Editorial La crisis del tiempo histórico Con filosofía no hay árboles: no hay más que ideas. Fernando Pessoa Como efecto de la modernidad que ostentaba un futuro lleno de aparentes posibilidades que obedecían al esfuerzo de un supuesto camino que prometía el trabajo y la innovación, vino el giro de la posmodernidad que llegó a centrarse sobre un presente único pero saturado de estímulos y sin linealidad: un presente eterno del disfrute sin tiempo y sin consecuencias. Ambas maneras de experimentar la temporalidad se confunden y se difuminan en nuestros días, que según el punto de vista —ya sea este mercantil, subjetivo, académico, religioso, entre otros— hacen de este terreno un espacio lleno de confusión y desesperanza. Para la modernidad, el tiempo es conocible, predecible y dominable. Es conocible porque se controla el tiempo vital, de producción, de comunicación, se abstrae el tiempo del espacio y se historizan los procesos humanos en un contexto determinado. Con esto, la ciencia y la mecanización del mundo pretenden saber el funcionamiento del tiempo y del planeta como si fuera una gran máquina que puede predecirse. El humano se profesaba como creador del tiempo, poseedor de la historia de todo lo que nos rodea, autoconstructor de la realidad y un ser separado del sistema vital de la naturaleza que no está más allá de la humanidad, sino de la que la humanidad forma parte. Esas maneras de entender el mundo —el moderno y posmoderno— no son períodos cronológicos, ni están superados. Los modernos contemplan la naturaleza y, en la imposibilidad de entenderla, esta se muestra como el espacio lejano que genera una sensación de sublimidad. Lo sublime se volvió sinónimo de desconocido y lejano. El punto de coincidencia entre el pensamiento moderno y posmoderno es que ambos modelos perciben al planeta y sus ecosistemas únicamente como los escenarios donde se desarrollan las “capacidades” de ser un humano. En ambos casos, la naturaleza está distante. La reducción de los tiempos de traslado convirtió al mundo en un escaparate donde se exhiben diversas culturas y grupos humanos, y nos dio la oportunidad de conocerlos ya no solo en los relatos de los viajeros, sino por cuenta propia. Estas posibilidades hacen del viaje la experiencia que garantiza la búsqueda de los modelos de superación personal, en donde el planeta funciona como herramienta de contemplación, de consumo y el escenario de experiencias “internas”, de “realización” personal y social. Con todos estos modelos de pensar el tiempo, actualmente, aquel “eterno presente” posmoderno y aquel “futuro promisorio” moderno se volvieron vacíos y cada vez más cortos. Con las crisis sociales, políticas y luego de una pandemia que exigió que el frenético ritmo de la cotidianidad se detuviera, el tiempo y el espacio que habitamos se transformó en experiencias que rompieron la linealidad del tiempo humano. La realidad se convirtió en un pantano en el que casi todas las maneras de organización humana —a nivel colectivo y subjetivo— no tienen anclaje a la existencia. La pandemia nos obligó a vivir en el espacio más complejo de habitar: nuestros propios silencios, pensamientos y temores, y evidenció —por primera vez en nuestro mundo contemporáneo— que el espacio que nos rodea es una realidad que no podemos controlar y que no es únicamente el escenario de las performances sociales. Si en la Oración de Chernobil de Svetlana Aleksiecitvh, colocamos la pandemia en lugar de la contaminación nuclear, parecería que la catástrofe sanitaria del 2019 calza perfectamente en el relato: sin respuestas claras, no sabíamos a qué anclarnos, y proliferaron las reacciones sociales e individuales ambiguas como resultado de la conmoción. “En [los] relatos estaba presente el tema constante del tiempo. (…) decían: «por primera vez», «nunca más», «para siempre»” (pg. 51). El presente era largo, eterno, confuso, cíclico y sin un futuro. El tiempo ya no era lineal, desapareció el pasado y el futuro. En este relato, al igual que pasa en nuestros días, se hace evidente la ruptura entre el tiempo humano y el tiempo de la naturaleza. Un virus se expandió por el planeta afectando a todos los individuos. Este virus, “una entidad natural”, cruzó rudimentos humanos como las fronteras, la culturas e hizo del tiempo su mayor ventaja, sorprendiéndonos a todos. La temporalidad natural dejó de estar bajo la óptica de la razón humana y nos recordó que habitamos un mundo en el que no somos dominadores ni espectadores, sino parte de ese ecosistema que funciona más allá de la historia humana. Para Nietzsche, es imposible comprender los procesos individuales en su complejidad y existen estructuras y sistemas que están más allá de los grandes relatos y personajes; él menciona: "[d]estaco este criterio medular del método histórico, porque básicamente va en contra del instinto y las tendencias dominantes de la época, y prefiere lidiar todavía con la casualidad absoluta, inclusive con el sinsentido mecánico de todo acontecimiento, que con la teoría de que en todo suceso se desarrolla una voluntad de poder"[2016: 1874]. Es por esto que resulta necesario utilizar el pasado para poder vivir y hacer de la historia una posibilidad para el futuro. El sujeto debe ser consciente de su impacto histórico en el planeta, pero también debe ejercer una política desde lo cotidiano y lo común planetario. A veces creemos que las respuestas políticas que esperamos como sociedades vendrán desde las elites administrativas, pero, lamentablemente, ese grupo tiene poca o nula consciencia de los procesos del planeta. Es más, hacer evidente la problemática climática afectaría el curso de sus agendas políticas o de sus negocios locales y multilocalizados. Pero el cambio climático, en términos sociales, aumentará la desigualdad social y sólo así la crisis climática aparecerá como parte de la historia humana. Esta Historia es anterior a la historia documentada y nuestra afectación a los ecosistemas ha hecho que nuestra propia forma de vida esté en peligro. La naturaleza ha sido olvidada de la historia y de la política, es por esto que se hace imperante que el olvido sea reemplazado por la memoria crítica, porque, como menciona también Nietzche, “es cuando se observa el pasado en forma crítica, cuando el cuchillo llega hasta sus raíces, cuando se avanza cruelmente por encima de cualquiera piedad”. La fuerza plástica es un concepto central que podríamos tomar de Nietzsche, porque es la capacidad de asimilar el pasado para la vida, no solo como conocimiento interno sino como posibilidad creativa. El ser humano como especie forma parte de un sistema ecológico en el cual nuestros procesos históricos no están desconectados de los procesos planetarios y en el que afecta trasversalmente a todas las formas de vida. Mas allá de analizar afectaciones parciales, que también son necesarias, es necesario plantear otros modelos de habitar como especie en el planeta, y tratar colectivamente de reducir nuestro impacto es una tarea común. “Común” en 2 dimensiones: la de la intraespecie —es decir una apuesta política de los humanos—, y común como una especie que convive con otras especies, en donde nuestras acciones de responsabilidad son también necesitadas por el planeta para asegurar la vida en general. Somos una especie que debe organizarse como colectividad humana consciente de que afecta a las otras especies, pero con el compromiso necesario de crear modelos de existencia comunes. Somos un nosotros, más amplio, necesario y dependiente. Somos las especies que habitamos el planeta. En el dossier anterior de nuestra revista, publicada en el mes de junio, planteamos la pregunta sobre las posibilidades y futuros posibles para las ciencias sociales. Es inevitable, que luego de lanzar esas inquietudes, nos sigan llegando respuestas o preguntas que nos abren las posibilidades con nuevos trabajos. Por lo que los dos artículos que inician este número 51 podrían ser parte del dossier temático que presentamos anteriormente, y esperamos que los diferentes aportes que nos llegarán a futuro nos ayudarán a construir un cuerpo documental que nos permita, desde estas latitudes, trazar nuevos caminos para nuestras disciplinas. Hay que resaltar nuestro profundo agradecimiento y admiración al artículo que nos envió el profesor Peter Burke; además de ser uno de los pilares y referentes de nuestras disciplinas con su serio y profundo trabajo desde la historia, nuestra revista se siente honrada de tener su visión —tan clara y pertinente— sobre el aporte de la historia en la construcción de un futuro común de las ciencias sociales. Diego Rodríguez Estrada Director y editor general drodriguez@ioaotavalo.com.ec ORCID:0000-0001-8896-6771 Instituto Otavaleño de Antropología (Otavalo, Ecuador) Referencias bibliográficas Aleksievich, S. (2015). Entrevista con la autora. En Voces de Chernobil (pp. 43–56). Debolsillo. Chakrabarty, D. (2019). El clima de la historia: Cuatro tesis / The Climate of History: Four Theses. Utopía Y Praxis Latinoamericana, 24(84), 98-118. Nietzche, F. (2006). Segunda consideración intempestiva. Libros del Zorzal. Svampa, M. (2019). Antropoceno, perspectivas críticas y alternativas desde el Sur global. En Futuro presente: Perspectivas desde el arte y la política sobre la crisis ecológica y el mundo digital (pp.19-36). Siglo XXI.