La República de las Letras, el presentismo y el diálogo entre la Historia y las Ciencias Sociales1 The Republic of Letters, presentism and the dialogue between History and the Social Sciences2 Killkaypa kuskakunapi, kunan pachakuna imasha riman ñawpa kawsaykunawan, Wiñay Kawsay Yachaykunawanpash Peter Burke upb1000@cam.ac.uk ORCID: 0000-0002-2471-0141 University of Cambridge (Cambridge, Reino Unido) Cita recomendada: Burke, P. (2023). La República de las Letras, el presentismo y el diálogo entre la Historia y las Ciencias Sociales. Revista Sarance, (51), 9 - 39. DOI:10.51306/ioasarance.051.02 _______ 1 Este artículo fue planeado junto a mi amigo Juan Maiguashca y es, en sí mismo, el resultado de conversaciones con él, especialmente las que tuvimos vía e-mail en 2023. Quiere decir que es tanto su trabajo como el mío. 2 The english version is available on page 26. ________ .......................................................................................................................... Resumen Este artículo pretende ser una contribución a una conversación pública sobre el futuro de la historia y las ciencias sociales. Se utilizará el concepto de ‘conversación pública’ que toma como modelo la idea tradicional de la ‘República de las letras’, pero se la adaptará a nuestros días. El artículo sugiere que lo que los historiadores pueden contribuir a esta conversación internacional e interdisciplinaria es una crítica del ‘presentismo’, el repliegue hacia el presente (que niega la influencia del pasado sobre la actualidad) denunciado por el sociólogo Norbert Elias hace cosa de medio siglo y por Francois Hartog actualmente. Para corregir el presentismo el artículo propone el uso la historia conceptual de Koselleck con el fin de obtener que los científicos sociales sean más conscientes de que los conceptos con los que piensan son a la vez, heredados del pasado y cambiantes con el tiempo. Se recomienda además que se combine este tipo de historia con el abordamiento activista de Bend Flybjerg que insiste en que los logros de las ciencias sociales cumplan con el imperativo de “phronesis”, es decir, el de contribuir al bien común. Palabras clave: Presentismo; República de las Letras; historia de los conceptos; fronesis. .......................................................................................................................... Tukuyshuk: Kay killkaypimi rimarin imashatak wiñay kawsay yachaykuna, runakunamanta yachaykunapash shamuk pachapika kakrin nishpa, chaytami “tukuypa ñawpapi rimay” nishka ruraykunawan allikuta hamutashpa katinata rikuchikrin kaypi. Kay rimayka "Killkaypa kuska”, XXI punta patsak watakunapa yuyaykunapi malkirishpa rurashkami kan. Kay killkaypika ninmi tukuy wiñay kawsayta rimanakukkunaka ashtawanmi shuk shuk llaktapurakunapi rimanahushpaka, ashatwan paktalla yuyaykunataka sinchiyachina nin, chaymanta “kunan pacha” yuyaykunatapash allikuta yuyarina nin shinashpa punta kawsaykunata allikuta yarishpa kunanpi kawsaykunawan watachina nin. Kay yuyaytami Norbert Elias amawtaka, punta watakunamantapacha ashtakata rimashka kan. Paypa katika, François Hartog wiñaykawsaymanta yachak taytapash shinallatakmi nishka. Kunan pachapi yuyarishpalla rimaykunaka na punta wiñay kawsaykunata kunkanachu ninmi Reinhart Koselleckka, ñawpa kawsayta yuyarishpa rimanahushpaka ashtakatami kunanpi yuyaykunatapash sinchiyachirinka nin. Shinallatak chay kawsaykunaka kutin kutinmi mushukyamunahun, pachakuna yallikpika mana chayllatachu kanka nin. Chaymanta punta kawsayta rimankapakka imasha Bent Flybjerg riman, "fronético" yuyaykunapi chariyarishpapashmi rimana kanchik nin, shinashpa chayka ruraypipash rikurina kanka nin. Sinchilla shimikuna: Kunan pachapilla yuyaykuna; Killkaypa kuska; wiñaykawsaypa rimaykuna; fronesis. .......................................................................................................................... Abstract: This article offers a contribution to a public conversation about the future of the social sciences and the humanities. The concept of a ‘public conversation’ is modelled on the traditional idea of the ‘Republic of Letters’, updated for the 21st century. The article suggests that what historians have to contribute to this international and interdisciplinary conversation is the critique of ‘presentism’, in other words the ‘retreat into the present’ (ignoring the influence of the past on the present) denounced by the sociologist Norbert Elias half a century ago and more recently by the historian François Hartog. To correct presentism the article advocates Reinhart Koselleck’s conceptual history, in order to make social scientists more aware that the concepts with which they think are inherited from the past and change over time. It recommends combining this history with the ‘phronetic’ approach of the economic geographer Bent Flybjerg, making use of knowledge for social action. Keywords: presentism; Republic of Letters; history of concepts; phronesis. .......................................................................................................................... Agradecemos cordialmente la invitación a participar en la conversación sobre los posibles futuros de las humanidades y las ciencias sociales, en un momento en que se encuentran en crisis: un momento en que los departamentos de historia y de humanidades se están cerrando o al menos reduciendo en muchas partes del mundo, crisis que forma parte de una crisis más importante todavía, el triple desafío del aceleramiento de la globalización, del calentamiento global y de la revolución digital. En nuestra opinión, los historiadores debemos participar en una conversación interdisciplinar sobre el futuro global, desde nuestra posición fronteriza entre las humanidades y las ciencias sociales. La República de las Letras como una conversación pública Para historiadores, la convocatoria a un debate público (confrontación de opiniones) o a una conversación pública (trabajar por un consenso) es un llamado a reanudar un movimiento que desde el siglo XVI se ha conocido como la “República de las Letras” o la “Mancomunidad del Aprendizaje” (respublica litterarum). Estos nombres se refieren a un sistema internacional, en gran medida informal, para el intercambio de ideas e información entre académicos. Estos intercambios se realizaban mediante correspondencia, visitas individuales y reuniones organizadas por sociedades como la Real Sociedad de Londres. La idea de tal república se tomó con mayor seriedad entre el Renacimiento y la Ilustración, desde Erasmo a Voltaire. A menudo se dice que decayó o incluso desapareció a finales del siglo XVIII, víctima del auge del nacionalismo. Sin embargo, es más preciso decir que adquirió nuevas formas. En el siglo XIX, por ejemplo, la antigua república del carruaje fue sustituida por lo que podríamos llamar la "república del vapor", en la que los ferrocarriles y los barcos de vapor facilitaron el auge de los congresos internacionales para académicos de varias disciplinas. En el siglo XX, los viajes en avión hicieron que la República se volviera cada vez más global. Finalmente, en el siglo XXI, podríamos hablar de la "república digital", en la que el correo electrónico y los programas de videotelefonía como Zoom facilitan la comunicación instantánea a nivel mundial (Burke, 2012, pp. 1-13). Pese a estos avances, se ha dicho que la interacción entre historiadores y científicos sociales y entre ellos y un público educado ha disminuido. He aquí las palabras del historiador sueco Johan Östling, "hay una serie de podcasts y blogs que sirven de punto de encuentro entre investigadores y el público, pero la mayoría son muy especializados. Hoy en día, los grandes médiums de conocimiento general que fueron fundamentales en el período de posguerra –periódicos, libros de bolsillo, canales de televisión– no desempeñan el mismo papel que en aquel entonces" (J. Östling, comunicación personal, agosto de 2023).3 La larga historia de la República de las Letras nos enseña que una conversación pública nos ayudará a comprender la crisis actual de las humanidades y ciencias sociales y a señalar el camino para salir de ella. La antigua República fue un esfuerzo relativamente igualitario que intentó suspender las distinciones sociales que usualmente inhibían la libertad de expresión. Y fue este ethos, representado por el término “República”, lo que hizo que la institución fuera tan atractiva y creativa tanto para Europa como para las Américas (Greenwood, 1998). Para contrarrestar los debates polarizantes que prevalecen en la actualidad, aludidos en la Editorial de Revista Sarance Núm. 50, este artículo propone el resurgimiento de ese igualitarismo bajo una nueva forma, para encontrar maneras de responder a los desafíos que enfrentan las disciplinas de la historia y de las ciencias sociales en un mundo que transita de la Era Posmoderna a la Era Digital. A continuación contrastaremos el término “conversación” con el de “debate” formal. Mientras que el debate formaliza las diferencias de opinión, la conversación, por lo general, busca conciliarlas. El término “conversación”, como lo empleamos nosotros, se utiliza tanto en un sentido literal como metafóricamente, tal como lo hace Akil Reed Amar en su célebre libro The Words that Made Us: America’s Constitutional Conversation, 1760-1840 (2021). El término "público" es más problemático. El contraste entre lo público y lo privado ha desempeñado un papel fundamental en la historia de Occidente comenzando con la antigua Grecia e Israel en adelante (Barrington Moore, 1984). En el siglo XX, desde la década de los '60, este contraste ha sido estudiado por el filósofo-sociólogo alemán Jürgen Habermas. (Habermas, 1962). Se podría decir que él ha renovado el viejo debate sobre la "opinión pública" al situar su surgimiento en un contexto social, o más exactamente en una variedad de contextos, desde la ciudad hasta la cafetería, localidad en la que una nueva invención, el periódico diario, se encontraba a la mano, para incitar a los clientes a discutir sobre política y las noticias del día (Pincus, 2011, pp. 67-85). Sin embargo, la línea que separa lo público de lo privado se marca en forma diferente en distintos lugares, periodos y actividades. De hecho, seguramente es preferible no pensar en una línea fija para así crear una zona fronteriza de una esfera "semipública" que incluiría sociedades como los Amigos del País del siglo XVIII, quienes discutían asuntos públicos como la reforma de la agricultura en clubes con una membresía limitada. Existen otros ejemplos de sociedades fundadas con el propósito de discutir y tomar acción en proyectos específicos. En Londres, por ejemplo, encontramos la Sociedad para el Fomento de las Artes, las Manufacturas y el Comercio (1754), la Sociedad para la Información Constitucional (1780) y la Sociedad para la Abolición del Comercio de Esclavos (1787), por no mencionar las numerosas sociedades de debate provinciales. Estas sociedades ofrecen ejemplos concretos de lo que Habermas quería decir cuando describía a la Ilustración como un periodo de proyectos. Entes en el espacio social entre la familia —por un lado— y el Estado —por el otro—, ejemplifican el surgimiento de lo que ya se conocía como "sociedad civil". _______ 3. Correo electrónico de Johan Östling, 14 de agosto de 2023. _______ Este cambio de sociabilidad y el surgimiento de un público lector compagina con la famosa hipótesis del historiador alemán Reinhart Koselleck a saber que una gran transformación en la conciencia histórica tuvo lugar en Europa a finales del siglo XVIII. Esta noción es importante porque nos permite conectar a los historiadores y a sus públicos. Sin esa conciencia de parte y parte, las conversaciones públicas que recomendamos serían imposibles. Los Públicos de la historia Los sociólogos han distinguido la multiplicidad del tiempo social y, de forma similar, los historiadores y sus públicos han descubierto la multiplicidad del tiempo histórico. Koselleck, por ejemplo, sostiene que tanto el pasado como el futuro fueron entendidos de un nuevo modo entre 1750 y 1850, periodo al que llama "punto de inflexión" (Sattelzeit, literalmente "periodo de montura"). El futuro ya no se debía vivirse de forma pasiva, como destino. Más bien. se comenzó a verlo como "maleable" (verfügbar) en el sentido de que ofrecía posibilidades alternativas, de modo que las sociedades podían planificarlo, condición que se comenzó a llamar "progreso" (Koselleck, 2016), y que se llegó a encontrar inclusive en el pasado. El historiador escocés William Robertson, por ejemplo, llamó la atención al "progreso de la sociedad" en su gran éxito editorial The History of the Reign of the Emperor Charles V (1769). De forma similar a Koselleck, el historiador francés François Hartog ha escrito sobre lo que él llama tres "regímenes de historicidad", tres formas de concebir y vivir las tres dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro. Aunque él ofrece una cronología ligeramente diferente a la de Koselleck, se preocupa por igual de las actitudes de los historiadores y de sus públicos (Hartog, 2021). El primer régimen, el cual duró desde la antigua Grecia hasta la Revolución Francesa, se centró mayormente en el pasado. Su supuesto básico, expresado de forma lapidaria en la fórmula historia magistra vitae, era que la historia es una guía para la acción en el presente porque la continuidad era más importante que el cambio, de modo que el pasado podía verse como una fuente de ejemplos prácticos de vida: los buenos ejemplos, que debían seguirse; y los malos, que debían evitarse. En el segundo régimen, la era de la modernidad, que comenzó en 1789, el régimen antiguo fue reemplazado por uno nuevo que enfatizaba el futuro, especialmente las ideas vinculadas al progreso, la modernidad y el nacionalismo. En otras palabras, Hartog coincide con Koselleck sobre el Sattelzeit, pero inicia este período unos años más tarde, con los dramáticos acontecimientos que ocurrieron en Francia revolucionaria. En su Esquisse d'un tableau historique (1795), el marqués de Condorcet enfatizó el "progreso de la mente humana". Hegel, por su lado, veía a la historia como la narrativa de la evolución de la libertad. Como independencia, la libertad, fue otro tema central de muchas historias publicadas en la era del nacionalismo. En América Latina, por ejemplo, con la Historia física y política de Chile (1844 -1848) de Claude Gay, y con la História General do Brasil (1854 - 1857) de Francisco Adolfo de Varnhagen. Estas historias suelen ser descritas como "triunfalistas", celebrando el surgimiento de un nuevo orden que sus autores consideraron una mejora al viejo régimen. Distanciándose de Koselleck, empero, Hartog identifica un tercer régimen de historicidad que, maginando al pasado y al futuro, se centra en el presente. Surge tras la caída del Muro de Berlín en 1989, fecha que, según el autor, marca el comienzo de la época de la Posmodernidad , época que se caracteriza por una nueva forma de pensar y por el cuestionamiento de temas dados por resueltos en el régimen anterior. El desarrollo del globo terrestre, por ejemplo, antes visto como independiente de la actividad humana, ahora no lo es y su impacto marca una era que los geólogos le han dado el nombre de “Antropoceno”.(Hartog, 2021). En cuanto a cuestionamientos, el sociólogo Bruno Latour, el antropólogo Philippe Descola y el historiador Dipesh Chakrabarty debaten con Claude Levy Strauss sobre la distinción entre “naturaleza” y cultura” (común en Occidente aunque no más allá de él), pues según ellos ha dejado de tener sentido, lo que compromete otra distinción tradicional, la de tiempo natural y tiempo históric Latour, también critica la idea de modernidad, y prefiere pensarla en términos de múltiples formas temporales (Latour, 1991; Descola, 2005; Chakrabarty, 2018, 2021)4. He aquí las tres conciencias históricas identificadas por Hartog, contextos que han sido compartidas por historiadores y sus públicos. A continuación, unas pocas palabras sobre la relación entre los dos en el segundo régimen de historicidad para mejor comprender el tránsito a la era digital. _______ 4. Bruno Latour, Nous n’avons jamais été modernes (París, La Découverte, 1991); Phillipe Descola, Par-delà nature et culture (París: Gallimard, 2005); Dipesh Chakrabarty, Anthropocene Time, History and Theory 57 (2018), 5-32; ídem, The Climate of History in a Planetary Age (Chicago IL: University of Chicago Press, 2021). _______ El Sattelzeit fue la época del surgimiento de la historia escrita por profesionales, generalmente profesores de historia en las universidades occidentales. En Alemania, líder en este campo, había ocho profesores titulares de historia (Ordinarien) para 1820, número que habría aumentado a noventa en el año 1900. El más famoso de ellos, Leopold von Ranke, obtuvo su nombramiento en la nueva Universidad de Berlín en 1825 y ocupó su cátedra durante medio siglo (Boer 1998; Lingelbach, 2011)5. Los historiadores académicos se distinguieron de los letrados que anteriormente dominaban los estudios de la historia por su esfuerzo en transformarla en una disciplina, en una ciencia (Wissenschaft en alemán). Este término tenía que ver con un enfoque metódico y crítico de las "fuentes", especialmente los documentos oficiales que se encuentran en los archivos públicos, que comenzaron a abrirse a los académicos de la época. Además de las cátedras universitarias y los archivos públicos, la nueva historia profesional dependía de instituciones como el seminario (fundado por Ranke e imitado profusamente en otros países) y la revista especializada (la Historische Journal, fundada en Gotinga en 1772)6 . En estos casos, los consumidores de la historia no era el público en general sino los estudiantes y los académicos. Un auditorio más amplio, generalmente amateur, fue creado por sociedades o institutos. Los primeros institutos de los que tenemos noticia son el Institut Historique francés (1834) y, en Sudamérica, el Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro (1838) y el Instituto Histórico y Geográfico Nacional de Argentina (1843). Al igual que el seminario, la sociedad histórica ofreció un espacio para lo que hemos llamado una conversación pública, en este caso sobre el propósito y los métodos de la investigación histórica. Las ideas guías que impulsaron los cambios descritos son múltiples y variadas. La idea del progreso de la sociedad fue una de ellas y respondía a las revoluciones agrícola, comercial e industrial. La idea de la libertad fue otra, ponderada por la Revolución Americana y la Revolución Francesa, al igual que por las guerras por la independencia en América Latina. Por fin, la idea de profesionalización formó parte de un movimiento general que incluyó a historiadores a un incipiente grupo de científicos sociales como también a gente en otras actividades. La profesionalización vino acompañada de la especialización, consecuencia inevitable del creciente flujo de nuevos conocimientos. Sin embargo, lo que empezó como la solución a la escasez de producción histórica se convirtió en un problema: en su fragmentación. Profesores y alumnos empezaron a concentrarse en "campos" cada vez más estrechos, perdiendo así una noción de los contextos colaterales que los contenían y les daban significado, problema que se agravó enormemente en el siglo XX. Historiadores de distintos períodos y perspectivas metodológicas perdieron contacto entre sí, como los historiadores económicos, políticos, sociales y culturales. Una fragmentación similar ha sido evidente durante mucho tiempo en las ciencias sociales, particularmente en la sociología. ________ 5 Pim den Boer, History as a Profession: the study of history in France, 1818-1914 (1987: Traducción al inglés. Princeton: Princeton University Press, 1998); Gabrielle Lingelbach, The Institutionalization and Professionalization of History in Europe and the United States, en: Stuart Macintyre/ Juan Maiguashca/ Attila Pók (eds.), Oxford History of Historical Writing, Volumen 4: 1800-1945 (Oxford: Oxford University Press, 2011), 78-96. 6 A. Boldt, The life and work of the German historian Leopold von Ranke (1795-1886). An assessment of his achievement (New York, 2015). Gracias a Profesor Boldt por su ayuda. ________ El repliegue hacia el presente En el siglo XIX, un periodo crucial en el desarrollo de la economía, la sociología y la antropología, muchos estudiosos de estas disciplinas se interesaron por el pasado: Gustav Schmoller y su "escuela histórica" de economía, por ejemplo, Auguste Comte y Herbert Spencer en sociología y Edward Tyler y James Frazer en antropología. Tras la Primera Guerra Mundial, empero, se abrió un abismo entre la Historia y estas disciplinas. Los años veinte fueron un periodo importante para la antropología social, y para la sociología, gracias a su giro hacia el método etnográfico basado en la observación participante o "trabajo de campo". En antropología, Bronisław Malinowski se hizo famoso por el uso de este método en las islas Trobriand, que se convirtió, al menos en el mundo angloparlante, en modelo para la formación de nuevos antropólogos. En sociología, uno de los logros colectivos de la década de 1920 fue el surgimiento de la "Escuela de Chicago", bajo el liderazgo de Robert Park. Su método distintivo fue el "trabajo de campo" en la ciudad, que investigó las vecindades pobres, los mendicantes como también la "Costa Dorada" (una zona próspera), y así sucesivamente. Estos grandes logros tuvieron su precio. Dado que entrevistar a los muertos o realizar trabajo de campo sobre ellos es imposible, el nuevo método, pese a sus méritos, tuvo una desventaja: el "repliegue hacia el presente", como lo llamó el sociólogo alemán Norbert Elias (Elias, 1987). Durante su larga vida, Elias hizo todo lo posible por reducirlo, con poco éxito (algunos de sus alumnos, como Stephen Mennell, se convirtieron en sociólogos históricos, mientras que varios sociólogos particularmente holandeses se inspiraron en su obra). Fuera de Alemania, científicos sociales de monta continuaron a cultivar la historia. En España, por ejemplo, Julio Caro Baroja escribió sobre historia y antropología en su larga carrera como académico y las combinó en su estudio El Carnaval (1965). En Brasil, Gilberto Freyre publicó su obra principal, Casa Grande e Senzala, en 1933. En 1940, Fernando Ortiz publicó Contrapunteo Cubano del Tobaco y del Azúcar y el economista argentino Raúl Prebisch The Economic Development of Latin America and its Principal Problem en 1950. Más recientemente, el mexicano Pablo González Casanova y la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui han combinado la sociología con la historia. Sin embargo, el repliegue hacia el presente persiste en la antropología social y cultural. Muchas etnografías siguen careciendo de una dimensión histórica (lo cual es comprensible, ya que proporcionarla implica adquirir un nuevo conjunto de conocimientos, desde la historia oral hasta la investigación en archivos) necesaria para redondear conclusiones sacadas del trabajo de campo. Son pocos los antropólogos (entre ellos Eric Wolf, Carmelo Lisón Tolosana y Anton Blok) que han dado este paso, ya sea situando a "su" comunidad en contexto histórico, enfatizando la presencia del pasado en ellas o escribiendo sus historias ellos mismos. Así, lo que generalmente se conoce como "antropología histórica" ha sido principalmente el trabajo de historiadores y, por lo tanto, podría describirse de manera más precisa como "historia antropológica". El problema del presentismo ¿Qué pueden aportar los historiadores a una conversación pública sobre el futuro de las ciencias sociales? ¿Qué pueden aprender de la historia los sociólogos y otros científicos sociales? En pocas palabras, pueden aprender a escaparse del "presentismo" o de una "mentalidad centrada en el presente", un fenómeno que puede ser difícil de definir pero no de identificar. Dejando a un lado la definición filosófica, según la cual "sólo existen cosas presentes", el término tiene varios significados todos ellos referidos al hecho inevitable de que todo el mundo, historiadores o no, vemos el pasado desde el punto de vista del presente y a menudo proyectamos hacia atrás actitudes y valores actuales. Estos problemas han captado más y más la atención de los historiadores desde los años ochenta, década en la que Hartog, como hemos visto, sitúa el inicio de su tercer régimen de historicidad. Por "presentismo", Hartog comprende lo que llama "un présent omniprésent", en el que el interés por la historia como tal -pasado, presente y futuro-es reemplazado por el interés por la memoria. Esta versión del presentismo ha sido criticada como ambigua e incluso contradictoria por el historiador alemán Chris Lorenz (Lorenz, 2019). Existen, empero, otras formas de presentismo, todas relacionadas al hecho inevitable de que conscientes o no, todos vemos al pasado desde nuestra actualidad. Todas estas versiones han atraído cada vez más la atención de los historiadores. El Presentismo Uno, como podríamos llamarlo, es el hábito de plantear preguntas sobre el pasado que estén motivadas por problemas y debates contemporáneos. Por esta razón, la historia de los precios floreció en la década de 1920, la historia de la población en la década de 1950 y la historia del medio ambiente en el siglo XXI. Los intereses de los académicos, al igual que los de las otras personas, cambian de una generación a otra, cambios que tienen la ventaja de llamar la atención sobre distintos aspectos del pasado que fueron desapercibidos pero que solamente se los nota con el paso del tiempo. Esta forma de presentismo no es un problema. De hecho, es una característica normal de la investigación histórica. Presentismo Dos es el uso de lo que se ha llamado "anacronismos estratégicos", es decir, analogías entre el pasado y el presente que ayudan a las personas que viven en épocas diversas a comprenderse mutuamente. Por ejemplo, el historiador de la Antigüedad Peter Brown, para mejor explicar conceptos antiguos se vale de anacronismos estratégicos, como "enseñanza participativa", "gentrificación", "contracultura", "compañero de viaje" y "belle époque" (época dorada)., etc. Esta forma de presentismo tampoco es un problema. Al contrario, el libro de Brown ilustra el valor de lo que otra historiadora de la antigüedad, Nicole Loraux, llama "un uso cuidadoso del anacronismo" (une pratique controlee de l'anachronisme), cuya función es dar acceso a períodos lejanos a los lectores de hoy (Loraux, 1993; Burke, 2006; Brown, 2012; Armitage, 2023). El verdadero problema, sobre el cual los historiadores han debatido intensamente en los últimos años, es el Presentismo Tres (Hunt, 2002; Baschet, 2018; Tamm y Olivier, 2019; Hallerma, 2020). Se lo puede describir como la proyección (o más exactamente la "retroproyección") de actitudes y valores presentes sobre el pasado, en otras palabras, un anacronismo puro y simple ( a menudo inconsciente). Es una forma de etnocentrismo, o más exactamente de "cronocentrismo", una falta de apreciación de la otredad del pasado. Esta manera de pensar es quizás la más cercana al presentismo de Hartog, manera que, como ya hemos visto arriba, es compartida por muchos científicos sociales hoy en día. Reaccionando ante esta actitud, algunos historiadores han descrito el pasado como si fuera un "país extranjero" en el que las costumbres son diversas de las que existen en la actualidad (Lowenthal, 2015). Algunos anacronismos simples son fáciles de detectar. Otros, más complejos, son menos evidentes. Por ejemplo, referirse a los reyes de la Edad Media europea como seguidores de una "política" es anacrónico, o presentista. Se suponía que debían gobernar sus reinos con justicia, pero no se les pidió que hagan cambios en el sistema político o social. De hecho, generalmente se pensó que los cambios eran dañinos, lo contrario de lo que se sucedió en el temprano siglo XIX, cuando la gente creyó vivir en una ‘época de reforma’, una ‘ época de mejoras’. En el caso de los científicos sociales, una de las formas más peligrosas de anacronismo es asumir que los conceptos que utilizan son atemporales, sin tener en cuenta que fueron acuñados en circunstancias particulares, a veces hace siglos, y que necesitan ser adaptados a contextos diversos. Por ejemplo, en América Latina, la expresión República de las Letras, inventado en 1417, fue utilizada en la década de 1780, como inclusiva, igualitaria, civil, dialogante, y que trabajaba por el bien común, punto patente en el nombre de las Sociedades de los Amigos del País que se fundaron en España (comenzando en el País Vasco en 1765) así como en ciudades latinoamericanas como Lima, Quito, México, Bogotá y Santiago de Chile en los últimos años del régimen colonial. Hoy en día, la retroyección y la atemporalidad son problemas serios para la disciplina de la historia y para las ciencias sociales, pero también para la sociedad en general. Ahora, por razones ecológicas obvias, el futuro ha dejado de ser “promesa” y se ha convertido en "amenaza" tanto para la humanidad como para otras formas de vida. La idea de continuidad entre el pasado y el presente como la idea de mejoramiento han sido reemplazadas por la de "disrupción". Por fin, la preocupación por el progreso ha sido sustituida por la preocupación por la "preservación", mejor todavía, por una obsesión por la “memoria” y el "patrimonio", que puede ser vista como una reacción al aumento del ritmo del cambio y a la "aceleración" del tiempo (Nora, 2016; Rosa, 2013). Todo esto está en marcha mientras el mundo pasa de la era Postmoderna a la era Digital, una transición que ha producido, o al menos agravado, los cambios antedichos. Contratendencias Puede que el presentismo en el sentido de Hartog no haya sido tan común a como él creyó en 2003. Como bien saben los historiadores de la cultura, las tendencias y las contracorrientes a menudo coexisten. Por esta razón, no debería sorprendernos descubrir que sociólogos y antropólogos destacados cultivaron la historia en la década de 1980. Charles Tilly, por ejemplo, publicó As Sociology Meets History y Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons en 1981 y 1984 respectivamente. Michael Mann, por su parte, publicó en 1986 el primer volumen de Sources of Social Power. Pasando a antropología, los líderes rivales de la disciplina en Estados Unidos, Clifford Geertz y Marshall Sahlins, dieron un giro hacia la historia. En el caso de Geertz fue en 1980, con su estudio sobre el Bali del siglo XIX; y en el caso de Sahlins con una serie de monografías sobre Oceanía, de las cuales la más célebre se publicó en 1985. Fue también en 1985 cuando Sidney Mintz publicó su famosa historia del azúcar (Clifford, 1980; Sahlins, 1985; Mintz, 1985). En Gran Bretaña, Jack Goody pasó de los estudios sobre África Occidental basados en el trabajo de campo a la historia comparada, en The Development of the Family and Marriage in Europe (1983). Por fin, en 1996, un volumen colectivo de académicos norteamericanos describió y celebró “el giro histórico en las ciencias sociales”, un cambio que el editor explicó ser la reacción de una nueva generación o “cohorte de edad” a los acontecimientos de su tiempo, como la guerra de Vietnam y el Movimiento por los Derechos Civiles (McDonald, 1996). Se podría argumentar que estos ejemplos hacen innecesario preocuparse por la negligencia de la historia por parte de los científicos sociales de hoy día. Sin embargo, se debe tener en cuenta que la sociología histórica es solamente una especialidad secundaria dentro de la disciplina, mientras que lo que Elías pedía era que todos los sociólogos tomen en serio el pasado. Pese a sus súplicas, el interés por la historia entre los científicos sociales sigue en decadencia. ¿Qué se puede hacer para resucitarlo ? Presentismo: ¿hacia una solución? En ciertos aspectos, las disciplinas académicas se asemejan a naciones. Son el objeto de lealtades, tienen sus propios idiomas (o al menos, jergas) y sus habitantes a menudo tratan a sus vecinos con desconfianza, en lugar de aprender de ellos. Esto a veces lleva a la “reinvención de la rueda”, en el sentido de introducir un “nuevo” concepto que ha sido conocido durante mucho tiempo por otro nombre en una disciplina vecina. La solución para esto es establecer una especie de Naciones Unidas de la investigación, una nueva versión de la antigua República de las Letras. Esta nueva República debería ser interdisciplinaria, para contrarrestar (ampliando la frase de Norbert Elias) “el repliegue hacia la especialización”. Por supuesto, la interdisciplinariedad no es algo nuevo. El deseo de los historiadores franceses de aprender de otras disciplinas tomó forma institucional en Annales (1929), cosa aparente en el cambio de título de su revista, de Annales: économies, sociétés, civilisations a Annales: histoire, sciences sociales. El programa de colaboración de Fernand Braudel se ha convertido en un clásico. (Braudel, 1958). Su argumento subyacente fue que, para comprender los acontecimientos y situaciones del presente, es necesario verlos desde una perspectiva histórica, es decir, verlos moldeados por acontecimientos o estructuras que nacieron décadas o incluso siglos atrás. La comprensión publica de las personas que viven hoy día sobre las consecuencias de la esclavitud, y del colonialismo en general, ha aumentado dramáticamente estos últimos años, pero persisten en forma menos visible otros vestigios del pasado. La nueva República de las letras también necesita ser global. El proceso de la globalización ya ha producido cambios tanto en la disciplina de la historia como en las ciencias sociales. El público de la historia también es global, pese a que su estudio a nivel escolar hace muy poco para fomentarla. Para educar a los ciudadanos del futuro, se debería darle más importancia. También es necesaria una conversación intercontinental sobre ella para reconectar el presente con el pasado y el futuro. Esta conversación debe ser un intercambio igualitario, republicano. Hasta ahora se ha intentado un diálogo Sur-Sur como demuestra la recepción en América Latina de los Estudios Subalternos, un enfoque de la India colonial “desde abajo” que desafortunadamente se ha interrumpido (Mallon, 1994). El diálogo de Norte a Sur, más necesario aún, no ha comenzado todavía. Las conversaciones públicas en el marco de la república global de las letras podrían llenar estos vacíos, conectando a académicos de distintas disciplinas y diferentes partes del mundo, en el intento de alcanzar un consenso que conduzca a la acción en pro del bien común. El primer paso, y el más importante, sería organizar conversaciones en las que se reconozcan los puntos de vista del "otro", no sólo de otras culturas, sino también de diferentes grupos dentro nacionales (clases altas y bajas, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, grupos centrales y grupos marginales como pueblos indígenas, personas de color, LGBTQ+, personas con capacidades diferentes, etc.). Esta es la nueva versión de la República de las Letras que denuncia los etnocentrismos y fomenta el igualitarismo, esta vez a nivel global. La tarea fundamental es sustituir el Presentismo por una forma nueva de conciencia histórica, producto de un diálogo sostenido entre individuos que representen una amplia variedad de perspectivas. Entrenados tradicionalmente a comprender las culturas desde adentro, los historiadores tienen un papel importante que desempeñar aquí. El siguiente paso es utilizar el conocimiento para la acción social como sugieren el geógrafo económico danés Bent Flybjerg y sus colegas. Ellos critican tanto a la historia como a las ciencias sociales por acumular conocimientos descuidando phronesis, su sabia utilización en la vida práctica, particularmente en lo que denominan "megaproyectos", cuyo impacto sobre la comunidad es de largo plazo (Flyvbjerg, 2012). Por fin, a una escala infinitamente mayor, los historiadores y los científicos sociales deben participar en la transición de la Era Posmoderna a la Era Digital, e inclusive acometer la tarea que Simon llama "la domesticación del futuro a través de la historia" (Simon, 2021). Ayuda para esta tarea podría provenir de la historia conceptual desarrollada por Koselleck y sus colegas en Alemania y, en el mundo de habla hispana, por Javier Fernández Sebastián, líder del proyecto internacional Iberconceptos (Koselleck, 2021; Fernández Sebastián, 2021). Ellos han creado un nuevo campo de investigación, los "Estudios del Tiempo". Puesto que los miembros de ambos grupos han estudiado la transición del antiguo régimen a la modernidad en Europa y América, tienen conocimientos que podrían ser útiles para investigar el cambio aún más radical de la era moderna a la posmoderna y digital. Se puede objetar que es demasiado temprano para tener una idea cabal de estas eras debido a la falta de distancia histórica, pero como plantea Mark Phillips, distanciamiento es una destreza que forma parte del entrenamiento del historiador profesional (Phillips, 2013)7. Lo que le falta al enfoque phronético de Flybjerg es precisamente lo que aportan los historiadores conceptuales, especialmente lo que Koselleck llamó la "temporalización" [Verzeitlichung] de los conceptos, la idea de que los conceptos utilizados por los científicos sociales -"economía", "sociedad", "política", "revolución", etc.- tienen su propia historia. Este modo de pensar impulsa una actitud crítica que impide la cosificación de los conceptos y saca a luz sus adaptaciones a un mundo en constante cambio. Para actuar sabiamente, nada sustituye a la experiencia directa, pero debido al peso del pasado en el presente la experiencia directa debe complementarse con el estudio de la historia. Debemos recordar la famosa advertencia del filósofo George Santayana: "Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo", como en el caso de las tres invasiones a Afganistán: la británica en 1839, la rusa en 1979 y la estadounidense en 2001. Igualmente, la generación más joven de españoles parece haber olvidado la Guerra Civil de 1936-9 y, quizá por ello, no parece estar preparada para asumir los compromisos necesarios para el buen funcionamiento de la democracia. Y de manera similar, la nueva generación de argentinos, chilenos y brasileños sabe poco o nada sobre las dictaduras militares de los años 60 y 70. Es de esperar que no se vean condenados a vivir una nueva ronda de esos regímenes asesinos. Hemos sugerido lo que creemos se debería hacerse: a continuación unas breves observaciones sobre cómo podría llevarse a cabo. La interdisciplinariedad ya se ha institucionalizado en institutos o centros, como el Institut für Sozialforschung en Frankfurt (donde Habermas estudió la esfera pública), el Institute for Advanced Study en Princeton) y otros centros que siguen ese modelo, como el Zentrum für Interdisziplinäre Forschung en Bielefeld (sobre el cual Koselleck presidió una vez) y el Instituto para Estudos Avançados en la Universidad de São Paulo. Estas instituciones facilitan una conversación semipública entre académicos que provienen de diferentes países y trabajan en diferentes disciplinas. El reto sería convertirlas en “repúblicas de las letras globales” tal como hemos sugerido arriba. Los coloquios ofrecen otro marco en el que puede surgir el tipo de diálogo que recomendamos. Finalmente, el diálogo no se debería limitar a reuniones formales, también podrá tener lugar durante el almuerzo o cerca de la máquina de café (una versión actualizada de la cafetería del siglo XVIII). De este modo, una conversación sobre los posibles futuros de la historia y de las ciencias sociales podrían convertirse en una conversación sobre los posibles futuros de la humanidad en tránsito de la Era posmoderna a la era Digital. ¡Que comience la conversación! ________ 7. Mark Phillips, On Historical Distance (New Haven CN: Yale University Press, 2013). ________ Bibliografía Akil Reed, A. (2021). The words that made us: America’s constitutional conversation, 1760-1840. Basic Books. Armitage, D. (2003). In defense of presentism. In D. McMahon (Ed.), History and human flourishing (pp. 25-41). Oxford University Press. Assmann, A. (2012). Is time out of joint? On the rise and fall of the modern time regime. Cornell University Press. Baschet, J. (2018). Défaire la tyrannie du présent. 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Versión en inglés The Republic of Letters, presentism and the dialogue between History and the Social Sciences8 Versión en inglés The Republic of Letters, presentism and the dialogue between History and the Social Sciences8 We warmly welcome the invitation to participate in an ongoing conversation about possible futures for the humanities and social sciences, at a time when they are in crisis – a time when departments of the humanities are being closed or at least reduced in many parts of the world, to say nothing of the larger crisis of responding to the twin challenges of global heating and the digital revolution. In our opinion, historians need to take part in this interdisciplinary conversation about the future, viewing this conversation from our situation on the frontier between the humanities and the social sciences. The Republic of Letters as a Public Conversation As historians, we view the call for a public debate (confronting opinions) or a public conversation (working for a consensus) as a movement for the revival of what has long been known as the ‘Republic of Letters’ or the ‘Commonwealth of Learning’ (respublica litterarum). These names refer to a largely informal international system for the exchange of ideas and information between scholars. These exchanges took place by means of correspondence, of individual visits and of meetings organized by societies such as the Royal Society of London. The idea of such a republic was taken most seriously between the Renaissance and the Enlightenment, from Erasmus to Voltaire. It is often said to have declined or even to have disappeared at the end of the eighteenth century, a victim of the rise of nationalism. However, it is more exact to view it as taking new forms. In the nineteenth century, for instance, the old horse-drawn republic was replaced by what we might call the ‘steam republic’ in which railways and steamships facilitated the rise of international congresses for scholars in many disciplines. In the twentieth century, travel by air made the Republic more and more global. In the twenty-first century, we might speak of the ‘digital republic’, in which e-mail and videotelephone programmes such as Zoom facilitate rapid communication at a global level (Burke, 2012, pp. 1-13). On the other side, it has been suggested that the interaction of historians and social scientists with an educated public has diminished. To quote the Swedish historian Johan Östling, ‘There are a number of podcasts and blogs that serve as meeting places for researchers and the public, but many of them are very specialized. ________ 8. This article was planned together with my friend Juan Maiguashca and is itself the result of conversations with him, especially those conducted by e-mail in 2023. Hence it is as much his work as mine. ________ The large, commonly shared knowledge arenas that were fundamental in the postwar period – newspapers, paperbacks, TV channels – do not play the same role today’ (J. Östling, personal comunicación, august, 2023)9. The long history of the Republic of Letters suggests that a public conversation will help us to understand the current crisis in the world of learning and point to the way to emerge from it in the future. The old Republic was a relatively egalitarian endeavour, attempting to suspend social distinctions that normally inhibited freedom of expression. It was this ethos, symbolized by the term ‘Republic’, that made the institution so attractive and creative in both Europe and the Americas (Greenwood, 1998). To counter the polarizing debates that prevail today, noted in the Editorial of Revista Sarance no. 50, this article proposes the revival of this egalitarianism in a new form, in order to find ways of responding to the challenges faced by the disciplines of history and the social sciences in a world that is in transit from the Postmodern to the Digital Age. In what follows, we contrast the term ‘conversation’ with formal ‘debate’. Where debate formalizes differences of opinion, conversation seeks to reconcile them. The term ‘conversation’, as we employ it, is used both in a literal sense and in a metaphorical one that may be illustrated by a recent book by the American law professor and historian Akil Reed Amar (2021). The term ‘public’ poses more of a problem. The contrast between public and private has played a major role in the history of the West from ancient Greece and Israel onwards (Barrington Moore, 1984). Since the 1960s, studies of politics and political history have been influenced by the German philosopher-sociologist Jürgen Habermas and his idea, at once illuminating and misleading, of the rise of the ‘public sphere’ (or, in the original, more abstract German, Öffentlichkeit) in eighteenth-century Britain and France (Habermas, 1962). Habermas may be described as having renewed the old debate about ‘public opinion’ by situating its rise in a social context, or more exactly in a variety of contexts, from the city to the coffee-house, a new kind of locale where another new invention, the daily newspaper, was often available, thus encouraging clients to discuss politics (Pincus, 2011, pp. 67-85). However, the line between public and private is drawn in different places, periods and activities. Indeed, it is surely preferable not to think of a line at all and so to include a borderland of a ‘semi-public’ sphere that would include societies such as the eighteenth-century Amigos del País, who discussed public issues such as the reform of agriculture in clubs with a limited membership. There are other examples of societies founded in order to discuss and take action on specific projects. In London, for instance, we find The Society for the Encouragement of the Arts, Manufactures and Commerce (1754), The Society for Constitutional Information (1780) and the Society for Effecting the Abolition of the Slave Trade (1787), not to mention the numerous local debating societies in the provinces. They offer concrete examples of what Habermas meant when he described the Enlightenment as a project. As bodies in the social space between the family on one side and the state on the other, they exemplify the rise of what was already known as ‘civil society’. ________ 9. Johan Östling’s email to me, 14 August 2023. ________ These examples also support the German historian Reinhart Koselleck’s famous suggestion that a major change in historical consciousness took place in the later eighteenth century. The notion of historical consciousness is important here because it connects historians with their publics. Without such consciousness on both sides, the public conversations we recommend would be impossible. The Publics of History Sociologists have distinguished the multiplicity of social time and in similar fashion, historians have discovered the multiplicity of historical time. Koselleck argued that the past as well as the future was seen in a new way in the period between 1750 and 1850, which he called a ‘watershed’ (Sattelzeit, literally ‘saddle time’). He emphasized the new idea that the future should not be experienced in a passive fashion, as destiny. It came to be viewed as ‘malleable’ (verfügbar) in the sense of offering alternative possibilities, so that that societies could plan what was now known as ‘progress’ (Kosellec, 2016). In that period, historians began to write about progress in the past. The Scottish historian William Robertson, for instance, emphasized ‘the progress of society’ in his best-selling book The History of the Reign of the Emperor Charles V (1769). In similar fashion to Koselleck, the French historian François Hartog has written about what he calls three ‘regimes of historicity’, three ways of experiencing the three elements of time, past, present and future. Hartog offers a slightly different chronology but he is equally concerned with the attitudes of both historians and their publics (Hartog, 2021). The first regime, dominant from ancient Greece until the French Revolution, placed its greatest emphasis on the past. Its basic assumption, expressed in lapidary form in the formula historia magistra vitae, was that history was a guide to action in the present because continuity was more important than change so that the past could be seen as a source of moral examples -good examples to imitate and bad ones to avoid. In the second period, the age of modernity, beginning in 1789, this old regime was replaced by a new one that emphasized the future, especially the linked ideas of progress, modernity and nationalism. In other words, Hartog agrees with Koselleck about the Sattelzeit but begins this period a few years later, with the dramatic events in France. The Marquis de Condorcet stressed the ‘progress of the human mind’ in his Esquisse d’un tableau historique (1795), while Hegel viewed history as the story of increasing freedom. Freedom in the sense of independence was another central theme in many histories published in the age of nationalism. In Latin America, think of Claude Gay’s Historia física y política de Chile (1844-1848), and Francisco Adolfo de Varnhagen’s História General do Brasil (1854-1857). These histories are often described as ‘triumphalist’, celebrating the rise of a new order that the author considered an improvement on the old. Moving on from Koselleck, there was, according to Hartog, a transition to a third regime of historicity that emphasizes the present, following a second dramatic event, the fall of the Berlin Wall in 1989, that ushered in the age of Postmodernity. To this event may be added a new awareness of the transformation of the globe in the age that geologists now call the ‘Anthropocene’, thanks to the role played by humanity in this transformation (Hartog, 2021). As the sociologist Bruno Latour, the anthropologist Philippe Descola and the historian Dipesh Chakrabarty have all argued, against Claude Lévi-Strauss, the western distinction between ‘nature’ and ‘culture’ (which many other peoples do not share) is collapsing, together with the distinction between natural and historical time. Latour also criticized the idea of modernity, preferring to think in terms of multiple forms of time (Latour, 1991; Descola, 2005; Chakrabarty, 2018, 2021). The Sattelzeit was also the age of the rise of history written by professionals, usually professors of history in western universities. In Germany, a leader in this field, there were eight tenured professors of history (Ordinarien) in 1820, a number that had increased to 90 by the year 1900. The most famous of these professors, Leopold von Ranke, was appointed at the new University of Berlin in 1825 and held his chair for half a century (Boer, 1998; Lingelbach, 2011). Academic historians distnguished themselves from the men of letters who had previously dominated the field by their emphasis on history as a science (in German, Wissenschaft). This term referred to an approach that was methodical and critical of the ‘sources’, especially official documents found in the public archives, which began to open to scholars at this time. Besides academic chairs and public archives, the new professional history depended on institutions such as the seminar (founded by Ranke and imitated elsewhere), and the specialist journal (beginning with the Historische Journal, founded at Göttingen in 1772). In these cases, the public was not the general public but students and scholars. A wider public of amateurs was reached by the historical society or institute. Early examples of the institute are the French Institut Historique (1834), and in South America, the Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro (1838) and the Instituto Histórico y Geográfico Nacional in Argentina (1843). Like the seminar, the historical society offered a forum for what we have been calling a public conversation, in this case about the purpose and methods of historical research. The contexts for these changes are many and various. The idea of the progress of society was a response to the agricultural, commercial and industrial revolutions. Liberty was emphasized in the American and French Revolutions as it was in the wars of independence in Latin America. The rise of the professional historian was part of a general movement towards professionalization that included scientists, engineers, economists and sociologists. Professionalization was accompanied by specialization, an inevitable response to the increasing flow of new knowledge. However, what began as the solution to a problem became a problem itself, that of the fragmentation of knowledge. Scholars began to confine themselves to narrow ‘fields’, thus losing a sense of the bigger picture. This problem became increasingly serious in the twentieth century. Historians of different periods lost touch with one another, like economic, poitical, social and cultural historians. A similar fragmentation has long been visible in the social sciences, notably in sociology. The Retreat into the Present In the nineteenth century, a crucial period in the development of economics, sociology and anthropology, many scholars in these disciplines took an interest in the past – Gustav Schmoller and his ‘historical school’ of economics, for instance, Auguste Comte and Herbert Spencer in sociology and Edward Tyler and James Frazer in anthropology. A gulf between history and these disciplines opened after the First World War. The 1920s were an important period for both sociology and social anthropology, thanks in particular to their turn to the ethnographic method, in other words participant observation or ‘fieldwork’. In anthropology, Bronisław Malinowski became famous for his fieldwork in the Trobriand Islands, which became a model for the training of anthropologists, at least in the English-speaking world. In sociology, one of the collective achievements of the 1920s was the rise of the so-called ‘Chicago School’, under the leadership of Robert Park. Its distinctive method was ‘fieldwork’ in the city, studying the ghetto, the hobo, the ‘Gold Coast’ (a prosperous area) and so on. These major achievements had their price. Since it is impossible to interview the dead or to carry out fieldwork among them, the new method, with all its assets, included one important liability, the ‘retreat into the present, as the German sociologist Norbert Elias described it (Elias, 1987). During his long life, Elias did his best to stem the retreat, but with limited success (a few of his students, such as Stephen Mennell, became historical sociologists, while a number of Dutch sociologists in particular were inspired by his work). In other countries, leading social scientists continued to study history. In Spain, for instance, Júlio Caro Baroja wrote on both history and anthropology in his long career as a scholar and combined them in his study El Carnaval (1965). In Brazil, Gilberto Freyre published his major work, Casa Grande e Senzala, in 1933. Fernando Ortiz published his Contrapunteo Cubano del Tobaco y del Azúcar in 1940. The Argentinian economist Raúl Prebisch published The Economic Development of Latin America and its Principal Problems in 1950. More recently, the Mexican Pablo González Casanova and the Bolivian Silvia Rivera Cusicanqui have practiced both sociology and history. A similar point to Elias’s may be made about the retreat from history in social and cultural anthropology. Many ethnographies lack a historical dimension, understandably enough, since to supply it means acquiring a new set of skills, from oral history to research in archives, in order to supplement conclusions drawn from fieldwork. Relatively few anthropologists (among them Eric Wolf, Carmelo Lisón Tolosana and Anton Blok) have been prepared to take this step, whether they place ‘their’ community in historical context, emphasize the presence of the past in these communities, or write histories themselves. As a result, what is generally known as ‘historical anthropology’ has usually been the work of historians and might therefore be described more accurately as ‘anthropological history’. Presentism – the problem What can historians bring to a public conversation about the future of the social sciences? What is it that sociologists and other social scientists can learn from history? In a phrase, they can learn to escape ‘presentism’ or ‘present-mindedness’, a phenomenon that may be difficult to define but is not hard to recognize. Leaving aside the philosopher’s definition, according to which ‘only present things exist’, the term has several related meanings, all referring to the inevitable fact that we all, whether historians or not, view the past from the standpoint of the present and often project later attitudes and values onto the past. These problems have attracted increasing attention from historians since the 1980s, the decade in which Hartog situated the beginning of his third regime of historicity. By ‘presentism’, Hartog meant what he called ‘un présent omniprésent’ in which a concern with memory replaces a concern with history. This version of presentism has been criticized as ambiguous and even self-contradictory by the German historian Chris Lorenz (Lorenz, 2019). There are other forms of presentism, all referring to the inevitable fact that we all, whether we are aware of this or not, view the past from the standpoint of the present. These forms have attracted increasing attention from historians since the 1980s. Presentism One, as we might call it, is the habit of asking questions about the past that are prompted by problems and debates in the present. For this reason, the history of prices flourished in the 1920s, the history of population in the 1950s, and the history of the environment in the 21st century. There is surely nothing wrong with the interests of scholars, like those of other people, changing between one generation and another. Indeed, these changes have the advantage of drawing attention to different aspects of the past, aspects that were always there but become more visible in the course of time. This form of presentism is not a problem. Indeed, it is an inevitable feature of historical enquiry. Presentism Two is the use of what I have called ‘strategic anachronisms’, in other words analogies between past and present that help people living in one period to understand another. For example, the ancient historian Peter Brown, who cannot be accused of lack of respect for the alien quality of the past, combines his regular reference to ancient concepts with a use of strategic anachronisms, including ‘teach-ins’, ‘gentrification’, ‘counterculture’, ‘fellow traveller’ and ‘belle époque’. This form of presentism is not a problem either. On the contrary, Brown’s book illustrates the value of what another ancient historian, Nicole Loraux, has called the value of ‘a careful use of anachronism’ (une pratique controlee de l’anachronisme), to bring distant periods closer to today’s readers (Loraux, 1993; Burke, 2006; Brown, 2012; Armitage, 2023). Presentism Three is the real problem, which has been discussed intensively by historians in the last few years (Hunt, 2002; Baschet, 2018; Tamm y Olivier, 2019; Hallerma, 2020). It may be described as the projection (or more exactly the ‘retrojection’) of present attitudes onto the past, in other words simple (and often unconscious) anachronism. It is a form of ethnocentrism, or more exactly ‘chronocentrism’, a failure to appreciate the otherness of the past. This way of thinking is perhaps the closest to Hartog’s presentism, and it still seems to be widely shared by social scientists. In response, some historians have described the past as a ‘foreign country’ in which the customs differ from those of the present (Lowenthal, 2015). Some simple anachronisms are easy to detect. Others, more important, are less visible. For example, it is anachronistic, or presentist, to refer to kings in the European Middle Ages as following a ‘policy’. They were supposed to rule their kingdoms justly, but not required to make changes in the political or social system – indeed, it was generally assumed that change was always for the worse, the opposite of the early nineteenth-century assumption that they were living in an ‘age of reform’ or ‘age of improvement’. In the case of social scientists, one of the most dangerous forms of anachronism is to assume that the concepts they use are timeless, whereas they were coined in particular circumstances, sometimes centuries ago, and need to be adapted to changes in those circumstances. For example, in Latin America, where the term República de las Letras dates from the 1780s, it was viewed as inclusive, egalitarian, civil, dialogical and working for the common good, a point emphasized in the name of the Sociedades de los Amigos del País that were founded in Spain (beginning in the Basque country in 1765) as well as in Latin American cities such as Lima, Quito, Mexico, Bogotà, and Santiago de Chile in the last years of the colonial regime. Retrojection and timelessness are serious problems today both for the discipline of history and for the social sciences, not to mention society in general. Today, for obvious ecological reasons, the future no longer contains a ‘promise’; it has become a ‘threat’ both to humanity and other forms of life. Both the idea of continuity between past and present and the idea of improvement have been replaced by ‘disruption’. The concern with progress has been replaced by a concern for ‘preservation’, indeed an obsession with memory and ‘heritage’ that may be viewed as a response to the increasing pace of change, the ‘acceleration’ of time (Nora, 2016; Rosa, 2013). All this is taking place at a time when the world is moving from the Postmodern age to the Digital age, a transition that has produced, or at least aggravated, these other changes. Countertrends Presentism in Hartog’s sense may not have been so common as he believed it to be in 2003. As cultural historians are well aware, trends and countertrends often co-exist. For this reason, we should not be surprised to find that a few leading sociologists and anthropologists were writing history in the 1980s. Charles Tilly, for instance, published As Sociology Meets History (1981) and Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons (1984). Michael Mann published the first volume of his Sources of Social Power in 1986. In anthropology, the rival leaders of the discipline in the USA, Clifford Geertz and Marshall Sahlins, both made a turn towards history, in the case of Geertz in 1980 with a study of 19th-century Bali, and in that of Sahlins in a number of studies of Oceania, of which the most famous was published in 1985. It was also in 1985 that Sidney Mintz published his famous history of sugar (Clifford, 1980; Sahlins, 1985; Mintz, 1985). In Britain, Jack Goody turned from studies of West Africa based on fieldwork to comparative history such as The Development of the Family and Marriage in Europe (1983). In 1996, a collective volume by North American scholars both described and celebrated ‘the historic turn in the social sciences’, a turn that the editor explained as the response of a new generation or ‘age cohort’ to the events of their time such as the war in Vietnam and the Civil Rights Movement (McDonald, 1996). It might be argued that the examples offered so far make it unnecessary to worry about the neglect of history by social scientists. However, historical sociology has simply become a specialism within the discipline, while the point that Elias was making was that all sociologists needed to take the past seriously in their research. In any case, the interest in history on the part of social scientists appears to have subsided. What can be done to revive it? Presentism – towards a solution? In some ways, academic disciplines resemble nations. They are the focus of loyalties, they have their own languages (or at any rate, jargons) and their inhabitants often treat their neighbours with suspicion, rather than learning from them. This sometimes leads to the ‘re-invention of the wheel’, in the sense of introducing a ‘new’ concept that has long been known by another name in a neighbouring discipline. The remedy for this is to establish a kind of United Nations of scholarship, a new version of the old Republic of Letters. This new Republic needs to be interdisciplinary, to counter what might be called (amplifying the phrase of Norbert Elias) ‘the retreat into specialization’. Needless to say, interdisciplinarity is far from new. The desire of French historians to learn from other disciplines took institutional form in Annales (1929), underlining the point in succesive changes of title, from Annales: économies, sociétés, civilisations to Annales: histoire, sciences sociales. Fernand Braudel’s programme for collaboration has become a classic (Braudel, 1958). His underlying argument was that to understand events and situations in the present, it is necessary to view them in historical perspective, in other words to see them as shaped by events that took place or structures that came into existence decades or even centuries earlier. Public awareness of the consequences of slavery -and more generally, of colonialism -for people living today has dramatically increased in the last few years, but other survivals of the past in the present remain much less visible. The new Republic also needs to be global. Globalization has already led to changes in both history and the social sciences. The public of history is also global, although the study of history in schools does little to encourage this development. More emphasis needs to be given to global history in order to educate the citizens of the future. A global conversation is also needed in order to reconnect the present to the past and the future. This public conversation needs to be an egalitarian exchange, a republican one. So far, a South-to-South dialogue has been attempted, though not very successfully, as suggested by the the reception in Latin America of Subaltern Studies, an approach to colonial India ‘from below’ (Mallon, 1994). The necessary North-to-South dialogue has yet to begin. Public conversations within the framework of the global republic of letters might fill this void, connecting scholars in different disciplines and different parts of the world in the attempt to achieve a consensus that would lead to action. The first and most important step would be to organize conversations that recognize the points of view of the ‘other’, not only other cultures but also different groups within nations (upper and lower classes, men and women, old and young, central groups and marginal groups such as indigenous peoples, people of colour, LGBTQ+, people with disabilities, etc). This is the new version of the Republic of Letters that denounces ethnocentrisms and encourages egalitarianism, this time at a global level. The fundamental task is to replace Presentism by a new and more inclusive form of historical consciousness, to be produced by a sustained dialogue among individuals representing a wide variety of points of view. Historians, with their traditional concern for understanding cultures from within, have an important role to play here. The next step is concern with using knowledge for social action, as the Danish economic geographer Bent Flybjerg and his colleagues suggest. They criticize both history and social science for accumulating knowledge while neglecting wisdom, phronesis, and call for the use of knowledge in social action, especially the organization of what they call ‘megaprojects’ (Flyvbjerg, 2012). On an even grander scale, historians and social scientists need to collaborate to help manage the transition from the Postmodern to the Digital Age, including the task of ‘the domestication of the future through history’ (Simon, 2021). A contribution to this task might be made by the conceptual history developed by Koselleck and his colleagues in Germany and in the Spanish-speaking world, by Javier Fernández Sebastián, leader of the project Iberconceptos (Koselleck, 2021; Fernández Sebastián, 2021). They have created a new field of enquiry, ‘Time Studies’. Since members of the two groups have studied the transition from the old regime to modernity in Europe and the Americas, they have the knowhow to tackle the more dramatic change from the modern to the Postmodern and Digital ages. It may be objected that it is too early to make sense of the Digital Age owing to the absence of historical distance, but distanciation is precisely what historians are trained to provide (Phillips, 2013). What is lacking in the phronetic approach includes precisely what is provided by the conceptual historians, especially what Koselleck called the ‘temporalization’ [Verzeitlichung] of concepts, in other words the awareness that the concepts used by social scientists – ‘economy’, ‘society’, ‘politics’, ‘revolution’ and so on – have their own history. Such an awareness encourages a reflexive approach that replaces the reification of concepts with a sense of their adaptation to a changing world. To act wisely, there is no substitute for direct experience, but given the importance of the past in the present, including long-term trends, experience needs to be supplemented by the study of history. We should remember the philosopher George Santayana’s famous warning that ‘Those who cannot remember the past are condemned to repeat it’, as in the case of three invasions of Afghanistan – by the British in 1839, the Russians in 1979 and the Americans in 2001. Again, today’s younger generation of Spaniards seem to have forgotten the Civil War of 1936-9 and, perhaps as a result, seems unprepared to make the compromises that are necessary to the functioning of democracy. In similar fashion, a younger generation of Argentinians, Chileans and Brazilians know little or nothing about the military dictatorships of the 1960s and 1970s. Let us hope that they will not be condemned to a new round of those murderous regimes. We have suggested what we believe should be done: here are some brief remarks on how it might be done. Interdisciplinarity has been institutionalized in institutes or centres, such as the Institut für Sozialforschung in Frankfurt (where Habermas studied the public sphere), the Institute for Advanced Study at Princeton), and other centres that follow that model, such as the Zentrum für Interdisziplinäre Forschung at Bielefeld (over which Koselleck once presided) and the Instituto para Estudos Avançados in the University of São Paulo. These centres assist a semi-public conversation between scholars who come from different countries and work in different disciplines. Dialogue is not confined to seminars but also takes place at lunch or around the coffee machine (an up-to-date version of the eighteenth-century coffee-house). Small conferences offer another setting in which the kind of dialogue that we are recommending can take place. In this way, a conversation about possible futures for the humanities and social sciences may become one about the possible futures for humanity. 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