales en hombres negros-afrodescendientes, como explica José: “entiendo que ser negro y estar vestido como rapero, me pone en una situación en la que estoy mucho más expuesto a una agresión o al abuso policial”. Tal comprensión de lo que significa su corporalidad en las calles de Quito, denota la asunción de qué escala ocupa en el espacio social (Bourdieu, 1996), es decir, de cómo a través de las relaciones sociales diarias entre individuos, y con instituciones del poder estatal, se van reavivando las estratificaciones que componen a las sociedades. Sobre estas estratificaciones sociales también se ciernen los accesos a los diversos mecanismos que están para garantizar la dignidad de las personas ante sucesos de vulneración de sus derechos básicos. La gran mayoría de los casos de criminalización racial se quedan en el olvido institucional y de la sociedad en su conjunto; la sospecha de que la persona negra inició el pleito o que, seguramente se lo merecía, son algunas frases que les han dicho. Debido a esto, los hombres afrodescendientes sostienen que existe selectividad en la justicia (Segato,2007). El siguiente testimonio retrata que, ante los ojos de la autoridad, el negro es culpable hasta que demuestre lo contrario: Yendo a la universidad, un hombre intentó robarme, yo me defendí. La policía nos paró a ambos, y la policía no me creía que intentó robarme, creía que yo era el que quería robar…la suerte mía fue que el otro hombre estaba drogado, sino, no me habrían creído. Es una completa basura. Dónde acudimos los negros cuando nuestra seguridad está al borde. Por eso me parecen fuerzas del desorden. (Jorge, 2024, énfasis añadido) El negro, a través de su desviación existencial perpetuada por la ideología blanca (Fanon, 2009, p.42), fue constituido históricamente como la ilustración de todo lo opuesto a lo correcto; su dimensión humana se asoció a lo indómito y, a partir de allí, como vimos con Zaffaroni, con la representación de la criminalidad y con lo que desde lo hegemónico- se ha calificado como salvaje. El relato anterior deja ver la lógica de sanción que se aplica debido al pigmento de la piel, a fisonomías que han sido conceptualizadas como infractoras sin derecho a protesta. De ahí que los agentes de seguridad no hayan creído que Jorge era la víctima del robo, y que considere que “una persona negra, si va a la justicia, sabe que tiene las de perder” (Jorge, 2024). Ahora bien, como decíamos líneas arriba, la criminalización hacia cuerpos negros no se limita a la humillación de etiquetar y exponer a los negros como delincuentes o presuntos infractores de una norma, sino que en gran parte de este tipo de sucesos, lo que está en juego es la vida. El caso de Daniel, de 21 años, expone la brutalidad con que regularmente suelen actuar las fuerzas del orden que supuestamente tienen encomendada la tranquilidad de las personas. Luego de salir de su trabajo y encontrarse caminando hacia el transporte público que lo llevaría a su casa, cuatro agentes municipales de control, movilizándose en motocicletas, comienzan a seguirlo a él y su compañero de trabajo que también es afrodescendiente, suponiendo que estaban libando. Le dije ‘qué pasa’ y ahí se comienzan a bajar, me echaron gas. Otro policía me dio con un tolete. Mi compañero se pudo correr, y a mí me comenzaron a golpear y echar gas, luego me corrí a las gradas. Les dije que ya basta, y me patearon en la cara y la cabeza mientras yo estaba en el piso, si no hubiera sido por una compañera que estaba ahí, me seguían pegando. (Daniel, 2024) Daniel añade que luego de que su compañera gritara a los agentes municipales, éstos huyeron de la escena hacia una calle transversal, perseguidos, asimismo, por unos primos de él que aparecieron por ahí y grabaron todo el acto. Comenta que sus primos fueron amenazados por uno de los agentes que presuntamente era el supervisor. Le llamé a mi mamá para que me vaya a ver. Luego de todo eso, nos fuimos a fiscalía, ahí me revisó un doctor y me mandó que vaya de urgencia al hospital, y con el historial clínico debía regresar a fiscalía…el doctor de fiscalía me tomó fotos de cómo estaba ese día. Daniel detalla que luego del hecho, junto con su familia, se acercaron al municipio de Quito a poner una denuncia en contra de los funcionarios que lo violentaron, sin recibir respuesta concreta en ese momento. Los agentes que hicieron el acto violento presentaron un informe desmintiendo todo lo que Daniel había declarado, argumentando que los que habían comenzado el conflicto fueron Daniel y su amigo, situación que se contradice con testigos del suceso y con las descripciones de personas que lo conocen, las cuales detallan que nunca ha tenido problemas con nadie, por su tranquilidad y timidez. Añadieron que su trayecto era siempre de casa al trabajo, y viceversa. Este suceso ocurrió en marzo del 2024, y hasta la fecha de mayo del mismo año, en que se realizó la entrevista para esta investigación, Daniel explica que no recibió llamadas de disculpas por parte de autoridades, ni ningún tipo de comunicación del municipio. A la par, su familia tuvo que hacerse cargo de los gastos médicos producto de las heridas y daños físicos de los que fue víctima. Intentó sacar citas con personal de psicología del ministerio de salud, pero no tuvo respuesta. Su única opción fue seguir sobreviviendo. Luego de varios meses, por la exposición mediática del caso, se destituyeron a dos de los agentes protagonistas de la violentación, mediante sanción administrativa. No obstante, no se realizó ningún acto de reparación concreto para con la integridad de Daniel. Este último caso condensa gran parte del repertorio de acción en el que suelen hallarse los cuerpos negros en situaciones de criminalización por parte de las fuerzas de seguridad que ejercen el papel coercitivo estatal. Ana María Goetschel (2019, pp. 171-173), a partir de su investigación sociohistórica en donde, entre otras cosas, estudia el juzgamiento de la delincuencia y sus castigos en la etapa garciana y liberal ecuatoriana, expresa que un gran porcentaje de los actos delictivos revisados en los archivos forman parte de la cotidianidad de la población y están sobre todo vinculados con sectores populares, y tienen a la cuestión racial como rasgo importante. La cuestión racial, desde la valorización del delito y el sujeto del mismo, ha tenido preponderancia en la sociedad ecuatoriana desde la época colonial hasta la actual: en la cotidianidad del hombre negro en cualquier caminata por la calle, está la incertidumbre de encontrarse con personal policial, militar, o cualquier funcionario que represente a “orden y seguridad”. Por otra parte, respecto a la criminalización de cuerpos afrodiaspóricos, resulta necesario volver a poner en cuestión la eficiencia y neutralidad del Estado, así como poner en duda su actuar apolítico. Los testimonios hasta aquí relatados indican que desde el actuar estatal se reproducen lógicas dominantes (Barragán, 2009), donde se pone de relieve la influencia de su poder en la configuración de conflictos sociopolíticos, así como en la perpetuación de desigualdades sociales. Ya sea en zonas urbanas o rurales, los “tentáculos” estatales funcionan de forma más o menos similar, con procedimientos anclados a realidades concretas y con dificultades de acción específicas de cada lugar, el fin último tiende a ser uno: el control de territorios, poblaciones y la vida de los individuos. Desde las medidas coercitivas en situaciones de emergencias sanitarias, hasta los rituales establecidos para que una persona acceda a documentos de ciudadanía, o la conceptualización y materialización de ciertos cuerpos como criminales, la cotidianidad estatal viene precedida de —como decíamos antes— lógicas de dominación que ahondan las relaciones asimétricas entre grupos y acentúan la vulnerabilidad que se ha configurado históricamente. De tal modo, aunque en un primer momento se tenga al Estado como un concepto abstracto (Lagos y Callas, 2007), su labor concreta no consume las relaciones de poder antes existentes y, por el contrario, en cada encuentro, dichas relaciones son revividas en la vida concreta de las personas. El estado como generador de trauma y vulnerabilidad: “la mente está hecho pedazos” Como hemos visto en los testimonios antes expuestos, hay algo vertebral en las experiencias de criminalización racial que sufrieron por parte de los cuerpos de seguridad estatales: los desafectos y consecuencias emocionales que estas dejan en los individuos. Los sentimientos relacionados con la sensación de intranquilidad, incertidumbre, miedo, humillación o ira son subjetividades -y traumas- que se crean en razón de una forma de relacionamiento del Estado con individuos específicos: los hombres negros. Autores como Kenneth Hardy (2013) y Jude Mary Cénat (2023) han indagado, enfocados en la experiencia con población afrodescendiente, sobre los efectos mentales que la discriminación basada en aspectos raciales tiene en sus vidas y, sobre todo, en su salud mental: a esto lo han llamado “trauma racial”. En dicho trauma, que no se reduce a una compresión del sujeto como ente separado de lo colectivo, los individuos desarrollan una serie de comportamientos y emociones nocivas para su bienestar mental, que son resultado de las diversas expresiones de discriminación y exclusión racial cotidianas y estructurales como ataques verbales, humillación pública o violencia física, que tienen “omnipresencia en la vida de las personas racializadas” (Cénat, 2023, p. 676). Las respuestas obtenidas en esta investigación cuando se preguntó a los participantes qué sentían y sienten cuando ven a un policía, militar, agente de control municipal, revelaron que las subjetividades que estos representantes estatales suscitan están caracterizadas por sentimientos de inseguridad, angustia, temor y, como decíamos líneas arriba, miedo: en suma, el protagonismo estatal como generador de trauma racial y vulnerabilidad. La siguiente reflexión de José explica de mejor manera lo dicho. A mí, en lo personal, sí me da miedo cuando me topo con militares, siempre estoy en alerta…la mente está hecha pedazos. Siento miedo, y pienso que uno debe estar listo para responder. Como saber a quién puedo llamar en ese momento, a quién acudir. (2024, énfasis añadido) Este trauma racial, consecuencia de la criminalización hacia jóvenes afrodescendientes, genera que tengamos una actitud a la defensiva con la sola presencia de los cuerpos del orden, debido a las secuelas de hechos pasados. Dicha actitud -mediada también por el miedo-generalmente agrava este los encuentros violentos con las fuerzas del orden, pues ante ella, el empleo de la agresión física se presta como la solución para reprimir la “altanería” en la que se traduce la no sumisión de las víctimas. De ahí que José sentencie que su “mente está hecha pedazos” y que Jorge argumente que “no nos quieren castigar, nos quieren matar”, pues la sensación generalizada es que no existe ningún filtro o límite para someter las corporalidades negras-afrodescendientes. Mi novia es afrodescendiente y su sobrino también es afrodescendiente…en ese momento en mi cabeza no se me pasaba mi seguridad, sino pensaba cómo un militar puede ejercer tanta violencia en frente de un niño, es un niño de 5-6 años, eso le va a afectar la psiquis terrible…yo le dije al militar después de su requisa ‘oiga, jefe, aprenda a hacer su trabajo bien, solo me cogió a mí, y aquí hay muchas más personas, por qué no requisa a las demás personas que están aquí’, nunca se disculparon. Me invadía el miedo, la ira, la impotencia, me daba ganas de putearlos, pero sabía que si los puteaba, probablemente me golpeaban, y lo justificaban con el estado de excepción…como soy una persona negra, en un estado ecuatoriano fundamentado en bases racistas, a mí no me van a creer. (Jorge, 2024, énfasis añadido) Si bien son diversas las emociones que carcomen la psique de jóvenes afrodescendientes criminalizados, gran parte de estas están conectados con el miedo. Según los entrevistados, específicamente el miedo a ser humillado, arrestado, violentado, desaparecido y aniquilado. Aquí, el trauma racial se manifiesta a través de un miedo social como configurador de los comportamientos que los cuerpos afrodiaspóricos pueden tener en el espacio público frente a las fuerzas represivas. Como explica Paula Contrera Rojas, los miedos sociales …albergan problemas o conflictos sociales que caracterizan a la sociedad actual y que se vivencian a partir de experiencias socioemocionales que tienen la característica de ser experimentadas de forma diferenciada por los individuos –dependiendo de su posición social, por ejemplo–. (Contreras Rojas, 2023, p. 113) Siguiendo lo referente a tales conflictos sociales y la fijación con ciertos individuos, Sara Ahmed añade que el miedo, a través de la codificación de los cuerpos negros como inferiores y tenebrosos, también funciona como puente de ensanchamiento de las diferenciaciones sociales respecto a los cuerpos blancos: “el cuerpo negro es ‘devuelto’ a través del miedo solo en tanto ha sido tomado, robado por la misma hostilidad de la mirada blanca” (2015, p. 106). De modo que el miedo, entendido como dispositivo de disciplinamiento social, inscribe también la separación entre lo civilizado y lo salvaje que engloba al juzgamiento de la criminalidad. En síntesis, el trauma racial que se incorpora sobre la humanidad de jóvenes afrodescendientes en situaciones de criminalización es una manera de emplear una “política afectiva” para restringir y condicionar su existencia en el espacio social y profundizar las relaciones de poder de sometimiento (Ahmed, 2015, p. 108). Es por esto que los tres jóvenes que han colaborado con este trabajo de investigación han precisado que su semblante corporal y mental se modifica y tensiona cuando ven una patrulla cerca o individuos de los grupos de seguridad estatales, se sienten en peligro, vulnerables. Conclusiones En este trabajo de investigación la intención ha sido brindar pistas de comprensión respecto a lo que entendemos conceptualmente como criminalización racial contra jóvenes afroecuatorianos. En esa línea, hemos podido observar que la criminalización tiene un anclaje en los distintos mecanismos y repertorios de racialización que desde la época colonial hasta los tiempos actuales se ha constituido sobre lo negro-afrodescendiente. Esto significa que el “sustantivo negro” no se halla separado de su representación y asociación como corporalidad que encarna la criminalidad, pues esta es, igualmente, un proceso de separación ontológica en la escala racial que opone lo negro a lo blanco como categorías dicotómicas de humanidad. Esta separación ontológica o desviación existencial sobre los cuerpos afrodiaspóricos, como enuncia Fanon, los expone como elementos de sospecha, represión y sanción, como graficó el portavoz policial que afirmó la aparente predisposición casi biológica de la ‘raza morena’ para el acto delincuencial. A partir de ahí, la presencia afrodescendiente en las calles quiteñas se configura como una incesante operación para probar su inocencia frente a la mirada que juzga su criminalidad por el grado de melanina en la piel; situación que luego se traslada a la desventaja en la selectividad de la justicia, como se ejemplificó en uno de los testimonios. Este es otro de los factores por los cuales el número de denuncias por abuso policial en contra de jóvenes negros afrodescendientes no se corresponden con la realidad de esta problemática, pues los procesos judiciales, además de ser demandantes económica y psicológicamente, muestran altas probabilidades de que su caso sea archivado. Lo otro relevante en relación con la criminalización hacia cuerpos negros, es que la exposición a la humillación y escarnio público, o a la violentación física que en múltiples ocasiones se acercan a actos letales, únicamente son los daños visibles del fenómeno. Las consecuencias mentales y emocionales se muestran como instrumentos del poder estatal para hacer entender que los cuerpos negros son cuerpos ajenos e infractores en la ciudad. El trauma racial que se instaura en los jóvenes afrodescendientes mediante a las fuerzas de seguridad del Estado, principalmente a través del miedo; al tiempo que caracteriza su interacción en el espacio público, también se convierte en lógica de dominación que profundiza la vulnerabilidad hacia poblaciones históricamente excluidas, como lo son las poblaciones afrodescendientes. Seguir las pistas de lo emocional-afectivo nos deja ver que la racialización del negro como criminal no es solo menester del daño físico, sino también de las afectaciones que perduran más allá de lo evidente y que, en varias ocasiones, condicionan la vida de forma irreversible: laceran el espíritu y perforan la psique (Hardy, 2013b). Referencias bibliográficas Agamben, G. (2005).!Estado de excepción: Homo sacer, II, I. Adriana Hidalgo Editora. Ahmed, S. (2015).!La política cultural de las emociones. Universidad Nacional Autónoma de México, Programa Universitario de Estudios de Género. Arias, J., & Restrepo, E. 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