Editorial Revista Sarance, Nº 53 (diciembre - mayo 2025) Editorial En junio de este año, presentamos un dossier temático que abordaba la compleja relación contemporánea de la especie humana con el planeta y las otras formas de vida, en el cual no buscamos quedarnos en un mero ejercicio académico, sino abrir un diálogo necesario a través de varias perspectivas de las ciencias sociales y las humanidades. La revista Sarance —como un dispositivo que nos permite pensar el presente y desplegar las múltiples preocupaciones teóricas del IOA— propuso, con ese número, un espacio interdisciplinario para reflexionar sobre la crisis que hoy expone de manera ineludible nuestro impacto planetario. En los últimos meses, hemos presenciado fenómenos extremos en diversas regiones del mundo: eventos que desbordan lo imaginable según las experiencias acumuladas en décadas. En Ecuador, las sequías han tensado los hilos de nuestra cotidianidad, y han generado conflictos económicos, políticos y, sobre todo, sociales que demandan una respuesta colectiva. Nos enfrentamos a un proceso iniciado hace algún tiempo, pero cuyo peso ahora se vuelve innegable, como si la naturaleza, negada durante tanto tiempo como sujeto de la historia (Chakrabarty, 2009), finalmente reclamara su lugar. Este desafío no puede enfrentarse desde la fragmentación. Requiere un diálogo que reconozca las interdependencias entre lo humano y lo no humano, un pacto que articule las experiencias y saberes de nuestro tiempo para construir un horizonte común frente a la incertidumbre que nos atraviesa. El futuro no está escrito ni es una condena: es un espacio abierto que podemos reconstruir. Esa reconstrucción, sin embargo, no es un acto solitario, sino un proyecto colectivo que exige pactos sociales y compromisos compartidos. El diálogo, como forma esencial de aprendizaje, requiere del encuentro con el otro: un semejante con quien construir vínculos y, a partir de ellos, trazar un camino común. Solo así, la universidad puede convertirse en un espacio donde las ideas de creación, producción y sostenibilidad se entrelacen —en lugar de oponerse— dentro de un horizonte compartido de transformación. Las universidades no pueden reducirse a la única función de la técnica productiva —aunque esta merezca su espacio—. Es imprescindible que la técnica se reoriente hacia formas que no solo mitiguen el impacto climático, sino que también cultiven una conciencia crítica sobre el estado actual de nuestros entornos biológicos. La educación, entendida como una promesa de futuro —ya sea laboral, económico o social— pierde sentido si ese futuro no garantiza las condiciones elementales para la vida humana y no humana. Cuando Latour nos invita a ir más allá de la crítica en las ciencias sociales, nos convoca a asumir un rol activo de conservación y cuidado. Pero no se trata de preservar un sentido fijo o idealizado, sino de asumir el cuidado como un acto político y vital. Aquello que antes se consideraba patrimonio cultural debe Revista Sarance, Nº 53 Editorial (diciembre - mayo 2025) resignificarse: no como propiedad o acumulación, sino como pertenencia, como aquello de lo que formamos parte y que, a su vez, nos forma. Este patrimonio no es un bien estático ni una herencia que podemos almacenar: es lo único que sostiene y garantiza la vida natural y común. En este contexto, la llamada de Chakrabarty es contundente: los estudiosos deben superar sus prejuicios disciplinarios porque estamos frente a una crisis de múltiples dimensiones (2009, p. 63). No hay espacio para los compartimentos estancos. La naturaleza, la cultura, lo humano y lo no humano están profundamente entrelazados. Asumir este vínculo como fundamento es el primer paso para repensar nuestras prácticas de cuidado, no desde la nostalgia de lo perdido, sino desde la responsabilidad de lo compartido. Helen Longino nos invita a imaginar una ciencia profundamente comunitaria, donde la interacción social y la crítica ocupen un lugar central en la producción de conocimiento. Para ella, las comunidades científicas no solo deberían estar abiertas a la diversidad de perspectivas, sino que esta apertura debe ser el motor de una práctica transformadora. La ciencia, entendida como actividad y no como un conjunto de verdades acabadas, adquiere su verdadero sentido en el reconocimiento de su carácter colectivo y relacional. Longino también propone superar la ilusión de una objetividad estática y neutral, reemplazándola por lo que denomina una “objetividad dinámica”. Este enfoque no busca dominar los fenómenos, sino comprenderlos desde su interdependencia y desde nuestra propia implicación como conocedores. Así, el conocimiento científico deja de ser una herramienta de poder para convertirse en una práctica de cuidado, donde las relaciones entre los miembros de una comunidad, y entre estos y los fenómenos estudiados, son esenciales para su construcción: “La práctica de una comunidad de investigación es productora de conocimiento en la medida en que facilita la crítica transformadora” (Longino, 1993, p. 112). La tecnología y la ciencia no deben ser vistas como instrumentos que nos separen, burocraticen o tensen aún más nuestras relaciones sociales. Por el contrario, deben configurarse como espacios para construir compromisos y acuerdos que permitan avanzar hacia soluciones compartidas. Solo así, ciencia y sociedad podrán caminar juntas hacia horizontes comunes, cultivando una responsabilidad colectiva que reconozca nuestra interdependencia, tanto con otros seres humanos como con el mundo que habitamos. En nuestro mundo contemporáneo, vivimos en medio de tensiones que atraviesan lo interno y lo externo, lo objetivo y lo subjetivo, la legitimidad y la representación. La información, más que una herramienta de conocimiento, se ha convertido en un dispositivo político e ideológico que opera en el marco de una crisis de legitimidad social profunda. Líderes políticos, económicos y religiosos han dejado tras de sí un terreno donde la verdad se ha vuelto opaca, diluida en un espacio donde parece que todo está permitido y nada tiene consecuencias. Editorial Revista Sarance, Nº 53 (diciembre - mayo 2025) Estas problemáticas no se enfrentan con debates superficiales que dispersan nuestras energías en detalles sin dirección. Necesitamos, en cambio, un pensamiento y una acción capaces de abrir horizontes de transformación. Los desafíos socioambientales que vivimos ya no son una amenaza futura ni una narrativa distante, como las ficciones que solíamos asociar al primer mundo. En nuestra región, en los llamados “sures” del planeta, estas realidades son ya parte de nuestra cotidianidad. Es urgente abandonar las excusas del discurso abstracto y situarnos en el aquí y el ahora, donde los efectos del cambio climático, las crisis sociales y las desigualdades estructurales no son excepciones, sino el tejido mismo de nuestras vidas contemporáneas. Solo a través de una práctica de pensamiento comprometido, que conecte lo global con lo local y lo personal con lo colectivo, podremos reconstruir caminos de acción que enfrenten esta crisis e imaginar otros futuros más amables entre nosotros, el planeta y las distintas formas de vida. Diego Rodríguez Estrada Director y editor general drodriguez@ioaotavalo.com.ec ORCID:0000-0001-8896-6771 DOI: 10.51306/ioasarance.053.01 Instituto Otavaleño de Antropología (Otavalo, Ecuador) Referencias bibliográficas Chakrabarty, Dipesh (2009). The Climate of History: Four Theses. Critical Inquiry, 35(2), 197-222. https://doi.org/10.1086/596640 Felski, Rita (2021, febrero 16).!Why the humanities matter: Learning from Bruno Latour. ABC Religion & Ethics.! https://www.abc.net.au/religion/rita-felski-why-the-humanitiesmatter/ 13161486 Garcés, Marina (2017) Nueva Ilustración radical. Anagrama Instituto Otavaleño de Antropología. (2024). Dossier: Ser humano en la Naturaleza. Antropoceno y Ciencias Sociales. Revista Sarance, (52). https://doi.org/10.51306/ ioasarance.052 Longino, Helen (1993). “Subjects, power and knowledge: Description and prescription in feminist philosophies of science”. En: Linn Alcoff y Elizabeth Potter (eds.): Feminist Epistemology. New York: Routledge, pp.101-120.