El surgimiento de la etnograf’a multiespecie1 The emergence of multispecies ethnography Runakunata, wiwakunata, yurakunata, etnograÞapa makimanta yachahushpa S. Eben Kirksey, eben.kirksey@anthro.ox.ac.uk ORCID: 0000-0001-6067-1525 University of Oxford Oxford, Reino Unido Stefan Helmreich sgh2@mit.edu ORCID: 0000-0003-0859-5881 Massachusetts Institute of Technology (MIT) Massachusetts, EEUU Resumen Los antrop—logos se han dedicado, al menos desde Franz Boas, a investigar las relaciones entre la naturaleza y la cultura. En los albores del siglo XXI, este perdurable interŽs se ha visto inßuido por algunos giros nuevos. Una cohorte emergente de Òetn—grafos multiespecieÓ empez— a hacer hincapiŽ en la subjetividad y la agencia de los organismos cuyas vidas est‡n intricadas con las de los humanos. La etnograf’a multiespecie surgi— en la intersecci—n de tres ejes interdisciplinarios de investigaci—n: los estudios medioambientales, los estudios sobre ciencia y ciencia y la tecnolog’a (CTS) y los estudios sobre animales. Partiendo de temas [Nota del editor] Trabajo traducido por primera vez al castellano para este nœmero. Art’culo original: Kirksey, S. E., & Helmreich, S. (2010). The emergence of multispecies ethnography. Cultural Anthropology, 25(4), 545-576. https://doi.org/10.1111/j.1548-1360.2010.01069.x . Este trabajo fue publicado originalmente como introducci—n al nœmero especial (noviembre-2010): Multispecies Ethnography, de la revista Cultural Anthopology. Con Þnes de actualizar este art’culo al castellano, en esta edici—n se han omitido algunas menciones a la publicaci—n original. Para consultar el nœmero completo: https://anthrosource.onlinelibrary.wiley.com/toc/15481360/2010/25/4 . Traducci—n al castellano: Diego Rodr’guez Estrada. etnobiol—gicos cl‡sicos, plantas œtiles y animales carism‡ticos, los etn—grafos multiespecie tambiŽn incorporaron organismos poco estudiados Ðcomo insectos, hongos y microbiosÐ a los debates antropol—gicos. Los antrop—logos se reunieron en el Sal—n Multiespecie, una exposici—n de arte, donde se exploraron los l’mites de una interdisciplina emergente en medio de una colecci—n de organismos vivos, artefactos de las ciencias biol—gicas, y sorprendentes intervenciones biopol’ticas sorprendentes. Palabras clave: etnograf’a multiespecie; estudios animales; naturaleza/cultura; bioarte. Abstract Anthropologists have been committed, at least since Franz Boas, to investigating relationships between nature and culture. At the dawn of the 21st century, this enduring interest was inßected with some new twists. An emergent cohort of Òmultispecies ethnographersÓ began to place a fresh emphasis on the subjectivity and agency of organ-isms whose lives are entangled with humans. Multispecies ethnography emerged at the intersection of three interdisciplinary strands of inquiry: environmental studies, science and technology studies (STS), and animal studies. Departing from classically ethnobiological subjects, useful plants and charismatic animals, multispecies ethnographers also brought understudied organismsÑsuch as insects, fungi, and microbesÑinto anthropological conversations. Anthropologists gathered together at the Multispecies Salon, an art exhibit, where the boundaries of an emerging interdiscipline were probed amidst a collection of living organisms, artifacts from the biological sciences, and surprising biopolitical interventions. Keywords: multispecies ethnography; animal studies; nature/culture; bioart. Pishiyachishka Yuyay Franz Boas runaka pay shina shuk antropologiamanta yachakkunantinmi maskay kallarirka allpamanta shinallatak kawsaymanta yachaykunata. XXI kallari patsak watakunamantami kashna maskaykunaka mushuk yuyaykunawan tarpurishka kashka. Shuk tantanakuymi kallarirka runakunata, wiwakunata, yurakunata maskankapak, chayta –awpaman apakkunatami shutichishka kan Òetn—grafos multiespecieÓ nishpa. Paykunaka ninmi kashka imasha wiwakunapash, yurakunapash yayta charin, kaykunaka ninantami mallkirishka kan runakunapa kawsaykunawan. EtnograÞa multiespecie yachaymi kimsa maskana –anta rikuchin: kallarimi kan, allpamanta maskaykuna, katimi kan yachaymanta shinallatak tecnologia (CTS) yachaymantapash puchukay yuyaymi kan wiwakunamanta maskaykuna. Kay ukumanta maskakkunakka wakin uchilla kurukunatashna wiwakunakamanmi maskarka. Chaymanta kashnami tarirkanchik nishpa rikuchirka sumakruray shinatashnalla rurashpa. Sinchilla shimikuna: etnograÞa multiespecie; runakunamanta yachaykuna; wiwakunamanta yachaykuna; yurakunamanta yachaykuna; bioarte. Un nuevo gŽnero de escritura y una nueva manera de investigaci—n ha llegado a la escena antropol—gica: la etnograf’a multiespecie. Las criaturas que antes aparec’an en los m‡rgenes de la antropolog’a Ñcomo parte del paisaje, como alimento para los humanos, como s’mbolosÑ han pasado a un primer plano en las etnograf’as recientes. Animales, plantas, hongos y microbios, antes conÞnados en los relatos antropol—gicos al ‡mbito de la zoe o la Ònuda vidaÓ2 Ñaquello que se puede matarÑ, han empezado a aparecer junto a los humanos en el ‡mbito de la bios, con vidas legiblemente biogr‡Þcas y pol’ticas (cf. Agamben, 1998). En medio de relatos apocal’pticos sobre la destrucci—n del medio ambiente (Harding, 2010), los antrop—logos empiezan a encontrar modestos ejemplos de esperanza biocultural Ñescribiendo sobre el amor de los insectos (Rafßes, 2010), sobre exquisitos hongos que ßorecen tras la destrucci—n ecol—gica (Tsing, para el Matsutake Worlds Research Group, 2009), y sobre culturas microbianas que animan la pol’tica y el valor de los alimentos (Paxson, 2008). Los etn—grafos de multiespecie estudian la multitud de organismos cuyas vidas y muertes est‡n ligadas a los mundos sociales humanos. Un proyecto asociado con la Òantropolog’a de la vidaÓ de Eduardo Kohn ÑÓuna antropolog’a que no se limita a lo humano, sino que se ocupa de los efectos de nuestros enlaces con otros tipos de seres vivosÓ (2007, p. 4)Ñ, la etnograf’a multiespecie se centra en c—mo los medios de vida de una multitud de organismos se conÞguran y son conÞgurados por fuerzas pol’ticas, econ—micas y culturales. Este tipo de etnograf’a sigue tambiŽn Susan Leigh Star, quien propone que Òes a la vez m‡s interesante desde el punto de vista anal’tico y m‡s justo desde el punto de vista pol’tico comenzar con la pregunta, Àcui bono? que empezar celebrando del entrelazamiento de lo humano y lo no humanoÓ (1991, p. 43). El adjetivo ÒmultiespecieÓ ya viaja por los mundos de la investigaci—n biol—gica y ecol—gica, reÞriŽndose a los patrones de pastoreo multiespecie, la coconstrucci—n de nichos y la gesti—n de la vida salvaje (por ejemplo, de Ruiter et al., 2005). ÀQuŽ puede hacer Ñy quŽ est‡ haciendoÑ la antropolog’a? El presente ensayo sitœa la discusi—n dentro de los debates contempor‡neos sobre lo ÒhumanoÓ; en la historia de las antropolog’as de animales, plantas y otros organismos; y con respecto a cuestiones conceptuales sobre la deÞnici—n de ÒculturaÓ y ÒespecieÓ. Los ÒdeveniresÓ Ñnuevos tipos de relaciones que surgen de alianzas no jer‡rquicas, v’nculos simbi—ticos y el enlazamiento de agentes creativos (cf. Deleuze y Guattari, 1987, pp. 241-242)Ñ abundan en esta cr—nica del surgimiento de la etnograf’a multiespecies. ÒLa idea de devenir transforma los tipos en acontecimientos, los objetos en accionesÓ, escribe la colaboradora Celia Lowe. La obra de Donna Haraway ofrece un punto de partida clave para el Ògiro hacia las especiesÓ en antropolog’a: ÒSi apreciamos la insensatez del excepcionalismo humanoÓ, escribe en When Species Meet, Òentonces sabemos que el devenir es siempre devenir con Ñ en una zona de contacto donde est‡ en juego el resultado, donde est‡ en juego [Nota del traductor]: En el texto original: Bare life quiŽn est‡ en el mundo.Ó (2008, p. 244). Partiendo de Deleuze y Guattari, cuyas ideas sobre el Òdevenir animalÓ Haraway ha criticado por su misoginia, miedo a envejecer y una falta de curiosidad por los animales reales (2008, p. 28-30), los etn—grafos multiespecies estudian las zonas de contacto donde se han roto las l’neas que separan la naturaleza de la cultura, donde los encuentros entre Homo sapiens y otros seres generan ecolog’as mutuas y nichos coproducidos. La etnograf’a multiespecie ha surgido con la actividad de un enjambre, una red sin un centro que dicte el orden, poblada por Òuna multitud de agentes creativos Ò (Hardt y Negri, 2004, p. 92). El Sal—n Multiespecies Ñuna serie de paneles, mesas redondas y actos en galer’as de arte celebrados en las reuniones anuales de la American Anthropological Association (en 2006, 2008 y 2010)Ñ fue uno de los muchos lugares en los que este enjambre se reuni—. El sal—n se convirti— en un Òpara.sitioÓ3 (Marcus, 2000) Ñun sitio de campo paraetnogr‡Þco donde los antrop—logos y sus interlocutores se reunieron para debatir asuntos de interŽs comœn (vŽase la Þgura 1, un cartel del evento de 2008)4Ñ. El arte sirvi— como pr‡ctica acompa–ante y catalizadora para reßexionar sobre y en contra de las dicotom’as naturaleza-cultura (vŽase tambiŽn Kac, 2007; da Costa y Philip, 2008)5. En este ensayo, entrelazamos una introducci—n de ensayos de este nœmero de Cultural Antropology con una discusi—n te—rica y con entresijos de este para-sitio. 3 [Nota del traductor]: En el texto original: para-site. 4 La frase ÒSal—n MultiespeciesÓ surgi— en una conversaci—n durante la cena entre Rosa Ficek, Heather Swanson y Eben Kirksey en 2006, cuando eran estudiantes de posgrado en la Universidad de California (UC), Santa Cruz. Ese mismo a–o, con motivo de la reuni—n anual de la AAA en San JosŽ, Eben Kirksey organiz— el primer Sal—n Multiespecies en el Oakes College con el apoyo del Centro de Estudios Culturales y el Grupo de Estudios Cient’Þcos de la UC Santa Cruz. La exposici—n de arte Multispecies Salon 2 fue organizada en 2008 por Eben Kirksey, Marnia Johnston, Craig Schuetze, Patricia çlvarez y Christopher Newman con Þnanciaci—n de la National Science Foundation (Premio nœmero 750722), el Programa de Historia de la Conciencia de la UC Santa Cruz, el Programa de Antropolog’a del New College of Florida y Antropolog’a del Massachusetts Institute of Technology. Diecisiete artistas e intelectuales presentaron obras a la exposici—n de arte del Sal—n Multiespecies: Andre Brodyk, Traci Warkentin, Caitlin Berrigan, Carl Rettenmeyer, David Edmunds, Denise King, Frederic Landmann, Jake Metcalf, Kamil Dawson, Kathy Gritt, Luke Santore, Marnia Johnston, Patricia Piccinini, Rachel Mayeri, Ruth Wallen, Todd Gilens y Eben Kirksey. Otros agentes creativos fueron Donna Haraway, Agust’n Fuentes, Eben Kirksey, Sarah (Timothy Choy y Shiho Satsuka), Jonathan Marks y Eduardo Kohn. Este art’culo es testimonio y producto de este trabajo colectivo y colaborativo. Damos las gracias a todos ellos, as’ como a otros muchos que han comentado este ensayo, como Etienne Benson, Laurel Braitman y Matei Candea. Damos las gracias a Mike y Kim Fortun, as’ como a los revisores an—nimos de Cultural Anthropology. 5 Una reciente exposici—n de bioarte se ha centrado en las ideas de Deleuze y Guattari sobre el Òdevenir animalÓ (Thompson 2005). Deleuze y Guattari distinguen a los animales Òed’picosÓ individualizados de los animales de manada que forman una multiplicidad y un devenir. ÒCualquiera que le guste los gatos o los perros es un tonto,Ó escriben. Deleuze y Guattari luego celebran las formas sociales de los animales de manada, como los lobos, que Òinvolucran a cada animal en un devenirÓ (1987, p. 265). Nos adherimos a Donna Haraway que coincide con una porci—n de lo planteado por Deleuze y Guattari. Ella escribe: Òel pensamiento patrilineal, que ve todo el mundo como un ‡rbol de Þliaciones gobernado por genealog’a e identidad, lucha con el pensamiento rizom‡tico, que est‡ abierto a devenires no jer‡rquicosÓ (2008, p. 28). ÒHasta ahora, todo bien... Pero la oposici—n lobo/perro no es divertida... No estoy segura de poder encontrar en la Þlosof’a una muestra m‡s clara de misoginia, miedo a envejecer, falta de curiosidad por los animales y horror por la ordinariedad de la carne, encubiertos por la coartada de un proyecto anti-ed’pico y anticapitalistaÓ (Haraway, 2008, pp. 28Ð30). Nos alineamos con Haraway en rechazar la oposici—n loboÐperro de Deleuze y Guattari. Sin embargo, nos unimos a Deleuze y Guattari en apartarnos de los sujetos individuados del devenir para explorar las posibilidades que surgen con una multitud en enjambre (cf. Hardt y Negri, 2004, p. 92). Figura 1 ÒEl guardaespaldas del mielero de casco doradoÓ. El guardaespaldas, un ’cono del Sal—n Multiespecies, es una Þgura hecha de silicona por la escultora australiana Patricia Piccinini6 . Fuente: Piccinini, Patricia, ÒNatureÕs Little Helpers -Bodyguard (for the Golden Helmeted Honeyeater),Ó Science Meets Art. Esta criatura fant‡stica se invent— para proteger a un organismo real: el mielero de casco dorado, una peque–a y colorida ave de Victoria, Australia, cuya poblaci—n reproductora consta de s—lo 15 parejas. Piccinini describe a esta criatura como Òdise–ada genŽticamenteÓ con grandes dientes que tienen una doble funci—n: ÒProteger [al ave] de depredadores ex—ticos, y tiene unas poderosas mand’bulas que le permiten morder los ‡rboles, para proporcionar savia a los p‡jarosÓ (2004). Estos dientes son tambiŽn un recordatorio de que los animales no s—lo sirven para pensarlos o para jugar con ellos, sino que tambiŽn pueden morder. Esta Þgura humanoide potencialmente peligrosa ilustra las vivas potencialidades y las mort’feras consecuencias de lo que est‡ en juego cuando las especies se encuentran. Donna Haraway, que present— una ponencia sobre Piccinini en el Sal—n Multiespecies de 2008, sugiere que sus esculturas son Òcriaturas inquietantes, pero extra–amente familiares que resultan ser simult‡neamente parientes cercanos y alien’genas colonizadoresÓ (2007). El arte de Piccinini mezcla ciencia Þcci—n y realidad, iluminando problemas naturalculturales actuales en Australia, as’ como posibles soluciones. M‡s all‡ de las Òseducciones sopor’feras de un retorno al EdŽn [y] el palpitante escalofr’o de una advertencia jeremiada sobre la llegada del Apocalipsis tecnol—gicoÓ (Haraway, 2007), la obra de Piccinini encarna el mandato de proteger a los organismos en peligro, a la vez que ofrece la oportunidad de reßexionar sobre la ambivalente naturaleza de las intervenciones tecnocient’Þcas que se han movilizado para salvarlos. Escribiendo cultura en el Antropoceno Anthropos Ñel ser Žtico y razonador que los europeos de la Ilustraci—n concibieron como herencia de la Grecia Cl‡sica (Herzfeld, 2002)Ñ ha sido el objeto de renovada atenci—n entre los antrop—logos. En su articulaci—n cl‡sica, nos recuerda Michael M. J. Fischer, el anthropos era una entidad situada entre lo divino y lo bestial, un ser que se conÞguraba a s’ mismo de forma autorreßexiva como miembro de la polis (2009, p. xv-xvi). DespuŽs de Foucault, el anthropos tambiŽn se ha convertido en una Þgura moldeada por las ciencias modernas de la vida, el trabajo y el lenguaje, es decir, por la biolog’a, la econom’a pol’tica y la lingŸ’stica (vŽase Rabinow, 2003; 2008). En la actualidad, las biociencias est‡n revisando radicalmente lo que se entiende por vivir, trabajar y comunicarse7. En este contexto, los antrop—logos han empezado a preguntarse: ÀEn quŽ se est‡ convirtiendo el anthropos? La atenci—n prestada al anthropos ha generado m‡s inestabilidad en las concepciones de ÒŽticaÓ y ÒculturaÓ que la atenci—n prestada a algo parecido a una Ònaturaleza humanaÓ org‡nica cambiante8. Este desplazamiento del discurso fundacional sobre la biolog’a reßeja la convicci—n de muchos antrop—logos culturales de que la antropolog’a ha superado su forma estadounidense de cuatro campos (cultural, biol—gico, lingŸ’stico y arqueol—gico) y de que las ciencias de la biolog’a humana tienen poco que decir al an‡lisis cultural. La colecci—n de Dan Segal y Sylvia Yanagisako de 2005, Unwrapping the Sacred Bundle: Reßections on the Disciplining of Anthropology, es s—lo uno de los textos que pide a los antrop—logos culturales liberarse de los objetos y epistemolog’as de la antropolog’a biol—gica. Ese texto tambiŽn puede interpretarse como un eco de las Òguerras de la cienciaÓ de la dŽcada de 1990: debates sobre quŽ combinaci—n de empirismo e interpretaci—n debe fundamentar las aÞrmaciones de conocimiento positivo, y sobre quiŽn tiene autoridad para tomar esa decisi—n (vŽase Fujimura, 1998). El libro de Segal y Yanagisako fue uno de los resultados de los acalorados debates que tuvieron lugar en la antropolog’a de Estados Unidos a Þnales del siglo XX, que en ocasiones desembocaron en duras divisiones institucionales Ñdivisiones de los departamentos en alas culturales y biol—gicas, o en secciones interpretativas y evolucionistas. Incluso cuando las Þsuras en la disciplina se han ensanchado, ha empezado a surgir algo nuevo. Los etn—grafos exploran las fronteras entre la naturaleza y la cultura y sitœan su trabajo en el marco de las preocupaciones ecol—gicas. Se han implicado en una serie de organismos y ecolog’as, y se han mostrado abiertos a los retos metodol—gicos que plantean. El trabajo que se presenta en este nœmero especial es ejemplar. 7 Sobre la ÒvidaÓ, vŽase, por ejemplo, Bamford, 2007; Beihl, 2005; Franklin y Lock, 2003; Hartouni, 1997; Helmreich, 2009; Landecker, 2007; Petryna, 2002; Rabinow, 1992 y Taylor et al., 1997. Sobre el ÒtrabajoÓ y el (bio) capitalismo, vŽase Cooper, 2008; Fortun, 2001; 2008; Franklin y Lock, 2003; Sunder Rajan, 2006; Thompson, 2005; y Waldby y Mitchell, 2006. Sobre el ÒlenguajeÓ, vŽase Haraway, 1991; 1997; y Downey et al., 1995. 8 Revisar Fischer, en donde ÒnaturalezaÓ y especialmente Ònaturaleza humanaÓ es un ÒtŽrmino ambivalenteÓ (2009, p. 114), una Ò extra–a palabra de trabajoÓ, o una Òetiqueta que cubre la parad—jica ambigŸedadÓ de Òaquello que es a la vez nuestro otro y nuestro ser ÔesencialÕÓ, con mœltiples naturalezas Ñprimera, segunda, reincorporadaÑ interactuando. A medida que Ònuestro conocimiento se expande y se reconÞgura (bioqu’mica, neurociencia, gen—mica comparativa, etc.), esta ambigŸedad tambiŽn se expandeÓ (Fischer, 2009, p. 156). Estos trabajos tambiŽn ilustran c—mo las preocupaciones de la antropolog’a cultural se solapan con inquietudes de diferentes pero aÞnes comunidades y nichos intelectuales. El qu’mico atmosfŽrico Paul Crutzen y el bi—logo Eugene Stoermer acu–aron el tŽrmino Antropoceno para describir una nueva Žpoca en la historia de la Tierra. En su opini—n, hace unos doscientos a–os, en torno a la invenci—n de la m‡quina de vapor, comenz— una transformaci—n clave en la vida del planeta, cuando la actividad humana Òse convirti— gradualmente en una fuerza geol—gica y morfol—gica signiÞcativaÓ (2000, p. 17). Crutzen y Stoermer sostienen que el Holoceno, la Žpoca geol—gica que comenz— hace unos 12.000 a–os, se ha transformado en el Antropoceno. En este marco de referencia, el anthropos se ha convertido en una Þgura ambivalente, poseedor de una agencia a escala que abarca Ñy pone en peligroÑ todo el planeta. En general, se considera que los seres humanos son los principales responsables del cambio clim‡tico, las extinciones masivas y la destrucci—n a gran escala de las comunidades ecol—gicas (vŽase Masco, 2004, sobre las Òecolog’as mutantesÓ creadas por las pruebas nucleares). Con esto en cuenta, Deborah Bird Rose ha hecho un llamado a Òescribir en el antropocenoÓ, solicitando una atenci—n renovada a las Òconectividades situadas que nos unen en comunidades multiespeciesÓ (2009, p. 87). La etnograf’a multiespecie implica escribir la cultura en el antropoceno, atendiendo a la reconÞguraci—n del antropos y de sus especies compa–eras y extra–as en el planeta Tierra. El giro de las especies: ra’ces y futuros Explorando formas de reincorporar otras especies (y modos intelectuales) a la antropolog’a, los etn—grafos multiespecie han encontrado inspiraci—n en el trabajo de los acadŽmicos que ayudaron a fundar la disciplina. Los estudios sobre animales tienen un largo linaje en la antropolog’a, que se remonta can—nicamente a textos como The American Beaver and His Works9 , de Lewis Henry Morgan, de 1868. En Žl, Morgan estudiaba los Òconocimientos adquiridosÓ sobre la construcci—n de caba–as, presas y canales transmitidos entre los castores. Trazando paralelismos entre el conocimiento de ingenier’a de las personas y el de los castores, una de las muchas especies de lo que Žl consideraba animales inteligentes ÒmudosÓ10, Morgan articul— un argumento a favor de los derechos de los animales: ÒLa actitud actual del hombre hacia los mudos no es, en todos los aspectos, la que corresponde a su sabidur’a superior. Les negamos todos los derechos y asolamos sus Þlas con una crueldad gratuita e inmisericordeÓ (1868, pp. 281-282; vŽase tambiŽn Feeley-Harnik, 2001). A Þnales del siglo XIX, en un momento en que la antropolog’a era un campo de la historia natural, estudiosos como Morgan trabajaron a travŽs de las fronteras que m‡s tarde se aseguraron para impedir el tr‡Þco entre las ciencias sociales y las naturales. Muchos de los contempor‡neos de Morgan se dedicaban a lo que podr’a considerarse etnolog’a comparativa multiespecie. Tomemos, por ejemplo, al naturalista A. T. de Rochebrune, quien en 1882 lanz— el campo de la Òconquiolog’a etnogr‡ÞcaÓ, una disciplina dedicada a estudiar Òel uso de los moluscos [caracoles, 9 El castor americano y sus obras 10 [Nota del traductor]: en el texto original: mutes. almejas y pulpos], ya sea como objetos de adorno o de industria, o como sustancias utilizadas para la alimentaci—n, el te–ido, los tejidos textiles, etc. entre los pueblos antiguos y modernosÓ (Clement, 1998, p. 175). Entre una diversidad de formaciones interdisciplinarias aÞnes surgidas a Þnales del siglo XIX, s—lo unas pocas, como la etnobot‡nica y la etnozoolog’a, han perdurado. Los estudios sobre la caza, la ganader’a y el papel de los animales en los sistemas de t—tem y tabœ ocuparon un lugar destacado en las etnograf’as cl‡sicas del siglo XX. Evans-Pritchard, Douglas, LŽvi-Strauss, Radcliffe-Brown y Leach son s—lo los m‡s conocidos e inßuyentes en esta literatura (vŽase tambiŽn Ingold, 1988; Tambiah, 1969). Dichos trabajos surgieron de un antiguo interŽs de la antropolog’a por los sistemas de clasiÞcaci—n animal y natural (por ejemplo, Bulmer, 1967). Gregory Bateson, que trabaj— en las disciplinas de la antropolog’a, la psicolog’a, la lingŸ’stica y la epistemolog’a, ofreci— un marco cibernŽtico para comprender las interacciones entre humanos y animales, y escribi— sobre la comunicaci—n entre humanos y delÞnes (Bateson, 1972; 1979). Su teor’a del juego y la fantas’a, y los criterios de los procesos mentales, rompieron las diferencias esencializadas entre las mentes humanas y no humanas (Bateson, 1972). En las dŽcadas posteriores a mediados de siglo, muchos antrop—logos culturales trabajaron para desnaturalizar las diferencias intrahumanas establecidas en funci—n del gŽnero, la raza, la clase, la naci—n, la casta, la sexualidad y la capacidad. A Þnales del siglo XX, los avances en la propia disciplina de la biolog’a empezaron a poner en tela de juicio la idea de que la ÒnaturalezaÓ bi—tica pod’a ser una base estable sobre la que construir formas de vida humana social y cultural. Los Òhechos de la vidaÓ se volvieron muy maleables. Las feministas que estudian el parentesco, el gŽnero y la tecnolog’a reproductiva Ñpor ejemplo, Emily Martin (1987), Verena Stolcke (1988), Marilyn Strathern (1992a, 1992b), Cori Hayden (1995), Lynn Morgan y Meredith Michaels (1999), Rayna Rapp (1999) y Sarah Franklin (2001)Ñ fueron de las primeras en darse cuenta de que la disciplina deb’a centrar su atenci—n en la creaci—n y reconstrucci—n del conocimiento y la sustancia biol—gicos, sobre todo porque afectaban a las nociones de parentesco. Las nuevas biolog’as tambiŽn transformaron las ideas sobre la raza. La Òbiolog’aÓ de la raza migr— de la genŽtica de poblaciones a los genomas, reforzando y deshaciendo interpretaciones anteriores de la taxonom’a humana (Fullwiley, 2007; Haraway, 1995; Montoya, 2007; Nelson, 2008; Reardon, 2005; TallBear, 2007). Los antrop—logos tambiŽn prestaron atenci—n a c—mo los nuevos tipos de identidades construidas en torno al conocimiento y las condiciones genŽticas y gen—micas Ñlo que Paul Rabinow denomin— en 1992 ÒbiosocialidadesÓÑ llegaron a organizar nuevas aÞliaciones y comunidades pol’ticas y sociales (vŽase Epstein, 2008; Gibbon y Novas, 2008; P‡lsson, 2007; Rose, 2007; Taussig et al., 2003). Con el cambio de siglo, el Homo sapiens reapareci— en el escenario disciplinario, junto con los otros animales y los familiares. En conversaciones en las que se recurr’a menos a reexaminaciones etimol—gicas del griego antiguo o a la Þlosof’a continental, los antrop—logos evolutivos y moleculares cr’ticos empezaron a reexaminar cuestiones de raza y gŽnero en el contexto de las nuevas tecnolog’as genŽticas (por ejemplo, Marks, 2002; 2008). Las animadas conversaciones entre antrop—logos biol—gicos y culturales dieron lugar a colecciones editadas como Genetic Nature/Culture (Goodman et al., 2003; para una reßexi—n anterior sobre dicha convergencia, vŽase Ingold, 1990), que inclu’a cap’tulos sobre gŽnero, genealog’a, raza y animales. Genetic Nature/Culture se centr— en los contornos cambiantes de la ÒnaturalezaÓ que se agita dentro de lo que pueda signiÞcar ahora la Ònaturaleza humanaÓ. A los diversos autores del libro Ñ especialmente a los que escriben sobre simios, ovejas y perrosÑ no les sorprender’a o’r la sugerencia de Anna Tsing de que Òla naturaleza humana es una relaci—n interespeciesÓ (Tsing s.f.; vŽase Haraway, 2008, p. 19)11. Las nuevas corrientes de la antropolog’a animal est‡n dando un giro a las antiguas, ya que cada vez m‡s antrop—logos sienten curiosidad por la vida de los animales en los laboratorios, en las granjas, en la producci—n agr’cola, como alimento, en ecosistemas que cambian r‡pidamente (para una revisi—n de trabajos recientes, vŽase Fischer, 2009, pp. 141-153). A medida que una nueva generaci—n de antrop—logos comenz— a prestar atenci—n a la reconÞguraci—n de la naturaleza humana, otros empezaron a seguir l—gicas aÞnes de reconstrucci—n en las naturalezas no humanas. Celia Lowe (2006) describi— c—mo el macaco, introducido en las islas Togean de Indonesia en la dŽcada de 1920, pas— de ser un Òenjambre h’bridoÓ salvaje a una Òespecie endŽmicaÓ gracias a cient’Þcos indonesios h‡biles a la hora de comprometerse con poderosos programas internacionales de conservaci—n. Dolly Mixtures (2007), de Sarah Franklin, puso en di‡logo viejas preguntas sobre el parentesco con la ganader’a de alta tecnolog’a. Examinando la tŽcnica de transferencia nuclear de cŽlulas som‡ticas, cŽlebremente utilizada para producir el clon de cordero Dolly, Franklin demostr— el potencial de la biotecnolog’a para reordenar lo que podr’a considerarse la ÒnaturalezaÓ de la reproducci—n y la genealog’a. Hugh Rafßes, en sus escritos sobre insectos, fusion— de forma innovadora la entomolog’a con la antropolog’a al escribir meditaciones transculturales sobre la recolecci—n de mariposas, las peleas de grillos, el lenguaje de las abejas y la racializaci—n de los piojos (Rafßes, 2001; 2010). Eduardo Kohn, abordando cuestiones de comunicaci—n entre especies, abog— por una nueva teor’a de la semiosis; su etnograf’a entre los Runa en el Amazonas trat— de dar cuenta de los mundos comunicativos que los Runa compart’an con sus perros (2007). La nueva antropolog’a animal se uni— a los debates en curso sobre los estudios de humanos y animales en las p‡ginas de revistas como Animals and Society y Anthrozoo y Anthrozoo sG ; y en la obra de historiadoras como Harriet Ritvo, autora de The Animal Estate (1989) y The Platypus and the Mermaid (1998); y Virginia DeJohn Anderson, autora de Creatures of Empire: How Domestic Animals Transformed Early America (2004). 11 Comp‡rese el ensayo de Clifford Geertz de 1962, ÒEl crecimiento de la cultura y la evoluci—n de la menteÓ, que relata la evoluci—n humana desde los Australopithecines en adelante. En ese relato, la naturaleza humana ÑdeÞnida como cultura y argumentada como el resultado del aumento del tama–o del cerebro y de la complejizaci—nÑ est‡ m‡s impulsada biogeogr‡Þcamente que por ÒotrasÓ especies. Comp‡rese, tambiŽn, con la aÞrmaci—n de Tsing, la sugerencia de Helmreich al Þnal de Alien Ocean, una etnograf’a de nuevas imaginaciones sobre la relaci—n de los microbios oce‡nicos con la vida humana, de que estamos siendo testigos de Òla saturaci—n de la naturaleza humana por otras naturalezasÓ (2009, p. 284). Como se–alaba Molly Mullin en su ensayo de 2002, ÒAnimals and AnthropologyÓ, la fusi—n de los estudios sobre animales con la antropolog’a obligar’a a los antrop—logos a revisar antiguos intereses en la evoluci—n y la domesticaci—n, pero tambiŽn a crear nuevas herramientas para entender fen—menos como las criaturas transgŽnicas y los organismos patentados (Fuentes y Wolfe, 2002; Ritvo, 2002; vŽase tambiŽn Where the Wild Things Are Now: Domestication Reconsidered, editado por Cassidy y Mullin, 2007). Al parecer, los animales ya no son simplemente Òventanas y espejosÓ (Mullin, 1999) de las preocupaciones simb—licas (vŽase Leach, 1964; Shanklin, 1985). Sus enredos materiales requieren cada vez m‡s que los antrop—logos se comprometan con la materialidad y el proceso bi—tico, aprehendidos tanto a travŽs de la experiencia cotidiana como de la tecnociencia (vŽanse tambiŽn, Benson, 2010; Vivanco, 2001). El libro de Donna Haraway de 2008, When Species Meet12 , recog’a esta sensibilidad emergente, argumentando que los animales no s—lo son Òbuenos para pensarÓ (como dec’a LŽvi-Strauss), o m‡s instrumentalmente, Òbuenos para comerÓ (como replicaba Marvin Harris), sino que tambiŽn son entidades y agentes Òcon los que vivirÓ13. Ese Òvivir conÓ, por supuesto, adopta diversas formas. Puede ser como especies acompa–antes (Haraway, 2003); puede ser como Òotros no amadosÓ (Rose y van Dooren en prensa); puede ser como criaturas con biograf’as simult‡neamente paralelas y enredadas, como los primates estudiados por los etnoprimat—logos. En palabras de Erin Riley, la etnoprimatolog’a ofrece bases para la Òreconciliaci—n de la antropolog’a biol—gica y la antropolog’a culturalÓ mediante el estudio de las interconexiones entre primates, entre Homo sapiens y otras especies (2006, p. 75). El uso del preÞjo etno-, sugiere el primat—logo Agust’n Fuentes, Òmarca la inclusi—n de elementos antropogŽnicos, incluyendo historias y contextos sociales, econ—micos y pol’ticos como un componente central de la investigaci—n primatol—gicaÓ. En un movimiento aliado, Haraway (2010) ha experimentado œltimamente con otra disposici—n de preÞjos, llamando a la nueva antropolog’a animal Òzooetnograf’aÓ. ÒVivir conÓ puede signiÞcar un compromiso profundo con determinados animales. Alternativamente, como sugiere Matei Candea sobre las relaciones entre humanos y suricatas, puede signiÞcar cultivar un ÒdesapegoÓ mutuo como modo de interacci—n o, mejor de ÒinterpacienciaÓ (Candea, 2010). Los animales pueden actuar como antrop—logos, estudiando el comportamiento de los humanos que los alimentan, pastorean y cr’an (Paxson, 2010). En los zool—gicos, los simios cautivos han llegado a conocer las personalidades y jerarqu’as de sus cuidadores humanos tan bien como conocen a los de su propia especie. En algunos casos, los cuidadores humanos incluso comparten ansiol’ticos con los aloprimates cautivos (Braitman, 2010). Los animales pueden fusionar, rechazar y confundir las categor’as y ontolog’as naturaleza-cultura. Entre los Yukaghires de Siberia, los humanos, los animales y los esp’ritus son vistos como ÒinÞnitos dobles mimŽticos unos de otrosÓ (Willerslev, 12 Cuando las especies se encuentran 13 Para usos innovadores de animales para Òpensar conÓ, vŽase Haraway, 1989; (vŽase Strum y Fedigan, 2000 para una respuesta); Tsing, 1995 (sobre abejas e identidad nacional); Maurer, 2000 (sobre peces y dinero) y Subramaniam, 2001 (sobre Òespecies invasorasÓ y xenofobia). 2007; vŽase tambiŽn Nadasdy, 2007). En una mezcla relacionada de naturaleza y cultura, Eduardo Viveiros de Castro se basa en estudios etnogr‡Þcos de cosmolog’as amerindias en el Amazonas para proponer una noci—n de Òmultinaturalismo perspectivistaÓ (1998). Postula que los humanos, los animales y los esp’ritus participan en el mismo mundo, aunque con aparatos sensoriales diferentes, lo que genera ontolog’as que s—lo se solapan parcialmente. Si el mononaturalismo Ñla ontolog’a predominante de la ciencia occidentalÑ fue Òhecho pedazosÓ por el multinaturalismo, como aÞrma Bruno Latour, entonces un enfoque multiespecie de la etnograf’a debe comprometerse con los alter-mundos de otros seres. Siguiendo a Viveiros de Castro, podr’amos aceptar la aÞrmaci—n de Latour de que Ònadie puede soportar ser s—lo una cultura Ôentre otrasÕ observada con interŽs e indiferencia por la mirada de los naturalizadores. La realidad est‡ volviendo a ser lo que est‡ en juegoÓ (2002, p. 21). Desplazando los estudios del comportamiento animal utilizados por los conservadores sociales y sociobi—logos para naturalizar ideolog’as autocr‡ticas y militaristas, Anna Tsing empez— a estudiar las setas para imaginar una naturaleza humana que cambiaba hist—ricamente junto con las variadas redes de dependencia interespecies. Buscando setas en lugares familiares de los parques del norte de California Ñen busca de los pliegues anaranjados de los rebozuelos o las c‡lidas magdalenas de los boletusÑ descubri— un mundo de compa–eros que prosperan mutuamente (Tsing, s.f.). Aspirando a imitar la Òsocialidad riz—micaÓ de las setas, Tsing form— el Matsutake Worlds Research Group, un equipo de investigaci—n etnogr‡Þca centrado en el matsutake, una seta arom‡tica gourmet del gŽnero Tricholoma, un Ògrupo de especiesÓ. Siguiendo al hongo matsutake a travŽs de las cadenas comerciales de Europa, NorteamŽrica y Asia Oriental, este grupo ha experimentado con nuevos modos de investigaci—n etnogr‡Þca colaborativa al tiempo que estudiaba la creaci—n de escalas y las relaciones multiespecie (Choy et al., 2009, p. 380). Si aceptamos la idea de Tsing de que Òla naturaleza humana es una relaci—n interespeciesÓ (s.f.; vŽase tambiŽn Haraway, 2008, p. 19), las plantas tambiŽn deben ser actores clave. Un punto de anclaje para la etnograf’a vegetal es la etnobot‡nica, el estudio de los estilos de conocimiento y creencias sobre la vida vegetal. Los etnobot‡nicos y etnobi—logos han estado durante mucho tiempo involucrados en esfuerzos conjuntos de investigaci—n y publicaci—n con personas que, a menudo, son relegadas en otros estudios al papel de objeto etnogr‡Þco (vŽase Hunn, 2007). Aunque algunos etnobot‡nicos a veces han explotado el Òespacio salvajeÓ, atrayendo la atenci—n de los medios de comunicaci—n y elogios profesionales por los relatos de sus Òodiseas salvajesÓ con chamanes (Plotkin, 1993), otros han asumido el papel de intelectuales de la teor’a cultural y la ecolog’a. Tomemos, por ejemplo, el variado corpus de escritos de Gary Nabhan sobre temas que van desde las ra’ces de las plantas y las personas a lo largo de las rutas ‡rabe-americanas (2008) hasta la historia natural y cultural del tequila en las tierras fronterizas entre Estados Unidos y MŽxico (Valenzuela-Zapata y Nabhan, 2004). Una nueva generaci—n de etnobot‡nicos ve las plantas como seres sociales con eÞcacia agentiva. Virginia Nazarea, en un art’culo sobre etnobot‡nica, publicado en 2006 en Annual Review of Anthropology, escribe: ÒLos desarrollos recientes en el pensamiento antropol—gico, particularmente en las ‡reas de la memoria sensorial o la erudici—n sensorial, la marginalidad y la m’mesis, y el paisaje o el lugar, ofrecen una salida al esencialismo err—neo, que exige una adhesi—n estricta a lo que cuenta o no como biodiversidad, conocimiento y memoriaÓ (2006, p. 319). Cori Hayden, en su estudio sobre la bioprospecci—n en MŽxico (2003), sitœa la etnobot‡nica en el territorio de la econom’a pol’tica. Los trabajos cl‡sicos sobre los Òmaestros de las plantasÓ en antropolog’a tambiŽn han sido retomados recientemente en la teor’a literaria postestructuralista (por ejemplo, Doyle, 2005; 2006). Con evaluaciones cr’ticas del discurso de la biodiversidad que surgen de las antropolog’as de la ciencia y de la ecolog’a pol’tica (por ejemplo, Helmreich, 2009; Lowe, 2006; West, 2006), varios estudiosos tambiŽn comenzaron a aventurarse lejos de los animales y las plantas, hacia el microbiota que rara vez Þgura en los debates sobre la biodiversidad. Astrid Schrader (2010) examina la PÞesteria piscicida, un Òdinoßagelado fantasmaÓ con una Òindecidibilidad fantasmalÓ, cuya acci—n s—lo se revela por la muerte masiva de peces que deja a su paso. Los etn—grafos se interesan por los microbios como agentes sociales en la tierra, el mar y los alimentos (Dunn, 2007; Helmreich, 2009; Hird, 2009; Paxson, 2008). Aunque Òlo humanoÓ se desplaza un poco hacia el borde de este trabajo, la discusi—n sigue siendo claramente antropol—gica, abordando preguntas sobre parentesco, intercambio, gubernamentalidad y signiÞcaci—n. La biosocialidad de Paul Rabinow, el llamamiento de Marilyn Strathern a pensar Òsegœn la naturalezaÓ y las diversas permutaciones del biocapital (Franklin y Lock, 2003; Helmreich, 2008; Sunder Rajan, 2006) se prestan a la investigaci—n multiespecie. Los estudios etnogr‡Þcos sobre el biocapital, la biodiversidad y la biosocialidad deben enfrentarse a problemas de representaci—n. ÀC—mo pueden, deben o hacen los antrop—logos hablar con y para los otros no humanos? Esta pregunta nos remite a una problem‡tica antropol—gica can—nica articulada por Arjun Appadurai en Cultural Anthropology: ÒEl problema de la voz (Òhablar porÓ y Òhablar aÓ) se cruza con el problema del lugar (hablar ÒdesdeÓ y hablar ÒdeÓ)Ó. (1988, p. 17). Appadurai escribe: ÒLa antropolog’a sobrevive gracias a su pretensi—n de captar otros lugares (y otras voces) a travŽs de su especial ventriloqu’a. Es esta pretensi—n la que necesita un examen constanteÓ (1988, p. 20). Este examen reßexivo deber’a ser redoblado cuando los antrop—logos hablen con bi—logos, amantes de la naturaleza o administradores de tierras, y para las especies que estos agentes, junto con los antrop—logos, representan. La obra de Bruno Latour, que emple— la expresi—n Ònaturaleza-culturaÓ para articular las relaciones entre humanos y no humanos que sustentan la modernidad, ha sido inßuyente en el pensamiento sobre dicha reßexividad (1993, pp. 7-11. VŽase Latour, 1988 sobre los microbios). Latour ve paralelismos entre los pol’ticos que hablan en nombre de otras personas y los bi—logos que hablan en nombre de los no humanos (2004). El modelo de Latour para llevar la democracia a la naturaleza implica la creaci—n de consenso entre los ÒportavocesÓ humanos. Pero si se cuestiona la capacidad de los no humanos para pedir cuentas a sus representantes, cabr’a preguntarse: ÒÀPueden hablar los no humanos?Ó (cf. Spivak, 1988; Mitchell, 2002), aunque esta tampoco es la pregunta correcta. ÒNo humano es como no blancoÓ, dijo Susan Leigh Star en respuesta a una presentaci—n sobre el Sal—n Multiespecie, Òimplica falta de algoÓ (comunicaci—n personal, 12 de septiembre de 2008). La categor’a de Òno humanoÓ tambiŽn se basa en el excepcionalismo humano, una noci—n insensata que Haraway nos empuja a superar. La conciencia de los nuevos hechos microbiol—gicos de la vida sugiere que las fronteras fundamentales entre organismos, entre especies, son m‡s borrosas de lo que se pensaba. Una mirada atenta a la piel, los intestinos y los genomas humanos revela que los seres humanos son una especie de consorcio, una mezcla de devenires microbianos (Haraway, 2008; 31). A Þnales del siglo XX, los bi—logos empezaron a descubrir que los virus y otros microbios transÞeren genes a travŽs de l’neas de especies, as’ como tambiŽn entre categor’as taxon—micas de nivel superior como familias o incluso Þlos, propagando material genŽtico lateralmente entre criaturas vivientes en lugar de verticalmente a lo largo de generaciones (Helmreich, 2003). Los te—ricos de la teor’a evolucionista empezaron a replantearse las relaciones entre especies, desaÞando la ortodoxia darwinista predominante sobre la descendencia lineal (Margulis y Sagan, 2002; vŽase tambiŽn Hird, 2009). En palabras de Giles Deleuze y FŽlix Guattari ÒLos esquemas evolutivos ya no seguir’an modelos de descendencia arborescente que van de lo menos diferenciado a lo m‡s diferenciado, sino un rizoma É Formamos un rizoma con nuestros virus, o m‡s bien nuestros virus hacen que formemos un rizoma con otros animalesÓ (1987, p. 11). El esp’ritu rizom—rÞco modula muchas ramas de la biolog’a. Y la antropolog’a tambiŽn ha sido contagiada. Fusionando la simbiogŽnesis (laaparici—ndenuevascriaturas a travŽs de la simbiosis) de Margulis y la biopol’tica de Foucault, Stefan Helmreich (2009) sugiere que consideremos la gobernanza de los seres vivos enredados como una cuesti—n de simbiopol’tica. Una etnograf’a multiespecie simbiopol’tica resulta tener mucho en comœn con los mŽtodos itinerantes de la etnograf’a multisituada (Marcus, 1995). Con animales, plantas invasoras y microbios en movimiento, los relatos antropol—gicos se ramiÞcan a travŽs de lugares y espacios, enredando cuerpos, pol’ticas y ecolog’as. Los etn—grafos multiespecie, al igual que los etn—grafos multisituados, est‡n empezando a seguir genes, cŽlulas y organismos a travŽs de paisajes terrestres y marinos, rastreando c—mo los elementos del Homo sapiens est‡n creando devenires en los cuerpos de otras especies, y viceversa (Hayward y Kelley, 2010). Las visiones en constante transformaci—n de la naturaleza y la cultura han sido durante mucho tiempo la materia prima de la bioingenier’a. Testigo de ello son criaturas como el OncoMouseTM, un organismo patentado que alberga genes de c‡ncer de mama humano (Haraway,1997). A medida que proliferan los h’bridos naturales-culturales, el Homo, objeto convencional de preocupaci—n antropol—gica, deja de ser un sujeto biol—gico claramente delimitado. Una multitud de quimeras humanas literales Ñh’bridos genŽticos nombrados en honor a los monstruos Þgurativos que escupen fuego de la mitolog’a griega con cabeza de le—n, cuerpo de cabra y cola de serpienteÑ est‡n convirtiendo a los seres humanos y sus devenires en cosas cada vez m‡s dif’ciles de contener. Los genes humanos se est‡n incorporando a una diversidad de organismos comunes de laboratorio, desde ratas y ratones hasta moscas de la fruta, pasando por Escherichia coli y gusanos nematodos. El Sal—n Multiespecies, la exposici—n de arte que se organiz— paralelamente a la Reuni—n Anual de la AAA de 2008, fue una oportunidad para que los antrop—logos revisaran c—mo la naturaleza humana est‡ ahora imbricada en mundos interespecies, transgŽnicos y multinaturales. Las formas art’sticas han demostrado ser œtiles para reßexionar sobre Òvivir conÓ en un mundo multiespecies. El Sal—n Multiespecies. La exposici—n de arte Multispecies Salon en la galer’a PLAySPACE del California College of Arts Ñparalela a la reuni—n anual de la AAA de 2008Ñ explor— c—mo los artistas pueden ser aliados en la reßexi—n sobre los seres biol—gicos y los devenires en la antropolog’a. Los comisarios Eben Kirksey y la tambiŽn artista Marnia Johnston distribuyeron un ÒLlamado a organismosÓ que fue expresamente experimental: Òestamos realizando una especie de encuesta sobre biodiversidad que reunir‡ a los organismos que viven en el ‡rea metropolitana de la bah’a de San Francisco. Intentamos representar a las criaturas que prosperan en nuestros jardines, invernaderos, laboratorios y acuarios, as’ como a las que no prosperan en nuestros paisajes construidosÓ (Kirksey y Johnston, 2008). Esta encuesta revel— multitud de agentes Ñespecies en peligro de extinci—n de mariposas, roedores y ranasÑ que ya ocupaban el reino de los ÒbiosÓ y disfrutaban de los ambiguos beneÞcios de las vidas biogr‡Þcas o pol’ticas en los mundos humanos. TambiŽn encontr— par‡sitos, malas hierbas y animales de laboratorio Ñcriaturas normalmente conÞnadas al reino del zoe, la Ònuda vidaÓ que se puede matar. ÒUno de los puntos fuertes de la muestra es que es una gran vuelta de tuercaÓ, observ— Todd Gilens, un ecoartista que particip— en el Sal—n Multiespecie, mostrando planes para envolver los autobuses de San Francisco con im‡genes del Rat—n cosechero de salinas14. ÒHas reunido algunas cosas en un cuenco llamado Ògaler’aÓ y le has dado la vuelta. Y las cosas se mezclan, las categor’as se mezclanÓ. El Sal—n Multiespecie pretend’a difuminar los l’mites entre el bioarte y el ecoarte, dos tradiciones ya de por s’ dif’ciles de distinguir, entre otras cosas porque las propias categor’as son controvertidas (vŽase Catts y Zurr, 2008, pp. 134-135). El bioarte es una Òt‡ctica biopol’ticaÓ (da Costa y Philip, 2008; p. xviii). Si Foucault entend’a la biopol’tica como formas disciplinarias de optimizaci—n, coerci—n y control de la biolog’a, el bioarte se organiza en torno a intentos de desviar, descarrilar o exponer estos reg’menes de dominaci—n y sistemas de gesti—n de la ÒvidaÓ. En el a–o 2000, el bioarte irrumpi— en la imaginaci—n popular cuando Eduardo Kac anunci— el nacimiento de Alba, una hembra de conejo que brillaba verde como resultado de genes de medusa introducidos transgŽnicamente. Estos mismos genes iluminaron una de las obras presentadas al Sal—n Multiespecie: una serie de pinturas con bacterias E. coli transgŽnicas en placas de Petri del artista francŽs AndrŽ Brodyk. Muchas bio-obras, como las de Brodyk, son nuevos organismos creados por 14 [Nota del editor]: n.c: Reithrodontomys raviventris artistas o que dependen del ser humano para sobrevivir (Bureaud, 2002, p. 39; Zurr, 2004, p. 402; vŽase Kac y Ronell, 2007). En un texto fundacional del movimiento ecoart’stico, Suzi Gablik escribe: ÒLa perspectiva ecol—gica conecta el arte con su papel integrador en el todo m‡s amplio y la red de relaciones en la que existe el arteÓ (1991, p. 7). El ecoarte se toma Òen serio el arte para no humanosÓ (Bower, 2009). En contraste con los medios vivos utilizados en el bioarte, el ecoarte suele utilizar los materiales tradicionales de la escultura, la fotograf’a y la pintura. En el sal—n, las obras de bioartistas y ecoartistas profesionales se presentaron junto con las de otros participantes: bi—logos, antrop—logos y acadŽmicos. Los comisarios extendieron el famoso decreto de Joseph Beuys ÑÒTodos son artistasÓÑ m‡s all‡ del ‡mbito humano (cf. Bishop, 2004, p. 61). A los antrop—logos acostumbrados a pensar en la capacidad de acci—n de los no humanos (Gell, 1998; Latour, 1993) no les sorprendi— encontrar microbios, insectos y plantas vivos como agentes creativos. Al acercarse al Sal—n Multiespecies, los visitantes pod’an o’r el gorjeo de cucarachas vivas mezcl‡ndose con sonidos grabados de chimpancŽs chillando en busca de carne. Una instalaci—n de video yuxtapuso im‡genes de grullas trompeteras siguiendo aeronaves ultraligeras en migraciones anuales con im‡genes de humanos jugando con delÞnes en cautiverio. Organismos experimentales, moscas de la fruta y fotos de bacterias transgŽnicas E. coli compart’an el espacio con objetos domŽsticos aparentemente cotidianos. Una instalaci—n presentaba cartones de leche y correo basura con im‡genes de anÞbios desaparecidos en lugar de ni–os desaparecidos, como el sapo dorado de Monte Verde, Costa Rica, ahora presuntamente extinto. La pieza preguntaba: ÒÀMe has visto?Ó. Figura 2: ÒWolbachia y DrosophilaÓ de Frederic Landmann. Fuente: Kirksey, S. E., & Helmreich, S. (2010). The emergence of multispecies ethnography. Cultural Anthropology , 25(4), p. 558. Colaboraciones anteriores entre antrop—logos y artistas (por ejemplo, Marcus y Calzadilla, 2005) sentaron las bases para transformar la galer’a de arte en un lugar donde explorar los intereses y preocupaciones comunes de mœltiples disciplinas. La galer’a se convirti— en un sitio Òpara-etnogr‡ÞcoÓ, un lugar donde los l’mites entre la conferencia acadŽmica y el sitio de campo tradicional se disolv’an, generando conversaciones entre antrop—logos, cient’Þcos biol—gicos y artistasÑencuentros que generaban datos y an‡lisis etnogr‡Þcos al mismo tiempo (cf. Marcus, 2000)15. El sal—n tambiŽn albergaba par‡sitos vivos: asociaciones simbi—ticas y pat—genos humanos (ver Figura 2). En francŽs, par‡sito es polisŽmico: signiÞca Òruido, est‡tica o interferenciaÓ adem‡s de un aprovechado biol—gico o social (Serres, 2007). Con 17 artistas exhibiendo y enjambres de antrop—logos pasando, hab’a una abundancia de ruido, interferencia y conversaciones cruzadas. Si los comisarios del Sal—n Multiespecies empezaron reuniendo arte y artefactos para ilustrar las condiciones de vida en el antropoceno Ñexplorando la cuesti—n de quŽ especies ßorecen y cu‡les fracasan a la sombra de los mundos humanosÑ, la profusi—n de organismos subvisibles en la galer’a les hizo preguntarse si la noci—n de ÒantropocenoÓ era quiz‡ demasiado antropocŽntrica. Frederic Landmann, investigador postdoctoral de la Universidad de California en Santa Cruz, mostr— frascos de su laboratorio llenos de moscas de la fruta vivas (Drosophila sp.), levadura para alimentarlas y miles, si no millones, de bacterias Wolbachia que viven en las cŽlulas de las moscas. ÒMucho antes de nuestra era, ya exist’an los insectosÓ, nos recuerda Hugh Rafßes. ÒDesde que estamos aqu’, ellos tambiŽn han estado. Dondequiera que hemos viajado, ellos tambiŽn han estado all’É No s—lo profundamente presentes en el mundo, sino profundamente ah’, cre‡ndola tambiŽnÓ (2010, p. 3). Las Wolbachia tambiŽn son antiguas: existen desde hace al menos 100 millones de a–os (Stouthamer et al., 1999). Son unos de los microbios m‡s abundantes del planeta Ñinfectan a m‡s del 75% de los invertebrados estudiados, incluyendo ara–as, ‡caros, crust‡ceos, gusanos nematodos e insectos (Jeyaprakash y Hoy, 2000)Ñ. Eva Hayward sugiere que los ÒinvertidosÓÑtanto los que no tienen columna vertebral como los que transponen los roles de gŽneroÑ interrumpen la heteronomatividad. Las Wolbachias son agentes de devenires invertidos, con milenios de experiencia en la formaci—n de lo que Hayward y Lindsay Kelley denominan ÒtranimalesÓ: entrelazamientos de trans y animales, criaturas que cruzan o transgreden las conÞguraciones normativas de sexo y gŽnero. Como la bacteria Wolbachia es demasiado grande para caber en el esperma de los invertebrados, normalmente s—lo se transmite de madres invertidas a hijos. Si los libros de texto biomŽdicos cl‡sicos contienen relatos sobre el esperma y los —vulos humanos que naturalizan estereotipos patriarcales sobre hombres productivos y mujeres derrochadoras (Martin, 1991), la literatura sobre Wolbachia refracta relatos relacionados a travŽs del punto de vista imaginado de la bacteria: ÒComo los machos no son transmisores de tales simbiontes, son ÒdesechosÓ desde la perspectiva del simbionteÓ (Stouthamer et al., 1999, p. 82). 15 Ver: http://www.culanth.org/?q=node Para propagarse en generaciones posteriores, las Wolbachia transforman los cuerpos y la din‡mica reproductiva de sus huŽspedes invertidos. Cuando las avispas hembras de ciertas especies se infectan con la bacteria, se vuelven partenogŽnicas, lo que signiÞca que ya no necesitan tener relaciones sexuales con machos para producir descendencia viable. En algunos crust‡ceos y al menos en una especie de insecto, la Wolbachia realiza un truco de cambio de sexo: transforma a los machos genŽticos en hembras viables desde el punto de vista reproductivo. Considerar la Wolbachia como un agente formador de tranimales no es un movimiento naturalizador, sino un intento de rastrear alteridades sexualizadas e imaginarios alternativos, extra–os devenires microbianos que actœan en torno al H. sapiens. Jugando con la ansiedad popular en torno a los devenires microbianos, la artista de performance Caitlin Berrigan cre— una serie de objetos sentimentales en un intento de Òhacerse amiga de un virusÓ. Cansada de la ret—rica bŽlica utilizada habitualmente por el personal sanitario para describir su enfermedad, la hepatitis C, Berrigan, que lleva el virus en la sangre, realiz— lo que ella llam— un Ògesto de cari–oÓ, en el Sal—n Multiespecie. Extrajo su propia sangre y se la ofreci— a una planta de diente de le—n como fertilizante rico en nitr—geno: ÒLa sangre que contiene pat—genos humanos sigue siendo un buen fertilizante para las plantasÓ, argument—, Òpuedo dar a los dientes de le—n lo que ser’a un peligro para cualquier humanoÓ (vŽase la Þgura 3). Poniendo en pr‡ctica una relaci—n de sufrimiento compartido, de cuidado mutuo y violencia (cf. Haraway, 2008), Berrigan cont— a los miembros del pœblico que toma ra’z de diente de le—n como medicina para ayudar a su h’gado a hacer frente a las infecciones virales. Figura 3 ÒCiclo vital de una hierba malaÓ de Caitlin Berrigan (2007). Fuente: https://www.multispecies-salon.org/berrigan/ Al observar que el receptor de su gesto nutritivo es considerado una Òhierba malaÓ, Berrigan se esforz— por dotar al diente de le—n de vida biogr‡Þca y pol’tica (bios), elev‡ndolo del reino de la Òvida desnudaÓ. ÒEn realidad, el diente de le—n tiene mucho que ofrecernos, a pesar de que crece por todas partes y se mata con herbicidasÓ, nos dijo (vŽase tambiŽn Berrigan, 2009). El arte y el rŽgimen mŽdico personal de Berrigan podr’an entenderse como una intervenci—n Òmicrobiopol’ticaÓ, que llama la atenci—n sobre c—mo la convivencia con microorganismos (en este caso, un virus pat—geno) se ve envuelta en discursos sobre c—mo los humanos deben convivir entre s’ (Paxson, 2008, p. 16). Apropi‡ndose de herramientas de la biotecnolog’a y de tradiciones mŽdicas sincrŽticas, trabaj— para crear un ciclo simb—lico de nutrientes en entornos urbanos, a escala microlocal, en oposici—n a las pr‡cticas institucionalizadas dominantes y a las cadenas globales de mercanc’as (cf. Paxson, 2008, p. 40). ÒGemelosÓ, de Marnia Johnston, es una pieza de cer‡mica, una pareja quimŽrica de larvas con alas (vŽase la Þgura 4). S—lo los insectos adultos tienen alas. Sus formas juveniles, las larvas, no. ÒLos seres humanos est‡n adquiriendo caracter’sticas adultas, como los senos, a una edad tempranaÓ, nos dijo Johnston. ÒLas sustancias qu’micas que alteran el sistema end—crino, como la hormona de crecimiento bovina, est‡n actuando en los cuerpos de los humanos y de muchas otras especies. Quiero que la gente piense en c—mo nuestras dependencias qu’micas nos cambian a nosotros y al mundo en que vivimosÓ. Figura 4 ÒGemelosÓ, de Marnia Johnston (2008). Fuente: https://www.multispecies-salon.org/johnston/ Los Gemelos son hermanos de camada de Paranoia Bugs, esculturas de cer‡mica que Johnston empez— a hacer en 2005, tras la invasi—n estadounidense de Afganist‡n. ÒLa paranoia de EE.UU. era una especie de enjambreÓ, dijo Johnston, Òdonde los miedos se alimentaban y criaban unos a otros, arrastr‡ndose y arrollando todo a su pasoÓ. Este esp’ritu aterrador infecta a los estrategas militares, matem‡ticos y entom—logos que informaron el relato etnogr‡Þco de Jake Kosek sobre aviones no tripulados en las colinas de Afganist‡n y Pakist‡n, programados con algoritmos modelados segœn el comportamiento de las abejas para adoptar t‡cticas de ÒenjambreÓ (Kosek, 2010). Tal vez estas m‡quinas insectoides voladoras y los Paranoia Bugs encarnen las pesadillas de Hugh Rafßes: ÒExiste la pesadilla de la fecundidad y la pesadilla de la multitud... Est‡ la pesadilla del conocimiento y la pesadilla del no reconocimiento... La pesadilla engendra pesadilla. El enjambre engendra el enjambre. Los sue–os engendran sue–os. El terror engendra terrorÓ (2010, pp. 201- 203). Johnston dio a la paranoia un cuerpo oscuro y patas delgadas. Al principio, se contuvo y no cre— un enjambre completo, sino un œnico bicho Paranoia. Empez— a incursionar en el bioarte para aprender nuevas tŽcnicas de laboratorio que le permitieran trabajar con materia viva. Estos escarceos llamaron la atenci—n de ÒMills GurmanÓ (nombre Þcticio a petici—n suya), un empleado de Monitor 360 que trabajaba para la CIA en el estudio del ÒbiohackingÓ y el bioterrorismo. Johnston accedi— a reunirse con Gurman, con la esperanza de convencerle de que su pr‡ctica art’stica, y el bioarte en general, eran benignos y no planteaban riesgos para la salud pœblica. ÒLa reuni—n me dej— con ganas de saber m‡s sobre lo que iba a informar a la CIAÓ, dijo Johnston, Òespecialmente ahora que el gobierno ten’a mi nombre y me asociaba con una posible amenazaÓ. Esta atenci—n de un empleado contratado por la CIA, y m‡s tarde de la Direcci—n de Armas de Destrucci—n Masiva del FBI, tuvo un efecto escalofriante en el bioarte de Johnston. Volvi— a sus antiguos proyectos de cer‡mica: amasaba la arcilla, atend’a cuidadosamente el horno, aplicaba esmaltes de colores y creaba multitud de Þguritas que encarnaban sus preocupaciones. La paranoia de los agentes del gobierno estadounidense dio nueva vida a los Paranoia Bugs. La segunda generaci—n de bichos ten’a un aspecto m‡s carnoso y las patas menos Þrmes que las del prototipo. ÒSon cŽlulas madre enloquecidasÓ, nos dijo. ÒAlgunos tienen boca y canibalizan a sus hermanos, otros tienen alas pero no pueden volar. Temerosos de sus propios congŽneres y recelosos de los motivos de los dem‡s, los bichos paranoia est‡n siempre al acecho para asegurarse de que no se los comanÓ. La escultura de Johnston dio forma material a la ansiedad, la frustraci—n y el miedo, fusionando las fabulaciones especulativas del biocapitalismo con los fantasmas del bioterrorismo. Reapropi‡ndose de la t‡ctica del enjambre de las fuerzas de seguridad del gobierno estadounidense, Johnston ha ayudado a formar un colectivo curatorial que pondr‡ en escena una nueva exposici—n de arte, el Sal—n Multiespecie 3: SWARM, junto a la Reuni—n Anual de la AAA de 2010 en Nueva Orleans. Los Bichos de la Paranoia har‡n su aparici—n en la mezcla con obras de artistas locales y activistas comunitarios, por ejemplo, que realizar‡n una obra de instalaci—n de Òbombas de semillasÓ por toda la ciudad, invitando a los visitantes de la galer’a de arte a participar en una Òbiorremediaci—n de guerrillaÓ lanzando estas bombas por encima de las vallas para sembrar lugares t—xicos que han sido abandonados por los propietarios y las agencias reguladoras. Si el Sal—n Multiespecie comenz— como un estudio de la biodiversidad, un intento de dar cuenta de los mœltiples seres que conviv’an con los humanos en la ciudad de San Francisco, se abri— a una multitud de agentes que crearon un devenir cada vez m‡s dif’cil de contener. Seres y devenires multiespecie Al lector le puede preocupar que el estudio anterior, que nos lleva de los humanos a los animales, a las plantas, a los hongos y a los microbios, corra el riesgo de reinstalar lo ÒhumanoÓ como punto de referencia central, e incluso ofrezca una especie de gran cadena del ser como principio organizador. Estamos de acuerdo con Eduardo Kohn en que, Si tomamos la alteridad como la posici—n privilegiada desde la que desfamiliarizar nuestra ÒnaturalezaÓ, corremos el riesgo de convertir nuestras incursiones en lo no humano en una bœsqueda de posiciones cada vez m‡s extra–as desde las que llevar a cabo este proyecto. La naturaleza empieza a funcionar como una cultura Òex—ticaÓ. El objetivo de la etnograf’a multiespecie no deber’a ser œnicamente dar voz, agencia o subjetividad a los no humanos Ðreconocerlos como otros, visibles en su diferenciaÐ, sino obligarnos a replantearnos radicalmente estas categor’as de nuestro an‡lisis en lo que respecta a todos los seresÓ [comunicaci—n personal, 29 de marzo de 2010]. Por eso, en lo que sigue, nosotros y los dem‡s autores apuntamos a una ontolog’a oculta en el marco de la ÒmultiespecieÓ: la de las ÒespeciesÓ. Luchar con las especies (y con el gŽnero, la familia, el orden, la clase, el Þlo, el reino, el dominio, cuando sea posible) signiÞca que tenemos que tomar las categor’as naturales y culturales tal y como las recibimos e intentar simult‡neamente repensarlas y deshacerlas. Karl Marx ve’a al Òser de la especieÓ humana como esencialmente creativo, orientado hacia el futuro. Contrast— el ser de la especie humana con el ser de la abeja, escribiendo Òlo que distingue al peor arquitecto de la mejor de las abejas es que el arquitecto levanta su estructura en la imaginaci—n antes de erigirla en la realidadÓ (Marx, 1990, p. 284). Aqu’, el ser de especie humana es un tipo de ser que tiene conciencia de s’ mismo como especie. El ser de la especie de Marx, por tanto, es una variedad del anthropos en el sentido cl‡sico, un ser que puede reßexionar sobre s’ mismo. Pero esta formulaci—n de ÒespecieÓ, le’da un siglo y medio despuŽs de Darwin, tambiŽn se abre a una pregunta materialista de las ciencias biol—gicas evolutivas. El binomio espec’Þco de gŽnero Homo sapiens, segœn la nomenclatura fundacional de Linneo en el siglo XVIII, se traduce como Òhombre que sabeÓ, situando el pensamiento en el centro de la naturaleza humana. El pensamiento se convierte en la medida con la que deben juzgarse las dem‡s especies. Ha habido intentos de desviar este sentido comœn. TŽrminos como Homo faber (Òel hombre hacedorÓ, defendido por Karl Marx, Henri Bergson y Hannah Arendt) y Homo ludens (Òel hombre que juegaÓ, articulado por Johan Huizinga [1949] en su libro de 1938 con ese t’tulo) ofrecen seres de especies con distintas inßexiones16. Las acepciones latinas de homo que han pasado de moda en los œltimos cientos de a–os de uso popular y tŽcnico ÑÒsemejanteÓ o ÒcriaturaÓ (Wade y Kidd, 1997)Ñ podr’an revivir incluso cuando la bioingenier’a est‡ deshaciendo la estabilidad del Homo sapiens, la especie biol—gica. Si en los œltimos 25 a–os la antropolog’a ha acelerado su cuestionamiento de lo que podr’amos entender por ÒculturaÓ (Abu-Lughod, 1991; Clifford, 1986; Gupta y Ferguson, 1992), los autores (...) apuntan a la ÒespecieÓ como concepto b‡sico para articular la diferencia y la similitud biol—gicas. Este proyecto tiene un precedente en la Þlosof’a de la biolog’a, que ha examinado la coherencia y los l’mites del concepto de especie (vŽase DuprŽ, 1992). En When Species Meet, Haraway se–ala que la propia noci—n de especie es inestable, Òinherentemente oximor—nicaÓ, ya que se reÞere tanto a tipos l—gicos como a lo que es implacablemente espec’Þco. ÀC—mo han actuado los autores reunidos en el grupo tem‡tico (del nœmero publicado por Cultural Antropology) Ñprocedentes del enjambre que se materializ— en el Sal—n MultiespeciesÑ en la etnograf’a multiespecie? La etnograf’a de Eva Hayward sobre encuentros con corales taza en el Long Marine Laboratory de Santa Cruz, California, avanza la noci—n de que las especies son ÒimpresionesÓ; llevan las huellas Ðestructurales, conductuales y texturalesÐ de aquellas otras con las que han compartido contigŸidades e intimidades pasadas, tanto en el tiempo evolutivo como en el tiempo biogr‡Þco. A partir de su trabajo como tŽcnico no especializado en Balanophyllia elegans, Hayward habla de la interacci—n sensual de la visi—n y el tacto en sus encuentros con el coral, y desarrolla un an‡lisis que denomina Þngeryeyes para articular la palpabilidad del encuentro entre especies cruzadas. Ella se interesa por la superposici—n de sensoriums y el intercambio de sensaciones entre especies. A partir de la investigaci—n del Long Marine Lab sobre el sexo y la reproducci—n de los corales, Hayward emplea la teor’a feminista y queer para reßexionar sobre c—mo los corales generan generaciones. Agust’n Fuentes tambiŽn se interesa por lo que ocurre cuando las especies se solapan, no tanto en lo que respecta a su sensoria como a sus posiciones en las ecolog’as. En su ensayo, Fuentes elabora el concepto de Òconstrucci—n de nichosÓ para entender la copresencia de humanos y macacos Rhesus en los templos balineses. Fuentes sugiere que el concepto de nicho puede rearticularse para entender las zonas de contacto natural-cultural (cf. Haraway, 2008), incorporando interacciones ecol—gicas actuales, as’ como fuerzas hist—ricas, pol’ticas y econ—micas. Fuentes Homo cyber (2008), de Tom Boellstorff, postula que Òlo humanoÓ es una entidad caracterizada por su conÞguraci—n virtual, siempre potencial. Formas como Gyno sapien o la m‡s lingŸ’sticamente an‡loga Femina sapien, aunque cada vez menos frecuentes, juegan con la especiÞcidad de gŽnero y la cuestionan. despliega un conjunto de herramientas metodol—gicas h’bridas, utilizando las tŽcnicas de observaci—n de la primatolog’a junto con la pr‡ctica etnogr‡Þca para estudiar la vida de los monos en los templos balineses, criaturas que subsisten gracias a las ofrendas rituales de comida, las limosnas de los turistas y las plantas y animales adquiridos en los corredores forestales ßuviales entre los templos. Reproduce comentarios ir—nicos de los gu’as tur’sticos balineses, que se ven a s’ mismos ocupando un nicho social similar al de los monos en la econom’a geopol’tica: esperar a que lleguen los turistas. Sin salir de Indonesia, Celia Lowe toma como tema el virus H5N1 de la gripe aviar y examina c—mo a principios de la dŽcada de 2000 esta Òcuasi-especieÓ gener— miedo y especulaciones sobre su posible evoluci—n a escala local, nacional, internacional y mundial. Utilizando la noci—n tŽcnica de ÒnubeÓ de genomas virales como recurso ret—rico para entender la proliferaci—n de planes y relatos en torno al H5N1, Lowe envuelve a seres humanos, pollos y virus en el relato de un acontecimiento que nunca lleg— a producirse: una pandemia mundial de gripe aviar. Accediendo a las culturas de la seguridad que rodean las vidas de los emigrados de Žlite que viven en Indonesia, y que habitan en los m‡rgenes de la pobreza urbana, ella informa sobre la gasiÞcaci—n, la quema y el enterramiento de pollos vivos, durante lo que algunos han llamado Òun genocidio aviar globalÓ. Por œltimo, y siguiendo con el tema de la seguridad, Jake Kosek se centra en las abejas que Marx utiliza como enemigos de los humanos, examinando la militarizaci—n de las abejas mel’feras y el uso del ÒenjambreÓ como met‡fora por parte del ejŽrcito estadounidense en la Òguerra contra el terrorÓ. Basando su pr‡ctica etnogr‡Þca en su aÞci—n a la apicultura, Kosek sigue a las abejas y los algoritmos matem‡ticos de enjambre desde los debates pœblicos en el Congreso de Estados Unidos hasta los proyectos Þnanciados por DARPA en el Laboratorio Nacional de Los çlamos, pasando por los campos de batalla de Afganist‡n. Adentr‡ndose en las nubes de ideas sobre los enjambres, Kosek se aleja de las descripciones literales del comportamiento de las abejas para lidiar con la teor’a cr’tica sobre el tema (de Deleuze y Guattari, entre otros) y describir c—mo los enjambres han encontrado un lugar en el que ßorecer dentro del Estado militarizado moderno. Al desentra–ar la l—gica mimŽtica de los funcionarios del Pent‡gono, Kosek encuentra abundantes pruebas de aterradores devenires animales. El gobierno estadounidense est‡ reuniendo legiones de robots ÒinsectoidesÓ y ordenando a los soldados que encarnen la forma y las t‡cticas del enjambre. Al igual que Hayward, Kosek centra su atenci—n en las diferencias sensoriales que sus organismos objeto de estudio presentan con respecto a los humanos, y muestra c—mo se explotan y reconstruyen para Þnes humanos. Esta etnograf’a multiespecie se caracteriza por un enfoque multisensorial, que se enfrenta a sensoriums desconocidos y a diferentes tipos de tacto, olfato, gusto y visi—n. Todo este trabajo sugiere que el Homo sapiens faber ludens, como dice Haraway, Ònunca ha sido humanoÓ, o al menos nunca s—lo17. Los humanos siempre han sido 17 Helmreich (2009, p. 284) sugiere la posibilidad de que nos estemos convirtiendo en Homo alienus. lo que Haraway llama ÒmessmatesÓ, y lo que Sarah Franklin (2008) llama ÒmixmatesÓ. ÀC—mo podr’a entonces la etnograf’a multiespecie mezclarse con la antropolog’a cultural en un sentido m‡s amplio? Cultural Anthropology se cre— para poner a la antropolog’a en di‡logo con las articulaciones del concepto de cultura procedentes de otros campos y disciplinas, especialmente los estudios culturales (vŽase Marcus, 1986). Las primeras dŽcadas de la revista tambiŽn estuvieron muy interesadas en la teor’a literaria, el posmodernismo, el feminismo y la provincializaci—n de las tradiciones dominantes. La etnograf’a multiespecie pide a los antrop—logos culturales que retomen la antropolog’a biol—gica y consideren el ecoarte y el bioarte (como pr‡cticas aliadas y objetos de estudio) para crear nuevos gŽneros de cr’tica naturalcultural. Los etn—grafos multiespecie siguen la observaci—n de Dan Segal de que Òindependientemente de que la antropolog’a pase o no el examen de Ôciencia realÕ, hoy en d’a opera desde una posici—n en las ciencias en sentido amplio y, m‡s all‡ de esto, se trata de algo que debemos aprender a negociar si queremos participar en di‡logos m‡s fruct’feros con otras disciplinas y pœblicos diversosÓ (2001, p. 452; vŽase tambiŽn Fischer, 2007). Referencias bibliogr‡Þcas Abu-Lughod, L. (1991). Writing against Culture. In R. G. 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